OBRAS SELECTAS
DE LA CELEBRE
MONJA DE MEJICO,
SOR
JUANA INES DE LA CRUZ,
PRECEDIDAS DE SU BIOGRAFIA Y JUICIO
CRÍTICO SOBRE TODAS SUS PRODUCCIONES,
POR
JUAN LEON MERA
QUITO. IMPRENTA NACIONAL.
1873
A la cara memoria de mi amigo
el distinguido jurisconsulto
Doctor Don Ramon Miño,
consagro respetuoso
mi corto trabajo en este libro.
J. Leon Mera.
FE DE ERRATAS.
PÁG.
LINEA.
DICE.
LÉASE.
VI
1
de la Sor
de Sor.
XXI
20
sus plumas
su pluma.
XXVIII
24
en la misma
es la misma
23
12
quereses;
quereres;
30
19
no me vistas de
no me vistas la
41
3
su vista
su vista.
Id.
22
En en
En el
46
21
pretendo
pretende
106
14-15
venia mia
venia mía.
No lo hagais
No la hagais
272
27
estais
esteis
Las demas erratas que se hallaren serán advertidas y corregidas por el
{I}buen juicio del lector.
I
El sexo llamado débil y mirado con desden, especialmente al considerarle
por sus facultades intelectuales, ha venido de siglo en siglo, ántes y
despues de la era cristiana, dando pruebas de que ese desden ha sido
{II}injusto, y protestando á la faz del mundo contra él.
El hombre que se ha llevado para sí toda fuerza y todo poder en la
sociedad, relegando á la mujer á una region inferior, no ha podido en
ningun tiempo hacer que se eclipse del todo en el alma femenina el
destello de luz que, junto con la existencia, recibiera de la mano de
Dios.
¿Afirmaremos esta verdad con hechos históricos? No hay necesidad: ¿quién
la niega en nuestros dias? Ya se confiesa francamente que la mujer no es
una cosa, que tiene alma, que sabe pensar, elevarse y ennoblecerse,
que posee derechos propios y que su destino en la humanidad está
nivelado con el del hombre, su compañero, no su señor y dueño.
Prescindamos, pues, de una erudicion intempestiva, y limitémonos á
breves reminiscencias cuando vengan ajustadas al agradable tema en que
vamos á ocuparnos: la vida de una célebre mujer y las obras con que
inmortalizó su nombre y honró á su patria.
II
El siglo que dió á la literatura francesa las Sevigné y las Dacier, dió
también á la española las Záyas de Sotomayor en la península y las Sor
Juana Ines de la Cruz en{III} América.
¿Quién fué esta religiosa?
Sabíamos que hácia los últimos años del siglo XVII habia florecido en la
tierra de Anahuac un notable ingenio poético llamado de aquel nombre.
Pero á esto solo se hallaban circunscritas nuestras noticias:
conocíamos, pues, un nombre; esto es, no conocíamos nada. ¿Quién puede
preciarse de saber el contenido de un libro porque aprendió su título de
memoria?
Con todo, un nombre de mujer, y de mujer americana, fué motivo bastante
poderoso para dispertar nuestras simpatías por ella, y hacernos desear
el conocimiento de sus obras.
Por aquel tiempo leimos la excelente “Historia de la literatura
española” por M. Ticknor, y encontramos mentado el nombre de la monja de
Méjico precedido del epíteto de célebre. En una nota, al pié de la
página, se la llama la Décima Musa y se citan sus poemas dados á la
estampa en Zaragoza de 1682 á 1725, en tres tomos en 4º; mas al fin se
han puesto estas líneas tomadas del “Semanario pintoresco” del año 1845:
“Sor Juana Ines de la Cruz, mas notable como mujer que como poeta, nació
en Guipúzcoa[A] en{IV} 1651, y murió en Méjico en 1695.”
Ser célebre y merecer el dictado de décima musa, son cosas incompatibles
con el juicio fatal que encierran estas últimas palabras.
Un calificativo honroso en boca de M. Ticknor es tìtulo valioso:
difícilmente el concienzudo literato anglo-americano pudo haber
concedido celebridad á quien no la tenia. En lo de haber levantado á la
monja al coro de las piérides, no teniamos confianza, porque era obra de
sus contemporáneos y, sobre todo, de un tiempo en que la hipérbole fué
condicion precisa del elogio, y este se habia abaratado por estremo en
el mercado de las letras castellanas. Por otra parte, juzgábamos que los
autores del “Semanario pintoresco” no se habrian atrevido á echar á
volar su parecer acerca de una poetisa que les pertenecia, sino con
pleno conocimiento de sus obras, y fiados en muy sano criterio.
Una mujer, una americana habia escrito versos á fines del siglo XVII.
Esta rareza llamó acaso la atencion de M. Ticknor, mas que el mérito
real de esos versos, y le hizo soltar en su “Historia de la{V} literatura
española” una palabra de tanta significacion. El que halló en la misma
autora mayor mérito en la mujer que en el poeta, tuvo, pues, acaso mas
razon. El sexo sirvió en cierta manera à las letras, no estas al sexo;
la hechura, aunque asaz imperfecta, se hizo notable á causa de la
deficiencia del instrumento en ella empleado. Ademas, las notas de la
obra citada, ¿no son puestas por el mismo M. Ticknor?
A tales reflexiones nos condujo nuestra sindéresis. La simpatía
vacilaba, pero era mas ardiente el deseo que abrigábamos de conocer las
poesías de Sor Juana Ines. El velo de la ilusion no se habia rasgado del
todo, aunque presentíamos que iba á desaparecer una estrella del cielo
americano, y esto nos causaba enojo. La ruptura entre nuestro primer
pensamiento sobre la autora y nuestro juicio posterior, entre el afecto
que habia anidado en el corazon y el rayo de luz que aclaraba el
entendimiento, nos parecia inevitable.
Por dicha nuestra, ántes que las obras de la religiosa mejicana, nos
vino á las manos otro libro precioso por muchos respectos: “La mujer,”
por don Severo Catalina. En una de sus páginas salpicadas de diamantes
extraidos de las minas del corazon y de la inteligencia, encontramos
unos{VI} versos. ¡Versos de la Sor Juana Ines de la Cruz, llenos de poesía
y de verdad, inspirados por un profundo sentimiento de indignacion
contra la injusticia del hombre, y de justicia en pro de la mujer!
Entre esos versos hay esta cuarteta:
“Pues ¿para qué os espantais De la culpa que teneis? Queredlas cual las haceis, O hacedlas cual las buscais.”
“Estos versos, esclama el señor Catalina, pueden constituir un tratado
importantísimo de filosofía y de moral.”
Cierto; y ellos constituyen, ademas, un valiente reto dirigido á
quienes, concupiscentes, matan la virtud de las mujeres, y necios, se
lamentan de no hallarlas con las prendas que han destruido con sus
propias manos.
La belleza poética y la belleza moral de esos versos nos entusiasmaron,
y Sor Juana Ines fué restituida al honroso pedestal de que la habiamos
bajado á causa de la cavilacion en que nos pusieron las palabras del
“Semanario pintoresco.”—Esa poesía, nos dijimos, no la produce sino un
poeta; esa verdad no es hija de una alma vulgar: Sor Juana fué, sin
duda, mu{VII}jer de gran talento, y sus obras deben ser dignas de ella.
Este juicio, ya por demas favorable, vino á robustecerse con la honrosa
memoria que de la Monja de Méjico hace el insigne historiador moderno,
César Cantú, y con las biografías de la misma que consultamos
posteriormente. Mas el criterio fundado en el dicho de otros autores,
por muy acreditados que sean, es con frecuencia inseguro; ó por lo ménos
es indudable que vale mas la luz obtenida por medio de las observaciones
propias, aunque sea corta, que la que se recibe por la reflexion de
agenas inteligencias. ¡Las obras! veamos las obras de la Monja! Y tanto
mayor era el deseo de verlas, cuanto los escritores citados la atildan
de gongorista, y queriamos que nos constase este pecado de una poetisa
por quien ya ardiamos de entusiasmo.
¡Las obras! las obras de la Décima Musa! ¿Dónde dar con ellas en
nuestra tierra en que es tan difícil hallar libros antiguos y en que
casi no existen bibliotecas públicas? Sin embargo, las buscaremos;
nuestras diligencias no serán infructuosas; leeremos esas obras con el
interes que cumple à un americano, y sin duda hallaremos en ellas mucho
bueno. Sí, es impo{VIII}sible que Sor Juana Ines no haya producido mucho
bueno. El gran ingenio que se estraviò imitando á Góngora en lo malo, ha
debido imitarle tambien en lo excelente, ó no es un gran ingenio, y no
es la poetisa celebrada por Ticknor y Cantú.
Las perlas sacadas del fondo del mar no son para que yazgan
perpetuamente sepultadas en el fondo de un cofre, y, sinembargo, tal es
la suerte que á muchas cabe. Así sucede tambien con algunas producciones
del talento, y quizás tan mal destino ha cubierto con sus sombras las de
la monja mejicana. Celebradas con calor cuando aparecieron, brillaron en
la corona de la Nueva España por cortos años. Cambiáronse los tiempos;
al exceso de mal gusto del siglo culterano se siguió el rigor de la
reaccion literaria, y la sociedad, avara é injusta, encerró esas joyas
en el cofre del olvido, confundiéndolas sin discernimiento con las
zarandajas y pepitorias ridículas que en verdad abundaron en España y
América con lastimosa profusion. Busquémos, pues, los cantos de la
arrebatada musa de Nueva España, busquémoslos como otros buscan el oro
que la avaricia cubrió de tierra por sustraerle de las miradas de la
necesidad.{IX}
III
Grande amor hemos profesado siempre á nuestra América, tan rica y tan
hermosa, y á esta pasion ha correspondido nuestro entusiasmo por sus
glorias. Cuando tratamos de ellas, Méjico, Colombia, Venezuela, Ecuador,
Perú, Bolivia, Chile, todas las naciones del mismo orígen y que viven de
la misma vida intelectual y moral en el Nuevo Continente, constituyen
para nosotros una sola patria. Los lazos de la lengua y literatura son
poderosos por naturaleza; pero en América han adquirido mayor grado de
robustez, especialmente desde su emancipacion política, porque desde
entónces los americanos han formado un grupo aparte, diremos así, de
ideas íntimas é intereses vitales muy diversos de los de la madre
patria.
De este amor americano nacia principalmente nuestro anhelo de conocer
las obras de Sor Juana Ines de la Cruz. Ya presentíamos, alumbrados por
la muestra que habíamos visto, como acabamos de insinuarlo, que serian
dignas de todo elogio, y honrosas para Méjico y toda la América
española. Las producciones que brotan en este adorado suelo son frutos
de una misma huerta, sazonados por un mis{X}mo sol y destinados al
alimento y deleite de una sola familia.
Un dia tuvimos un verdadero gozo: dimos con el tesoro que buscábamos.
Nuestro querido amigo el doctor don Ramon Miño, cuya muerte lamentamos
todavía, nos lo proporcionó con su generosidad acostumbrada,
franqueándonos su selecta y abundante librería.
Para quien no hubiese tenido tantas ganas de hacer la lectura de dichas
obras, habria sido repugnante hasta el aspecto de tres tomos forrados en
pergamino, maltratados, de malísima impresion en su mayor parte y de
ortografía viciada por demas, como lo general en los libros españoles de
aquel tiempo;[B] mas nosotros emprendimos gustosos esa tarea, leyendo
hoja por hoja, párrafo por párrafo, deteniéndonos en cada estrofa y cada
línea, á fin de suplir los defectos tipográficos, errores de ortografía
y á veces hasta cambios de palabras, independientes, no cabe duda, de la
voluntad de la autora, y penetrando de esta suerte los pensamientos y
bellezas poéticas, que no son escasas.
Al mismo tiempo que íbamos buscando y{XI} entresacando de esos tres tornos
que encierran las obras completas de la monja, todo cuanto nos parecia
digno de recomendacion para formar un conjunto de sus poesías selectas,
íbamos tambien tomando datos acerca de su vida, bien de sus propios
versos y prosa, bien de lo que de ella han dicho sus panegiristas, para
añadirlos á las noticias que ya poseíamos y cumplir nuestro propósito de
escribir su biografía junto con el juicio crítico de sus partos
literarios.
El P. Diego Calleja, de la Compañía de Jesus, en la aprobacion del
último tomo de los escritos de Sor Juana Ines, trae bastantes y curiosos
rasgos de su vida; pero son mas interesantes los que la religiosa da de
sí misma en una larga y recomendable carta que dirigió á Sor Filotea de
la Cruz, monja trinitaria y, al parecer, mejicana tambien. Ademas, la
dan á conocer perfectamente el propio carácter y especial movimiento y
colorido de sus producciones. Esto lo penetró muy bien uno de los
prologuistas de sus obras cuando dijo, hablando en general de los
escritores, que “se trasuntan insensiblemente al papel las facciones del
alma.” El pensamiento de Buffon, “el estilo es el hombre,” no fué, pues,
tan original que digamos.{XII}
Condicion precisa de todo letrado ingenio es trasmitir poca ó mucha
parte de su ser interior á sus obras: ellas son el espejo de las
pasiones y vida de sus autores. Esto es muy natural, porque es rarísimo
el talento de escribir lo que no se siente, sacando del tintero y no del
alma cuanto se va espresando con la pluma. Si esto sucede generalmente,
los poetas en especial no pueden contradecirse á sí mismos; y si lo
hacen, á fe que no dan á sus producciones aquel sentido, aquella
vitalidad ó espíritu que se comprende y no se esplica, y que forma la
esencia de la poesía. La estética de los hijos del Parnaso es innata;
por eso cada uno de sus versos, cada uno de sus pensamientos es hijo
legìtimo de su númen, pedazo de su propia naturaleza arrancado por la
fuerza de la inspiracion.
¿Percibis en el jardin, á la hora en que la noche comienza á descolgar
su velo sobre el mundo, un olor suavísimo y delicioso? Es la fragancia
del jazmin sacudido por el céfiro. Así es la poesía del alma sacudida
por el estro. La fragancia os da á conocer la flor: la poesía os da á
conocer al poeta.
Hemos visto algunas biografías de la ilustre monja; mas, no obstante,
juzgamos{XIII} que en la actualidad no se la conoce ni de nombre cual merece
serlo. Sus obras están olvidadas; ¿se piensa que apénas son buenas para
consultadas por los eruditos? ¡Ah, qué error! tamaño error que ha hecho
que los Parnasos y Colecciones carezcan de ellas. Hasta el célebre
Quintana ha desterrado de la suya las poesías de Sor Ines. ¿Es posible
que no haya hallado entre estas joyas ni una sola digna de seleccion? No
puede ser: entre las que forman su Tesoro del Parnaso hay algunas
inferiores á varias de las de la musa mejicana, y debemos atribuir la
omision mas bien á falta de conocimiento de estas que á falta de buen
gusto ó á injusticia.
Nosotros queremos, pues, sacudir el polvo que cubre las producciones de
que venimos hablando, escojer las mas bellas y darlas nuevamente á luz
para deleite de los amantes de la verdadera poesía. No alcanzamos la
razon que algunos tengan para aprovechar de las obras que ostentan
mérito actual, por corto que á veces sea, y ver con desprecio las que
fueron escritas en otros tiempos y cuyas bellezas, por muy acompañadas
que estén de errores y faltas, no dejan de ser bellezas de primer órden,
agradables y dignas de encomio. ¿No seria necedad olvidar el oro{XIV} de
Góngora á causa de su escoria? Y eso que nadie ignora cuánto mal hizo á
la literatura castellana el autor de las Soledades.
IV
A pocas leguas de la ciudad de Méjico, en un pintoresco lugar dominado
por dos montes, hallábase la alquería de San Miguel de Nepanthla,
propiedad de don Pedro Manuel de Asbaje y doña Isabel Ramírez de
Cantillana. Hija legítima de estos honrados colonos y en aquel retiro
naciò Juana Ines el 12 de noviembre de 1651. Uno de sus biógrafos hace
notar la circunstancia de haberse verificado el nacimiento en una
habitacion llamada celda, para que en una celda tambien viviese y
muriese cuarenta y tres años y medio mas tarde el célebre personaje que
nos ocupa.
Tres años de edad contaba la niña cuando, gracias á su precoz
inteligencia, comenzó el aprendizaje de las primeras letras. Apénas
cumplido un lustro, sabia leer, escribir, contar y otras menudencias que
suelen aprender las niñas en mas adelantados años. A esta sazon despuntó
asimismo su amor á la poesía, pues gustaba de aprender y recitar versos
españoles, y{XV} con tan asombrosa facilidad la practicaba, que su nombre
adquiria creciente fama, y ya no era difícil prever cuan tamaña seria en
lo futuro.
La naturaleza señala al parecer el camino que ha de llevar cada criatura
en el mundo. A veces esta determinacion irrevocable permanece oculta
largos años, y asoma al declinar las primeras fuerzas de la vida:
testigos, entre otros, Richardson y Rousseau. Otras veces como que viene
cierto poder misterioso á romper el egoismo de la naturaleza, y á
manifestar el genio que yacia escondido: testigos Corregio y Ana Cowley.
“Yo tambien soy pintor,” esclamó entusiasmado el primero, y fué, en
efecto, gran pintor. “Yo tambien soy autora,” dijo con igual inspiracion
y fuego la segunda, y fué, como se sabe, célebre dramaturga. Otras
veces, en fin, madura el ingenio con demasiada prontitud, y los niños
piensan y obran como los viejos que han visto agostarse sus dias entre
el polvo de las bibliotecas y las pesadas horas de una constante
vigilia. Pero en este caso acontece por lo general que se pierde el
equilibrio entre las fuerzas del cuerpo y las del espíritu; este triunfa
desde luego, mas el otro se desbarata y cae en la tumba.{XVI} Cuanto mas
grande y viva es la llama, tanto mas presto se consume la cera del
hacha.
Juana Ines fué uno de estos seres excepcionales, niños en edad y viejos
en inteligencia. No habia rayado todavía en su octavo año, cuando
llevada por la noble codicia de un libro ofrecido en premio, escribió
una loa al Santísimo Sacramento, que llamó la atencion de los
entendidos. Se cuenta que doña Gertrúdis Gómez de Avellaneda, gran honra
de las letras americanas, escribió tambien en la misma edad de la
poetisa mejicana un cuento intitulado “El gigante de cien cabezas.”
¡Cómo ha solido fecundar siempre el sol del Nuevo Mundo las
inteligencias femeninas!
Juana Ines, en su vehemente anhelo de saber, temia que algunos manjares
influyesen en aminorar su talento y memoria, y se abstenia de ellos.
Otras veces se cortaba el cabello en cierta medida, imponiéndose la
obligacion de aprender tal ó cual materia durante su crecimiento, y de
cortarle nuevamente en via de castigo si salia fallido su propósito;
porque “no me parecia razon, dice ella misma, que estuviese vestida de
cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que{XVII} era mas
apetecible adorno.” En mas de una ocasion rogó con instancia á sus
padres que la enviasen, disfrazada en traje de varon, á cursar las
ciencias en la Universidad de Méjico; pero como no consiguiese este
imposible, se desquitaba leyendo “muchos y varios libros” que poseía su
abuelo, “sin que bastasen castigos ni reprehensiones á estorbarlo.”
Al fin, conducida á Méjico á los ocho años, pudo hallar mas vastos
elementos de instruccion en nuevos libros, y proteccion y estímulo
poderoso; si bien parece que en el seno de su familia halló
contradicciones que vencer. Acabamos de ver que ella misma habla de
“castigos y reprehensiones,” y en otros pasajes de sus obras pudieran
hallarse nuevos testimonios sobre este punto; mas nos contentaremos con
citar las siguientes cuartetas de un romance en que habla de la
facilidad que tenia para versificar:
“Y mas cuando en esto corre El discurso tan á priesa, Que no se tarda la pluma Mas que pudiera la lengua. Si es malo, yo no lo sé: Sé que nací tan poeta, Que, azotada como Ovidio, Suenan en metro mis quejas;” {XVIII}
y tambien este trozo de un escrito en prosa: “Lo que sí es verdad que no
negaré (lo uno porque es notorio á todos, y lo otro porque, aunque sea
contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor á la
verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razon, fué tan
vehemente y poderosa la inclinacion á las letras, que ni agenas
reprehensiones, que he tenido muchas, ni propias reflexas, que he hecho
no pocas, han bastado á que deje este natural impulso que Dios puso en
mí.”
Por la misma época en que compuso su primera loa, empezó á estudiar
latinidad bajo la direccion de un respetable sacerdote, su tio. Unas
pocas lecciones fueron suficientes para ponerla en camino; pues,
careciendo luego de maestro, su talento y aplicacion suplieron la falta,
y con admirable prontitud la lengua del Lacio le vino á ser familiar.
Careció asimismo de preceptores para las demas artes y ciencias que
llegó á poseer; pues algunas veces, cuando ha nacido el alma con cierta
superior disposicion para cosas grandes, sus facultades se desenvuelven
en la soledad y el silencio, padres de la meditacion, y las páginas de
un libro son mas provechosas{XIX} que las palabras de un pedagogo. Y no
faltan, por otra parte, ejemplares de haberse maleado la generosa
naturaleza con una enseñanza errada. Raros son los maestros que conocen
la índole intelectual de sus discípulos y la guian sin extraviarla.
Los marqueses de Mancera, vireyes de Méjico á la sazon, añadieron al
timbre de su ilustre cuna y alta suposicion el no ménos distinguido de
constituirse Mesénas de Juana Ines. La proteccion que la prestaron fué
abierta y sin límites; lleváronla á vivir consigo en palacio, y la
vireina cobró tal cariño á la niña, que no podia pasarse sin verla. La
regalada vida no fué, sinembargo, como suele suceder especialmente en la
infancia, un estorbo para los estudios y la concentracion de aquel
númen, cuya condicion le arrebataba irresistible á las regiones de la
inteligencia y del espiritualismo. Por el contrario, dado á sus anchas á
su ocupacion favorita, aumentaba todos los dias su caudal de saber, y
derramaba poesía con profusion en torno suyo.
Habia cumplido los diez y siete años de edad, con la satisfaccion de no
haber perdido nunca su tiempo en frivolidades, ni de haberse pagado de
su propia belleza y gracias exteriores con menoscabo de las{XX} prendas del
alma. El tiempo es dinero, dice una moderna máxima inventada por la
codicia; pero las almas nobles parece que siempre han dicho: el tiempo
es sabiduría.
Hermosa y atractiva de cuerpo y semblante, de corazon mansísimo,
discreta en conceptos y acciones, y amable en el trato con toda clase de
personas, cautivaba fácilmente las voluntades; pero su raro saber la
atraía tambien el respeto y admiracion de cuantos la comprendian. Solo
ella, al parecer, no se conocia bastante, lo cual es dote del buen
talento, que lleva en sí joyas preciosas escondidas á sus propios ojos y
visibles á los agenos.
En aquella edad, esto es, á los diez y siete años, cuando la vida es
para hombres y mujeres un alegre mosaico de ilusiones y el corazon un
armonioso instrumento que suena al toque de cualquier afecto, el alma de
Juana Ines se hallaba nutrida de variados y sòlidos conocimientos. Era
una planta cargada de frutos precoces, mas no por esto ménos bien
sazonados que los que produce un árbol crecido y desarrollado en muchos
años. Filosofía, escritura santa, teología, historia profana, geografía,
matemáticas, lógica, retórica, física, derecho civil y canónico,{XXI}
arquitectura, música, y otros ramos de ciencias y artes fueron abarcados
por su vasta y poderosa capacidad. A par de claro juicio gozaba de feliz
memoria y de facilidad de espresion. Tertuliano y San Gerónimo, San
Agustin y Santo Tomas, así como otros muchos padres de la Iglesia eran,
fuera del Antiguo y Nuevo Testamento, sus fuentes de erudicion piadosa.
En lo profano su caudal de conocimientos fué adquirido en la lectura de
los clásicos latinos, poetas y prosistas, y en los autores españoles,
reflejos de aquellos en su mayor parte. Los sucesos históricos de Grecia
y Roma, cronológicamente estudiados, y la ingeniosa mitología de esas
dos naciones, troncos robustos de la civilizacion antigua, se hallaban
prestos en sus labios para amenizar la conversacion, ó brotaban de su
pluma con tino y gracia seductores.
Un dia el marques de Mancera entró en tentacion de someter á dura prueba
la sabiduría de la jóven, y reunió en palacio mas de cuarenta personas
de lo mas ilustrado de Méjico para que la examinasen. Juana Ines, que
siempre hizo gala de su obediencia y sumision á quienes la protegian, se
rindió á los deseos y mandato del virey, y se presentó al acto
sin{XXII}gular. Llovian sobre ella de todas partes las proposiciones y
argumentos sobre variadas y difíciles materias; mas no era vulgar
colegiala quien respondia, sino una maestra que, sobre bien fundados y
extensos conocimientos, poseía un admirable talento para comprender y
juzgar, y grande viveza de imaginacion para dar vigor y diversos
movimientos á su discurso y raciocinio. Su dialéctica era invencible
porque no era aprendida, sino obra espontánea de la razon ilustrada.
Así, pues, el triunfo que obtuvo en la controversia fué completo.
Merecen copiarse las palabras que trae su biógrafo, el P. Calleja,
refiriéndose al marques de Mancera: “A la manera, dice, que un galeon
real se defendiera de unas pocas chalupas que la envistiesen, así se
desembarazaba Juana Ines de las preguntas, argumentos y réplicas que
tantos, y cada uno en su clase la propusieron”.
Tan buen éxito, sinembargo, no dejó en el ánimo de la jóven ninguna
impresion. ¿Fué modestia? ¿fué orgullo? Acaso no quedó satisfecha de sí
misma; talvez no juzgó gran cosa el haberse sobrepuesto á quienes sabian
ménos que ella; si bien, como ya dijimos, parece que fué la única que
nunca conoció su propio valer. En todo{XXIII} caso, si obró la modestia, digna
fué de alabanza, y si el orgullo, harto justificado quedó.
Pudiera creerse con razon que mucha parte de la fama de Juana Ines fué
debida al tiempo en que vivió; pero si se examinan sus escritos aunque
sea á sobre peine, no es difícil descubrir en ellos, á pesar de sus
innegables defectos, hijos ellos sí del tiempo, que aquella jóven poseía
prendas naturales y conocimientos de tan genuino mérito, que hoy en dia
tanto como entónces nadie podria menospreciar, á no ser algun bárbaro.
Prueba es tambien de su mérito no vulgar el deseo de conocerla
personalmente que tuvieron los sujetos mas distinguidos de Nueva España
y de toda la América latina, y el eco que hizo su nombre en la
Península, no obstante que la condicion de americana debió influir acaso
en suscitar algunos celos. Parece que en todo tiempo se ha tenido á la
América por mas fecunda en oro y plata que en riqueza de inteligencia;
y, sinembargo, la historia prueba que si las arcas reales de España se
colmaban con los metales preciosos de las colonias, las letras no
dejaron de percibir su tributo, si relativamente corto en verdad, en
ningun caso{XXIV} despreciable, ya se atienda á su mérito real, ya al mismo
atraso en que por aquellos siglos se bailaba la educacion literaria de
nuestro continente.
Juana Ines nació en mala época, no cabe duda, y habria sido milagro que
no se contaminase de los vicios literarios dominantes, como lo fuera que
un cisne conservara blancas las plumas en una charca de tinta. Pero la
fuerza del talento la salvó de la completa perdicion en que tantos de
sus contemporáneos se sumieron: ha dejado versos que la recomiendan hoy
y que la harán pasar á la posteridad mas remota, y trozos de prosa en
que se paladea el puro lenguaje de Santa Teresa. Casi no hay obra suya,
aun entre las mas culteranas, que no tenga cierto sello que patentiza
una alma no comun, un corazon de oro y una fecundísima imaginacion. Así
como entre las nubes tempestuosas se ven intersticios luminosos que dan
á conocer que el sol está tras ellas, así tambien en las mas defectuosas
de las piezas de nuestra poetisa hay rasgos que revelan su genio. La
necedad y la ignorancia nunca tienen lúcidos intérvalos ni pueden
producir jamas cosa ni medianamente buena. El verdadero talento nunca se
eclipsa del todo, porque tiene algo divino, y por{XXV} tanto superior á las
miserias de la tierra. Ademas de todo esto, y aunque la mayor parte de
las obras de Juana Ines estuvieran por estremo enfermas del mal gusto de
Góngora, las que se libertaron de este achaque, así en verso como en
prosa, bastarian para justificar el buen nombre de la autora.
Y ¿no sucede otro tanto con el mismo Góngora? Todo el mundo condena sus
funestos delirios que echaron por tierra la literatura española; mas
¿quién no admira sus aciertos? El famoso demoledor del buen gusto de las
musas castellanas es mas responsable por este daño causado con su
ejemplo, que por haber extraviado su propio talento; pero ¿quién se
atreverá á negarle sus insignes dotes de poeta? Atinado anduvo á fe
quien le llamó Angel de tinieblas. Sì, se envolvió de tinieblas, mas
no dejò de ser àngel; cayó arrastrando consigo multitud de secuaces, mas
no se confundió con ninguno de ellos.
V.
Costumbre ó necesidad española fué que los mayores ingenios, tanto en la
Península como en América, se encerraran en las claustros ò se
arrimaran, en pos de{XXVI} mejor suerte, á las inmunidades del altar.
Recórrase la estensa lista de los escritores españoles, prosistas ó
poetas, hasta muy avanzada la segunda mitad del último siglo, y se
hallará que la mayor parte fueron eclesiásticos, debiendo notarse que
muchos tomaron este estado ya entrados en edad y despues que habian
adquirido fama literaria en el mundo.
La vida retirada y de contemplacion debe ser muy favorable á las letras,
porque en ella se robustece el espíritu y aguza la inteligencia. En
efecto, nuestra literatura religiosa debida á Santa Teresa, frai Luis de
Leon y otros muchos varones que brillaron en la Iglesia hispánica,
muestra cuánto alcanza el talento concentrado en sí mismo y léjos de las
distracciones del mundo.
Pero el ascetismo no es para todos; ni siquiera los que á el se
consagran pueden, con bien raras escepciones, olvidarse que son
compuestos de carne y sangre. La naturaleza visible y palpable que los
rodea, el gérmen de las pasiones humanas que nunca se aniquila del todo
con los ayunos y las maceraciones, los sacan de tarde en tarde de las
mìsticas regiones para que den un respiro en las de la materia y la vida
real. El mismo frai Luis{XXVII} de Leon hizo mas de una vez sonar profanamente
su lira, y estudió, imitó y tradujo los clásicos latinos; y unos cuantos
otros frailes y clérigos ilustres, ó mezclaron las inspiraciones divinas
con las reminiscencias de la tierra, ó contentos con honrosos títulos y
una conducta arreglada aunque no mística, se dieron á visitar con
frecuencia los templos de Apolo y de Minerva: querian á un tiempo
asegurar su entrada en la bienaventuranza y figurar con afamado nombre
en la sociedad. Si este proceder era evangélico, ó por lo contrario
digno de censura, no nos toca examinar; nos basta confesar que creemos
hay organizaciones naturalmente inclinadas á la vida monacal, y que los
llamados á ella por un secreto y poderoso atractivo hacen muy bien de
seguirla. Debe ser cosa agradable y consoladora para quien no tiene
apego á los objetos mundanos, volverles las espaldas con noble desden,
reducirse á una sociedad de pocos individuos, acortar las necesidades
del cuerpo, satisfacer ampliamente las del alma y aspirar en el silencio
de las pasiones y el olvido de sí mismo á un bien inmenso que solo se
encuentra allá arriba.
Ceguedad de la costumbre ó impulso de la necesidad ó acaso arranque de
des{XXVIII}pecho fué lo que llevò tambien á Juana Ines de Asbaje á un
monasterio. Hallamos tal contradiccion entre su carácter revelado
claramente en sus poesías, y las austeridades del claustro, que hemos
meditado mucho por descubrir el verdadero motivo que la indujo á huir de
la sociedad mundana y cubrirse con las tocas monjiles. Dícese que la
mujer es infiel guardiana del secreto. Créase en hora buena en tal
acusacion; mas su propio corazon es un arcano que aunque nos lo quisiera
esplicar ella misma, no lo podriamos comprender. Lo único que se nos
alcanza es que miéntras mas lucido sea el talento de una mujer, mas
fogosas son sus pasiones, y por consiguiente con mayor facilidad se
sacrifica en las aras del ídolo, cualquiera que sea, que ha podido
seducirla. En la antigüedad las Safos daban el salto de Léucades; en los
siglos modernos las Eloisas se sepultan vivas en los claustros. La
naturaleza moral de las mujeres es la misma; solo las creencias y las
costumbres han cambiado; mas el resultado de sus afectos llevados al
ùltimo grado de tirantez, es el mismo tambien: es buscar con ansia
febril léjos de mundo, léjos de la vida, léjos del ruido el antídoto
contra los celos ó el dolor intenso, la calma{XXIX} de la tempestad que agita
el corazon; alguna cosa, en fin, que apague esa especie de electricidad
de que está poseido todo su ser y que estalla en forma de llanto, de
quejas, de ayes agudos, hasta de gritos frenéticos. La vocacion, á
nuestro ver, no se forma: es innata, y Dios la imprime en la naturaleza
humana. No es, pues, el hombre quien la adquiere; lo que el hombre hace
con frecuencia, es contradecir la voluntad de Dios y labrarse su
desgracia. Dudamos que Juana Ines haya tenido inclinacion natural á la
vida monástica, y nos atrevemos á creer que, consagrándose á ella, se
impuso un sacrificio violento por causas que no es dable penetrar, pero
que se traslucen bastante bien. Si fué desgraciada ó venturosa en el
convento, tampoco lo podemos asegurar; mas fué virtuosa y es probable
que seria feliz cuanto es posible serlo en medio de las contradicciones
de una existencia amarrada por fuerza á un yugo estraño y pesado.
Ademas, amaba con pasion la lectura y el estudio, que son tambien
elementos de consuelo y bienestar.
El Diccionario histórico, y, siguiendo el dicho de este, varios otros
escritores, aseguran que la resolucion de nuestra heroina fué ocasionada
por la muerte del jó{XXX}ven con quien iba á casarse. Nuestra opinion
concuerda bastante con esta. No sabemos cuáles sean las fuentes de donde
tal noticia se ha tomado; pero que hubo muerte, ausencia ó pérdida del
amante de cualquier modo que sea, es un hecho mas que probable.
Sinembargo, aceptando por una parte como evidentes la reparticion que la
jóven hizo de sus bienes à los pobres, y el haber esperado que muriesen
sus padres para darse definitivamente á la vida monástica, como lo
aseveran dichos autores, queremos en todo lo demas atenernos á los
contemporáneos de la religiosa y á sus propias obras; aquí, en estas
bases mucho mas seguras apoyaremos nuestro criterio. Los últimos son
contradictorios de los primeros: Sor Ines misma dice y presenta cosas
capaces de hacer vacilar al observador que no tenga el pulso necesario
para sujetarlas en la tenaza de la lógica; y no obstante, allí está la
verdad; sí, allí está; la estamos viendo: la túnica con que se la ha
cubierto es de gasa de Cos.
El P. Calleja, ántes mentado, asegura que Juana Ines nunca pensó en
casarse, y para justificar su resolucion de tomar el velo, habla con
gracia de lo caduco y fútil de la belleza exterior y de los pe{XXXI}ligros
que la rodean, “porque el verdor de los pocos años tiene su misma
ternura por amenaza de su duracion; y no hay abril que pase de un mes ni
mañana que llegue á un dia;” y porque “la buena cara de la mujer pobre
es una pared blanca donde no hay necio que no quiera echar su borron.”
El mismo Padre habla en seguida sobre lo incompatible de los estudios á
que se habia aplicado la jóven, con las obligaciones de religiosa,
obstáculo que, no sabemos cómo, allanó el jesuita Antonio Núñez,
sacerdote bien reputado y confesor de los vireyes de Méjico. A este
propósito dice la misma Juana Ines estas notables palabras: “Y sabe (su
Divina Magestad) que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento,
dejando solo la que baste para guardar su ley, pues lo demás sobra
(segun algunos) en la mujer, y aun hay quien diga que daña. Sabe tambien
su Magestad que, no consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi
nombre mi entendimiento, y sacrificársele solo á quien me le dió, y que
no otro motivo me entró en la religion, no obstante que al desembarazo y
quietud que pedia mi estudiosa intencion, eran repugnantes los
ejercicios y compañía de una comunidad; y despues en ella, sabe el{xxxii}
Señor y lo sabe en el mundo quien solo debió saber, lo que intenté en
órden á esconder mi nombre, y que no me lo permitió diciendo que era
tentacion; y así seria.” “Éntreme religiosa, dice en otro lugar, porque
aunque conocia que tenia el estado cosas (de las accesorias hablo, no de
las formales) muchas repugnantes á mi genio, con todo, para la total
negacion que tenia al matrimonio, era lo ménos desproporcionado y lo mas
decente que podia elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi
salvacion; á cuyo primer respecto, como al mas importante, cedieron y
sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de
querer vivir sola, de no querer tener ocupacion obligatoria que
embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que
impidiese el sosegado silencio de mis libros.”
Lo que dejamos trascrito pudiera ser buen testimonio de que Juana Ines
buscó en los claustros solo la perfeccion de la virtud ascética: queria
que se apagase su inteligencia y que su nombre no luciese en el mundo;
queria consagrarse toda á Dios; se humillaba, se abatia, se anonadaba.
Mas ¿cómo armonizar este procedimiento con su delirante pasion á los{XXXIII}
estudios profanos? ¿cómo convenir en que haya llegado aquella austera
virtud á ser la reina absoluta de un corazon cuyo fuego, que nada tiene
de místico, está todavía y estará vivo y abrasador como el de la musa de
Lésbos,[C] en mas de un centenar de versos? “A la verdad, yo nunca he
escrito, dice nuestra heroína, sino violentada y forzada, y solo por dar
gusto á otros, no solo sin complacencia, sino con positiva
repugnancia”... “El escribir nunca ha sido dictámen propio, sino fuerza
ajena, que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistes” ¡Qué
conflictos los nuestros! Todo esto es verdad sin duda; pero lo es
tambien lo que pensamos, y nuestra lógica está fundada en pruebas que
nos proporciona la misma poetisa...
Pero no, no es así; corrijamos nuestros conceptos que van errados. La
aficion de Juana Ines á los estudios debia producir frutos; pero estos,
si provenian de asunto sagrado, eran peligrosos, y “yo no quiero,
confiesa ella, ruido con el Santo Oficio, y tiemblo de decir alguna
proposicion mal sonante, ó torcer la genuina inteligencia de algun
lugar.”... “El cual inconveniente no topaba en los asuntos pro{XXXIV}fanos,
pues una heregía contra el arte no castiga el Santo Oficio, sino los
discretos con risa y los críticos con censura.”
¿Satisface esta razon? Sí que satisface, contestamos. El espíritu
religioso de aquellos tiempos que se mezclaba tanto en las menudencias
del hogar como en los mas trascendentales enredos de la vida pública,
hacia difícil el tratar ciertas materias; y entre lo sagrado que podia
abrir al escritor las puertas de una mazmorra para encerrarle por largos
años, y esto saliendo bien librado, y lo profano que deleitaba sin
peligro, no cabia vacilacion: se elegia lo segundo, por mas que hubiese
necesidad de rozarse, y á veces hasta ensuciarse (¡oh fea
contradiccion!) con el sensualismo de los paganos, tan opuesto á las
puras doctrinas del Evangelio. Juana Ines, que tenia necesidad de dar
salida á un gran caudal de pensamientos que bullian represos en su
mente, obró muy bien en levantar la compuerta de plata del lado de la
tierra, y mirar con respetuoso temor la de oro del lado del cielo. Sí,
muy bien obrò, y tanto mas cuanto, á nuestro juicio, lo profano que
aceptó por necesidad, no dañó nunca el sentimiento piadoso arraigado en
su alma.
Pero Juana Ines asegura que nunca se{XXXV} inclinó al matrimonio, y esos
versos de fuego, esos versos que centellean como desprendidos del hierro
candente golpeado sobre el yunque, fueron arrancados por la fuerza, casi
con violencia; ¿cómo entendemos esto? ¡Ah! ¿os acordáis de Eloisa?
Tambien se opuso al matrimonio. ¡Noble espíritu de la décima musa,
perdonadnos! vos habeis dejado impreso vuestro ser en unas cuantas
estrofas, y sois la causa de que así os juzguemos... La fuerza, la
violencia, el poder de una mano que la jóven besaba y bendecia con
gratitud, el dulce imperio de una voz para ella mágica é irresistible,
la hicieron pulsar el laud y cantar: Juana nunca pudo resistir á los
deseos é insinuaciones de su protectora la marquesa de Mancera, y de
otras personas que, por el afecto y consideracion que la merecian,
habian llegado á adquirir una suerte de imperio sobre ella. Cantó, pues,
y aunque lo hizo de la manera que lo dice, no pudo ocultar sus propios
afectos, y los trasladó á sus versos. Sea espontáneamente, ó bien por la
herida que hace el acero en la corteza, el enebro produce incienso, y no
ninguna otra resina. Para ocultar esos afectos era preciso guardar
silencio; al cantar, su aparicion era infalible. De lo contrario ha{XXXVI}bria
mentido la poetisa: sus cantares fueran falsos, descoloridos,
insustanciales, frios como témpanos. Cierto, Juana Ines queria esconder
lo que sentia, y le causaba positiva repugnancia aquello que debia
hacer traicion á su secreto.
Quedan, pues, en su punto nuestras sospechas. ¡Qué! sospechas, decimos,
y decimos mal: á nuestro juicio hay evidencia: Juana abrigaba una pasion
de esas vehementes, violentas, consumidoras pasiones que prenden solo en
el pecho de las poetisas formadas por el amor y para el amor. La
sensibilidad con que nacen constituye su tormento y su gloria. Aman con
delirio, padecen sin tregua, se sacrifican con heroismo; la espresion de
su cariño, sus quejas, suspiros, gritos de angustia... todos son
cantares, todos son melodías; y enbebecidas en los afectos ó en los
dolores que las dominan, no advierten que el mundo las escucha; y
absortas en su historia íntima actual, no tienden las miradas á lo
porvenir donde brilla ya la seductora estrella de su fama. El poeta es
un templo vivo consagrado á los afectos y á las ilusiones, y su propio
corazon es la víctima del cotidiano sacrificio; mas la poetisa añade
tanta ternura, tanto atractivo y misterio á ese culto sublime, que casi{XXXVII}
siempre se hace superior, por este respecto, á su hermano de sentimiento
y de armonía.
“Deja que nuestras dos almas, Pues un mismo amor las rige, Teniendo la union en poco, Amantes se identifiquen.
Un espíritu amoroso Nuestras dos vidas anime, Y Láchises al formarlas De un solo copo las hile;
Nuestros dos conformes pechos Con solo un aura respiren, Un destino nos gobierne Y una inclinacion nos guie”.
¿Escuchais? Es Juana Ines quien deja escapar esas veces del corazon, esa
melodía del amor.
Y estos no son los únicos ni los mas lucidos versos en que muestra su
pasion: ¡oh, no! los hemos tomado á la ventura, reservándonos examinar
mas adelante las mejores de sus poesías amorosas. Con todo, vienen muy á
cuento las siguientes cuartetas para la materia que tratamos:
“Yo me ocuerdo (¡oh nunca fuera!) Que he querido en otro tiempo,{XXXVIII} Lo que pasó de locura Y lo que excedió de extremo.”
“Tan precisa es la apetencia Que á ser amados tenemos, Que aun sabiendo que es inútil, Nunca dejarla sabemos.”
“Si es delito, ya lo digo; Si es culpa, ya la confieso; Mas no puedo arrepentirme, Por mas que hacerlo pretendo.”
“Pero valor, corazon, Porque tan dulce tormento, En medio de cualquier suerte, No dejar de amar protesto.”
He ahí una confesion que ha debido excusarnos de escribir la mitad de
cuanto en este capítulo llevamos dicho: ¡Juana Ines amaba! No importa
que no sepamos quien fué el dichoso mortal en quien fijó sus ojos esta
eminente mujer; contentámonos de saber que fué apasionada en el amor, de
entrever que no fué dichosa en él, de recelar que algun desengaño,
alguna pérdida, alguna de esas hondas penas propias de las almas
elevadas y vehementes, contribuyeron á llevarla al monasterio, asilo
frecuente, aun en dias de vivos, de{XXXIX} las desgracias que no tienen
remedio en el mundo. Juana halló, queremos suponer, el consuelo que
buscaba, y llegó talvez á disfrutar alguna felicidad: fué virtuosa,
amaba el estudio; ya lo hemos dicho.
Poco tiempo despues de haberse colmado de gloria sosteniendo el certámen
á que fué obligada, y ántes de haber llegado á los diez y ocho años de
edad, tomó el velo en el monasterio de San Gerónimo de Méjico. Mas no
por esto rompió del todo con el mundo: era una lámpara que Dios habia
encendido para que puesta en alto alumbrara á todos los de la casa, y no
para que fuese escondida debajo del celemin. La fama de su sabiduría la
obligaba á vivir en comunicacion con las personas doctas y de encumbrada
gerarquía; era un oráculo consultado por los vireyes, los prelados, los
literatos y hombres científicos, nacionales y estranjeros, y por este
medio participaba, mal su grado, de la vida social y profana que se
agitaba allende los muros de su convento. Su sed de mayor sabiduría iba
á par del brillo de su nombre y de la admiracion general de que era
objeto, y doblaba el estudio y la meditacion. Sinembargo, no dejaba de
cumplir con puntualidad sus deberes de monja, y como “la caridad era{XL} su
virtud reina,” buscaba y aprovechaba las ocasiones de ejercerla, ya por
medio de oportunos consejos y advertencias, ya con ocultas limosnas, ya
sirviendo hasta de enfermera en el monasterio. Lo que rehusó siempre,
porque le gustaba ménos que estas santas ocupaciones, ó por juzgarlo
como ocasion de malgastar el tiempo, fué tener mando en la comunidad:
dos veces fué electa abadesa, y ambas renunció decididamente. Fué quizás
tambien obra de humildad; mas sino lo fué, bien se comprende la razon
que tendria para rechazar el dominio sobre una reducida grey de mujeres,
quien habia llegado á dominar por la fuerza del ingenio sobre toda una
sociedad lucida y numerosa.
El tino en la distribucion del tiempo lo dobla y hasta triplica, y como
Sor Juana Ines era en todo cuerda y activa, despues de las horas
gastadas en sus piadosas atenciones y en entender en los asuntos
profanos que como á sabia y literata la encomendaban, las tenia, pues,
largas para consagrarse á sus favoritas labores intelectuales y departir
á solas con sus cuatro mil amigos que habia logrado reunir en su
biblioteca. Metida aquí, con leer y mas leer, estudiar y mas estudiar,
como ella misma dice; teniendo por únicos maes{XLI}tros los libros y por
condiscípulo el tintero, alcanzó mayor grado de perfeccion en las
ciencias y artes que ya sabia, aprendió otras y escribió unas cuantas
obras en prosa y verso.
Parece que su organismo hubiera sido hecho exprofeso para la observacion
y la meditacion: cuando no tenia el libro en las manos, hallaba motivos
de estudio en las personas que veía, en los objetos que la rodeaban, en
el suelo que pisaba, en los ángulos de un aposento, en la luz, en el
aire, en todo. “Paseábame, dice en una carta, en el testero de un
dormitorio nuestro, que es una pieza muy capaz, y estaba observando que
siendo las líneas de sus dos lados paralelas y su techo á nivel, la
vista fingia que las líneas se inclinaban una á otra, y que el techo
estaba mas bajo en lo distante que en lo próximo; de donde inferia que
las líneas visuales corren rectas, pero no paralelas, sino que van á
formar una figura piramidal. Y discurria si seria esta la razon que
obligó á los antiguos á dudar si el mundo era esférico ó no; porque
aunque lo parece, podia ser engaño de la vista, &.”
A nuestro juicio, aunque en el convento escribió muchas cosas profanas,
las poe{XLII}sías eróticas deben referirse al tiempo anterior; pues si, como
pensamos y tenemos por indudable, quiso ahogar en el claustro alguna
desgraciada pasion, mal pudo haber atizado su dolencia en vez de
remediarla. A lo ménos no era mujer que no pudiese hacer el sacrificio
de cubrir en lo posible un sentimiento mundano con una piedad necesaria
é imprescindible.
Pero monja era ya cuando se dieron á luz sus obras, y no una sino varias
veces. En la tercera edicion del primer tomo se lee: “Corregida y
añadida por su autora.” Si añadió y corrigió, no tuvo á bien por otra
parte, suprimir los versos harto profanos y amorosos que desdecian de su
estado. ¿Les juzgó inocentes, por ventura, en razon de ser hijos de un
sentimiento verdadero? ¿Tuvo repugnancia de arrancar de su corona esas
rosas brotadas en las huellas del amor? ¿Juzgó innecesario ocultar lo
que ya el mundo conocia? Nada podemos contestar. Los editores dedicaron
las obras de Sor Juana Ines “á la Soberana Emperatriz del cielo y
tierra, María, nuestra Señora,” y esto sí se puede explicar: en aquellos
tiempos en que la religiosidad española era nimia, porque era profunda
la fe y suma la sencillez del espìritu, cuando gustaba algun{XLIII} libro, por
impregnado que estuviese de los miasmas de las pasiones terrenales, se
le echaba la dedicatoria á la Virgen ó á un santo, ó cuando ménos se les
invocaba, como para neutralizar el escándalo que debia producir la
lectura. Esa incoherente muestra de devocion servia de tenaza para
agarrar el ascua. ¡Inocentadas de otra edad! Pudo ser tambien esa
costumbre precaucion para amortiguar el celo del Santo Oficio, que
cierto no culparia de malicioso á quien invocaba un bendito nombre para
dar á la estampa los desahogos del corazon ó los desbordes de la
fantasía.
La publicacion del primer tomo de sus versos trajo muchos disgustos á
Sor Juana. En medio de los elogios aparecieron amargas censuras; pero
estas, mas que en los defectos de las obras, se fundaban en el
disparatado concepto de que el estudio de las letras era incompatible
con la condicion del sexo femenino, y mas todavía con el estado monacal.
El númen poético de la jóven religiosa era especialmente objeto de
serias contradicciones. “¿Quién no creerá, dice en la carta citada,
viendo tan generales aplausos, que he navegado viento en popa y mar en
leche, sobre las palmas de las aclamaciones comunes? Pues{XLIV} Dios sabe que
no ha sido muy así, porque entre las flores de esas mismas aclamaciones
se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones, cuantos no
podré contar”... “Pues por la en mí dos veces infeliz habilidad de hacer
versos, aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no me han dado? ó
¿cuáles no me han dejado de dar?”
De tan necias acusaciones se defiende Sor Juana citando con oportunidad
y gracia varias mujeres célebres por su sabiduría, tanto entre las
gentiles como entre las cristianas, así en la antigüedad como en los
tiempos modernos. Con no menor destreza y fundado raciocinio combate á
los que, aferrados al Mulieres in Ecclesia taccant, querian que dejase
y condenase su aficion al estudio. ¡Salvaje pretension de la cual se
vengó la sabia monja dando rienda á su ingenio! Llegó hasta privarse
voluntariamente, cuanto le fué posible, de la sociedad de sus compañeras
de claustro, por consagrarse mas y mejor á la lectura y la meditacion.
Esto prefieren las almas grandes á la comunicacion con las almas
vulgares.
Pero una de estas llegó a ser superiora de la comunidad, é inducida por
alguno de los que se habian propuesto per{XLV}seguir á Sor Juana Ines, la
prohibió toda lectura y estudio. Entónces era cuando su ardiente
imaginacion buscaba y hallaba hasta en los objetos triviales ocasion de
meditar y aprender. “Si Aristóteles hubiera guisado, decia alegremente
una vez, mucho mas hubiera escrito.” Sinembargo, su espíritu estaba
reducido á una especie de ayuno, y el esfuerzo que hacia para buscarse
alimento sin el auxilio de los libros, vino á quebrantar las fuerzas
físicas, y la jóven cayó gravemente enferma. “Eran tan fuertes y
vehementes mis cogitaciones, refiere ella misma, que consumian mas
espíritus en un cuarto de hora, que el estudio de los libros en cuatro
dias.” Por fortuna los médicos calaron el motivo de la dolencia. Tras el
diagnóstico vino la aplicacion de la medicina, los libros: abriéronle la
biblioteca á Sor Juana despues de tres meses de entredicho y se le
abrieron las puertas de la vida. Suceso enteramente igual al que se
refiere del Petrarca: el Obispo de Cavaillon, su amigo, quiso privarle
de la mucha lectura y le encerró sus libros; el poeta cayó malo, y fué
menester devolverle las llaves de su biblioteca para restituirle la
salud perdida en el ocio forzado á que se le condenó. Mala muestra de{XLVI}
sus alcances dan los que piensan que solo de pan vive el hombre. La
falta de pan enflaquece y mata la materia, mas no el espíritu. La falta
de estudio y de saber mata el espíritu y á veces el cuerpo; este recibe
vigor de la influencia de aquel. La naturaleza, aunque no siempre, es
verdad, establece de tal manera las relaciones de los dos, que para que
la máquina corpórea no se desorganice es precisa mucha actividad en las
potencias del alma. “En árbol donde se coje la ciencia, no se coje la
vida: vida y ciencia no son frutos de un mismo tronco,” ha dicho un
eclesiástico al tratar de la temprana muerte de Sor Juana Ines. Esas
palabras encierran una verdad, pero no absoluta: si se han visto
gastarse muchas vidas y disolverse al fuego de la ciencia, como la nieve
á los rayos del sol, no son pocas las que se han sostenido apoyadas por
el trabajo mental de todos los dias, y que se habrian agostado y hecho
polvo al sentir la inaccion del espíritu.
Veintitres años de clausura llevaba nuestra poetisa; veintitres años
empleados en continuar dando pábulo á su pasion por la sabiduría; pero
se habia inclinado acaso mas de lo justo á las ciencias y literatura
profanas, con cuyo motivo la aconsejaba{XLVII} su amiga la trinitaria Filotea
que, sin dejar la lectura de los filósofos y poetas, se consagrase con
preferencia á las letras divinas y á la práctica de la virtud; porque
“ciencia que no alumbra para salvarse, Dios que todo lo sabe la califica
por necedad.” “Lástima es que tan grande entendimiento, añade Sor
Filotea, de tal manera se abata á las rateras noticias de la tierra, que
no desee penetrar lo que pasa en el cielo.”
Algun tiempo despues, unos dos años ántes de su fallecimiento, se
verificó en la vida de Sor Juana Ines un cambio radical y definitivo; se
desprendió de su pasado, si asì podemos decir, rompió todos los lazos
que la sujetaban á las profanidades de la tierra, se sobrepuso con
voluntad heróica á la necesidad y á la costumbre del contacto con los
doctos y grandes del mundo, y se dió completamente á la mística.
Entónces, y no desde el principio de su clausura, como algunos han
escrito, comenzó nuestra religiosa su vida de austeridad y penitencia.
Cuál haya sido la causa de tan súbita y grande mudanza, no es posible
decirlo con absoluta certeza. ¿Fué talvez la pérdida de alguna cara
ilusion que guardaba en el secreto de su celda? ¿fué por en{XLVIII}tónces
arrebatado de la muerte el amante, ya moralmente perdido para ella en la
sociedad, pero todavía objeto del silencioso culto que un corazon
ardiente no puede á veces dejar de rendir á su ídolo, aunque le vea
caido ó sobre otro altar colocado? ¡Ay! de cuántas maneras, ademas de la
muerte, se pierde lo que se ama, sin que se apague la pasion!... ¿Fué
por ventura el orígen del cambio algun otro desengaño superior al que la
obligó á cubrirse con las tocas monjiles, alguna demostracion inesperada
de una de esas certidumbres crueles que restregan y allagan el delicado
corazon de la mujer hasta matarlo? ¿fué el acìbar que derramaron en sus
entrañas la murmuracion y la calumnia, eternas enemigas de la virtud y
del saber? ¿fué el efecto que produjo al cabo la constante exhortacion
de sus amigos que, como Sor Filotea y aun mas que ella, deseaban se
entregase absolutamente á la contemplacion devota y práctica del rigor
ascético? Cualquiera cosa que haya sido, la verdad es que se la vió
trocada de sabia en santa. Su fervor para el estudio se convirtió en
estremado celo por los ejercicios piadosos. Le parecia que hasta
entónces habia vivido “no solo sin religion, sino peor que pudiera un
pagano.{XLIX}”
Vendió su librería, cuyo precio distribuyó entre los pobres, cambió los
instrumentos de las ciencias y su amada lira con los cilicios y la
disciplina, y llegó su exaltacion en la via del ascetismo hasta firmar
con su sangre la protestacion de fe con que dió principio á su
santificacion. Siempre son así las almas apasionadas: no conocen la
templanza, ó no la juzgan virtud; el fuego en que se encienden las
impulsa á volar, á precipitarse, y ó se disparan al cielo ó se hunden al
abismo, siempre con la presteza del rayo.
Era imposible que tamaña alteracion no amenguase la salud de la
religiosa. Ya sabemos el efecto que la hizo la privacion temporal de sus
libros; pues la misma causa y en mayor grado, debió traer funestas
consecuencias. Tarde comprendió el confesor el daño que el exceso de
penitencia traia á la madre Juana, y trató en vano de moderarla. Nunca
fué demasiado robusta, y fácilmente vino á dar en achacosa.
Por el año de 1695 se introdujo en el monasterio de San Gerónimo una
fiebre que diezmó terriblemente la comunidad. Buena ocasion se le
ofreció á Sor Juana Ines para ejercer la caridad, y la aprovechó; pero
su estenuacion y el contacto{L} frecuente con las enfermas no tardaron en
hacer que tambien se contagiase. Esta noticia alarmó y afligió á todo
Méjico, y miéntras los mejores médicos agotaban su ciencia por salvar la
vida de la insigne monja, las iglesias estaban llenas de gente que oraba
por ella, se hacian rogativas públicas y las campanas tocaban plegarias.
Todo fué inútil: Dios habia dispuesto apagar ese brillante lucero en la
tierra para encenderlo en el cielo; el 17 de abril del mismo año no
quedaban de la Décima Musa sino el cuerpo inanimado, próximo á
convertirse en polvo, y el nombre venerado por sus compatriotas y
expuesto, no obstante, á ser presa de la ingratitud y del olvido.
Las exequias que se le hicieron fueron suntuosas, y es grande el número
de poesías que en América y España se escribieron en su elogio.
VI
Sor Juana Ines de la Cruz, segun su gran talento, vasta instruccion y
rara facilidad de producirse, escribió relativamente poco. Sinembargo,
dejó muy considerable número de poesías líricas, unas cuántas loas,
género á la moda en su tiempo,{LI} varios autos y dos comedias. Entre las
primeras están incluidos muchos villancicos, graciosos juguetes
destinados al canto y que bien pudieran llamarse populares.
Sus obras en prosa son cortas en número y extension: un juicio crítico,
ó sea crísis sobre un sermon, una carta á Sor Filotea, la descripcion de
un arco triunfal, y varias oraciones y ejercicios piadosos.
El todo forma tres tomos en cuarto menor, debiendo advertirse que el
ùltimo, que lleva el título de “Fama y obras póstumas del Fénix de
Méjico &,” contiene como una tercera parte de prosa y versos de otros
autores en alabanza de la poetisa.
Hemos apuntado en otra página que Juana Ines vino por desgracia al mundo
en los dias nefastos para la literatura española, como una flor que
debió nacer en la primavera y nació en el invierno cuyo cierzo le
arrebató buena parte de su fragancia.
El mal gusto que apareció en la Penìnsula y se desenvolvió á la sombra
de la fama de Góngora y con el poderoso esfuerzo de su mal empleado
ingenio, fué una plaga universal: Italia, Francia é Inglaterra no
pudieron librarse de ella; si{LII} bien no fué de tanta magnitud ni tan
prolongado el feo achaque en estas naciones como en la desgraciada
España, donde, por consiguiente, causó mayores estragos. Fué acaso
porque Marini, Ronsard y John Lilly se quedaron muy atras del innovador
cordovés en punto á grandeza y vigor de talento.
El trato asiduo de los clásicos latinos era comun á españoles é
italianos, ingleses y franceses. Creyeron todos ellos que no era dable
hallar ninguna otra fuente de bellezas literarias, y la falta de cordura
en los estudios á que se aplicaron les produjo, si se puede hablar así,
una indigestion de latinismo. De aquí nacieron, no solamente el prurito
de dar al lenguaje un giro y saborete ajenos de su propia índole, sino
los ridículos relumbrones del estilo, aquel extraño tejido de extrañas
frases, aquel hacinamiento de oscuras imágenes y torcidos conceptos,
aquella afectacion y pedantería insoportables en todo y por todas
maneras.
Los maestros del clasicismo fueron y son excelentes, y ántes como
despues de la invasion del mal gusto que bosquejamos, tuvieron
discìpulos que, siguiéndolos paso tras paso, llegaron á alcanzar alta
nombradía. Comprendieron muy bien{LIII} que la literatura clásica es
esencialmente imitadora, y nunca se atrevieron á partir por otros
caminos que por los trazados y conocidos. Pero asomaron ciertos ingenios
que dieron en la singular locura de querer mostrarse originales sin
dejar de ser copistas. Como tal pretension era imposible de realizar,
los esfuerzos de todos ellos produjeron lo que debieron producir:
adefesios y tonterías que les dieron, tras un momentáneo aplauso,
descrédito perpetuo.
Bien examinada la historia de la literatura española, la escuela
culterana tuvo sus principios algun tiempo ántes de la aparicion de
Góngora, y siendo este muy jóven todavía, el justamente afamado Herrera
presentó, como observa M. Ticknor, algunos gérmenes del dañado gusto que
mas tarde habia de ser tan extenso y poderoso. Góngora alcanzó la
funesta honra, si honra puede llamarse aunque funesta, de hacer que esos
gérmenes se desarrollasen y convirtiesen en el àrbol de hondas raices y
tendidas ramas que tomó el nombre de gongorismo.
Llegó á tal preponderancia el mal, que hubo tiempo en que su cerrazon no
dejó traslucir luz ninguna en las regiones de la poesía española. Sor
Juana Ines de la{LIV} Cruz floreció noventa años despues de Góngora, y
habria sido maravilla no verla contaminada de los vicios dominantes que
la rodearon desde el instante en que pisó los campos literarios.
Sinembargo, no fué del todo culterana, sino que participó de la secta
conceptista y sutilmente artificiosa anterior á Góngora. El carácter de
las locuras de este innovador se ve fielmente trasladado al Sueño que,
imitándole, escribió nuestra monja. Cosa no extraña, por cierto, la
autora daba preferencia al incomprensible Sueño, largo y asaz enojoso,
sobre sus demas producciones, y el mismo aprecio mereció de los
entendidos de su tiempo. Uno de estos dice elogiándole:
“Lo enfático á vuestro Sueño Cedió Góngora, y corrido Se ocultó en las Soledades, De los que quieren seguirlo.”
En verdad, la discípula venció al maestro: nos parecen ménos oscuras las
Soledades que el Sueño. Otro elogiador desea que tamaña maravilla
tenga un hábil intérprete que la desenmarañe, y un tercer apasionado
ensalza, por fin, las perífrasis, fantasías y sutilezas “con que hubo{LV}
por fuerza de salir profundo (el Sueño,) y por consecuencia difícil de
entender para los que pasan las honduras por oscuridad.”
Al saberse que Sor Juana Ines participò de los defectos y vicios de los
cultos y conceptistas, fácil es juzgar cuál sea el carácter censurable
de sus poesías; pero, ademas, se nota en muchas de ellas una fastidiosa
erudicion histórica y mitológica, la aplicacion inoportuna de términos
científicos y artísticos, falta de nobleza en varios asuntos, que no
tienen otro objeto que dar años á los vireyes y grandes, derramando á
manos llenas la adulacion; cansada monotonía en largos trozos; hasta
prosaismo, flojedad, carencia de armonía en no pocos versos, y bastantes
descuidos en el lenguaje, con ser, por lo general, puro y castizo en la
fácil pluma de Sor Juana. No debemos pasar por alto en esta breve
censura el mal gusto de introducir trozos burlescos en las piezas mas
serias, y hasta puerilidades ridículas. En un villancico á San Pedro
Apóstol hay unas coplas que comienzan con esta:
“Válgame el Sancta Sanctorum, Porque mi temor corrija:{LVI} Válgame todo el Nebrija, Con el Thesaurus verborum. Este sí es gallo gallorum Que ahora cantar oì, Qui qui riquí.”
En otros villancicos dedicados á San Pedro Nolasco, se halla un diálogo
que empieza:
“Hodie Nolascus divinus In cœlis est collocatus. Yo no tengo asco del vino, Que ántes muero por tragarlo.”
Otras veces imita el dialecto de los negros esclavos, ó bien mezcla la
lengua española con la mejicana, y en fin, profana á un tiempo su propio
talento y el asunto mas digno de veneracion con despropósitos y miserias
de la laya, increibles en una escritora como Sor Juana Ines, tan llena
de prendas intelectuales y de claro juicio.
Quizás tantos y tan graves defectos hayan dado ocasion á juzgar que ha
sido inmerecida la fama de nuestra monja; pero, con venia del lector,
comenzaremos la defensa de ella aplicando al caso un verso del célebre
Quintana, sin mas{LVII} que el cambio de un nombre: todos esos mortales
pecados literarios,
“Crímen fueron del tiempo, no de Juana.”
En todos los escritos de esta, hasta en algunos de los mas defectuosos,
se trasluce un talento nada comun. Su corazon de mujer espiritual y de
mundo al mismo tiempo, fué ardiente y apasionado, y desde su fondo
brotaban centenares de versos llenos de aquel no se qué inexplicable que
se comunica á otros corazones, y no pertenece ni á las calidades del ser
material ni al vulgo de los poetas: es la poesía hija de una naturaleza
superior, y que se manifiesta sin esfuerzo ninguno dominando al arte, no
la poesía que necesita del arte para levantarse y dominar. Su
pensamiento es profundo, y cuando se muestra desembarazado de los
defectos de la forma, agrada generalmente y deja impresion duradera en
el ánimo. Su imaginacion rica, flexible é inquieta, bien pudiera
compararse con el céfiro, con el colibrí, con la abeja: vuela entre las
flores, besándolas, halagándolas, esparciendo á veces sus pétalos por el
suelo, y siempre hurtándoles el aroma y la miel. Sinembargo, se
distingue con frecuencia cierta gravedad en el fondo de sus poesías,
gravedad que proviene de su tendencia{LVIII} congénita á pasar de la
superficie al centro de las cosas: del color de las rosas á la esencia;
de la armonía á la causa que la produce; de las bellezas del cuerpo á
las del espíritu; de las condiciones de la vida material á la filosofía
moral. Sor Juana Ines comprendió muy bien que la poesía no era para el
deleite pasajero de un sentido externo, sino para seducir y avasallar el
alma á fuerza de estimular sus afectos, de hacerlos arder, de hacerlos
hervir al sagrado fuego de las musas. Quien no consigue producir tales
efectos, no es poeta; quien permanece frio al influjo del poeta, es un
desdichado de alma de trapo.
La asombrosa facilidad de versificar llevó á Sor Juana á emplear gran
número de metros, cual si á posta hubiese querido jugar con todas sus
dificultades; mas de aquí, de esta confianza absoluta en su facultad
métrica, vino el que muchas veces obrase con descuido ó negligencia.
El mérito mas bien fundado de la poetisa se halla en sus producciones
líricas; y entre estas las mas lucidas son aquellas en que ha espresado
afectos amorosos y tiernos, de donde ha nacido que la juzgásemos tocada
del fuego de Eloisa, porque nos parece de todo punto imposible que,{LIX} sin
sentirla, se pinte bien una pasion. El amor no se finge, y si se finge
nunca se le puede pintar como verdadero: al traves de todos los
lineamentos y de todos los colores se descubre el esqueleto del engaño
que no puede alucinar si no es á quien quiere alucinarse. Quizás algunas
veces se poetise obligado por ajena voluntad, como asegura Sor Juana;
pero si en la obra no entra el albedrio del escritor, sí entran por
cierto su afecto y pensamiento, porque son los materiales de que por
fuerza ha de valerse, so pena de producir una obra chavacana que le
desconceptúe.
En todas, ó casi en todas las poesías del género de las que nos ocupan,
ha esparcido Sor Juana Ines cierto tinte de dulce melancolía que sirve
tambien de confirmacion á nuestras sospechas y juicios y de verdadera
disculpa á su encierro en el claustro, en tan temprana edad y con
manifiesta violencia de su carácter. Podríamos citar muchos versos en
testimonio de nuestro aserto. Véase á lo ménos el soneto que comienza
con este cuarteto:
“Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, Como en tu rostro y tus acciones via Que con palabras no te convencia, Que el corazon me vieses deseaba.” {LX}
En todo él está pintada la pasion con pinceladas vivas y conmovedoras.
Véase tambien el soneto tercero de la coleccion que va en seguida, en el
que despues de una dulce y tierna queja, parece que la poetisa alcanza
un instante de consuelo y prorrumpe estos bellos versos:
“No sé conqué destino prodigioso Volví en mi acuerdo y dije: ¿Qué me admiro? ¿Quién en amor ha sido mas dichoso?”
Pero sobre todo, el alma de la jóven está retratada con toda la fuerza
del amor concentrado que la abrumaba, en el bellìsimo soneto cuarto, que
comienza:
“¡Detente sombra de mi bien esquivo!”
¿Puede espresarse de la manera que lo hace Sor Juana en estos versos
quien no se siente penetrado de una vivísima pasion? ¡Oh, no! Si así
fuera, tendríamos que convenir con un absurdo, con que el arte que sabe
concertar las palabras y producir la armonía, tiene tambien la virtud de
arrancar del corazon afectos que no conoce. ¡Oh, no! repetimos; quien
pretenda convencernos enséñenos los granos de oro extraidos de una mina
de hulla.
Otras veces la poetisa, en aquel estado del alma enamorada en que la
sacuden{LXI} al mismo tiempo el deseo y el temor, la desconfianza y la
indecision, pinta los afectos de la pasion con desenfado y melancólica
gracia, como en las cuartetas que comienzan:
“Este amoroso tormento Que en mi corazon se ve, Sé que lo siento, y no sé La causa por qué lo siento.
“Siento una grave agonìa Por lograr un devaneo, Que empieza como deseo Y acaba en melancolía.”
En las endechas se siente el mismo calor, se percibe el mismo aroma, se
oye la misma voz apasionada. En una de ellas dice:
“De tu rostro en el mio Haz amorosa estampa, Y mis mejillas frías De ardiente llanto baña.” ........... Recibe de mis labios El que en mortales ansias El exánime pecho Ultimo aliento exhala!” {LXII}
En los “Sentimientos de una ausencia” y la “Satisfaccion á unos celos,”
se miran, prescindiendo de algunos de los defectos de que ya hemos
hablado, abundantes oleadas de amor y sentimiento que conmueven y
arrebatan. Rasgos como los siguientes hay varios en la primera de esas
poesías:
“Si ves el cielo claro, Tal es la sencillez del alma mia; Y si, de azul avaro, De tinieblas se emboza el claro dia, Es con su oscuridad y su inclemencia Imágen de mi vida en esta ausencia.
Mas ¿cuándo ¡ay gloria mia! Mereceré gozar tu luz serena? ¿Cuándo llegará el dia Que pongas dulce fin á tanta pena? ¿Cuando veré tus ojos, dulce encanto, Y de los mios secarás el llanto?
Esta composicion nos trae á la memoria la celebrada cancion de Mira de
Améscua, que presenta tantos objetos de la naturaleza como símiles de
las diversas faces de su triste suerte.
De igual mérito es la segunda de las piezas citadas. ¡Qué pasion, qué
ternura{LXIII} tan inocente, qué vigor de espresion la de este par de
estrofas!
“Si otros ojos he visto, Mátenme, Fabio, tus airados ojos; Si á otro cariño asisto, Asìstanme implacables tus enojos; Y si otro amor del tuyo me divierte, Tú que me has dado vida, me des muerte.
Si á otro alegre he mirado, Nunca alegre me mires ni me vea; Si le hablé con agrado, Eterno desagrado en tí posea; Y si otro amor inquieta mi sentido, Sáquesme el alma tú que mi alma has sido.”
Lector, pon la mano sobre el corazon, y si no le sientes agitado despues
de la lectura de esos versos, confiesa que le tienes de mármol.
En otras composiciones finge la poetisa el dolor de una mujer que ha
perdido á su esposo, y da paso franco á un torrente de llanto y llamas
que no puede contener en el propio corazon. Comienza con estos muy
significativos y valientes versos.
“A estos peñascos rudos, Mudos testigos del dolor que siento,{LXIV} Que solo siendo mudos Pudiera yo fiarles mi tormento, ........... Quiero contar mis males, &.”
Espresa luego en medio de un dolor delirante que, para mitigarle con la
memoria de algun mal, habria querido que el esposo hubiese sido ménos
amable y ménos fiel. Exajeracion hay sin duda en el pensamiento, pero
mucha verdad en el modo de espresarlo:
“¡Quién tan dichosa fuera Que de un agravio indigno se quejara!” ¡Quién un desden llorara! ¡Quién un alto imposible pretendiera! ¡Quién llegara de ausencia ó de mudanza Casi á perder de vista la esperanza!
¡Quién en ajenos brazos Viera á su dueño, y con dolor rabioso Se arrancara á pedazos Del pecho ardiente el corazon celoso!”
¡Qué versos todos! pero especialmente ¡qué versos los cuatro últimos!
son brasas desprendidas de la hoguera del corazon. Espronceda nos habia
sorprendido con su esclamacion en el “Canto á Teresa:{LXV}”
“Huid, si no quereis que llegue un dia, En que enredado en retorcidos lazos El corazon, con bárbara porfía Lucheis por arrancároslo en pedazos.” ........... “Yo escondo con vergüenza mi quebranto, Mi propia pena con mi risa insulto, Y me divierto en arrancar del pecho Mi mismo corazon pedazos hecho;”
pero los quilates de estos versos han rebajado bastante, á nuestro
juicio, desde el punto en que hemos dado con los de la vehemente
religiosa.
Basta para nuestro propósito lo que dejamos citado. Quien desee mas
pruebas, lea las varias poesìas de carácter erótico en la compilacion
que hemos formado de lo mas florido de las producciones de Sor Juana
Ines. Solo falta que digamos, porque nos cumple decirlo, que en aquellas
poesías tan apasionadas, tan fogosas, tan sájicas por el espíritu que
las anima, no obstante que desdicen del estado religioso de su autora,
no hay desenvoltura repugnante, no hay aquel sensualismo pagano que, por
ejemplo, se ha censurado en la monja portuguesa, Violante de Ceo,
coetánea de Sor Juana Ines. Si esta poetisó movida por un sentimiento
puramente hu{LXVI}mano, nunca consintió que llegasen á su lira los dedos de
la inmunda lascivia. Fué monja contra la naturaleza de su genio, y
escribió para fuera del convento. Su espíritu se escurrió al mundo por
entre las rejas del locutorio; mas el espíritu del mundo no la extravió
ni manchó jamas. Sus virtudes de monja, aunque en todo caso virtudes,
fueron adquiridas por fuerza; sus virtudes seculares, excelentes para la
vida social y activa, fueron espontáneas; en estas tuvo el mérito de la
docilidad para seguirlas y de la sinceridad de mostrarlas sin ofender la
modestia; en aquellas tuvo el mérito del valor y del sacrificio, pues
que tuvo que luchar consigo misma: las poseyó por derecho de conquista.
De esta manera se esplica por qué su musa, mal avenida con la toca,
prescindió con frecuencia de las virtudes ascéticas y respetó las
sociales. Las primeras la obligaban á contradecir, á condenar sus
afectos, y esto era imposible; las segundas podian santificar esos
afectos quitándoles todo veneno corruptor, y á esa causa las dió
preferencia.
No son ménos recomendables las demas poesías líricas de Sor Juana Ines,
pues en todas ellas se ve patente su privilegiado ingenio y las dotes de
su varonil al par{LXVII} que afectuoso corazon. Inclinada al tono cortesano,
la gracia y el donaire le son naturales. La monotonía, la flojedad, el
prosaismo, la vulgaridad que atras condenamos, son mucho ménos
frecuentes en este género que en el dramático, y son asombrosos la
habilidad y el garbo masculino y señoril con que se desembaraza de las
mayores dificultades del arte y del pensamiento. Ha escrito buenos
romances hasta en el frívolo género de la lisonja en los cumpleaños y
otras felicitaciones; en algunos luce el sencillo y fácil lenguaje
epistolar manejado con notable maestría. Su tino y delicadeza al
espresarse en el seno de la amistad son admirables. Citemos como muestra
el soneto en versos agudos que empieza:
“En mi vida, que siempre tuya fué,” y que está dedicado á la marquesa de
Mancera. Los dos sonetos á la muerte del duque de Veráguas, por
desgracia no de los mejores como artìsticos, en el fondo encierran
imágenes bellas y muy delicadas ideas. El cuarteto con que comienza el
primero nos parece muy bueno:
“Ves, caminante: en esta triste pira La potencia de Jove está postrada; Aquí Marte rindió su fuerte espada, Aquí Apolo rompió su dulce lira.” {LXVIII}
Los dos versos con que termina el segundo nos atrevemos á calificarlos
de ricas perlas: despues de lamentarse la poetisa derigiéndose á un
caminante (¡siempre ha de ser caminante el que lea un epitafio!), se
consuela al considerar que vivirá la memoria del noble duque, pues
“En las piedras verás el Aquí yace, Mas en los corazones, Aquí vive.”
Entre las cualidades que mas llaman la atencion al leer las obras de la
musa mejicana, no debemos olvidar tampoco el gran conocimiento que
muestra del corazon humano, y la tendencia que de aquì le viene á
filosofar, indagando ya la naturaleza de las pasiones, ya sus
consecuencias, ó bien examinando y pesando los sucesos de la vida con
seso y pulso superiores á su sexo y al tiempo y tierra en que vivió.
Como prueba de esta verdad, ahí están sus cuartetas “A los hombres,” en
que con estilo severo y lógica percuciente les echa en cara su indigno
porte con las mujeres, de cuyas faltas y vicios ellos son responsables
ante Dios y la sociedad; ahí están igualmente varios de sus sonetos,
como el que comienza:{LXIX}
“Fabio, en el ser de todos adoradas Son todas las beldades codiciosas,”
el cual encierra una leccion maestra sobre la ambicion de las mujeres en
lo tocante al amor. El soneto X,
“Miró Celia una rosa que en el prado &, es otro estudio muy acertado del
corazon femenino. No son ménos notables los sonetos históricos “A
Lucrecia,” “La esposa de Pompeyo” y “A Porcia.” El temple de alma de
estas heroinas de la antigua Roma halló correspondencia en el alma de
Sor Juana Ines, que á no haber tenido virtudes cristianas, no le habrían
faltado las nobles prendas de aquellas mujeres.
Ahí están, por ùltimo como pruebas de nuestro sentir, unos cuantos
trozos en los versos y en la prosa, que puede ir observando el atento
lector.
En las poesías religiosas es inferior la monja, mas en ningun caso
despreciable. Lo que mas se presta á la censura es el haber empleado en
ellas un lenguaje profano, y á veces hasta chocarrero. Las mejores son
las que produjo cuando, despues de haber vendido su librería y dado
completamente de mano á las cosas del mundo, se entregó fervorosa á las
prácti{LXX}cas devotas. Al principio de esta época debe referirse el bello
romance que comienza con estas dos fàciles y sentidas cuartetas:
“Miéntras la gracia me excita Por levantarme á la esfera, Mas me abate á lo profundo El peso de mis miserias.
“La virtud y la costumbre En el corazon pelean, Y el corazon agoniza En tanto que lidian ellas.”
En este romance se ve ciertamente que el corazon de la sensible
religiosa sirviò de palestra á la lucha de encontrados afectos, y,
triunfe cualquiera de ellos, por demas seguro era que el corazon
quedaría mal parado.
Un villancico ligero y gracioso al sueño de San José, da principio con
un pensamiento semejante al de “La flor de Zurguen” de Meléndez Valdes:
“Quietos, airecillos, No, no susurreis; Mirad que descansa Un rato José.{LXXI}
“No, no os movais, Oh no, no voleis; Quedito, pasito, Que duerme José.”
En el género de poesìa que nos ocupa empleaba algunas veces nuestra
monja el metro llamado lira, hoy en desuso, y que en composiciones de
corto aliento no deja de ser agradable, porque entónces la repeticion
cadenciosa de ciertas palabras no fastidia, como tampoco es fastidioso
el compasado martilleo del mismo verso en la letrilla, tan usada por los
poetas modernos.
Sor Juana, versada en el latin, no solo tradujo versos de esta lengua,
sino que los hizo con soltura y donaire.
La poesía juguetona y burlesca ocupó tambien con frecuencia la lira de
la célebre poetisa. Se chancea de las simplezas de un caballero español
que la comparó con el ave Fénix, echa unas cuantas pullas á un poeta
peruano[D] que le dedicó un ro{LXXII}mance, y burlándose con sorprendente
facilidad de los consonantes forzados en varios sonetos, lanza agudas
saetas ya contra Teresilla, ya contra los mismos que la ten{LXXIII}taron con
la dificultad que acepta y vence; saetas que, en puridad, habria sido
mejor que no todas saliesen de su aljaba, porque hieren demasiado... En
el “Retrato de una belleza,” imitacion de Jacinto Polo, segun la misma
autora, hay algunos rasgos satíricos bastante felices; pero cansa y
fatiga su demasiada extension.
Los epigramas son breves y agudos. Los mas recomendables son el primero
y el tercero; mas de las ideas que encierran decimos lo que de aquellas
saetas, pues no nos parecen dignas de una monja, ni siquiera propias de
una dama de la delicadeza y pulcritud de corazon de Juana Ines. Tenemos,
por lo mismo, que apreciarlos prescindiendo de la autora, de cuya pluma
no quisiéramos ver destilar ni una sola gota de acíbar.
De las comedias, “Amor es mas laberinto,” que pertenece al género
heróico, es un embrollo inverosímil y pesado, que no tiene otra cosa
recomendable si no es, por lo general, su bella y delicada
versificacion. El segundo acto es obra de don Juan de Guevara, y
colocado entre el primero y tercero de Sor Juana Ines, hace el efecto de
una piedra pómez entre dos trozos de mármol. El lirismo que predomina en
todas las poesías de la monja,{LXXIV} se estiende á sus composiciones
dramáticas, y es quizá mas notable en la comedia que nos ocupa.
La segunda intitulada “Los empeños de una casa,” y que pertenece á las
de capa y espada, vale mucho mas, aunque el artificio de la trama la
hace tambien en muchas partes inverosìmil de puro enredado, defecto muy
frecuente, á nuestro ver, hasta en varias de las mejores piezas
dramáticas españolas de aquel siglo y del siguiente. El exceso de
ingenio perjudicaba á sus autores, como perjudica á los árboles la
exuberancia de savia.
Es de notar que en la pintura de doña Leonor hecha en la primera jornada
de esta pieza, se descubre el intento de la autora de hacer su propio
retrato.
En ambas comedias observamos que la poetisa gusta de escenas en la noche
y á media luz para facilitar los toques cómicos ó dramáticos, ó el
desenlace de algun punto muy complicado; en ambas asimismo hay doncellas
y graciosos de tipo muy español, que sirven de confidentes y pajes á los
principales protagonistas. En fin, por defectuosas que sean, no se puede
desconocer en ellas la escuela á que pertenecen y la hábil mano que las
ha trazado.{LXXV}
En punto á caracteres, aunque Sor Juana Ines los ha sostenido bien, no
ha pintado ninguno que se distinga por la originalidad; y son, ademas,
escasos de vivacidad y movimiento en las pasiones, y bastante pálidos é
insustanciales.
Con todo, “Los empeños de una casa” se lee con mucho agrado, á beneficio
de la flexibilidad y gracia del estilo, y de la soltura y armonía del
verso.
El argumento, desembarazado de sus numerosos incidentes y reducido á su
plan fundamental, queda así: don Pedro y don Cárlos son á un tiempo
amantes de doña Leonor, quien corresponde al segundo. Doña Ana, hermana
del primero, es amada de don Juan; mas se prenda ciegamente de don
Cárlos. Este ha robado á Leonor y fuga con ella; pero don Pedro lo ha
sabido con anticipacion, y merced á las arterías que emplea, son
sorprendidos en la calle por dos embozados. Se cruzan los aceros, don
Cárlos hiere á uno de ellos; los amantes son presos por la supuesta
justicia, y doña Leonor es entrada y puesta en depósito en casa de don
Pedro, como este lo habia dispuesto. Pero, sin saberlo ella, don Cárlos,
que ha logrado fugar, cae tambien en la misma casa. Ambos hermanos
aprovechan la co{LXXVI}yuntura, y don Pedro requiere á doña Leonor, y doña Ana
á don Cárlos, aunque esta con disimulo y maña, procurando al mismo
tiempo, por medio de la astuta Celia, su doncella, romper los amores de
él con Leonor, quien sencillamente le instruyó de ellos. Despues de un
intrincado laberinto de hechos, por obra de las tramas de doña Ana y
Celia, y de los recíprocos celos de todos los amantes, incluso don Juan
que ya sospecha de aquella, fugan por la noche doña Leonor y don Cárlos,
ambos engañados, pues él cree que ella es doña Ana y la otra que él es
don Juan. Como don Cárlos diera este paso por salvar de un lance de
honor á la hermana de don Pedro, juzga prudente llevarla á casa de don
Rodrigo, padre de Leonor, que la supone robada por don Pedro. Entretanto
Ana, que no pudo huir, quiere salvar á don Cárlos, y equivocadamente
pone á don Juan en un escondite, miéntras don Pedro galantea y requiebra
al paje Castaño, que para facilitar su evasion se disfrazó con los
vestido de doña Leonor. Don Rodrigo, viejo prudente, quiere salvar la
honra de su hija casándola con don Pedro, y la honra de doña Ana, á
quien piensa que tiene en su casa, enlazándola con don Cárlos. Vase,
pues,{LXXVII} á hacer sus arreglos con don Pedro, que, por supuesto, acepta al
instante la proposicion del anciano para él y para su hermana. Esta, que
todo lo ha estado oyendo, se presenta de sobresalto y gozosa,
sorprendiendo mucho á don Rodrigo, y hace salir del escondite al
supuesto don Cárlos; y don Cárlos, que todo lo ha visto tambien, observa
lleno de confusion que Ana está presente y que luego asoma por ahí su
amada. Lánzase airado en medio de todos para sacarla, y da con su paje
disfrazado. Auméntase el asombro, pues todos van conociéndose; don Pedro
se enfurece contra Castaño, doña Ana se ve corrida, mohino don Juan, y
doña Leonor que aparece á tiempo para que todo se desenrede, confiesa su
pasion por don Cárlos, con quien al fin don Rodrigo consiente en
casarla. Ana se conforma con sus antiguos amores y acepta á don Juan, y
don Pedro se queda con sus galanterías mal empleadas en Castaño, el que
se burla del pobre caballero y termina por echar unos piropos á Celia.
Tal es el argumento, ingenioso sin duda, que la autora ha ido
desenvolviendo y manejando por medio de unos cuantos resortes que le
sugeria su fecunda imaginacion. Hay diálogos animados, y Cas{LXXVIII}taño no
deja de tener sal en algunos pasages.
En los autos se ha sujetado nuestra monja con fidelidad á las reglas del
género, y los ha escrito como Calderon y Lope de Vega; pero en estos
dramas que han caido en total desuso, y en los cuales la fe ayudaba
poderosamante á la imaginacion, se presentan mas de bulto los defectos
en que solía incurrir Sor Juana Ines, y de los cuales hemos tratado ya,
sin que por esto neguemos las bellezas que tan raro ingenio ha esparcido
en dichas producciones. Se cita como el mejor el auto intitulado El
Divino Narciso; mas creemos que al lado de este esfuerzo de la
inventiva de Sor Juana, en que la alegoría es á veces un enigma, pudiera
colocarse, quizas con ventaja, el San Hermenegildo mártir.
VI
El verso es para el corazon y la prosa para la cabeza; aquel es el
sentimiento, esta la lógica.
No queremos decir que no se puedan espresar los mas vivos afectos
tambien en prosa, ni que el metro anda reñido con la gravedad del
raciocinio; nada de eso, pues no hacemos sino indicar el me{LXXIX}jor y mas
natural empleo relativo de cada una de esas formas.
Sor Juana Ines de la Cruz, como hemos visto, empleó el verso cuando
quiso mostrarse poetisa, esto es, cuando quiso hablar con el corazon,
dando salida á los afectos que en él hervian. Pero al proponerse
escribir con los materiales acumulados en su privilegiada cabeza, manejó
la prosa como debia y podia, con desenfado y galanura.
Las frecuentes citas en latin y la pesada forma silogística, así como
tambien algunas sutilezas y rebuscadas frases, son los defectos de
cuenta que Sor Juana Ines no ha podido evitar en esta clase de escritos.
Era bien difícil que hubiera alcanzado á sacudirse del escolasticismo y
gusto de la época, y es mucho verla desempeñarse de la manera que lo
hace, á fuerza de talento y de saber, de profunda penetracion y delicado
sentimiento. La naturaleza se sobrepuso á la escuela, y la lucidez de la
inteligencia á las sombras del estragado gusto á la moda. La lengua,
salvo tal cual defecto proveniente del mismo descarrío ó amaneramiento
de la forma, y del melindre en labrar y redondear las mas sencillas
ideas, muestra en el fondo pureza y casticismo dignos{LXXX} de alabanza. Si
las producciones de la madre Juana pecan tal cual vez por la innecesaria
espresion de muchos conceptos, juzgamos que, por otra parte, no pueden
ser tachados de inútil fraseología, defecto capitalísimo en el dia,
hasta en algunos de los que han alcanzado fama de grandes escritores en
Europa y América.
El escrito en prosa en que nuestra monja quiso hacer mayor alarde de las
premisas y consecuencias peripatéticas, y en el que, por lo mismo, es
bastante cansada, es la “Crísis sobre un sermon;” pero, en cambio, en él
resaltan como en ningun otro la fuerza viril de su inteligencia, su
razon despejada y los profundos conocimientos escriturarios que llegó á
poseer. El predicador, que fué el afamado padre Vieira, portugues, se
empeñó en lucir su pedantesco saber y dió márgen á que la monja le
despedazase bajo los golpes de una censura lógica y bien dirigida. El
tema del sermon fué proponer la opinion de los santos Agustin, Tomas y
Juan Crisóstomo acerca de las finezas de Cristo para con los hombres, y
contradecirla luego probando que mayor fineza fué ausentarse que
morir. La simple enunciacion de semejante aserto hace comprender cuales
serian las sutilezas y fal{LXXXI}sedad de la dialéctica del buen orador.
La sabia religiosa, gastando excesiva urbanidad con él, analiza y
escudriña su obra, defiende á los santos, y con argumentos que los
escritos de estos mismos y las Santas Escrituras la proporcionan,
sostiene la tésis contraria, motejando de paso y con sagaz disimulo la
vanidad del predicador que llegó á decir no hallaba quien pudiese
contradecirle.
Pongamos como muestra del estilo y manera de raciocinar de la monja el
siguiente trozo:
“Pero porque me propuse probar que no es la ausencia mayor dolor que la
muerte, y, por consiguiente, ni mayor fineza, sino al contrario, será
preciso responder á la prueba de la Magdalena, y así digo: Que de llorar
la Magdalena en el sepulcro y no llorar al pié de la cruz, no se infiere
sea mayor dolor el de la ausencia que el de la muerte; ántes lo
contrario. Pruébolo:
“Cuando se recibe algun grande pesar, acuden todos los espíritus vitales
á socorrer la agonía del corazon que desfallece. Y esta retraccion de
espíritus ocasiona general embargo y suspension de todas las acciones y
movimientos, hasta que moderándose el dolor, cobra el corazon alien{LXXXII}tos
para su desahogo, y exhala por el llanto aquellos mismos espíritus que
le bruman por confortarle, en señal de que ya no necesita de tanto
fomento como al principio. De donde se prueba por razon natural: Que es
menos el dolor cuando da lugar al llanto, que cuando no permite que se
exhalen los espíritus, porque los necesita para su aliento y
confortacion. Pruébase con que este mismo efecto suele ocasionar un
gozo: luego no son indicio de muy grave dolor las lágrimas, pues son un
signo tan comun, que indiferentemente sirve al pesar y al gusto.”
Esta crítica fué ocasion de que Sor Filotea de la Cruz, religiosa de
cuenta por su alcurnia, virtudes é inteligencia, dirigiese á la autora
la carta que ántes hemos citado, no despreciable por la manera con que
está escrita.[E] En ella elogia la obra de Sor Juana, que mandó imprimir
con el título “Carta atenagórica,” y despues de apreciar y aplaudir la
aficion de las mujeres á las letras, y especialmente en Sor Juana Ines
el cultivo de la poesía, la aconseja que sinembargo modere su amor á las
ciencias profanas y emplee en las divinas la mayor parte{LXXXIII} del tiempo.
A Sor Filotea respondió extensamente la poetisa. La naturaleza de este
escrito no permitió el movimiento y tono escolásticos. Tiene algunos
rasgos calcados sobre el gusto dominante, como tal cual meloso concepto,
unas pocas sutilezas y muchas citas en latin, que si bien prueban
clásica erudicion, no por eso dejan de ser fastidiosas. En cambio el
español está manejado con pulcritud y gallardía, el estilo, si bien no
siempre epistolar, es natural y fluido, la erudicion es oportuna y la
riqueza y flexibilidad de imaginacion siempre de encumbrada poetisa. La
lectura de esta carta es, pues, muy agradable; sus buenas cualidades
hacen olvidar sus cortos defectos. Principia agradeciendo á Sor Filotea
en palabras casi humildes el haber hecho publicar la “Crísis sobre un
sermon;” pasa á darle algunas noticias sobre su propia vida y estudios,
y termina defendiéndose de las acusaciones que se le habian hecho á
causa de su amor y consagracion á ellos.
El “Neptuno alegórico,” descripcion en verso y prosa de un arco de
triunfo erigido en Méjico en honra del conde de Parédes, virey de Nueva
España, es lo que ménos vale de lo escrito por Sor Jua{LXXXIV}na Ines. Pero su
prosa mística tiene grande mérito, porque ademas de las buenas partes
que hemos notado en las piezas que acabamos de examinar, sus oraciones y
meditaciones están adornadas de tal sencillez y blandura de afectos, de
tal uncion devota y espíritu de profunda verdad, que ojalá estuviesen
escritos por ese tenor los centenares de libros de esta clase que andan
hoy en manos de la gente piadosa hasta en nuestras mas cortas y pobres
aldeas. Los “Ejercicios devotos” para la novena de la Encarnacion son lo
mejor que en este género de escritos ha dejado Sor Juana Ines.
1ª. Al verificar la seleccion de las obras de Sor Juana Ines de la Cruz,
he creido conveniente cambiar ó simplificar los títulos ampulosos y
enfáticos de muchas poesías, pues no habia para qué conservar un defecto
que era propio del tiempo de la autora, y cuya correccion en nada altera
lo sustancial de sus producciones.
2ª. He corregido la ortografía, cuyos vicios maleaban el sentido de mas
de un pasage.
3ª. He hecho unas pocas y breves alteraciones en los lugares en que no
cabe duda que las faltas ó errores provienen de la imprenta; libertad
que me he tomado con tanta mas razon, cuanto las ediciones de los tres
tomos que he consultado, son viciadas por demas, y ninguno tiene fe de
erratas.
4ª. De varias piezas no he tomado sino fragmentos; pero lo he verificado
de manera que, en lo posible, tengan ilacion y sentido cabal; esto es,
que para ser entendidos no les haga falta la parte suprimida.{LXXXVI}
En ninguno de los cuatro casos se hallará ni el mas ligero cambio ú
omision que pueda desfigurar, en el fondo ó en la forma, las
producciones de la insigne religiosa que hoy vuelven á salir á luz; al
contrario, ademas de fielmente copiadas van exentas de la mala compañía
de otras que las oscurecian, y puestas en el órden conveniente.
A los condes de Paredes, vireyes de Méjico, con motivo de haber
concurrido á una fiesta en el monasterio de San Gerónimo.[F]
Hoy que las luces divinas De uno y otro luminar Se avecinan á la tierra Sin ocultarse en el mar:
Hoy que se muestran benignos, Depuesto el tono real, Jove sin vibrar el rayo, Juno sin la majestad:{2}
Hoy que Vénus de sus cisnes Desunce el carro triunfal, Y por América olvida De Chipre la amenidad:
Hoy que gloriosa Belona Tremola señas de paz, Y por el ramo de oliva Depone el asta fatal:
Hoy que Apolo ardiente deja El monte de fatigar, Y dejadas las saetas Usa la lira no mas:
Hoy que pacífico Marte Deja el estruendo marcial, Y en tranquila paz conmuta El estrépito campal:
Hoy que Alcídes apacible En dulce tranquilidad Y con mejor Yole cambia Lo fuerte por lo galan:
Hoy, en fin, que en esta casa Humanada la deidad, Cuanto está mas disfrazada, Tanto está mas celestial,
Su dueño, que en reverentes Obsequios quiere mostrar Que solo paga en deseos Lo que no puede pagar,
No intenta pedir perdones, Aunque ve su cortedad, Pues sabe que en los favores El primero es perdonar;{3}
Y pedir lo que se ha dado Fuera querer estrechar De una peticion al voto Tanta liberalidad;
Pues sabe que las deidades No tienen necesidad, Como obran independientes, De méritos para obrar;
Porque ántes en el indigno Hace la grandeza mas: Que es la estrechez del mendigo Lisonja del liberal;
Que á no haber necesitados No hallara objeto capaz, Y era frustránea potencia A faltar necesidad.
El bien es comunicable, Y si llegara á faltar Con quien, siempre fuera bien, Mas no fuera utilidad.
Y así gustoso en su esfera, Otra no quiere envidiar, Pues merece que tres soles Le lleguen á iluminar;
Y remitiendo al silencio Lo que no puede esplicar, A sí mismo de sus dichas Los parabienes se da. {4}
II
Dando el parabien á un doctorado.
Gallardo jóven ilustre, Que en bien logrados abriles De sazon temprana ofreces Frutos que el Otoño envidie.
Tú que en gloriosa palestra De las literarias lides, Al alto honor de las ciencias Nuevo añades sacro timbre;
Cuyo nombre será siempre, En inscripciones plausibles, Fatiga honrosa á los bronces, Dulce afan á los buriles;
Hoy que doctoral insignia Tu dichosa frente ciñe, Y que de la amarga siembra Gustosos frutos percibes,
Goza el laurel, goza el premio Que tu fama te apercibe, Puro blason que te adorne, Cándido honor que te anime;
Gózale honroso, aun que corto Desigualmente compite El que tus sienes halaga Al que tus méritos piden;
Gózale, excepcion del tiempo, Y porque el mundo te admire, Vive tanto como sabes, Goza tanto como vives. {5}
III
A un caballero español que dirigió á la autora un romance, diciéndola
haber hallado en ella el fénix.
Válgate Apolo por hombre [No acabo de santiguarme Mas que vieja cuando Jove Dispara sus triquitraques]
De tan paradoja idea, De tan remoto dictámen; Sin duda que este el autor Es de los estravagantes.
Buscando dice que viene Aquel pájaro que nadie, Por mas que lo alaben todos, Ha sabido á lo que sabe;
Para quien las cetrerias Se inventaron tan en balde, Que es un gallina el alcon Y una mandria el gerifalte,
El azor un avechuelo, Una marimanta el sacre, Un cobarde el tagarote Y un menguado el gavilane;
A quien no se le da un bledo De que se prevenga el guante, Pihuelas y capirote, Con todos los demas trastes,
Que bien mirados son unos Trampantojos borëales, Que inventó la golosina Para alborotar el aire;{6}
De cuyo antojo quedaron, Por mucho que lo buscasen, Sardanápalo en ayunas, Heliogábalo con hambre.
De él el pobre caballero Dice que viene al alcance, Revolviendo las provincias Y trasegando los mares;
Que para hallarlo, de Plinio Un itinerario trae, Y un mandamiento de Apolo Con las señas de rara avis.
¿No echas de ver, peregrino, Que el fénix sin semejante Es de Plinio la mentira Que de sí misma renace?
En fin, hasta aquí es nonada; Mas nunca falta quien cante Daca el fénix, toma el fénix, En cada esquina de calle.
Es lo mejor que es á mí A quien quiere encenizarme, O enfenixarme, supuesto Que allá uno y otro se sale.
Dice que yo soy la fénix Que, burlando las edades, Ya se vive, ya se muere Ya se entierra, ya se nace;
La que hace de cuna y tumba Diptongo tan admirable, Que le mece de nacida La que le guardó cadáver;{7}
La que en fragantes incendios De las gomas mas suaves, Es parecer consumirse Volver á vivificarse;
La mayorazga del sol, Que, cuando su pompa esparce, Le engasta Ceilan el pico, Le enriza Ofir el plumage;
La que mira con záfiros, La que vuela con diamantes, La que pica con rubíes Y respira suavidades;
La que Atrópos y Laquésis Es de su vital estambre; Pues es la que corta el hilo Y la que vuelve á enhebrarle.
Que yo soy, jurado Apolo, La que vive de portante, Y en la vida como en venta, Ya se mete, ya se sale.
Que es Arabia la feliz Donde sucedió á mi madre Mala noche y parir hembra, Segun dicen los refranes.
(Refranes, dije, y es que Me lo rogó el consonante, Y porque hay regla que dice; Pro singulare plurale)
En fin, donde se pasó La rota de Roncesválles; Aunque quien nació de nones no debiera tener pares.{8}
Que yo soy la que andar suele En símiles elegantes, Abultando los renglones Y engalanando romances.
El lo dice, y de manera Eficaz lo persüade Que casi estoy por crerlo, Y de afirmarlo por casi.
¡Qué fuera, que fuera yo Y no lo supiera ántes! Pues ¿quién duda que es el fénix El que ménos de sí sabe?
Por Dios, yo lo quiero ser, Pésele á quien le pesare; Pues de que me queme yo No hay razon que otro se abrase.
Yo no pensaba en tal cosa; Mas si él gusta graduarme De fénix, ¿he de echar yo Aqueste honor á la calle?
¿Qué mucho que yo lo admita? Pues nadie puede espantarse De que haya quien se enfenice, Cuando hay quien se ensalamandre,
Y de esto segundo vemos Cada dia los amantes, Al incendio de unos ojos Consumirse sin quemarse;
Pues luego no será mucho, Ni cosa para culparme, Si hay solamandras barbadas Que haya fénix que no barbe,{9}
Quizá por esto nací Donde los rayos solares Me mirasen de hito en hito, No vizcos, como á otras partes.
Lo que mas gusto me ha dado Es ver que de aquí adelante Tengo solamente yo De ser todo mi linage.
¿Hay cosa como saber Que no dependo de nadie, Que he de vivirme y morirme Cuando á mí se me antojare?
¿Que no soy término ya De relaciones vulgares, Ni ha de cansarme el pariente Ni molestarme el compadre?
¿Que yo soy toda mi especie, Y que á nadie he de inclinarme, Pues cualquiera debe solo Amar á su semejante?
¿Que al médico no he de ver Hacer juicio de mi achaque, Pagándole el que me cure Tanto como el que me mate?
¿Que mi tintero es la hoguera Donde tengo de quemarme, Supliendo los algodones Por aromas orientales?
¿Que las plumas con que escribo Son las que al viento se baten, No ménos para vivirme Que para resucitarme?{10}
¿Que no he de hacer testamento, Ni cansarme en item mases, Ni inventario, pues yo misma He de volver á heredarme?
Gracias á Dios que ya no He de moler chocolate, Ni me ha de moler á mí Quien viniere á visitarme.
Ya con estas buenas nuevas De hoy mas tengo de estimarme, Y de etiquetas de fénix No he de perder un instante.
Ni tengo ya de sufrir Que en mí los poetas hablen, Ni ha de verme de sus ojos El que no me lo pagare.
¿Cómo? Eso se querrian Tener el fénix de balde: ¿Para qué tengo yo pico Si no es para despicarme?
¡Qué dieran los saltimbancos Para poder agarrarme, Y llevarme como monstruo Por esos andurrïales
De Italia y Francia, que son Amigas de novedades! Y ¡qué pagaran por ver La cabeza del gigante,
Diciendo: “Quien ver el fénix Quisiere, dos cuartos pague, Que lo muestra maese Pedro En la posada de Jáques!{11}”
Aqueso no, no vereis En este fénix, vergantes, Que por eso está encerrado Debajo de treinta llaves.
Y supuesto, caballero, Que á costa de mil afanes En la Invencion de la Cruz Vos la del fénix hallásteis.
Por modo de privilegio De inventor, quiero que nadie Pueda, sin vuestra licencia, A otra cosa compararme. {12}
IV
A la condesa de Paredes, escusándose de enviarla un cuaderno de
música.
Despues de estimar mi amor, Excelsa, bella María, El que en la divina vuestra Conserveis memorias mias;
Despues de haber admirado Que en vuestra soberanía, No borrada de mi amor Se mantenga la noticia;
Paso á daros la razon Que á no obedecer me obliga Vuestro precepto, si es que hay Para esto disculpa digna.
De la música un cuaderno Pedis, y es cosa precisa Que me haga á mí disonancia Que me pidais armonías.
¿A mí, señora, conciertos, Cuando yo en toda mi vida No he hecho cosa que pudiera Sonarme bien á mí misma?
¿Yo arte de composiciones, Reglas, caracteres, cifras, Proporciones, cantidades, Intervalos, puntos, líneas?
Quebrándome la cabeza Sobre cómo son las sismas, Si son cabales las comas, En qué el tono se divisa;{13}
Si el semitono incantable En número impar estriba, A Pitágoras sobre esto Revolviendo las cenizas;
Si el diatesaron ser debe Por consonancia tenida, Citando una estravagante En que el papa Juan lo afirma;
Si el temple de un instrumento Al hacerlo necesita De hacer participacion De una coma que hay perdida;
Si el punto de alteracion A la segunda se inclina, Mas porque ayude á la letra, Que porque á las notas sirva;
Si el modo mayor perfecto En la máxima consista, Y si el menor toca al longo, Cual es altera, cual tripla;
Si la imperfeccion que causa A una nota otra mas chica, Es total, ó si es parcial, Esencial ó advenediza;
Si la voz que, como vemos, Es cantidad sucesiva, Valga solo aquel respeto Con que una voz de otra dista;
Si el diapason y el diapente En ser perfectos consista En que ni ménos ni mas Su composicion admita;{14}
Si la tinta es á las notas Quien todo el valor les quita, Siendo así que muchas hay Que les da valor la tinta;
Lo que el armónico medio De sus dos estremos dista, Y del geométrico en que, Y aritmético, distinga;
Si á dos mesuras es toda La música reducida, La una que mida la voz, Y la otra que el tiempo mida;
Si la que toca á la voz O ya intensa, ó ya remisa Subiendo, ó bajando, el canto Llano solo la ejercita;
Mas la exterior que le toca Al tiempo en que es preferida, Mide el compas y á las notas Varios valores asigna;
Si la proporcion que hay Del ut al re, no es la misma Que del re al mi, ni el fa, sol Lo mismo que el sol, la dista;
Que aunque es cantidad tan tenue, Que apénas es percibida, Sexquioctava, ó sexquinona, Son proporciones distintas;
Si la enarmónica ser A práctica reducida Puede, ó si se queda en ser Cognicion intelectiva;{15}
Si lo cromático el nombre De los colores reciba De las teclas, ó lo vario De las voces añadidas;
Y en fin, andar recogiendo Las inmensas baratijas De calderones, guiones, Chaves, reglas, puntos, cifras,
Pide otra capacidad Mucho mayor que la mía, Que aspire en las catedrales A gobernar las capillas.
Y mas si es porque en él la Bella doña Petronila A la música en su voz Nueva añada melodía.
¡Enseñar música á un ángel! ¿Quién habrá que no se ria De que la rudeza humana Las inteligencias rija?
Mas si he de hablar la verdad, Es lo que yo algunos dias, Por divertir mis tristezas, Dí en tener esa manía;
Y empecé á hacer un tratado Para ver si reducia A mayor facilidad Las reglas que andan escritas.
En èl, si mal no me acuerdo, Me parece que decia, Que es una línea espiral, No un círculo, la armonía;{16}
Y por razon de su forma Revuelta sobre sí misma La intitulé Caracol, Porque esa revuelta hacia;
Pero este está tan informe, Que no solo es cosa indigna De vuestras manos, mas juzgo Que aun le desechan las mias.
Por esto no os le remito; Mas como el Cielo permita A mi salud mas alientos, Y algun espacio á mi vida,
Yo procuraré enmendarle, Porque teniendo la dicha De ponerle á vuestros pies, Me cause gloriosa envidia.
De don Pedro y don Martin No podreis culpar de omisas Las diligencias, que juzgo Que aun excedieron de activas.
Y mandadme, que no siempre Ha de ser tal mi desdicha, Que queriendo obedeceros, Con querer, no lo consiga.
Y al gran marques, mi señor, Le direis de parte mia, Que aun en tan muertas distancias Conservo memorias vivas;
Que no olvido de su mano Las mercedes recibidas; Pues no son ingratos todos Los que, al parecer, se olvidan;{17}
Que si no se lo repito, Es por la razon ya dicha, De escusar que lo molesta Ostente lo agradecida;
Que no le escribo, porque Siendo alhaja tan baldía La de mis letras, no intento Que de embarazo le sirva;
Y que ya que mi desgracia De estar á sus pies me priva, Le serviré en pedir solo A Dios la vuestra y su vida. {18}
V
A la condesa de Galve, en su cumpleaños.
Si el dia en que tú naciste, Bellísima excelsa Elvira, Es ventura para todos, ¿Porqué no lo será mia?
¿Nací yo acaso en las yerbas O criéme en las ortigas? ¿Fué mi ascendiente algun risco O mi cuna alguna sima?
¿No soy yo gente? ¿No es forma Racional la que me anima? ¿No desciendo, como todos, De Adan por muy recta línea?
¿No hay sindéresis en mí Con que lo mejor elija, Y ya que bien no lo entienda, Por lo ménos lo perciba?
Pues ¿porqué no he de ir á verte, Cuando todos te visitan? ¿Soy ave nocturna para No poder andar de dia?
Si porque estoy encerrada Me tienes por impedida, Para esos impedimentos Tiene el afecto sus limas.
Para el alma no hay encierro Ni prisiones que la impidan, Pues que solo la aprisionan Las que se forja ella misma.{19}
Sutíl y ágil el deseo, No hay, cuando sus plumas gira, Solidez que no penetre Ni distancia que no mida.
Contento con mi carencia, Mi respeto sacrifica Por el culto que te doy El gusto que se me quita.
Entre el gusto y el decoro Quiere la razon que elija Lo que es adoracion tuya, Antes que la fruicion mia.
Yo me alegro de no verte, Porque fuera grosería Que te cueste una indecencia El que yo logre una dicha. ........... Allá voy á verte; pero Perdóname la mentira, Que mal puede ir á un lugar El que siempre en él habita.
Yo siempre de tu asistencia Soy la mental estantigua, Que te asisto, y no me sientes, Que te sirvo y no me miras.
Yo envidiosa de la esfera Dichosa que tu iluminas, Formo con mis pensamientos Las alfombras que tu pisas;
Y aunque invisible, allí el alma Te venera tan rendida, Que apénas logra el deseo Desperdicios de tu fimbria.{20}
Mas cierto que del asunto Estoy mas de cuatro millas, Que leguas dijera, á no Ser el asonante en ía;
Revístome de dar años, Que aunque tan no apetecida Dádiva en las damas, es De la que tu necesitas;
Pero es tan breve el espacio De tu juventud florida, Que á otras se les darán años, Mas á tí se te dan dias.
Yo te los doy, y no pienses Que voy desapercibida De las alhajas que observa Hoy la etiqueta precisas;
Pues si de los años es Una cadena la insignia, Tengo la de ser tu esclava; Mira si hay otra mas rica.
Por joyel un corazon, Que en vez de diamantes brilla El fondo de mi fineza, El resplandor de mi dicha.
Góceslos como deseo, Como mereces los vivas, Que en lo que quiero y mereces Dos infinitos se cifran.
No quiero cansarte mas, Porque de que estés es dia Hermosa á mas no poder, Y de adrede desabrida. {21}
VI
A la misma condesa.
Sobre si era atrevimiento, Bella Elvira, responderte, Y sobré si tambien era Cobardía el no atreverme,
He pasado pensativa Sobre un libro y un bufete, Porque vayan otros sobres Sobre el amor que me debes,
No sé yo qué tantos dias; Porque como tu en tí tienes Reloj de sol, no hay quien mida Lo que vive ó lo que muere.
Y si no lo has por enojo, Despues que estaba el caletre Cansado asaz de pensar Y de revolver papeles,
Resuelta á escribirte ya En todos los aranceles De jardines y de luces, De estrellas y de claveles,
No hallé en luces ni en colores Comparacion conveniente, Que con mas de quince palmos A tu hermosura viniese;
Con ser que no perdoné Trasto que no revolviese En la tienda de Timántes Ni en el obrador de Apéles.{22}
Pues á los poetas ¡cuánto Les revolví los afeites Con que hacen que una hermosura Dure, aunque al tiempo le pese!
En Petrarca hallé una copia De una Laura ó de una duende, Pues dicen que ser no tuvo Mas del que en sus versos tiene.
Cubierta como de polvo, Del griego una copia breve Hallé de Helena, de Homero Olvidada en un retrete.
Pues de Virgilio el coturno No dejó de entrenerse Con Elisa en el quam Lae Ti te genuare parentes.
A Proserpina en Claudiano Ni aun me diò gana de verle La su condenada faz Llena de hollines y peces.
De Lucrecia la romana, Aquella beldad valiente, Persuadiendo honor estaba A las matronas de allende.
Florinda vana decia A los moros alquiceles: “Tanto como España valgo, Pues toda por mí se pierden.”
Lavinia estaba callada, Dejando que allá se diesen Turno y el páter Enéas, Y despues, ¡viva quien vence!{23}
En Josefo Marïamne, Al ver que sin culpa muere, Dijo: “Si me mata Heródes, Claro es que muero inocente.”
Angélica en Arïosto Andaba de hueste en hueste Alterando paladines Y descoronando reyes.
En Ovidio, como es Poeta de las mujeres, Hallé que al fin los pintores Eran como los quereses;
Y hallé á escoger como en peras Unas bellezas de á veinte, A lo de qué quereis, pluma, Que están diciendo, comedme;
En los prados mas que flores, En el campo mas que nieve, En las plantas mas que frutos, En las aguas mas que peces.
A la rubia Galatea Junto á la cándida Tétis, A la florida Pomona, Y á la chamuscada Céres;
A la gentil Aretusa, Y á la música Canente A la encantadora Circe Y á la desdichada Héles;
A la adorada Corónis, A la infelice Semele, A la agraciada Calixto Y á la jagtante Climene;{24}
Y otra gran tropa de ninfas Acuátiles y silvestres, Sin las mondongas que á cuestas Guardaban los adherentes;
A la desdeñosa Dafne, A la infausta Nictimene, A la lijera Atalanta, Y á la celebrada Asterie;
Y en fin la casa del Mundo Que tantas pinturas tiene De bellezas vividoras Que están sin envejecerse,
Cuya dura fama el tiempo, Que todas las cosas muerde Con los bocados de siglos, No les puede entrar el diente,
Revolví, como ya digo, Sin que entre todas pudiese Hallar una que siquiera En el vestido os semeje.
Con que de comparaciones Desesperada mi mente Al viste y al así como Hizo ahorcar en dos cordeles;
Y sin tratar de pintarte, Sino solo de quererte, Porque esta aunque culpa, es culpa Muy fácil de cometerse;
Y esotro imposible, y culpa, Y mas que culpa, se temen De Icaro los precipicios Y de Faeton los vaivenes.{25}
Mira ¡que vulgar ejemplo! Que hasta los niños de leche Faetonizan é icarizan La vez que se les ofrece.
Y en fin, no hallo que decirte, Sino solo que ofrecerte, Adorando tus favores, Las gracias de tus mercedes.
De ellos me conozco indigna; Mas eres sol y amaneces Por beneficio comun Para todos igualmente.
Por ellos, señora mia, Postrada beso mil veces La tierra que pisas, y Los pies, que no sé si tienes. {26}
VII
Desahogos del corazon.
A fuera, á fuera, ansias mias, No el respeto os embarace, Que es lisonja de la pena Perder el miedo á los males.
Salga el dolor á las voces, Si quiere mostrar lo grande, Y acredite lo insufrible Con no poder ocultarse.
Salgan signos á la boca De lo que el corazon arde, Que nadie creerá el incendio Si el humo no da señales.
No á impedir el grito sea El miramiento bastante, Que no es muy valiente el preso Que no quebranta la cárcel.
El que su cuidado estime Sus sentimientos no calle, Que es agravio del motivo No hacer del dolor alarde.
Mayor es que yo mi pena, Y esto supuesto, mas fácil Será que ella á mí me venza, Que no que yo en ella mande. {27}
VIII
un caballero que decia tener el pecho de nieve.
Allá va, Julio de Enero, Ese papel, no á tus manos, Sino al alma, que si es nieve, Será de mis tiros blanco.
Arma de loriga el pecho, Anima aliento bizarro, Y á puntas de mis desdenes Preven marmoreos reparos.
Dilata del corazon Los senos mas reservados, Y en inútiles defensas Dobla á mi favor el lauro.
Arma el alma de cordura, De sufrimiento el cuidado, De reflexion lo atrevido, Y de prudencia lo vano;
Que no bastará á librarte De mi desden irritado Ni las defensas del pecho, Ni los esfuerzos del brazo;
Pues llevo para rendirte Por ministros del estrago Enojo que brota furias, Desden que graniza rayos:
Yo que á la deidad montera Crezco el desdeñoso bando, A quien en desden excedo, Si en hermosura no igualo;{28}
Yo que en diamantino pecho Guardo un corazon de mármol, Que aun en los tardos latidos Da escasas señas de humano;
Yo que en la tabla del tiempo Ejemplos mirando tantos, Hago resguardo presente Los infortunios pasados;
Yo á cuyos duros rigores, A cuyo desden helado Templa sus ardores Vénus, Afloja Cupido el arco,
A tí que de mi despego Pretendes ser el retrato, Sin advertir lo que dista Lo vivo de lo pintado,
Quizá porque así pretendes, Sagazmente temerario, Hacer á la semejanza Tercera del agasajo;
Porque talvez en el mundo Hay caprichos tan extraños, Que conceden al desprecio Lo que al amor le negaron.
¡Oh discurso irracional! ¿Que quepa en pechos humanos Lo que al exámen de un bruto Sale siempre condenado?
¿Qué fiera la mas furiosa, Terror del bosque y del campo, Si la sujeta la fuerza No la domestica el trato?{29}
Si debí tan mal concepto, Julio, á tu sentir errado, A costa de tus desprecios Comprarás el desengaño.
Lo que es razon no es capricho, No es delito lo alentado, No es injusticia lo activo, Ni es culpa lo que es recato.
Si porque el amor se ofende Intentas disimularlo, Será doblada la ofensa Por amor y por engaño.
Que no es acertada enmienda, En términos cortesanos, Indicarse de grosero Por eximirse de honrado;
Si el amor por sí es plebeyo, No es medio proporcionado Querer que parezca noble Con un disfraz tan villano;
Y mas habiendo delitos De afectos tan encontrados; Que aunque es delito el hacerlos Es pundonor sustentarlos;
Que ya una vez proferidos Insultos de enamorados, Mejor que lo arrepentido Suele quedar lo obstinado.
Demas que si sé tu amor, ¿Qué importa que tus cuidados Los pronuncies como risa, Si los oigo como llanto?{30}
Varias denominaciones A una misma cosa hallamos, Sin que la sustancia inmute Lo exterior de los vocablos.
Y así en tu dolor será, Cuando muestras desenfado, Mudar el nombre á la queja, Mas no mejorar el daño.
Si el fin que lleva la industria Es de conseguir mi agrado, Malograrás ofendiendo Lo que no alcanzaste amando.
Deja la imposible empresa, Si no quieres temerario Que se rematen castigos Los que avisos empezaron.
Ya, Julio, te he visto en juego; Juega limpio y habla claro, No me vistas de fineza Con apariencias de agravio;
Que ántes que amor en mi pecho El cetro empuñe tirano, Fuente me verá su fuego, Laurel me hallarán sus rayos;
Que aunque es verdad que castigo Del desden parece casto, Vencedor tronco ser quiero, Mas que vencida ser astro. {31}
IX
Entre la obligacion y el afecto.
Supuesto, discurso mio, Que gozais en todo el orbe Entre aplausos de entendido De agudo veneraciones,
Mostradlo en el duro empeño En que mis ansias os ponen, Dando salida á mis ansias, Dando aliento á mis temores.
Empeño vuestro es el mio; Mirad que será desórden Ser en causa ajena agudo Y en la propia vuestra torpe;
Ved que es querer que las causas Con efectos desconformes Nieves el fuego congele, Que la nieve llamas brote.
Manda la razon de estado Que, atendiendo á obligaciones, Las partes de Fabio olvide, Las prendas de Silvio adore;
O que al ménos, si no puedo Vencer tan fuertes pasiones, Cenizas de disimulo Cubran amantes ardores;
Que vano disfraz las juzgo, Pues harán cuando mas obren Que no se mire la llama, No, que el ardor no se note.{32}
¿Cómo podré yo mostrarme, Entre estas contradicciones, A quien no quiero, de cera, A quien adoro, de bronce?
¿Cómo el corazon podrá, Cómo sabrá el labio torpe Fingir halago, olvidando, Mentir, amando, rigores?
¿Cómo sufrir abatido Entre tan bajas acciones Que lo desmienta la boca Podrá un corazon tan noble?
¿Cómo la boca podrá, Cuando el corazon se enoje, Fingir cariños, faltando Quien le ministre razones?
¿Podrá mi noble altivez Consentir que mis acciones De nieve y de fuego sirvan A ser fábula del orbe?
Y yo doy que tanta dicha Tenga, que todos lo ignoren; Para pasar la vergüenza, ¿No basta que á mí me conste?
Que aquesto es razon me dicen Los que la razon conocen; Pues ¿cómo la razon puede Forjarse de sinrazones?
¿Qué te costaba, hado impio, Dar, al repartir tus dones, O los méritos á Fabio, O á Silvio las perfecciones?{33}
Dicha y desdicha de entrambos, La suerte les descompone, Con que el uno su desdicha Y el otro su dicha ignore.
¿Quién ha visto que tan varia La fortuna se equivoque, Y que el dichoso padezca Porque el infelice goce?
No me conviene el ejemplo Que en el Mongibelo ponen, Que en él es natural gala, Y en mí violencia disforme;
Y resistir el combate De tan encontrados golpes No cabe en lo sensitivo, Y puede sufrirlo un monte.
¡Oh vil arte, cuyas reglas Tanto á la razon se oponen; Que para que se ejecuten Es menester que se ignoren!
¿Qué hace en adorarme Silvio? Cuando mas fino blasone Quererme, ¿es mas que seguir De su inclinacion el norte?
Gustoso vive en su empleo Sin que disgustos le estorben: Pues ¿qué vence, si no vence Por mí sus inclinaciones?
¿Qué víctimas sacrifica, Qué incienso en mis aras pone, Si cambia sus rendimientos Al precio de mis favores?{34}
Mas hago yo, pues no hay duda Que hace finezas mayores Que el que voluntario ruega, Quien violenta corresponde;
Porque aquel sigue obediente De su estrella el curso dócil, Y esta contra la corriente De su destino se opone.
El es libre para amarme Aunque otra su amor provoque, Y ¿no tendré yo la misma Libertad en mis acciones?
Si él restituirse no puede, Su incendio mi incendio abone; Violencia que á él le sujeta, ¡Qué mucho que á mí me postre!
¿No es rigor, no es tiranía, Siendo iguales las pasiones, o poder él reportarse Y querer que me reporte?
Quererle porque él me quiere, No es justo que amor se nombre: Que no ama quien para amar El ser amado supone.
No es amor correspondencia, Causas tiene superiores Que las concilian los astros, O lo engendran perfecciones.
Quien ama porque es querida, Sin otro impulso mas noble, Desprecia al amante, y ama Sus propias adoraciones.{35}
Del humo del sacrificio Quiere los vanos honores, Sin mirar si el oferente Ha méritos que le adornen.
Ser potencia y ser objeto A toda razon se opone, Porque es ejercer en sí Sus propias operaciones.
Aparte rey se distingue El objeto que conoce, Y lo amable, no lo amante, Es blanco de los harpones.
Amor no busca la paga De voluntades conformes; Que tan bajo interes fuera Indigna usara en los dioses.
No hay cualidad que en él pueda Imprimir alteraciones Del hielo de los desdenes, Del fuego de los favores.
Su ser es inaccesible Al discurso de los hombres, Que aunque el efecto se sienta, La esencia no se conoce.
Y en fin cuando en mi favor No hubiera tantas razones, Mi voluntad es de Fabio, Silvio, y el mundo perdone. {36}
X
En que cultamente espresa ménos aversion de la que afectaba un enojo.
Si el desamor ó el enojo Satisfacciones admite, Y si talvez los rigores De urbanidades se visten,
Escucha, Fabio, mis males, Cuyo dolor, si se mide, Aun el mismo padecerlo No lo sabrá hacer creible;
Mira mi altivez postrada, Porque son incompatibles Un pundonor que se ostente, Con un amor que se humille;
Escucha de mis afectos Las tiernas voces humildes Que en enfáticas razones Dicen mas de lo que dicen;
Que si despues de escucharme Rigor en tu pecho asiste, Informaciones de bronce Te acrediten de insensible.
No amarte tuve propuesto; Mas proponer ¿de qué sirve Si á persuacion de Sirenas No hay propósitos de Ulíses?
Pues es, aunque se prevenga, En las amorosas lides El griego ménos prudente, Y mas engañosa Circe.{37}
Ni ¿qué importa que en un pecho Donde la pasion reside Se resista la razon, Si la voluntad se rinde?
En fin, me rendí ¿Qué mucho Si mis errores conciben La esclavitud como gloria, Y como pension lo libre?
Aun en mitad de mi enojo Estuvo mi amor tan firme, Que, á pesar de mis alientos, Aunque no quise, te quise.
Pensé desatar el lazo Que mi libertad oprime, Y fué apretar la lazada El intentar desasirme.
Si de tus méritos nace Esta pasion que me aflije, ¿Cómo el efecto podrá Cesar si la causa existe?
¿Quién no admira que el olvido Tan poco del amor diste, Que quien camina al primero Al segundo se avecine?
No, pues, permitas, mi Fabio, Que en ti el mismo afecto vive, Que un leve enojo blasone Contra un amor invencible.
No hagas que un amor dichoso Se vuelva en afecto triste, Ni que las aras de Antéros A Cupido se dediquen.{38}
Deja que nuestras dos almas, Pues un mismo amor las rige, Teniendo la union en poco, Amantes se identifiquen;
Un espíritu amoroso Nuestras dos vidas anime, Y Láchesis al formarlas De un solo copo las hile.
Nuestros dos conformes pechos Con solo un aura respiren; Un destino nos gobierne, Y una inclinación nos guie.
Y en fin, á pesar del tiempo Pase nuestro amor felice De las puertas de las Parcas, Unidad indivisible,
Donde siempre, amantes sombras, Nuestro eterno amor envidien Los Leandros y las Heros, Los Píramos y las Tisbes. {39}
XI
Preludios del dolor de una ausencia.
Ya que para despedirme, Dulce idolatrado dueño, Ni me da licencia el llanto, Ni me da lugar el tiempo,
Háblente los tristes rasgos, Entre lastimosos ecos, De mi triste pluma, nunca Con mas justa causa negros.
Y aun esta te hablará torpe Con las lágrimas que vierto, Porque va borrando el agua Lo que va dictando el fuego.
Hablar me impiden los ojos, Y es que se anticipan ellos, Viendo lo que he de decirte, A decírtelo primero.
Oye la elocuencia muda Que hay en mi dolor, sirviendo Los suspiros de palabras, Las lágrimas de conceptos;
Mira la fiera borrasca Que pasa en el mar del pecho, Donde zozobran turbados Mis confusos pensamientos;
Mira cómo ya el vivir Me sirve de afan grosero, Que se averguenza la vida De durarme tanto tiempo;{40}
Mira la muerte que esquiva Huye porque la deseo, Que aun la muerte, si es buscada, Se quiere subir de precio;
Mira como el cuerpo amante Rendido á tanto tormento, Siendo en lo demás cadáver, Solo en el sentir es cuerpo;
Mira como el alma misma Aun teme, en su ser esento, Que quiera el dolor violar La inmunidad de lo eterno.
En lágrimas y suspiros Alma y corazon á un tiempo, Este se convierte en agua, La otra se resuelve en viento.
Ya no me sirve la vida, Esta vida que poseo, Sino de condicion sola Necesaria al sentimiento.
Mas ¿porqué gasto razones En contar mi pena, y dejo De decir lo que es preciso, Por decir lo que estás viendo?
En fin, te vas. ¡Ai de mí! Dudosamente lo pienso; Pues si es verdad, no estoy viva, Y si viva, no lo creo.
¿Posible es que ha de haber dia Tan infausto, tan funesto, En que sin ver yo las tuyas Esparza sus luces Febo?{41}
¿Posible es que ha de llegar El rigor á tan severo, Que no ha de darle su vista A mis pesares aliento?
¿Que no he de ver tu semblante? ¿Que no he de escuchar tus ecos? ¿Que no he de gozar tus brazos Ni me ha de animar tu aliento?
¡Ai mi bien! ¡aí prenda mia! ¡Dulce fin de mis deseos! ¿Porqué me llevas el alma Dejándome el sentimiento?
Mira que es contradiccion Que no acabe en un sujeto Tanta muerte en una vida, Tanto dolor en un muerto.
Mas ya que es preciso ¡aí triste! En mi infelice suceso, Ni vivir con la esperanza, Ni morir con el tormento,
Dame algun consuelo tú En en dolor que padezco, Y quien en el suyo muere, Viva siquiera en tu pecho.
No te olvides que te adoro, Y sírvante de recuerdo Las finezas que me debes, Si no las prendas que tengo.
Acuérdate que mi amor Haciendo gala del riesgo, Solo por atropellarlo Se alegraba de tenerlo.{42}
Y si mi amor no es bastante, El tuyo mismo te acuerdo, Que no es poco empeño haber Empezado ya en empeño.
Acuérdate, señor mio, De tus nobles juramentos, Y lo que juró tu boca No lo desmientan tus hechos;
Y perdona si en temer Mi agravio, mi bien, te ofendo, Que no es dolor el dolor Que se contiene en lo atento.
Y á Dios, que con el ahogo Que me embarga los alientos, Ni sé ya lo que te digo. Ni lo que te escribo leo. {43}
XII
Los celos prueban amor.
(FRAGMENTOS.)
........... Son ellos de que hay amor El signo mas manifiesto, Como la humedad del agua Y como el humo del fuego.
No son, que dicen, de amor Bastardos hijos groseros, Sino legítimos, claros Sucesores de su imperio.
Son crédito y prueba suya, Pues solo pueden dar ellos Auténticos testimonios De que es amor verdadero;
Porque la fineza, que es De ordinario el tesorero A quien remite las pagas Amor de sus libramientos,
¿Cuántas veces motivada De otros impulsos diversos Ejecuta por de amor Decretos de galanteo?
El cariño ¿cuántas veces, Por dulce entretenimiento Fingiendo quilates, crece La mitad del justo precio?{44}
¿Y cuántas mas el discurso, Por ostentarse discreto, Acredita por de amor Partos del entendimiento?
¿Cuántas veces hemos visto Con disfraz de rendimientos A la propia conveniencia, O á la tema, ó al empeño?
Solo los celos ignoran Fábricas de fingimientos, Que como son locos tienen Propiedad de verdaderos. ........... Del frenético que fuera De su natural acuerdo Se despedaza, no hay quien Juzgue que finge el estremo.
En prueba de esta verdad Mírense cuantos ejemplos En biblioteca de siglos Guarda el archivo del tiempo.
A Dido fingió el troyano, Mintió á Ariadna Teseo, Ofendió á Mínos Pasífae, Y engañaba á Marte Vénus;
Semíramis mató á Nino, Elena deshonró al griego, Jasson deshonró á Medea, Y dejó á Olimpia Vireno;
Bersabé engañaba á Urias, Dálila al caudillo hebreo, Jael á Sisara horrible, Judit á Holoférnes fiero.{45}
Estos y otros que mostraban Tener amor, sin tenerlo, Todos fingieron amor, Mas ninguno fingió celos;
Porque aquel puede fingirse Con otro color; mas estos Son la prueba del amor Y la prueba de sí mesmos. ........... Ellos solos se han con él Como la causa y efecto: ¿Hay celos? luego hay amor. ¿Hay amor? luego habrá celos.
De la fiebre ardiente suya Son el delirio mas cierto, Que como están sin sentido Publican lo mas secreto. ........... Para tener celos basta Solo el temor de tenerlos, Que ya está sintiendo el daño Quien está sintiendo el riesgo. ........... Decir que este no es cuidado Que llega á desasosiego, Podrá decirlo la boca, Mas no comprobarlo el pecho. ........... Y aunque ellos en sí no pasen El término de lo cuerdo, ¿Quién lo podrá persuadir A quien los mira con miedo?{46}
Aplaudir lo que yo estimo Bien puede ser sin intento Segundo; mas ¿quién podrá Tener mis temores quedos?
Quien tiene enemigos, suele Decirse, no tenga sueño; Pues ¿como ha de sosegarse El que los tiene tan ciertos?
Quien en frontera enemiga Descuidado ocupa el lecho, Solo parece que quiere Ser del contrario trofeo.
Aunque inaccesible sea El blanco, si los flecheros Son muchos, ¿quién me asegura Que alguno no tenga acierto?
Quien se alienta á competirme Aun en menores empeños, Es un dogal que compone Mis ahogos con su aliento;
Pues ¿qué será el que pretende Excederme en los afectos, Mejorarme en las finezas Y aventajarme en deseos?
¿Quién quiere usurpar mis dichas? ¿Quién quiere ganarme el premio? Y ¿quién en galas del alma Quiere quedar mas bien puesto?
¿Quién para su exaltación Procura mi abatimiento, Y quiere comprar sus glorias A costa de mis desprecios?{47}
¿Quién pretende con los suyos Deslucir mis sentimientos, Que en los deleites del alma Es el mas sensible duelo? ........... La confianza ha de ser Con proporcionado medio; Que deje de ser modestia Sin pasar á ser despego.
El que es discreto, á quien ama Le ha de mostrar que el recelo Lo tiene en la voluntad Y no en el entendimiento.
Un desconfiar de mí, Y un estar siempre temiendo Que pueda exceder al mio Cualquiera mérito ageno;
Un temor que la fortuna Pueda con airado ceño Despojarme, por indigno, Del favor que no merezco;
No solo no ofende, y ántes Es el esmalte mas bello Que á las joyas de lo fino Les puede dar lo discreto.
Y aunque algo exceda la queja, Nunca queda mal, supuesto Que es gala de lo sentido Exceder de lo modesto.
Lo atrevido de un celoso Irracional, y lo terco, Prueba es de que amor la beca Ha menester de un colegio.{48}
Y aunque muestre que se ofende, Yo sé que por allá dentro No le pesa á la mas alta De mirar tales estremos.
La mas airada deidad Al celoso mas grosero Le está aceptando servicios Los que riñe atrevimientos.
La que se queja oprimida Del natural mas estrecho, Hace ostentacion de amada El que parece lamento.
De la triunfante hermosura Tiran el carro soberbio El desdichado con quejas, El celoso con despechos. ........... ........... {49}
XIII
Al marques de la Laguna.
(FRAGMENTOS.)
........... Vivid, y vivid discreto, Que es solo vivir felice; Pues dura y no vive quien No sabe apreciar que vive.
Si no sabe lo que tiene Ni goza lo que recibe, En vano blasona el jaspe El don de lo incorruptible.
No en lo diuturno del tiempo La larga vida consiste: Talvez del seso las canas Honran años juveniles. ........... Las canas se han de buscar Antes que el tiempo las pinte, Que al que las pretende, alegran, Y al que las espera, afligen.
Quien para ser viejo espera Que los años se deslicen, Ni conserva lo que tiene, Ni lo que espera consigue;
Con lo cual casi al no ser Viene el necio á reducirse, Pues ni la vejez le llega, Ni la juventud le asiste.{50}
Quien vive por vivir solo, Sin buscar mas altos fines, De lo viviente se precia, De lo racional se exime.
Y ni aun de la vida goza, Pues si bien llega á advertirse, El que vive lo que sabe Solo sabe lo que vive.
Quien llega necio á pisar De la vejez los confines, Vergüenza peina y no canas, No años, afrentas repite. ...........
........... Desde la América enciendo Aromas á vuestra imágen, ........... ........... Desinteresada os busco, Que el afecto que os oplaude, Es aplauso á lo entendido Y no lisonja á lo grande;
Porque ¿para qué, señora, En distancia tan notable Habrán vuestras altiveces Menester mis humildades?
Y no he menester de vos Que vuestro favor me alcance Favores en el consejo, Amparo en los tribunales;
Ni que acomodeis mis deudos, Ni que ampareis mi linage, Ni que mi alimento sean Vuestras liberalidades:
Que yo, señora, nací En la América abundante, Compatrïota del oro, Paisana de otros metales;{62}
A donde el comun sustento Se da casi tan de balde, Que en ninguna parte mas Se ostenta la tierra madre.
De la comun maldicion Libres parece que nacen Sus hijos, segun el pan No cuesta sudor y afanes.
Europa mejor lo diga, Pues há tanto que insaciable De sus abundantes venas Desangra los minerales.
Y cuantos el dulce lotos De sus riquezas les hace Olvidar los propios nidos, Despreciar los patrios lares;
Pues entre cuantos la han visto Se vé con claras señales Voluntad en los que quedan Y violencia en los que parten.
Demas de que en el estado Que Dios fué servido darme, Las riquezas solamente Sirven para despreciarse:
Que para volar segura De la religion la nave, Ha de ser la carga poca Y muy crecido el velamen;
Porque si algun contrapeso Pide para asegurarse, De humildad, no de riqueza, Ha menester hacer lastre.{63}
Pues ¿de qué cargar sirviera De riquezas temporales, Si en llegando la tormenta Era preciso alijarse?
Con que por cualquiera de estas Razones, pues es bastante Cualquiera, estoy de pediros Inhibida por dos partes. ...........
Es de bellezas vulgares Indigno bajo trofeo, Que en pretender ser vencidas Quieren fundar vencimientos;
Mal se acreditan deidades Con la paga, pues es cierto Que á quien el servicio paga No se debió el rendimiento;
Que distinta adoracion Se te debe á tí, pues siendo Indignos aun del castigo, Mal aspirarán al premio.
Yo, pues, mi adorada Fílis, Que tu deidad reverencio, Que tu desden idolatro Y que tu rigor venero:
Bien así cual mariposa Amante, que en tornos ciegos Es despojo de la llama, Por tocar su lucimiento:{65}
Como el niño que inocente Aplica incauto los dedos, A la cuchilla, engañado Del resplandor del acero,
Y herida la tierna mano, Aun sin conocer su yerro, Mas que el dolor de la herida, Siente apartarse del reo. ........... Pero ¿para qué es cansarse? Como á ti, Fílis, te quiero, Que en lo que mereces, este Es solo encarecimiento.
Ser mujer ni estar ausente No es de amante impedimento, Pues sabes tú que las almas Distancia ignoran y sexo. ........... ¡Oh! quién pudiera rendirte, No las riquezas de Creso, Que materiales tesoros Son indignos de tal dueño,
Sino cuantas almas libres, Cuantos arrogantes pechos, En fe de no conocerte Viven de tu yugo exentos! ........... Si crédito no me das, Dalo á tus merecimientos, Que es, si registras la causa, Preciso hallar el efecto.{66}
¿Puedo yo dejar de amarte, Si tan divina te advierto? ¿Hay causa que no produzca? ¿Hay potencia sin objeto?
Vuelve á ti misma los ojos, Y hallarás en ti y en ellos, No solo el amor posible, Mas preciso el rendimiento. ...........
En reconocimiento á los autores europeos que elogiaron los versos de la
poetisa.
(Fragmentos.)
........... ¿De dónde á mí tanto elogio? ¿De dónde á mí encomio tanto? ¿Tanto pudo la distancia Añadir á mi retrato?
¿De qué estatura me haceis? ¿Qué coloso habéis labrado, Que desconoce la altura Del original lo bajo?
No soy yo la que pensais, Sino es que allá me habeis dado Otro ser en vuestras plumas, Y otro aliento en vuestros labios;
Y diversa de mí misma Entre vuestras plumas ando, No como soy, sino como Quisísteis imaginarlo.
A regiros por informes, No me hiciera asombro tanto, Que ya sé cuanto el afecto Sabe agrandar los tamaños;
Pero si de mis borrones Vísteis los humildes rasgos, Que del tiempo mas perdido Fueron ocios descuidados,{77}
¿Qué os pudo mover á aquellos Mal merecidos aplausos? ¿Así puede á la verdad Arrastrar lo cortesano?
A una ignorante mujer, Cuyo estudio no ha pasado De ratos á la precisa Ocupación mal hurtados, ........... ........... ¿Se dirigen los elogios De los ingenios mas claros Que en púlpitos y en escuelas El mundo venera sabios?
¿Cuál fué la ascendiente estrella Que, dominando los astros, A mí os ha inclinado, haciendo Lo violento voluntario?
¿Qué mágicas infusiones De los indios herbolarios De mi patria, entre mis letras El hechizo derramaron?
¿Qué proporcion de distancia El sonido modulando De mis versos, hacer pudo Cónsono lo destemplado?
¿Qué siniestras perspectivas Dieron aparente ornato Al cuerpo compuesto solo De unos mal distintos trazos?{78}
¡Oh cuántas veces, oh cuántas, Entre las ondas de tantos No merecidos loores, Elogios mal empleados!
¡Oh cuántas encandilada En tanto golfo de rayos, O hubiera muerto Faetonte, O Narciso, peligrado,
A no tener en mí misma Remedio tan á la mano, Como el conocerme, siendo Lo que los pies para el pavo!
Vergüenza me ocasionais Con haberme celebrado, Porque sacan vuestras luces Mis faltas á lo mas claro.
Vosotros me concebísteis A vuestro modo, y no estraño Lo grande, que esos conceptos Por fuerza han de ser milagros.
La imágen de vuestra idea Es la que habeis alabado, Y siendo vuestra es bien digna De vuestros mismos aplausos.
¡Celebrad ese de vuestra Propia aprension simulacro, Para que en vosotros mismos Se vuelva á quedar el lauro! ...........
........... Si es lícito y aun debido Este cariño que tengo, ¿Por qué me han de dar castigo Porque pago lo que debo? ¡Oh cuánta fineza! oh cuántos Cariños he visto tiernos! Que amor que se tiene en Dios Es calidad sin opuestos. De lo lícito no puede Hacer contrarios conceptos, Porque es amor que al olvido No puede vivir espuesto. Yo me acuerdo (oh nunca fuera!) Que he querido en otro tiempo, Lo que paso de locura Y lo que excedió de estremo. Mas como era amor bastardo Y de contrarios compuesto, Fué fácil desvanecerse De achaque de su ser mesmo; Mas ahora ¡ay de mí! está Tan en su natural centro, Que la virtud; razón Son quien aviva su incendio. ........... ¡Oh humana flaqueza nuestra A donde el mas puro afecto Aun no sabe desnudarse Del natural sentimiento!{80}
Tan precisa es la apetencia Que á ser amados tenemos, Que aun sabiendo que es inútil Nunca dejarla sabemos.
Que corresponda á mi amor Nada añade; mas no puedo, Por mas que lo solicito, Dejar yo de apetecerlo.
Si es delito, ya lo digo; Si es culpa, ya la confieso; Mas no puedo arrepentirme Por mas que hacerlo pretendo.
Bien ha visto quien penetra Lo interior de mis secretos, Que yo misma estoy forjando Los dolores que padezco;
Bien sabe que soy yo misma Verdugo de mis deseos, Pues muertos entre mis ansias Tienen sepulcro en mi pecho.
Muero ¡quién creyera! á manos Del objeto que mas quiero, Y el motivo de matarme Es el amor que le tengo.
Así alimentando triste La vida con el veneno, La misma muerte que vivo Es la vida con que muero,
Pero valor, corazon, Porque á tan dulce tormento, En medio de cualquier suerte No dejar de amar protesto! {81}
XXIII
Fragmento del auto historial “El cetro de Josef”. La mujer de Putifar á
Josef.
Espera, galan hebreo, Y si á obligarte no bastan Las prendas de mi belleza, Los adornos de mi gracia; Si en los rizos de mi pelo Los tesoros de la Arabia No te aprisionan, porque Son en fin cadenas blandas; Si de mis ojos los rayos, Si de mi frente la plata, Si en mi boca los rubíes, Si en mis mejillas el nácar No te mueven ni te incitan, Ni á que me enamores bastan, Porque son prendas caducas Que pagan al tiempo parias, Muévate una alma rendida, Que los tesoros del alma No pagan pension al tiempo Ni tributo á las mudanzas. No huyas, Josef, espera, Vuelve siquiera la cara; Mírame, que con la vista Tu fidelidad no manchas. Vuelve los ojos. Josef.—No quiero, Que quien la vista no guarda, No guardará el corazon, Pues abre su puerta franca. {82}
Lo que no le es al deseo Lícito, no es bien que haga Lícito á mis ojos yo; Que aunque el precepto no caiga Sobre el ver, como la vista Ministra especies al alma Que despierten el deseo Y que susciten su llama, Si yo una vez las recibo, Será imposible borrarlas Y difícil resistirlas; Y es muy necia confianza Que yo mismo á mi enemiga Admita dentro de casa. Muj. Pues ingrato, vive el cielo, Que supuesto que no bastan La terneza, ni el cariño A tu condicion ingrata, La ha de vencer la violencia, Y así de esta suerte...Josef.—Aparta! Suéltame! Mujer.—Cómo soltarte? Primero...Josef.—El cielo me valga! Profecía. Ya te vale, porque el cielo Nunca á quien le invoca falta. Huye, Josef; porque Dios Solo á quien se guarda, guarda. Muj. Huyó el ingrato! y dejóme Solo en las manos la capa. Qué nuevo furor me incita? Ya todo el amor es rabia! ........... {83}
XXIV.
Lucha entre la virtud y la costumbre.
Miéntras la gracia me excita Por elevarme á la esfera, Mas me abate á lo profundo El peso de mis miserias.
La virtud y la costumbre En el corazon pelean, Y el corazon agoniza En tanto que lidian ellas.
Y aunque es la virtud tan fuerte, Temo que talvez la venza, Que es muy grande la costumbre, Y está la virtud muy tierna.
Oscurécese el discurso En tan confusas tinieblas; Pues ¿quién podrá darme luz, Si está la razon á ciegas?
De mí mesma soy verdugo Y soy cárcel de mí mesma: ¿Quién vió que pena y penante Una propia cosa sean?
Causo disgusto á lo mismo Que mas agradar quisiera, Y del disgusto que doy En mí resulta la pena.
Amo á Dios y siento en Dios, Y hace mi voluntad mesma De lo que es alivio, cruz, Del mismo puerto, tormenta.{84}
Padezca, pues Dios lo manda; Mas de tal manera sea, Que si son las penas culpas, No sean culpas las penas.
Que hoy bajó Dios á la tierra, Es cierto: pero mas cierto Es que bajando á María Bajó Dios á mejor cielo.
Por obediencia del Padre Se vistió de carne el Verbo; Mas tal que le pudo hacer Comodidad el precepto.
Conveniencia fué de todos Este divino misterio, Pues el hombre de fortuna Mejoró, y Dios de asiento.
Su sangre le dió María A logro, porque á su tiempo La que recibe encarnando Restituya redimiendo.
Un arcángel á pedir Bajó su consentimiento, Guardándole en ser rogada De reina los privilegios.
¡Oh grandeza de María! Que cuando usa el Padre Eterno De dominio con su Hijo, Use con ella de ruego! {86}
XXVI.
Ave Regina cælorum.
¡Salve, Reina de los cielos, Y de los ángeles reina! ¡Salve de Jesé raiz Y de la luz clara puerta!
Gózate, Vírgen gloriosa, Sobre todas las mas bella; Vive la mas exaltada, Y por nos á Cristo ruega.
Para cantarte alabanzas Da dignidad á mi lengua, Y contra tus enemigos Dame tu virtud y fuerza.
Y tú, Señor poderoso, Concedédle por defensa El presidio de tu Madre A la fragilidad nuestra,
Para que con el auxilio De su maternal clemencia De nuestras iniquidades Levantemos la cabeza. {87}
XXVII.
A Cristo sacramentado, en el dia de la comunion.
Amante dulce del alma, Bien soberano á que aspiro, Tú que sabes las ofensas Castigar á beneficios;
Divino iman en que adoro, Hoy que propicio te miro, Que me influyes la osadía De poder llamarte mio;
Hoy que en union amorosa Imaginó tu cariño Que si no estabas en mí, Era poco estar conmigo;
Hoy que para examinar El amor con que te sirvo, Al corazon en persona Has penetrado tú mismo:
Pregunto ¿es amor ó celos Tan cuidadoso escrutinio? Que quien lo registra todo, Da de sospechar indicios.
Mas ¡ay bárbara ignorante! Y ¡qué de errores he dicho, Como si el estorbo humano Obstara al Lince divino!
Para ver los corazones No has menester asistirlos, Que para tí son patentes Las entrañas del abismo.{88}
Con una intuicion presente Tienes en vuestro registro El infinito pasado Hasta el presente finito;
Luego no necesitabas Para ver el pecho mio, Si lo estás mirando sabio, Entrar á mirarlo fino. {89}
XXVIII
A San Pedro.
Del descuido de una culpa Un gallo, Pedro, os avisa; Que un irracional reprende A quien la razon olvida.
¡Qué poco la Providencia De instrumentos necesita, Pues á un apóstol convierte Con lo que un ave predica!
Exámen fué vuestra culpa Para vuestra prelacía, Que peligra de muy recto Quien de frágil no peligra.
Tímido mueve el impulso De la mano compasiva Quien en su castigo propio Tiene del dolor noticia.
En las agenas flaquezas Siempre la vuestra se os pinta, Y el estruendo del que cae Os recuerda la caida.
Así templan vuestros ojos Con la piedad la justicia, Cuando lloran como reos Lo que como jueces miran. {90}
XXIX
A Santa Catarina mártir.
(FRAGMENTOS.)
Un áspid al blanco pecho Aplicó amante Cleopatra: ¡Oh que escusado era el áspid A donde el amor estaba! ........... El pecho ofrece al veneno La valerosa gitana. Que no siente herir el cuerpo La que tiene herida el alma. Amor y valor imita, Pero mejora la causa Catarina, porque sea La imitación con ventaja: Porque no triunfase Augusto De la beldad soberana Se mata Cleopatra, y precia Mas que la vida la fama. Así Catarina heróica Tiende la ebúrnea garganta Al filo, porque el infierno No triunfe de su constancia. Infamia en Cleopatra ó muerte La dulce vida amenazan; Pero ella elige por ménos Mal la muerte que la infamia. Así mejor Catarina A las cortantes navajas Ofrece los miembros bellos, Y al triunfo aspira gallarda. {91}
En la profesion de una religiosa.
¿Qué puede escribir la pluma De asunto tan soberano, Si por mas que se remonte Siempre se le va por alto? Vosotros siempre felices, Celestiales cortesanos, Que de tan glorioso triunfo Gozais el eterno lauro, La piedad de vuestro Rey Celebrad con dulce canto, Que de unirse á una criatura Amoroso se ha dignado. Y vos, poderoso Rey, Que en vuestro tálamo sacro, La que esclava rescatásteis Esposa habeis coronado; Pues tanto os preciais de amante Y ostentais de tan bizarro, Que haceis gala lo rendido Y primor lo enamorado, Conservadla en tal grandeza, Sin que los viles humanos Bajos vapores se atrevan A empañar candores tantos. {92}
DECIMAS.
I.
A una rosa.
(ALEGORIA.)
Cuida tu candor, que apura Al alba el primer albor; Pues tanto el riesgo es mayor, Cuanto es mayor la hermosura. No vivas de ella segura, Que si consientes errada Que te corte mano osada Por gozar beldad y olor, En perdiéndose el color Tambien serás desdichada.{93}
¿Ves á aquel que mas indicia De seguro en su fineza? Pues no estima la belleza Mas de en cuanto la codicia. Huye su astuta caricia, Que si necia y confiada Te aseguras en lo amada, Te hallarás despues corrida; Que en llegando á poseida Tambien serás desdichada.
A ninguno tu beldad Entregues, que es sinrazon Que sirva tu perfeccion De triunfo á su vanidad; Goza la celebridad Comun, sin verte empleada En quien, despues de lograda, No te acierte á venerar; Que en siendo particular, Tambien serás desdichada. {94}
II.
Presto celos llorarás.
En vano tu canto suena; No adviertes en tu desdicha Que será el fin de tu dicha El principio de tu pena. El loco orgullo refrena De que tan ufano estás, Sin advertir, cuando das Cuenta al aire de tus bienes, Que si ahora dichas tienes, Presto celos llorarás.
En lo dulce de tu canto El justo temor te avisa, Que en un amante no hay risa Que no se alterne con llanto; No te desvanezca tanto El favor, pues te hallarás Burlado, y conocerás Cuanto es necio un confiado, Que si hoy blasonas de amado, Presto celos llorarás.{95}
Advierte que el mismo estado Que al amante fervoroso Le constituye dichoso, Le amenaza desdichado; Pues le da tan alto grado Por derribarle, no mas; Y así tú que ahora estás En tal altura, no ignores Que si hoy ostentas favores, Presto celos llorarás.
La gloria mas elevada Que amor á tu dicha ordena, Contémplala como agena, Y tenla como prestada; No tu ambicion engañada Piense que eterno serás En las dichas, pues verás Que hay áspid entre las flores, Y que si hoy cantas favores, Presto celos llorarás. {96}
III.
El alma rendida por el amor.
(ALEGORIA.)
Cogióme sin prevencion Amor astuto y tirano; Con capa de cortesano Se me entró en el corazon: Descuidada la razon Y sin armas los sentidos, Dieron puerta inadvertidos, Y él por lograr sus antojos, Miéntras suspendió los ojos, Me saltëó los oidos.
Disfrazado entró y mañoso; Mas ya que dentro se vió, Del Paladion se salió Sin el disfraz engañoso; Pues con ánimo furioso Tomando las armas luego Se descubrió astuto griego, Que iras brotando y furores, Matando á los defensores, Puso á toda el alma fuego.{97}
Y buscando en sus violencias En ella á Príamo fuerte, Dió al entendimiento muerte, Que era rey de las potencias; Y sin hacer diferencias De real ó plebeya grey, Haciendo general ley Murieron á sus puñales Los discursos racionales, Porque eran hijos del rey.
A Casandra su fiereza Buscó, y con modos tiranos Ató á la razon las manos, Que era del alma princesa: En prisiones su belleza, De soldados atrevidos Lamenta los no creidos Desastres, que adivinó; Pues por mas voces que dió No la oyeron los sentidos.
Todo el palacio abrasado Se ve y todo destruido; Deífobo allí mal herido Aquí Páris maltratado; Prende tambien su cuidado La modestia en Policena; Y en medio de tanta pena, Tanta muerte y confusion, A la ilícita aficion Solo reserva en Elena.{98}
Y la ciudad, que vecina Fué al cielo, con tanto arder Solo guarda de su ser Los vestigios en la ruina. Todo el amor lo extermina, Y con ardiente furor Solo se oye entre el rumor Con que su crueldad apoya: “Aquí yace un alma Troya Vencida por el amor.” {99}
IV.
Con motivo de un presente.
Esta grandeza que usa Conmigo vuestra grandeza, Le está bien á mi pobreza, Pero muy mal á mi musa. Perdonádme si, confusa O sospechosa, me inquieta El juzgar que ha sido treta La que vuestro juicio trata, Pues quién me da tanta plata No me quiere ver poeta.
V.
El error de una disculpa.
Tenazmente porfiado Intentas, Silvio, y molesto, Porque erraste lo compuesto, Componer lo que has errado. Yerro cometes doblado, Pues cuando mil tretas usas Con que confesar rehusas Y en que no hay culpa te cierras, Por escusar lo que yerras, Yerras todo lo que escusas. {100}
VI.
A una dama que temia el aojo.
Amarílis celestial, No el aojo te amedrente, Que tus ojos solamente Tienen poder de hacer mal: Pues si es alguna señal La con que dañan airados O matan envenenados Cuando indignados están, Los tuyos solo serán, Que son los mas señalados.
VII.
Retrato de una belleza.
Tersa frente, oro el cabello, Cejas arcos, zafir ojos, Bruñida tez, labios rojos, Nariz recta, ebúrneo cuello, Talle airoso, cuerpo bello, Cándidas manos en que El cetro de amor se ve, Tiene Fili; en oro engasta Pié tan breve, que no gasta Ni un pié. {101}
VIII.
La razon contra el amor.
Dime, vencedor rapaz, Vencido de mi constancia, ¿Qué ha sacado tu arrogancia De alterar mi firme paz? Que aunque de vencer capaz Es la punta de tu arpon El mas duro corazon, ¿Qué importa el tiro violento, Si á pesar del vencimiento Queda viva la razon?
Tienes grande señorío, Pero tu jurisdiccion Domina la inclinacion, Mas no pasa al albedrío; Así librarme confio De tu loco atrevimiento, Pues aunque rendida siento Y presa la libertad, Se rinde la voluntad, Pero no el consentimiento.
En dos partes dividida Tengo el alma en confusion, Una esclava á la pasion, Y otra á la razon medida. Guerra civil encendida Aflige el pecho importuna; Quiere vencer cada üna, Y entre fortunas tan varias Morirán ambas contrarias, Mas no vencerá ninguna.{102}
Cuando fuera, Amor, te via No merecí de ti palma, Y hoy que estás dentro del alma Es resistir valentía; Córrase, pues, tu porfía De los triunfos que te gano, Pues cuando ocupas tirano El alma sin resistillo, Tienes vencido el castillo, E invencible al castellano.
Invicta razon alienta Armas contra tu vil saña, Y el pecho es corta campaña A batalla tan sangrienta. Y así, Amor, en vano intenta Tu loco esfuerzo ofenderme, Pues podré decir al verme Espirar sin entregarme, Que conseguiste matarme, Mas no pudiste vencerme. {103}
IX.
Enviando su imágen á una persona.
A tus manos me traslada La que mi original es, Que aunque copiada la ves, No la verás retractada: En mí toda trasformada Te da de su amor la palma; Y no te admire la calma Y el silencio que hay en mí, Pues mi original por tí Pienso que está mas sin alma.
De mi venida envidiosa Queda, en mi fortuna viendo Que ella es infeliz sintiendo Y yo sin sentir dichosa. En señal mas venturosa Estrella mas oportuna Me asiste, sin duda alguna, Pues que de un pincel nacida Tuve sér con ménos vida, Pero con mejor fortuna.
Mas si por caso trocada Mi suerte, tú me ofendieres, Por no ver que no me quieres Quiero estar inanimada: Que eso de ser desamada Será lance tan violento, Que la fuerza del tormento Llegue aun pintada á sentir; Que el dolor sabe infundir Almas para el sentimiento.{104}
Y si te es faltarme aquí El alma cosa importuna, Me puedes infundir una De tantas como hay en tí: Que como el alma te dí Y tuyo mi ser se nombra, Aunque mirarme te asombra En tan insensible calma, De este cuerpo eres el alma, Y eres cuerpo de esta sombra. {105}
X.
Escusándose de dar licencia á uno que se la pedia para ausentarse.
Licencia para apartaros Pedis, y podeis creer Que solo eso pudo ser En mí difícil el daros: Y así estimad que rogaros Que lo dilateis no quiera; Aunque si se considera, Poco teneis que estimar, Pues á poderla negar Presumo que no os la diera.
Es que aunque en darla ejecuto De posesion algun viso, Donde es conceder preciso Falta dominio absoluto. Apariencias de tributo Son las que llegais á dar, Y así me puedo quejar De vuestra fe cautelosa, Pues me dais dominio en cosa En que no puedo mandar.{106}
Pero con no darla yo Quedaré mejor aquí; Porque hay casos en que el sí Es mas esquivo que el no: Ya vuestra atencion cumplió Con pedirla; y yo, industriosa, Quedo, con no darla, airosa; Pues para que hagais ausencia, Es negaros la licencia Esquivez muy cariñosa.
Con paliada tiranía Usurpárosme intentais, Y como cortés buscais Cómplice en la venia mia No lo hagais vana porfía; Pues en aquesta ocasion Negaros la peticion De partida tan penosa, Sobre avaricia forzosa, Es cortés desatencion.
Sin dar parte yo quisiera Que dispusiérais el ir, Que en vos no es culpa el partir, Y en mí el permitir lo fuera; Y querer que interviniera Yo en cosa á vos necesaria, Es querer que haga, contraria A lo que el discurso avisa, La que es pena en vos precisa, En mí culpa voluntaria.{107}
Partid, en fin, confiado En mi voluntad constante De que aunque esteis muy distante, Nunca estareis apartado; Que pues con igual agrado Correspondo al que en vos veo, Aunque os aparteis, yo creo Que de veros con el ansia Abreviará la distancia La brújula del deseo. {108}
XI.
Pidiendo á la Vireina la libertad para un inglés.
Hoy que á vuestras plantas llego, Con el debido decoro, Como á deidad os adoro, Y como á deidad os ruego: No direis que el culto os niego Pretendiendo el beneficio De vuestro amparo propicio; Pues á la deidad mayor Le es invocar su favor El mas grato sacrificio.
Samuel á vuestra piedad Recurre por varios modos, Pues donde la pierden todos Quiere hallar la libertad: Su esclavitud rescatad, Señora, que los motivos Son justos y compasivos De tan adversa fortuna, Y haced libres vez alguna De tantas que haceis cautivos.{109}
Dos cosas pretende aquí Contraria mi voluntad: Para el inglés libertad Y esclavitud para mí; Pues aunque indigna nací De que este nombre me deis, En vano resistireis De mi esclavitud la muestra, Que yo tengo de ser vuestra, Aunque vos no me acepteis.
Contraria es la peticion De uno y otro, si se apura, Que él la libertad procura, Y yo busco la prision; Pero vuestra discrecion, A quien nunca duda impide, Podrá, si los fines mide, Hacernos dichosos hoy, Con admitir lo que os doy Y conceder lo que él pide. {110}
REDONDILLAS.
I.
A los hombres.
Hombres necios, que acusais A la mujer, sin razon, Sin ver que sois la ocasion De lo mismo que culpais;
Si con ansia sin igual Solicitais su desden, ¿Porqué quereis que obren bien Si las incitais al mal?
Combatis su resistencia, Y luego con gravedad Decis que fué liviandad Lo que hizo la diligencia.{111}
Parecer quiere el denuedo De vuestro parecer loco Al niño que pone el coco, Y luego le tiene miedo.
Quereis con presuncion necia Hallar á la que buscais Para pretendida, Thais, Y en la posesion, Lucrecia.
¿Qué humor puede haber mas raro Que el que falto de consejo, El mismo empañe el espejo Y sienta que no esté claro?
Con el favor y el desden Teneis condicion igual, Quejandoos si os tratan mal, Burlandoos si os quieren bien.
Opinion ninguna gana, Pues la que mas se recata, Si no os admite, es ingrata, Y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andais, Que con desigual nivel A una culpais por cruel, Y á otra por fácil culpais.
Pues ¿cómo ha de estar templada La que vuestro amor pretende, Si la que es ingrata ofende, Y la que es fácil enfada?
Mas entre el enfado y pena Que vuestro gusto refiere, Bien haya la que no os quiere, Y quejaos en hora buena.{112}
Dan vuestras amantes penas A sus libertades alas, Y despues de hacerlas malas Las quereis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido En una pasion errada, La que cae de rogada, O el que ruega de caido?
O ¿cuál es mas de culpar, Aunque cualquiera mal haga, La que peca por la paga, O el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantais De la culpa que teneis? Queredlas cual las haceis, O hacedlas cual las buscais.
Dejad de solicitar, Y despues con mas razon Acusareis la aficion De la que os fuere á rogar.
Bien con muchas armas fundo Que lidia vuestra arrogancia, Pues en promesa é instancia Juntais diablo, carne y mundo. {113}
II.
Gratitud.
Señora, si la belleza Que en vos llego á contemplar Es bastante á conquistar La mas inculta dureza,
¿Por qué haceis que el sacrificio Que debo á vuestra luz pura, Debiéndose á la hermosura, Se atribuya al beneficio?
Cuando es bien que glorias cante De ser vos quien me ha rendido, ¿Quereis que lo agradecido Se equivoque con lo amante?
Vuestro favor me condena A otra especie de desdicha, Pues me quitais con la dicha El mérito de la pena;
Si no es que dais á entender Que favor tan singular, Aunque se puede lograr, No se puede merecer.
Con razon, pues, la hermosura, Aun llegada á poseerse, Si llegara á merecerse Dejara de ser ventura;
Que estar un digno cuidado Con razon correspondido, Es premio de lo servido Y no dicha de lo amado;{114}
Pues dicha se ha de llamar Solo la que, á mi entender, Ni se puede merecer, Ni se pretende alcanzar.
Y aqueste favor excede Tanto á todos, al lograrse, Que no solo no pagarse, Mas ni agradecer se puede;
Pues desde el dichoso dia Que vuestra belleza ví, Tan del todo me rendí Que no me quedó accion mia.
Con lo cual, señora, muestro, Y á decir mi amor se atreve, Que nadie pagaros debe Que vos honreis lo que es vuestro.
Bien sé que es atrevimiento, Pero el amor es testigo, Que no sé lo que me digo Por saber lo que me siento.
Y en fin, perdonad por Dios, Señora, que os hable así, Que si yo estuviera en mí No estuvierais en mí vos.
Solo quiero suplicaros Que de mí recibais hoy, No solo el alma que os doy, Mas las que quisiera daros. {115}
III.
Un justo medio.
Dos dudas en qué escoger Tengo, y no sé cual prefiera, Pues vos sentis que no quiera, Y yo sintiera querer.
Con que si á cualquiera lado Quiero inclinarme, es forzoso, Quedando el uno gustoso, Quede el otro disgustado.
Si daros gusto me ordena La obligacion, es injusto Que, por daros á vos gusto, Haya yo de tener pena.
Y no juzgo que habrá quien Apruebe sentencia tal, Como que me trate mal Por trataros á vos bien.
Mas por otra parte siento Que es tambien mucho rigor Que lo que os debo en amor Pague en aborrecimiento.
Y aun irracional parece Este rigor, pues se infiere, Si aborrezco á quien me quiere, ¿Qué haré con quien me aborrece?
No sé cómo despacharos, Pues hallo al determinarme Que amaros es disgustarme, Y no amaros, disgustaros.{116}
Pero dar un medio justo En estas dudas pretendo: Pues no queriendo, os ofendo, Y queriendoos, me disgusto,
Esta sea la sentencia Porque no os podais quejar: Que entre aborrecer y amar Se parta la diferencia;
De modo que entre el rigor Y el llegar á querer bien, Ni vos encontreis desden, Ni yo pueda hallar amor.
Esto el discurso aconseja, Pues con esta conveniencia, Ni yo quedo con violencia, Ni vos os partis con queja.
Y que estaremos infiero Gustosos con lo que ofrezco, Vos de ver que no aborrezco, Yo de saber que no quiero.
Solo este medio es bastante A ajustamos, si os contenta, Que vos me logreis atenta Sin que yo pase á lo amante.
Y así quedo, á mi entender, Esta vez bien con los dos, Con agradecer con vos, Conmigo con no querer.
Que aunque á nadie llega á darse En esto gusto cumplido, Ver que es igual el partido Servirá de resignarse. {117}
IV.
Respuesta á un caballero que dijo se ponía hermosa la mujer con solo
amar.
Silvio, tu opinion va errada, Que en lo comun, si se apura, No admiten por hermosura Hermosura enamorada.
Pues si hacen de la estrañeza El atractivo mas grato, Es el agrio de lo ingrato La sazon de la belleza;
Porque gozando exenciones De perfeccion mas que humana, La acredita soberana Lo libre de las pasiones.
Que no se conserva bien Ni tiene seguridad La rosa de la beldad Sin la espina del desden.
Mas, si el amor hace hermosas, Pudiera escusar ufana, Con merecer la manzana, La contienda de las diosas.
Belleza llego á tener De mano tan generosa, Pues dices que seré hermosa Solamente con querer;
Y así en la lid contenciosa Fuera siempre la triunfante; Que, pues nadie tan amante, Luego nadie tan hermosa.{118}
Mas si de amor el primor La belleza me asegura, Te deberé la hermosura, Pues me causas el amor.
Del amor tuyo confío La beldad que me atribuyo, Porque siendo obsequio tuyo Resulta en obsequio mio;
Pero todo satisfago Con ofrecerte de nuevo La hermosura que te debo Y el amor con que te pago. {119}
V.
Efectos del amor.
Este amoroso tormento Que en mi corazon se ve, Sé que lo siento, y no sé La causa por qué lo siento.
Siento una grave agonía Por lograr un devaneo Que empieza como deseo Y pára en melancolía.
Y cuando con mas terneza Mi infeliz estado lloro, Sé que estoy triste, é ignoro La causa de mi tristeza.
Siento un anhelo tirano Por la ocasion á que aspiro, Y cuando cerca la miro Yo misma aparto la mano;
Porque si acaso se ofrece, Despues de tanto desvelo, La desazona el recelo O el susto la desvanece.
Y si alguna vez sin susto Consigo tal posesion, Cualquiera leve ocasion Me malogra todo el gusto.
Siento mal del mismo bien Con receloso temor, Y me obliga el mismo amor Talvez á mostrar desden.{120}
Cualquier leve ocasion labra En mi pecho de manera, Que el que imposibles venciera Se irrita de una palabra.
Con corta causa ofendida Suelo, en mitad de mi amor, Negar un leve favor A quien le diera la vida.
Ya sufrida, ya irritada, Con contrarias penas lucho, Que por él sufriré mucho, Y con él sufriré nada.
No sé en qué lógica cabe El que tal cuestion se pruebe, Que por él lo grave es leve, Y con él lo leve es grave.
Sin bastantes fundamentos Forman mis tristes cuidados De conceptos engañados Un monte de sentimientos.
Y en aquel fiero conjunto Hallo, cuando se derriba, Que aquella máquina altiva Solo estribaba en un punto.
Talvez el dolor me engaña, Y presumo con razon Que no habrá satisfaccion Que pueda templar mi saña.
Y cuando á averiguar llego El agravio porque riño, Es como espanto de niño Que pára en burlas y juego.{121}
Y aunque el desengaño toco, Con la misma pena lucho, De ver que padezco mucho Padeciendo por tan poco.
A vengarse se avalanza Talvez el alma ofendida, Y despues arrepentida Toma de mí otra venganza.
Y si al desden satisfago, Es con tan ambiguo error, Que yo pienso que es rigor Y se remata en halago.
Hasta el labio desatento Suele equívoco talvez, Por usar de la altivez, Encontrar el rendimiento.
Cuando por soñada culpa Con mas enojo me incito, Yo le acrimino el delito Y le busco la disculpa.
No huyo el mal ni busco el bien, Porque en mi confuso error, Ni me asegura el amor, Ni me despecha el desden.
En mi ciego devaneo, Bien hallada con mi engaño, Solicito el desengaño Y no encontrarlo deseo.
Si alguno mis quejas oye, Mas á decirlas me obliga Porque me las contradiga, Que no porque las apoye.{122}
Porque si con la pasion Algo contra mi amor digo, Es mi mayor enemigo Quien me concede razon.
Y si acaso en mi provecho Hallo la razon propicia, Me embaraza la justicia, Y ando cediendo el derecho.
Nunca hallo gusto cumplido, Porque entre alivio y dolor, Hallo culpa en el amor Y disculpa en el olvido.
Esto de mi pena dura Es algo del dolor fiero, Y mucho mas no refiero Porque pasa de locura.
Si acaso me contradigo En este confuso error, Aquel que tuviere amor Entenderá lo que digo. {123}
VI.
Pidiendo versos á un caballero que se escusaba de hacerlos.
Mis quejas pretendo dar En estilo tosco y llano, Que el hablar muy cortesano No es término de cobrar.
Y es bien que el ardid deshaga De quien con tanta malicia Me concede la justicia Para negarme la paga.
Pues con intencion doblada, Solo por hacerme mal, Con tan notorio caudal Me dice no tiene nada.
Que la mitad me ha entregado, Dice con malicia y arte, Que no tengo ni aun la parte, Pues no me dan el traslado:
Y á tanta malicia llega, Malicia tan conocida, Que me niega la partida Y la venida me niega.
¡Oh cuánta justicia fuera Si se viera á buena luz, Si ántes le daba la cruz, Que ahora se la pusiera!{124}
Mas porque de mí no infiera Que á negar tambien me atrevo, Ahí va el romance que debo, Y dóilo, aunque no debiera.
Que es fácil de discurrir, Cuando lo llegue á entregar, Pues, no me queda qué dar, Que me queda qué pedir. {125}
VII.
Escusándose de un silencio.
Pedirte, señora, quiero De mi silencio perdon, Si lo que ha sido atencion Le hace parecer grosero.
Y no me podrás culpar Si hasta aquí mi proceder, Por ocuparse en querer, Se ha olvidado de esplicar;
Que en mi amorosa pasion No fué descuido ni mengua Quitar el uso á la lengua Por dárselo al corazon.
Ni de explicarme dejaba, Que como la pasion mia Acá en el alma te via, Acá en el alma te hablaba;
Y en esta idea notable Dichosamente vivia, Porque en mi mano tenia El fingirte favorable.
Con traza tan peregrina Vivió mi esperanza vana, Pues te pudo hacer humana Concibiéndote divina.{126}
¡Oh cuán loca llegué á verme En tus dichosos amores! Que aun fingidos tus favores Pudieron enloquecerme.
¡Oh còmo en tu sol hermoso Mi ardiente afecto encendido, Por cebarse en lo lucido, Olvidó lo peligroso!
Perdona si atrevimiento Fué acercarme á tu ardor puro, Que no hay sagrado seguro De culpas de pensamiento.
De esta manera engañaba La loca esperanza mia, Y dentro de mí tenia Todo el bien que deseaba.
Mas ya tu precepto grave Rompe mi silencio mudo; Que él solamente ser pudo De mi respeto la llave.
Y aunque el amar tu belleza Sea delito sin disculpa, Castígueseme la culpa Primero que la tibieza.
No quieras pues rigurosa, Que estando ya declarada, Sea devéras desdichada Quien fué de burlas dichosa.{127}
Si culpas mi desacato, Culpa tambien tu licencia, Que si es mala mi obediencia, No fué justo tu mandato.
Y si es culpable mi intento, Será mi afecto precito, Porque es amarte un delito De que nunca me arrepiento.
Esto en mis afectos hallo, Y más que esplicar no sé; Mas tú de lo que callé Inferirás lo que callo. {128}
VIII.
Del retrato de una bella.
(FRAGMENTOS.)
Accion, Lisi, fué acertada El permitir retratarte, Pues ¿quién pudiera mirarte Si no es estando pintada?
Como de Febo el reflejo Es tu hermoso rosicler, Que para poderlo ver Lo miran en un espejo. ........... Pues la fuerza superior Que se emplea en un rendido, Es disculpa del vencido Y afrenta del vencedor.
No es la malla ni el escudo Señal de valor subido, Porque un pecho bien vestido Muestra un corazon desnudo;
Y del muy armado infiero Que con recelo y temor Se desnuda del valor Cuando se viste de acero;
Así era hacer injusticia A tu decoro y grandeza, Si triunfara tu belleza Donde basta tu noticia.{129}
Amor hecho tierno Apéles, En tan divina pintura, Para pintar tu hermosura Hizo las flechas pinceles. ........... Y no fué de Amor locura Cuando te intentó copiar, Pues quererte eternizar No fué agraviar tu hermosura. ........... Pues es rigor, si se advierte, Que en tu copia singular Estes capaz de matar E incapaz de condolerte. ........... ¡Oh tú, bella copia dura Que ostentas tanta crueldad! Concédete á la piedad, O niégate á la hermosura.
¿Cómo, divino imposible, Siempre te muestras airada, Para dar muerte, animada, Para dar vida, insensible?
¿Porqué, hermosa pesadumbre De una humilde voluntad, Ni dejas la libertad, Ni aceptas la servidumbre?
Pues porque en mi pena entiendas Que no es amarte servicio, Violentas el sacrificio Y no agradeces la ofrenda.{130}
Desprecia siquiera, dado Que aun eso tendré por gloria, Porque el desden ya es memoria, Y el desprecio ya es cuidado.
Mas ¿cómo piedad espero, Si descubro en tus rigores Que con un velo de flores Cubres un alma de acero?
De Lisi imitas las raras Facciones, y en el desden ¿Quién pensara que tambien Su condicion imitaras?
¡Oh Lisi! de tu belleza Contempla la copia dura, Mucho mas que en la hermosura Parecida en la dureza! ........... {131}
IX.
En la profesion de una religiosa.
Hoy una niña, que abrasa Un amoroso volcan, Sin mirar el qué dirán, Por el vicario se casa.
Su recato comedido Paró en empeño amoroso, Porque dice que su esposo Entre puertas la ha cogido.
Hoy logra su fino intento, Que ha sido tan deseado, Pues un año há que le ha dado Palabra de casamiento.
No digo yo que esta es cosa Con que su virtud se impida, Que ántes pasará una vida Como de una religiosa;
Porque es el con quien se casa Da condicion tan precisa, Que ni aun para que oiga misa La deja salir de casa.
Pero causa novedad, Aunque es tan santo el intento, Ver que pare en casamiento Su voto de castidad.
De su esposo los primores Su corazon abrasaron, Y por mas que la encerraron, Se nos casa por amores. {132}
X.
Sobre ti Santísimo Sacramento.
En el Sacramento ve A Dios mi fe sin antojos, Porque no hacen fe los ojos, Pero se hace ojos la fe.
En esta divina ofrenda Fué del amor mas victoria Dar la prenda de la gloria Con la gloria de la prenda.
Del alma es solo alimento, Y así guia mi fervor El sustento del amor, Y no el amor del sustento.
Aquí crece la aficion, Y es, si en posesion la veo, La posesion del deseo Deseo de posesion.
Pues tal delito á dar viene Que por mas que la posea, Quien tiene lo que desea Desea aquello que tiene.
Llegad, pues en su favor Todos los bienes se ven; Que el amor del Sumo Bien Es sumo bien del amor.
Llegó el hombre á la grandeza Que no alcanza el serafin, Y en la fineza del fin Vido el fin de la fineza. {133}
ORACION
DEL PAPA URBANO VIII, TRADUCIDA DEL LATIN.
Ante tus ojos benditos Las culpas manifestamos, Y las heridas mostramos Que hicieron nuestros delitos.
Si el mal que hemos cometido Viene á ser considerado, Menor es lo tolerado, Mayor es lo merecido.
La conciencia nos condena No hallando en ella disculpa, Que respecto de la culpa Es muy liviana la pena.
Del pecado el duro azar Sentimos que padecemos, Y nunca enmendar queremos La costumbre del pecar.
Cuando en tus azotes suda Sangre la naturaleza, Se rinde nuestra flaqueza Y la maldad no se muda.
Cuando el pecado amancilla Con fiera herida la mente, Padece el alma doliente Y la cerviz no se humilla.
La vida, suelta la rienda En su acostumbrado error, Suspira con el dolor Y en el obrar no se enmienda.{134}
Pues entre los dos estremos, En cualquiera peligramos: Si esperas, no la enmendamos; Si te vengas, nos perdemos.
De la afliccion el quebranto Nos obliga á contricion, Y en pasando la afliccion Se olvida tambien el llanto.
Cuando tu castigo empieza, Promete el temor humano; Y en suspendiendo la mano, No se cumple la promesa.
Cuando nos hieres, clamamos Que el perdon nos des que puedes; Y así que nos lo concedes, Otra vez te provocamos.
Tienes á la humana gente Convicta en su confesion, Que si no la das perdon, La acabarás justamente.
Concede el humilde ruego Sin mérito á quien criaste, Tú que de nada formaste A quien te rogara luego. {135}
GLOSAS.
I.
Luego que te ví te amé, Porque amarte y ver tu cielo, Bien pudieran ser dos cosas, Pero ninguna primero.
De mi vida la conquista Tuvo término en quererte, Y porque jamas resista, Celia, hasta llegar á verte Solamente tuve vista;
Pero aunque luego te amé, Como para que te amara Necesario el verte fué, Porque vista no faltara, Luego que te ví te amé.
Pero viendo mi ardimiento, Señora, tu tiranía Quiso con rigor sangriento Castigar como asadía Lo que en mí fué rendimiento.{136}
Ofendióte mi desvelo, Mas no porque mi destino Incitado de mi anhelo Ofenderte quiso, sino Por amarte y ver tu cielo.
Y el no querer estimar Fué por no dar á entender Que yo te pude obligar, Como si el agradecer Fuera lo mismo que amar;
Que el mostrarse las hermosas. En ocasion oportuna Ya obligadas, ya amorosas, Aunque casi siempre es una, Bien pudieran ser dos cosas.
Mas con razon estás dura, Pues para tenerme atado En mi amorosa locura, Era superfluo tu agrado, Sobrándome tu hermosura;
Y así justamente espero En tu servicio finezas, Pues que tiene el mundo infiero Despues de ti mil bellezas, Pero ninguna primero. {137}
II.
Si de mis mayores gustos Mis disgustos han nacido, Gustos al cielo le pido, Aunque me cuesten disgustos.
¡Oh qué mal, Fabio, resiste Mi amor mi suerte penosa! Pues la estrella que me asiste, De una causa muy gustosa Produce un efecto triste:
Porque los pesados sustos Que padezco desiguales En mis pesares injustos, No nacieron de mis males, Sí de mis mayores gustos.
Y de manera me ordena Los sucesos mi desdicha, Que, segun los encadena, Lo futuro de una dicha Es posesion de una pena.
Todo lo debo á Cupido; Pues de un favor que me dá, Que es siempre de prometido, Aun no está engendrado, y ya Mis disgustos han nacido.{138}
Y aun han hecho efectos tales De mi estrella los desdenes Con efectos desiguales, Que aborrezco ya los bienes Como á causas de mis males.
Y así no llora el sentido El ver que carezco aquí De las dichas que he tenido, Porque solo para tí Gustos al cielo le pido.
Pues te quiero de manera Y el bien amí me limito, Que al cielo le agradeciera, Si el gusto que à mí me quito A tí, Fabio, te le diera.
Estimo tanto tus gustos, Que sin mirar mi pesar, O sean justos, ò injustos, Tus gustos he de comprar Aunque me cuesten disgustos. {139}
QUINTILLAS.
A San Pedro.
Cual sumulista pretendo Iros, Pedro, replicando; Y pues vos, á lo que entiendo, Hicisteis juicio negando, Yo haré discurso infiriendo. ¿Quién os trajo á tanto mal, Que al mismo que ántes altivo Con ánimo sin igual Confesasteis por Dios vivo, Negais por hombre mortal? Dejadme, pues, que me asombre Que al Hijo del hombre allí Le deis de Dios el renombre, Y al Hijo de Dios aquí Le negueis conocer hombre. Mirad que en otra ocasion, Como es Dios-hombre compuesto Por ipostática union, Para negar el supuesto No os vale la distincion. Mal lógico, Pedro, estais, Pues cuando á Dios conoceis Y por tal le confesais, Antes se lo concedeis Y ahora se lo negais.{140} Dicen que las señas son Las que os hacen mas patente, Y, sin mirar la ilacion, Dejando el antecedente, Le negais la conclusion. Si de una muger la ciencia Tiene razones precisas, Mirad, Pedro, que es violencia, Concedidas las premisas, Negarle la consecuencia. ¿Quién de vos, Pedro, dijera Siendo de ciencia un abismo, Que el argumento temiera, Pues el Evangelio mismo Dice qué os hicisteis fuera? Mejor las razones hila Vuestro acero, sin misterio, Pues cuando su corte afila Contra Malco, arguye en ferio Y en cœlarem con la ancilla. Vuestros brios arrogantes Negaron con juramento El que le servísteis ántes; Pues, Pedro, no hay argumento Contra principia negantes. Mas ya veo que advertido, Viendo el caso sin remedio, Llorais como arrepentido; Que es el arte de hallar medio De no quedar concluido. {141}
SONETOS.
I.
Satisfaccion cumplida.
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, Como en tu rostro y tus acciones via Que con palabras no te convencia, Que el corazon me vieses deseaba;
Y amor, que mis intentos ayudaba, Venció lo que imposible parecía, Pues entre el llanto que el dolor vertia El corazon deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste; No te atormenten mas celos tiranos, Ni vil sospecha tu quietud contraste
Con sombras necias, son indicios vanos, Pues ya en líquido humor viste y tocaste Mi corazon deshecho entre tus manos. {142}
II.
En el dia de dias de un hermano de la poetisa.
¡Oh quien, amado Anfriso, te ciñera Del mundo las coronas poderosas! Que á coronar tus prendas generosas El círculo del orbe corto fuera.
¡Quién para eternizarte hacer supiera Mágicas confecciones poderosas, O tuviera las yerbas milagrosas Que feliz gustó Glauco en la ribera!
Mas aunque no halla medio mi cuidado Para que goces de inmortal la palma, Otro mas propio mi cariño ha hallado
Que el curso de tu vida tenga en calma: Pues juzgo que es el mas proporcionado De alargarte la vida, darte mi alma. {143}
III.
Con el dolor de la mortal herida De un agravio de amor me lamentaba, Y por ver si la muerte se llegaba Procuraba que fuese mas crecida.
Toda en el mal el alma divertida Pena por pena su dolor sumaba, Y en cada circunstancia ponderaba Que sobraban mil muertes á una vida.
Y cuando al golpe de uno y otro tiro Pendido el corazon daba penoso Señas de dar el último suspiro,
No sé con qué destino prodigioso Volví en mi acuerdo y dije: ¿Qué me admiro? ¿Quién en amor ha sido mas dichoso? {144}
IV.
¡Detente, sombra de mi bien esquivo! ¡Imágen del hechizo que mas quiero! ¡Bella ilusion por quien alegre muero! ¡Dulce ficcion por quien penosa vivo!
Si al iman de tus gracias atractivo Sirve mi pecho de obediente acero, ¿Para qué me enamoras lisongero, Si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes satisfecho De que triunfa de mí tu tirania; Que aunque dejas burlado el lazo estrecho
Que tu forma fantástica ceñia, Poco importa burlar brazos y pecho Si te labra prision mi fantasía. {145}
V.
Yo no puedo tenerte ni dejarte, Ni sé por qué al dejarte ó al tenerte Se encuentra un no sé qué para quererte, Y muchos sí sé qué para olvidarte.
Pues ni quieres dejarme ni enmendarte, Yo templaré mi corazon de suerte Que la mitad se incline á aborrecerte, Aunque la otra mitad se incline á amarte.
Si ello es fuerza querernos, haya modo, Que es morir el estar siempre riñendo: No se hable mas de celo ni sospecha,
Y quien da la mitad no quiera todo; Y cuando me la estás allá haciendo, Sabe que estoy haciendo la deshecha. {146}
VI.
Yo adoro á Lisi, pero no pretendo Que Lisi corresponda á mi fineza, Pues si juzgo posible su belleza, A su decoro y mi aprehension ofendo.
No emprender solamente es lo que emprendo, Pues sé que á merecer tanta grandeza Ningun mérito basta, y es simpleza Obrar contra lo mismo que yo entiendo.
Como cosa concibo tan sagrada Su beldad, que no quiere mi osadía A la esperanza dar ni aun leve entrada;
Que, cediendo á la suya mi alegria, Por no llegarla á ver mal empleada Aun pienso que sintiera verla mia. {147}
VII.
Al que ingrato me deja, busco amante; Al que amante me sigue, dejo ingrata; Constante adoro á quien mi amor maltrata; Maltrato á quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante, Y soy diamante al que de amor me trata; Triunfante quiero ver al que me mata, Y mato á quien me quiere ver triunfante.
Si á este pago, padece mi deseo; Si ruego á aquel mi pundonor enojo: De entrambos modos infeliz me veo.
Pero yo por mejor partido escojo, De quien no quiero ser violento empleo, Que de quien no me quiere vil despojo. {148}
VIII.
Feliciano me adora, y le aborrezco; Lisardo me aborrece, y yo le adoro; Por quien no me apetece, ingrato, lloro; Y al que tierno me llora, no apetezco.
A quien mas me desdora el alma ofrezco. A quien me ofrece víctimas, desdoro; Desprecio al que enriquece mi decoro, Y al que le hace desprecios, enriquezco.
Si con mi ofensa al uno reconvengo, Me reconviene el otro á mí ofendido, Y á padecer de entrambos modos vengo;
Pues ambos atormentan mi sentido, Aquese con pedir lo que no tengo, Y aqueste en no tener lo que le pido. {149}
IX
Fabio, en el ser de todos adoradas Son todas las beldades ambiciosas, Porque tienen sus aras por ociosas Si no las ven de víctimas colmadas;
Y así, si de uno solo son amadas, Viven de la fortuna querellosas, Porque piensan que mas que ser hermosas Constituye deidad el ser rogadas.
Mas yo soy en aquesto tan medida, Que en viendo á muchos mi atencion zozobra, Y solo quiero ser correspondida
De aquel que de mi amor reditos cobra; Porque es la sal del gusto ser querida, Y daña lo que falta y lo que sobra. {150}
X.
Miró Celia una rosa que en el prado Ostentaba feliz su pompa vana, Y con afeites de carmin y grana Bañaba alegre el rostro delicado;
Y dijo: Goza sin temor del hado El curso breve de tu edad lozana; Pues no podrá la muerte de mañana Quitarte lo que hubieres hoy gozado.
Y aunque llega la muerte presurosa Y tu fragante vida se te aleja, No sientas el morir tan bella y moza;
Mira que la esperiencia te aconseja Que es fortuna morirte siendo hermosa, Y no ver el ultraje de ser vieja. {151}
XI.
A Lucrecia.
¡Oh famosa Lucrecia! gentil dama De cuyo desgarrado noble pecho Salió la sangre que extinguió, á despecho Del rey injusto, la lasciva llama!
¡Oh con cuánta razon el mundo aclama Tu virtud! pues por premio de tal hecho Aun es para tus sienes cerco estrecho La amplísima corona de tu fama.
Pero si el modo de tu fin violento Puedes borrar del tiempo y sus anales, Quita la punta del puñal sangriento
Con que pusiste fin á tantos males, Que es mengua de tu honrado sentimiento Decir que te valiste de puñales. {152}
XII.
A la misma.
Intenta de Tarquino el artificio A tu pecho, Lucrecia, dar batalla: Ya amante llora, ya modesto calla, Ya ofrece toda el alma en sacrificio.
Y cuando piensa ya que mas propicio Tu pecho á tanto imperio se avasalla, El premio, como Sísifo, que halla Es empezar de nuevo el ejercicio.
Arde furioso y la amorosa tema Crece en la resistencia de tu honra, Con tanta privacion mas obstinada.
¡Oh providencia de deidad suprema! Tu honestidad motiva tu deshonra, Y tu deshonra te eterniza honrada. {153}
XIII.
La esposa de Pompeyo.
La esposa heroica de Pompeyo altiva, Al ver su vestidura en sangre roja, Con generosa cólera se enoja De sospecharlo muerto y estar viva.
Rinde la vida en que el sosiego estriva De esposo y padre, y con mortal congoja La concebida sucesion arroja, Y de la paz con ella á Roma priva.
Si el infeliz concepto que escondia En sus entrañas Julia, no abortara, La muerte de Pompeyo escusaria.
¡Oh tirana fortuna! quién pensara Que con el mismo amor que le tenia, Con ese mismo amor se la causara! {154}
XIV.
A Porcia.
¿Qué pasion, Porcia, que dolor tan ciego Te obliga á ser de tí fiera homicida? O ¿en qué te ofende tu inocente vida Que así le das batalla á sangre y fuego?
Si la fortuna airada, al justo ruego De tu esposo se muestra endurecida, Bástele el mal de ver su accion perdida, No acabes con tu muerte su sosiego.
Deja las brasas, Porcia, que mortales Impaciente tu amor elegir quiere; No al fuego de tu amor el fuego iguales;
Porque, si bien de tu pasion se infiere, Mal morirá en las brasas materiales Quien en las llamas del amor no muere. {155}
XV.
¿Vesme, Alcino, que atada á la cadena De amor, sufro en sus hierros aherrojada Mísera esclavitud, desesperada De libertad, y de consuelo ajena?
¿Ves de dolor y angustia mi alma llena, De tan fieros tormentos lastimada, Y entre las vivas llamas abrasada, Juzgarse por indigna de su pena?
¿Vesme seguir, sin alma, un desatino Que yo misma condeno por estraño? ¿Vesme derramar sangre en el camino,
Siguiendo los vestigios de un engaño? ¿Muy admirado estás? Pues mira, Alcino, Mas merece la causa de mi daño. {156}
XVI.
Despues de una enfermedad de la autora. A la vireina, marquesa de
Mancera.
En mi vida, que siempre tuya fué, Laura divina, y siempre lo será, La parca fiera, que en seguirme da, Quiso asentar por triunfo el duro pié.
Yo de su atrevimiento me admiré, Que si debajo de tu imperio está, Tener fuero no puede en ella ya, Pues del suyo contigo me libré.
Para cortar el hilo, que no hiló, La tijera mortal abierta ví: “¡Ay parca fiera! dije entonces yo,
Mira que Laura sola manda aquí.” Ella corrida al punto se apartó, Y dejóme morir solo por ti. {157}
XVII.
(CONSONANTES FORZADOS.)
Aunque eres, Teresilla, tan muchacha, Le das qué hacer al pobre de Camacho, Porque dará tu disimulo un cacho A aquel que se pintare mas sin tacha.
De los empleos que tu amor despacha Anda el triste cargado como un macho, Y tiene tan crecido su penacho, Que ya no puede entrar, si no se agacha.
Estás á hacerle burlas ya tan ducha, Y á salir de ellas bien estás tan hecha, Que de lo que tu vientre desembucha.
Sabes darle á entender, cuando sospecha, Que has hecho, por hacer su hacienda mucha, De ajena siembra suya la cosecha. {158}
XVIII.
(CONSONANTES FORZADOS.)
Ines, yo con tu amor me refocilo, Y viéndome querer me regodeo; En mirar tu hermosura me recreo, Y cuando estás celosa me reguilo.
Si á otros miras, de celos me aniquilo, Y tiemblo de tu gracia y tu meneo, Porque sé, Ines, que tu con un boleo No dejarás humor ni para quilo.
Cuando estás enojada, no resuello; Cuando me das picones, me refino; Cuando sales de casa, no reposo;
Y espero, Ines, que entre esto y entre aquello Tu amor, acompañado de mi vino, Dé conmigo en la cama ó en el coso. {159}
XIX.
A la esperanza.
Diurna enfermedad de la esperanza, Que así entretienes mis cansados años, Y en el fiel de los bienes los daños Tienes en equilibrio la balanza,
Que siempre suspendida, en la tardanza De inclinarse, no dejan tus engaños Que lleguen á exceder en los tamaños La desesperacion ó la confianza;
¿Quién te ha quitado el nombre de homicida? Pues lo eres mas severa, si se advierte, Que suspendes el alma entretenida;
Y entre la infausta ó la felice suerte No lo haces tú por conservar la vida, Sino por dar mas dilatada muerte. {160}
XX.
¿Qué es esto, Alcino? ¿Cómo tu cordura Se deja así vencer de un mal celoso, Haciendo con estremos de furioso Demostraciones más que de locura?
¿En qué te ofendió Celia, si se apura? O al amor ¿por qué culpas de engañoso, Si no aseguró nunca poderoso La eterna posesion de su hermosura?
La posesion de cosas temporales, Temporal es, Alcino, y es abuso El querer conservarlas siempre iguales.
Conque, tu error ò tu ignorancia acuso; Pues fortuna y amor de cosas tales La propiedad no han dado, sino el uso. {161}
XXI.
Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno El que estés de esta suerte en mi sentido, Que infama el hierro el escorpion herido, Y mancha, á quien lo huella, inmundo el cieno.
Eres como el mortífero veneno Que daña á quien lo vierte inadvertido; Y, en fin, eres tan malo y fementido Que aun para aborrecido no eres bueno.
Tu aspecto vil á mi memoria ofrezco, Aunque con susto me lo contradice, Por darme yo la pena que merezco;
Pues cuando considero lo que hice, No solo á ti, corrida, te aborrezco, Pero á mí, por el tiempo que te quise. {162}
XXII.
Dices que yo te olvido, Celio, y mientes En decir que me acuerdo de olvidarte, Pues no hay en mi memoria alguna parte En que, aun como olvidado, te presentes.
Mis pensamientos son tan diferentes Y en todo tan ajenos de tratarte, Que ni saben si pueden olvidarte, Ni si te olvidan saben si lo sientes.
Si tù fueras capaz de ser querido, Fueras capaz de olvido, y ya era gloria Al ménos la potencia de haber sido;
Mas tan léjos estás de esa victoria, Que aqueste no acordarme, no es olvido, Sino una negacion de la memoria. {163}
XXIII.
Al rey de España, con ocasión de un acto piadoso para con el Santísimo
Sacramento.
Altísimo señor, monarca hispano, Que á Dios entre accidentes escondido Cuando quereis mostraros mas rendido Es cuando os ostentais mas soberano.
Aquesta accion, señor, que al luterano Asombró en Cárlos quinto esclarecido, Y esa por quien el gran Rodulfo vido Del mundo el cetro en su piadosa mano,
Aunque aplaudida en el hispano suelo Ha sido con católica alegria, No causa admiracion á mi desvelo:
Quede admirado aquel que desconfia, Y de vuestra piedad, virtud y celo Esa y mas religion no suponía. {164}
XXIV.
Firma Pilato la que juzga agena Sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte! ¿Quién creerá que firmando ajena muerte El mismo juez en ella se condena?
La ambición de tal modo le enagena, Que con el vil temor, ciego, no advierte Que carga sobre sí la infausta suerte Quien al justo sentencia á injusta pena.
Jueces del inundo, detened la mano, Aun no firmeis: mirad si son violencias, Las que os pueden mover, de odio inhumano;
Examinad primero las conciencias, Mirad no haga el Juez recto y soberano Que en la ajena firmeis vuestras sentencias. {165}
Ves, caminante: en esta triste pira La potencia de Jove está postrada; Aquí Marte rindió la fuerte espada, Aquí Apolo rompió la dulce lira;
Aquí Minerva triste se retira, Y la luz de los astros eclipsada Toda está en la ceniza venerada Del excelso Colon, que aquí se mira.
Tanto pudo la fama encarecerlo, Y tanto las noticias sublimarlo, Que sin haber llegado á conocerlo,
Llegó con tanto estremo el reino á amarlo, Que muchos ojos no pudieron verlo, Mas ningunos pudieron no llorarlo. {166}
XXVI.
Al mismo asunto.
Deten el paso, caminante: advierte Que aun esta losa guarda enternecida, Con triunfos de su diestra no vencida, Al capitan mas valeroso y fuerte;
Al duque de Veráguas, ¡triste suerte! Que nos dió en su noticia esclarecida, En relacion los bienes de su vida, Y en posesion los males de su muerte.
No es muerto el duque, aunque su cuerpo abrace La losa que apiadada le recibe: Pues porque á su vivir el curso enlace,
Aunque el mármol su muerte sobrescribe, En las piedras verás el aquí yace, Mas en los corazones, aquí vive. {167}
XXVII.
En la muerte de la marquesa de Mancera.
Mueran contigo, Laura, pues moriste, Los afectos que en vano te desean, Los ojos á quien privas de que vean La hermosa luz que un tiempo concediste.
Muera mi lira infausta en que influiste Ecos, que hoy lamentables te vocean; Y hasta estos rasgos mal formados sean Lágrimas negras de mi pluma triste.
Muévase á compasión la misma muerte Que precisa no pudo perdonarte, Y lamente el amor su amarga suerte;
Pues si ántes ambicioso de gozarte Deseó tener ojos para verte, Ya le sirvieran solo de llorarte. {168}
XXVIII.
Quejas de la autora por los aplausos de que era objeto.
¿Tan grande ¡ay hado! mi delito ha sido, Que, por castigo de él ó por tormento, No basta el que adelanta el pensamiento, Sino el que le previenes al oido?
Tan severo en mi contra has procedido, Que me persuado de tu duro intento, A que solo me diste entendimiento Porque fuese mi daño mas crecido.
Me diste aplausos para mas baldones, Subir me hiciste para penas tales; Y aun pienso que me dieron tus traiciones
Glorias á mi desdicha desiguales, Porque viéndome rica de tus dones Nadie tuviese lástima á mis males. {169}
XXIX.
Píramo y Tisbe.
De un funesto moral la negra sombra De horrores mil y confusiones llena, En cuyo hueco tronco aun hoy resuena El eco que doliente á Tisbe nombra,
Cubrió la verde matizada alfombra En que Píramo amante abrió la vena Del corazon, y Tisbe de su pena Dió la señal, que aun hoy al mundo asombra.
Mas viendo del amor tanto despecho La muerte, entonces de ellos lastimada, Sus dos pechos juntó con lazo estrecho.
Pero ¡ay de la infeliz y desdichada Que á su Píramo dar no puede el pecho Ni aun por los duros filos de una espada! {170}
XXX.
Desahogos de un celoso.
Yo no dudo, Lizarda, que te quiero, Aunque sé que me tienes agraviado; Mas estoy tan amante y tan airado, Que afectos que distingo no prefiero.
De ver que odio y amor te tengo, infiero Que ninguno estar puede en sumo grado; Pues no me puede el odio haber ganado, Sin haberme perdido amor primero.
Y si piensas que el alma que te quiso Ha de estar siempre á tu aficion ligada, De tu satisfaccion vana te aviso;
Pues si el amor al odio ha dado entrada El que bajó de sumo á ser remiso, De lo remiso pasará á ser nada. {171}
CANCIONES.
I.
Sentimientos de una ausencia.
Amado dueño mio, Escucha un rato mis cansadas quejas, Pues del viento las fio Que breve las conduzca á tus orejas, Si no se desvanece el triste acento, Como mis esperanzas, en el viento.
Oyeme con los ojos, Ya que están tan distantes los oidos, Y de ausentes enojos En ecos de mi pluma mis gemidos; Y ya que á ti no llega mi voz ruda, Oyeme sordo, pues me quejo muda.{172}
Si del campo te agradas, Goza de sus frescuras venturosas, Sin que aquestas cansadas Lágrimas te detengan enfadosas; Que en él verás, si atento te detienes, Ejemplos de mis males y mis bienes.
Si el arroyo parlero Ves galan de las flores en el prado, Que amante y lisonjero A cuantas mira intima su cuidado, En su corriente mi dolor te avisa Que á costa de mi llanto tiene risa.
Si ves que triste llora Su esperanza marchita en ramo verde Tórtola gemidora, En él y en ella mi dolor te acuerde Que imitan con verdor y con lamento El mi esperanza y ella mi tormento.
Si la flor delicada, Si la peña que altiva no consiente Del tiempo ser hollada, Ambas me imitan, aunque variamente, Ya con fragilidad, ya con dureza, Mi dicha aquella y esta mi firmeza.
Si ves el ciervo herido Que por el monte baja acelerado, Buscando dolorido Alivio al mal en un arroyo helado, Y sediento al cristal se precipita, No en el alivio, en el dolor me imita.{173}
Si la liebre encogida Huye medrosa de los galgos fieros, Y por salvar la vida No deja estampa de los pies ligeros, Tal mi esperanza en dudas y recelos Se ve acosada de villanos celos.
Si ves el cielo claro, Tal es la sencillez del alma mia; Y si, de azul avaro, De tinieblas se emboza el claro dia, Es con su oscuridad y su inclemencia Imágen de mi vida en esta ausencia.
Así que, Fabio amado, Saber puedes mis males sin costarte La noticia cuidado, Pues puedes de los campos informarte; Y, pues yo á todo mi dolor ajusto, Sabe mi pena sin dejar tu gusto.
Mas ¿cuándo ¡ay gloria mia! Mereceré gozar tu luz serena? ¿Cuándo llegará el dia Que pongas dulce fin á tanta pena? ¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto, Y de los mios secarás el llanto?
¿Cuándo tu voz sonora Herirá mis oidos delicada, Y el alma que te adora, De inundacion de gozos anegada, A recibirte con amante prisa Saldrá á los ojos desatada en risa?{174}
¿Cuándo tu luz hermosa Revestirá de gloria mis sentidos? Y ¿cuándo yo dichosa Mis suspiros daré por bien perdidos, Teniendo en poco el precio de mi llanto? ¡Que tanto ha de penar quien goza tanto!
¿Cuándo de tu apacible Rostro alegre veré el semblante afable, Y aquel bien indecible A toda humana pluma inesplicable? Que mal se ceñirá á lo definido Lo que no cabe en todo lo sentido.
Ven, pues, mi prenda amada, Que ya fallece mi cansada vida De esta ausencia pesada; Ven, pues, que mientras tarda tu venida Aunque me cueste tu verdor enojos Regaré mi esperanza con mis ojos. {175}
II.
Satisfaccion á unos celos.
Pues estoy, condenada, Fabio, á la muerte por decreto tuyo, Y la sentencia airada Ni la apelo, resisto, ni la huyo, Oyeme, que no hay reo tan culpado A quien el confesar le sea negado.
Porque te han informado, Dices, de que mi pecho te ha ofendido, Me has fiero condenado; Y ¿pueden en tu pecho endurecido Mas la noticia incierta, que no es ciencia, Que de tantas verdades la esperiencia?
Si á otros crédito has dado, Fabio, ¿por qué á tus ojos se lo niegas, Y el sentido trocado De la ley, al cordel mi cuello entregas? Pues liberal me amplías los rigores, Y avaro me restringes los favores.
Si otros ojos he visto, Mátenme, Fabio, tus airados ojos; Si á otro cariño asisto, Asístanme implacables tus enojos; Y si otro amor del tuyo me divierte, Tu que me has dado vida me des muerte.{176}
Si á otro alegre he mirado, Nunca alegre me mires ni me vea; Si le hablé con agrado, Eterno desagrado en tí posea; Y si otro amor inquieta mi sentido, Sáquesme el alma tú que mi alma has sido.
Mas supuesto que muero Sin resistir á mi infelice suerte, Que me des solo quiero Licencia de que escoja yo mi muerte: Deja la muerte á mi eleccion medida, Pues en la tuya pongo yo mi vida.
No muera de rigores, Fabio, cuando morir de amores puedo; Pues con morir de amores, Tú acreditado y yo bien puesta quedo; Que morir por amor, no de culpada, No es menos muerte, pero es mas honrada.
Perdon, en fin, te pido De las muchas ofensas que te he hecho En haberte querido; Ofensas son, pues son á tu despecho, Y con razon te ofendes de mi trato, Pues que yo con quererte te hago ingrato. {177}
III.
Sentimientos de una esposa en la muerte de su esposo.
A estos peñascos rudos, Mudos testigos del dolor que siento, Que solo siendo mudos Pudiera yo fiarles mi tormento, Si acaso de mis penas lo terrible No infunde voz y lengua en lo insensible,
Quiero contar mis males, Si es que yo sé los males de que muero; Pues son mis penas tales Que si contarlas por alivio quiero, Les son, una con otra atropellada, Dogal á la garganta, al pecho espada.
Ni envidio dicha ajena, Que el mal eterno que en mi pecho lidia Hace incapaz mi pena De que pueda tener tan alta envidia; Es tan mísero estado el en que peno, Que como dicha envidio el mal ajeno.
No pienso yo que hay gloria, Porque estoy de pensarlo tan distante, Que aun la dulce memoria De mi pasado bien, tan ignorante La mira de mi mal el desengaño, Que ignoro si fue bien, y sé que es daño.{178}
Esténse allá en su esfera Los dichosos, que es cosa en mi sentido Tan remota, tan fuera De mi imaginacion, que solo mido, Entre lo que padecen los mortales, Lo que distan sus males de mis males.
¡Quién tan dichosa fuera Que de un agravio indigno se quejara! ¡Quién un desden llorara! ¡Quién un alto imposible pretendiera! ¡Quién llegara, de ausencia ó de mudanza, Casi á perder de vista la esperanza!
¡Quién en ajenos brazos Viera á su dueño, y con dolor rabioso Se arrancara á pedazos Del pecho ardiente el corazon celoso! Pues fuera menos mal que mis desvelos El infierno terrible de los celos.
¡Pues todos estos males Tienen consuelo ó tienen esperanza, Y los mas sus iguales Solicitan ó animan la venganza; Y solo de mi fiero mal se aleja Esperanza y venganza, alivio y queja!
Porque ¿á quién si no al cielo Que me robó mi dulce prenda amada, Podrá mi desconsuelo Dar sacrílega queja destemplada? ¡Y él con sordas rectísimas orejas A cuenta de blasfemias pondrá quejas!{179}
Ni Fabio fué grosero, Ni ingrato ni traidor; ántes amante, Con pecho verdadero, Nadie fué mas leal ni mas constante; Nadie mas fino supo en sus acciones Finezas añadir á obligaciones.
Solo el cielo envidioso Mi esposo me quitó; la parca dura Con ceño temeroso Fué solo autor de tanta desventura. ¡Oh cielo rigoroso! oh triste suerte, Que tantas muertes das con una muerte!
¡Ay dulce esposo amado! ¿Para qué te ví yo? ¿por qué te quise? Y ¿por qué tu cuidado Me hizo con las venturas infelice? ¡Oh dicha fementida y lisonjera, Quién tus amargos fines conociera!
¿Qué vida es esta mia Que rebelde resiste á dolor tanto? ¿Por qué, necia, porfía, Y en las amargas fuentes de mi llanto Anegada no acaba de extinguirse, Si no puede en mi fuego consumirse? {180}
IV.
Al mismo objeto que la anterior.
Agora que conmigo Sola en este retrete, Por pena ó por alivio, Permite amor que quede;
Agora, pues, que hurtada Estoy un rato breve De la atencion de tantos Ojos impertinentes,
Salgan del pecho, salgan En lágrimas ardientes Las represadas penas Y las ansias crueles.
¡A fuera ceremonias De atenciones corteses, Alivios afectados, Consuelos aparentes!
Salga el dolor de madre Y rompa vuestras puentes Del raudal de mi llanto El rápido torrente.
En exhalados ayes Salgan confusamente Suspiros que me abrasen, Lágrimas que me aneguen.
Corran de sangre pura Que mi corazon vierte, De mis dolientes ojos Las perenales fuentes.{181}
Publique con los gritos Que ya sufrir no puede Del tormento inhumano Las cuerdas inclementes.
Ceda al amor el juicio, Y él con estremos muestre Que es solo de mi pecho El duro presidente.
¡En fin, muriò mi esposo! Pues ¿cómo indiferente Yo la suya pronuncio Sin pronunciar mi muerte?
El sin vida, ¿y yo animo Este compuesto débil? Yo con voz ¿y él difunto? ¿No muero cuando el muere?
¡No es posible! Sin duda Que, con mi amor aleves, O la pena me engaña, O la vida me miente.
Si él era mi alma y vida, ¿Cómo podrá creerse Que sin alma me anime, Que sin vida me aliente?
¿Quién conserva mi vida? O ¿de dónde le viene Aire con que respire, Calor que la fomente?
Sin duda que es mi amor El que en mi pecho enciende Estas señas que en mí Parecen de viviente.{182}
Y como en un madero Que abrasa el fuego ardiente Nos parece que luce Lo mismo que padece;
Y cuando el vegetable Humor en él perece Parécenos que vive, Y no es sino que muere:
Así yo en las mortales Ansias que el alma siente Me animo con las mismas Congojas de la muerte.
¡Oh! de una vez acabe, Y no cobardemente Por resistirme á una Perezca tantas veces!
¡Oh! caiga sobre mí La esfera trasparente, Desplomados del polo Los diamantinos ejes!
¡Oh! el centro en sus cabernas Me preste oscuro albergue, Cubriendo mis desdichas La máquina terrestre!
¡Oh! el mar en sus entrañas Sepultada me entregue Por mísero alimento A sus voraces peces!
¡Niegue el sol á mis ojos Sus rayos refulgentes, Y el aire á mis suspiros El necesario ambiente!{183}
¡Cúbrame eterna noche Y el siempre oscuro Lete Borre mi nombre infausto Del pecho de las gentes!
Mas ¡ay de mí! que todas Las criaturas crueles Solicitan que viva, Porque gustan que pene!
Pues ¿qué espero? mis propias Penas de mí me venguen, Y á mi garganta sirvan De funestos cordeles,
Diciendo con mi ejemplo A quien mis penas viere: Aquí acabó una vida Porque un amor viviese! {184}
V.
Divino dueño mio, Si al tiempo de apartarme Tiene mi amante pecho Alientos de quejarse, Oye mis penas, mira mis males. Aliéntese el dolor, Si puede lamentarse, Y á punto de perderte Mi corazon exhale Llanto á la tierra, quejas al aire. Apénas de tus ojos Quise al sol elevarme, Cuando mi precipicio Da en sentidas señales Venganza al fuego, nombre á los mares.[H] Apénas tus favores Quisieron coronarme, Dichosa mas que todos, Felice como nadie, Cuando los gustos fueron pesares. Sin duda el ser dichosa Es la culpa mas grave, Pues mi fortuna adversa Dispone que la pague Con que á mis ojos tus luces falten. ¡Ay, dura ley de ausencia! Quién podrá derogarte, Si á donde yo no quiero Me llevas, sin llevarme, Con alma, muerta, vivo cadáver.{185} Será de tus favores Solo el corazon cárcel, Por ser aun el silencio, Si quiero que los guarde, Custodio indigno, sigilo frágil. Y puesto que me ausento, Por el último vale Te prometo rendida Mi amor y fe constante, Siempre quererte, nunca olvidarte. {186}
VI.
Prolija memoria, Permíteme quiera Que por un instante Sosieguen mis penas.
Afloja el cordel, Que, segun aprietas, Temo me revientes Si das otra vuelta.
Mira que si acabas Con mi vida, cesa De tus tiranías La triste materia.
No piedad te pido En aquestas treguas Sino que otra especie De tormento sea.
Ni de mí presumas Que soy tan grosera, Que la vida solo Para vivir quiera.
Bien sabes tú, como Quien está tan cerca, Que solo la estimo Por sentir con ella,
Y porque perdida, Perder era fuerza Un amor que pide Duracion eterna.
Por esto te pido Que tengas clemencia: No porque yo viva, Sí porque él no muera.{187}
¿No bastan cuán vivas Se me representan De mi ausente cielo Las divinas prendas?
¿No basta acordarme Sus caricias tiernas, Sus dulces palabras, Sus nobles finezas?
Y ¿no basta que Industriosa crezcas Con pasadas glorias Mis presentes penas,
Sino que (¡ay de mí! Mi bien, quién pudiera No hacerte este agravio De temer mi ofensa!)
Sino que villana Persuadirme intentas Que mi agravio es Posible que sea?
Y para formarlo Con necia agudeza, Con cuerdas palabras Acciones contestas.
Sus proposiciones Me las interpretas, Y lo que en paz digo Me sirve de guerra.
¿Para qué examinas Si habrá quien merezca De sus bellos ojos Atenciones tiernas?{188}
¿Si de otra hermosura Acaso le llevan Méritos mas altos, Mas dulces ternezas?
¿Si de obligaciones La carga molesta Le obliga en mi agravio A pagar la deuda?
¿Para qué ventilas La cuestion superflua De si es la mudanza Hija de la ausencia?
Ya yo sé que es frágil La naturaleza, Y que su constancia Solo es no tenerla;
Sé que la mudanza Por puntos en ella Es, de su ser propio, Caduca dolencia.
Pero tambien sé Que ha habido firmeza, Que ha habido escepciones De la comun regla.
Pues ¿por qué la suya, Quieres tú que sea, Siendo ambas posibles, De aquella y no de esta?
Mas ¡ay! que ya escucho, Que das por respuesta, Que son mas seguras Las cosas adversas.{189}
Con estos temores En confusa guerra, Entre muerte y vida Me tienes suspensa.
Ven á algún partido De una vez, y acepta Permitir que viva O dejar que muera. {190}
VII.
(FRAGMENTOS.)
Sabrás, querido Fabio, Si ignoras que te quiero, Que ignorar lo dichoso Es muy de lo discreto;
Que apénas fuiste blanco En que el rapaz archero Del tiro indefectible Logró el mejor acierto,
Cuando en mi pecho amante Brotaron al incendio De recíprocas llamas Conformes ardimientos.
¿No has visto, Fabio mio, Cuando el señor de Délos Hiere con armas de oro La luna de un espejo,
Que haciendo en el cristal Reflejo el rayo bello, Hiere repercusivo El mas cercano objeto?
Pues así del amor Las flechas, que en mi pecho Tu resistente nieve Les diò mayor esfuerzo,
Vueltas á mí las puntas, Dispuso amor soberbio, Solo con un impulso Dos alcanzar trofeos.{191} Díganlo las ruinas De mi valor deshecho, ........... Las cercenadas voces Que en balbucientes ecos, Si el amor las impele, Las retiene el respeto;
Las niñas de mis ojos Que con mirar travieso Sinceramente parlan Del alma los secretos;
El turbado semblante Y el impedido aliento, En cuya muda calma Da voces el afecto;
Aquel decirte mas Cuando me esplico ménos, Queriendo en negaciones Espresar los conceptos;
Y en fin, dígaslo tú Que de mis pensamientos, Lince sutíl, penetras Los mas ocultos senos. ........... {192}
VIII.
(FRAGMENTOS.)
Si acaso, Fabio mio, Despues de penas tantas Quedan para las quejas Alientos en el alma; Si acaso en las cenizas De mi muerta esperanza Se libró por pequeña Alguna débil rama, En donde entretenerse Con fuerza limitada, El rato que me escuchas, Pueda la vital aura, Oye en tristes endechas Las tiernas consonancias Qué al moribundo cisne Sirven de exequias blandas. ........... Dame el postrer abrazo Cuyas tiernas lazadas, Siendo union de los cuerpos, Ydentifican almas. Oiga tus dulces ecos, Y en cadencias turbadas No permita el ahogo Enteras las palabras. De tu rostro en el mio Haz amorosa estampa Y mis mejillas frías De ardiente llanto baña. ........... {193}Recibe de mis labios El que en mortales ansias El exánime pecho Ultimo aliento exhala; Y el espíritu ardiente ........... Recibe, y de tu pecho En la dulce morada Padron eterno sea De mi fineza rara. Y á Dios, Fabio querido, Que ya el aliento falta, Y de vivir se aleja La que de tí se aparta. {194}
ODAS, LIRAS Y LETRILLAS.
I.
En la profesion de una religiosa.
Celebrad, criaturas, Las dichas que logro, Aunque á mis venturas Todo viene corto. Sabed que mis bienes Llegan á tal colmo, Que aun á la esperanza Exceden mis gozos. Del Señor un ángel Me asiste animoso, Y con nimio celo Guarda mi decoro. Soy esclava humilde Del Señor que adoro, Y por eso ostento Serviles despojos. Con su santo sello Señaló mi rostro, Para que no admita Mas que su amor solo.{195} Del que ángeles sirven Esposa me nombro, A quien sol y luna Admiran hermoso. Desprecia por Cristo Mi pecho amoroso El reino del mundo Con su fausto todo. Ahora que sigo Con paso amoroso Al que ha deseado Mi corazon todo, ¡Ay! no me confundas, Señor, con tu enojo, Sino obra conmigo Cual siempre piadoso! Dióme en fe su anillo De su desposorio, Y de ricas joyas Compuso mi adorno. Vistióme con ropas Tejidas con oro, Y con su corona Me honró como esposo. Lo que he deseado Ya lo ven mis ojos, Y lo que esperaba Ya felice gozo. {196}
II.
A la Asuncion.
A la que triunfante Bella emperatriz Huella de los aires La region feliz; A la que ilumina Su vago confin De arreboles de oro, Nácar y carmin; A cuyo pié hermoso Espera servir El trono estrellado En campo turquí; A la que confiesan Cien mil veces mil Por Señora el ángel, Reina el serafin; Cuyo pelo airoso Desprende sutíl En garzotas de oro Bandera de Ofir; De quién aprendió El sol á lucir, La estrella á brillar, La aurora á reir, Cantemos la gloria Diciendo al subir: Pues vivió sin mancha, ¡Que viva sin fin! {197}
III.
Al mismo asunto.
De tu ligera planta El curso, Fénix rara, Pára, pára; Mira que se adelanta En tan ligero ensayo A la nave, á la cierva, al ave, al rayo. ¿Por qué surcas ligera El viento trasparente? Tente, tente; Consuélanos siquiera, No nos lleves contigo El consuelo, el amparo, el bien y abrigo. Todos los elementos Lamentan tu partida; Mida, mida Tu piedad sus lamentos: Oye el humilde ruego A la tierra, á la mar, al aire, al fuego. Las criaturas sensibles Y las que vida ignoran, Lloran, lloran Con llantos indecibles, Invocando tu nombre El peñasco, la planta, el bruto, el hombre. A llantos repetidos Entre los troncos secos, Ecos, ecos Dan á nuestros gemidos Por llorosa respuesta El monte, el llano, el bosque, la floresta.{198} Si las lumbres atenta Hácia el suelo volvieras, Vieras, vieras Cuán triste se lamenta Con ansia lastimosa El pájaro, el reptil, el pez, la rosa. Mas con ardor divino Ya rompiendo las nubes Subes, subes, Y en solio cristalino Besan tus plantas bellas El cielo, el sol, la luna, las estrellas. Ya espíritus dichosos Que el Olimpo componen Ponen, ponen A tus pies, generosos, Con ardientes deseos Coronas, cetros, palmas y trofeos. No olvides, pues, gloriosa, Al que triste suspira; Mira, mira Que ofreciste piadosa Ser de clemencia armada Ausilio, amparo, madre y abogada. {199}
IV.
A San Pedro.
¡Oh Pastor que has perdido Al que tu pecho adora! Llora, llora, Y deja dolorido En lágrimas deshecho El rostro, el corazon, el alma, el pecho.
Si el arrepentimiento Tu corazon oprime, Gime, gime; Lastime tu lamento Y doloroso anhelo A la tierra, á la mar, al aire, al cielo.
Si de suerte mejoras, Las lágrimas te valgan: Salgan, salgan Todas las que atesoras; Aneguen tus pesares Los rios, los arroyos, fuentes, mares,
Y pues tu pena rara Lágrimas solo borran, Corran, corran, Y dejen en tu cara Y en todas tus facciones Señales, rayas, surcos, impresiones.{200}
Y si á dar tiernas voces El duro mal te excita, Grita, grita, Y tus penas atroces Oigan, y tus querellas, Los luceros, el sol, luna y estrellas.
El curso ya empezado Tus lágrimas no acaben: Laven, laven La mancha del pecado, Hasta que estés glorioso Limpio, resplandeciente, puro, hermoso. {201}
V.
De Santa Catarina Mártir.
Sosiega, Nilo undoso, Tu líquida corriente; Tente, tente, Párate á ver gozoso La que fecundas bella De la tierra, del cielo, rosa, estrella.
Tu corriente oportuna Que piadoso moviste Viste, viste Que de Moises fué cuna, Siendo arrullo á su oido La onda, la espuma, el tumbo y el sonido.
Mas venturoso ahora De abundancia de bienes Tienes, tienes La que tu márgen dora Belleza mas lozana Que Abigail, Ester, Raquel, Susana:
La hermosa Catarina Que la gloria gitana Vana, vana Elevó á ser divina, Y en las virtudes trueca De Débora, Jael, Judit, Rebeca.{202}
No en frágil hermosura Que aprecia el loco abuso Puso, puso Esperanza segura, Bien que excedió su cara La de Ruth, Bersabé, Thamar y Sara.
A esta, Nilo sagrado, Tu corriente sonante Cante, cante, Y en concierto acordado Tus ondas sean veloces Sílabas, lenguas, nùmeros y voces. {203}
VI.
Al mismo asunto.
(LETRILLA.)
Erase una niña Como digo á usté, Cuyos años eran Ocho sobre diez. Esperen, aguarden, Que yo lo diré. Esta (qué sé yo Cómo pudo ser?) Dizque supo mucho, Aunque era mujer. Esperen, aguarden, Que yo lo diré. Porque como dizque Dice no sé quien, Ellas solo saben Hilar y coser. Esperen, aguarden, Que yo lo diré. Pues esta á hombres grandes Pudo convencer; Que á un chico, cualquiera Lo puede envolver. Esperen, aguarden, Que yo lo diré. Y aun una santita Dizque era tambien, Sin que la estorbase Para eso el saber. Esperen, aguarden, Que yo lo diré.{204} Mas como Patillas No duerme, al saber Que era santa y docta Se hizo un Lucifer. Esperen, aguarden, Que yo lo diré. Porque teme el diablo Esto de saber Que hay mujer que sepa Mas que supo él. Esperen, aguarden, Que yo lo diré. Pues con esto ¿qué hace? Viene y tienta á un rey Que á ella la tentara A dejar su ley. Esperen, aguarden, Que yo lo diré. Tentóle de recio; Mas ella, par diez, Se dejó matar Antes que vencer. Esperen, aguarden, Que yó lo diré. No pescudan mas, Porque mas no sé, De que es Catarina Para siempre, amen. Esperen, aguarden, Que yo lo diré. {205}
VII.
En la dedicacion de un templo.
Aunque ningun lugar es Lugar de ofender á Dios, Pues para alabarle en todos Su Magestad los crió, Atencion, atencion, Que aquesta es casa solo de oracion.
Como nuestra gran flaqueza Su Magestad conoció, Separó algunos lugares Para nuestra devocion. Atencion, atencion, Que aquesta es casa solo de oracion.
Con especial asistencia En ellos determinó Habitar, para que en ellos Le demos adoracion. Atencion, atencion, Que aquesta es casa solo de oracion.
Pues ¿qué disculpa tendrá De atreverse nuestro error Al determinado sitio Que para sí destinó? Atencion, atencion, Que aquesta es casa solo de oracion.{206}
Los que al templo venis, sea Solo á dar gracias á Dios; No hagais la casa del Padre Casa de negociacion. Atencion, atencion, Que aquesta es casa solo de oracion.
Plazas y lonjas teneis Si buscais conversacion, Que el templo Dios solamente A su culto reservò. Atencion, atencion, Que aquesta es casa solo de oracion. {207}
VIII.
Juguetillo á María.
Como entre espinas la rosa, Como entre nubes la luna, Unica y como ninguna Luce la divina Esposa. Toda pura y toda hermosa, Púrpura y viso vestida, Ciudad de Dios defendida, Arca de su testamento, De la Trinidad asiento, Iris hermoso de paz, Y trescientas cosas mas.
Como lirio descollado En el márgen cristalino; Como vaso de oro fino De mil piedras adornado; Como bálsamo quemado, Como fuego reluciente, Como Apolo refulgente. Como poma de olor llena, A quien no tocó la pena Que tuvieron los demas, Y trescientas cosas mas.{208}
Como varita olorosa Que asciende desde el desierto; Como bien ballado huerto De la fruta mas sabrosa; Como palma victoriosa, Como escuadron ordenado, Como paso bien sellado, Como pacífica oliva Que fué del mundo la paz, Y trescientas cosas mas.
Trono de Dios soberano, Archivo de todo bien, Gloria de Jerusalen Y alegria del crístiano; Ester que al género humano De la miseria libró; La muger que en Pátmos vió Juan, triunfante del dragon; El trono de Salomon Y la señal dada á Acaz, Y trescientas cosas mas. {209}
IX.
Villancicos en la fiesta de San José.
Quedito, airecillos, No, no susurreis; Mirad que descansa Un rato José. No, no os movais, Oh no, no voleis; Quedito, pasito, Que duerme José. Para no ver el preñado, José, que le daba enojos, De María, los dos ojos Ha cerrado. Centra su vista severo Dijo airado, porque vía Testigos contra María, “No los quiero. Si dicen que en el empleo De mi esposa falta fe, Nunca estoy mas ciego que Cuando veo. Y á que en llanto no se aneguen Porque á tanto se atrevieron, Ojos que contra ella fueron Luego cieguen.” Viendo Dios que eran despojos Sus ojos de su sentir, Hízole dormido abrir Tantos ojos.{210} Hablóle un ángel glorioso, Porque solo él pudo ser Bastante á satisfacer A un celoso. Ay qué prodigio! Ay qué portento! Vengan á verlo todos, Vengan á verlo! Que si á todos los celos Quitan el sueño, A mi Josef el sueño Quita los celos. Celos con sueño, Sueño con celos, En Josef solamente No son opuestos. Vengan á verlo todos Vengan á verlo! {211}
SILVA.
Retrato de una belleza.
POESIA BURLESCA, IMITADA DE JACINTO POLO.
El pintar de Lizarda la belleza En que á sí se excedió naturaleza, Con un estilo llano, Se me viene á la pluma y á la mano. Y cierto que es locura El querer retratar yo su hermosura, Sin haber en mi vida dibujado, Ni saber qué es azul ó colorado, Qué es regla, qué es pincel, oscuro ó claro, Aparejo, retoque ni reparo. El diablo me ha metido en ser pintora! Dejémoslo, mi Musa, por ahora A quien sepa el oficio... Mas esta tentacion me quita el juicio! Y sin dejarme pizca, Ya no solo me tienta, me pellizca,{212} Me casca, me hormiguea, Me punza, me rempuja, me aporrea. Y tengo de pintar dé donde diere, Salga como saliere; Aunque saque un retrato Tal que despues le ponga, aqueste es gato. Pues no soy la primera Que con hurtos de sol y primavera Echo, con mil primores, Una mujer en infusion de flores; Y despues que muy bien alambicada Resulta una belleza destilada, Cuando el hervor se entibia, Si rosa la creyeron, sale endibia. Mas no pienso robar yo sus colores: Descansen por aquesta vez las flores; Que no quiere mi Musa ni se mete En hacer su hermosura ramillete, Mas ¿con qué he de pintar si ya la vena No se tiene por buena, Si no forma, hortelana en sus colores, Un gran cuadro de flores? ¡Oh siglo desdichado y desvalido, En que todo lo hallamos ya servido! Pues que no hay voz, equívoco ni frase Que por comun no pase, Y digan los censores: “¿Eso? ya lo pensaron los mayores.” ¡Dichosos los antiguos que tuvieron Paño de qué cortar, y así vistieron Sus conceptos de albores, De luces, de reflejos y de flores! Que entónces era el sol nuevo y flamante, Y andaba tan valido lo brillante{213} Que el decir que el cabello era un tesoro, Valia otro tanto oro; Y las estrellas con sus rayos rojos Que aun no estaban cansadas de ser ojos, Cuando eran celebradas ¡Oh dulces luces por mi mal halladas, Dulces y alegres cuando Dios queria!, Ya no las puede usar la Musa mia Sin que diga severo algun letrado Que Garcilaso está muy maltratado Y en lugar indecente. Mas si no es á su Musa competente Y le ha de dar enojo semejante, Quite aquellos dos versos, y ¡adelante! Digo, pues, que el coral, entre los sabios, Se andaba con la grana aun en los labios, Y las perlas de nítidos orientes Andaban enseñándose á ser dientes, Y alegaba la concha, no muy loca, Que si ellas dientes son, ella es la boca; Desde entónces, no hay duda, Empezó la belleza á ser conchuda. Pues ¿las piedras? ¡ay Dios! y qué riqueza! Era una platería una belleza, Que llevaba por dote en sus facciones Mas de treinta millones. Eso sí era hacer versos descansado, Y no en aqueste siglo desdichado Y de tal desventura, Que está ya tan cansada la hermosura De verse en los planteles De azucenas, de rosas y claveles, Ya del tiempo marchitos, Recojiendo humedades y mosquitos,{214} Que con enfado estraño Quisiera mas un saco de hermitaño. Y así andan los poetas desvalidos Achicando antiguallas de vestidos, Y talvez sin mancilla lo que es jubon ajustan á ropilla, O hacen de unos centones De remiendos diversos los calzones, Y nos quieren vender por estremada Una belleza rota y remendada. Pues ¿qué es ver las metáforas cansadas En que han dado las Musas alcanzadas? No hay ciencia, arte ni oficio Que con estraño vicio Los poetas, con vana sutileza, No anden acomodando á la belleza, Y pensando que pintan de los cielos Hacen unos retablos de sus duelos. Pero diránme ahora Que ¿quién á mí me mete á ser censora? Pues de lo que no entiendo es grave exceso; Pero yo les respondo, que por eso: Pues siempre el que censura y contradice, Es quién ménos entiende lo que dice. Mas si alguno se irrita, Murmúreme tambien; ¿quién se lo quita? No haya miedo que en eso me fatigue, Ni que á ninguno obligue A que encargue su alma: Téngasela en su palma Y haga lo que quisiere, Pues su sudor le cuesta al que leyere; Y si ha de disgustarse con leello, Vénguese del trabajo con mordello,{215} Y allí me las dén todas, Pues yo no me he de hallar en esas bodas. Miren, esto de bodas es constante Que lo dije por solo el consonante; Si alguno halla otra voz que mas espresa, Yo le doy mi poder, y quíteme esa. Mas volviendo á mi arenga comenzada, Válgame por Lizarda retratada, Y ¡qué difícil eres! No es mala propiedad de las mujeres. Mas ya lo prometí, cumplirlo es fuerza, Aunque las manos tuerza: A acabarlo me obligo Pues tomo bien la pluma, y Dios conmigo. Vaya, pues, de retrato! Denme un Dios que socorra de barato. ¡Ay¡ con toda la trampa, Que una musa de la ampa, A quien ayuda tan propicio Apolo, Se haya rozado con Jacinto Polo En aquel conceptillo desdichado! ¡Y pensarán que es robo muy pensado! Es, pues, Lizarda... es pues... ¡Ay Dios, qué aprieto No sé quién es Lizarda, les prometo; Que mi atencion sencilla Pintarla prometió, no definilla. Digo, pues... ¡oh que pueses tan soeces! ¿Todo el papel he de llenar de pueses? ¡Jesus! qué mal empiezo!.... Principio iba á decir, ya lo confieso, Y acordéme al instante Que principio no tiene consonante. Perdonen, que esta mengua Es porque no me ayuda bien la lengua.{216} ¡Jesus! y ¡qué cansados Estarán de esperar desesperados Los tales mis oyentes; Mas si esperar no gustan, impacientes, Y juzgaren que es largo y que es pesado, Vayan con Dios, que ya esto se ha acabado; Pues quedándome sola y retirada Mi borrador haré mas descansada. Por el cabello empiezo, estense quedos, Que hay aquí que pintar muchos enredos; No hallo comparacion que bien le cuadre; Qué para poco me parió mi madre! ¿Rayos de sol? Ya aqueso se ha pasado; La pragmática nueva lo ha quitado. ¿Cuerdas de arco de amor en dulce trance? Eso es llamarlo cerda en buen romance. ¡Qué linda cosa fuera El tomar la ocasion por la mollera! Pero aquesta ocasion ya se ha pasado, Y calva está de haberla repelado. Y así en su calva lisa La cabellera irá tambien postiza, Y el que llegue á cogerla Se queda con el pelo y no con ella, Y, en fin, despues de tanto dar en ello, ¿Qué tenemos, mi Musa, de cabello? El de Absalon viniera aquí nacido, Por tener mi discurso suspendido; Mas no quiero meterme yo en honduras Mostrándome entendida en Escrituras. En ser cabello de Lizarda quede. Que es lo que mas encarecerse puede, Y bájese á la frente mi reparo: ¡Gracias á Dios que salgo hácia lo claro!{217} Que me pude perder en la espesura Sino saliera por la comisura. Tendrá, pues, la tal frente Una caballería largamente, Segun está de limpia y despejada; Y si temen por esto verla arada, Pierdan este recelo, Que estas caballerías son del cielo. ¿Qué apostamos que ahora piensan todos Que he perdido los modos Del estilo burlesco, Pues que ya por los cielos me encarezco? Pues no fué este mi intento, Que yo no me acordé del firmamento, Porque mi estilo llano Se tiene acá otros cielos mas á mano; Que á ninguna belleza se le veda El que tener dos cielos juntos pueda; Y ¿cómo? Uno en la boca, otro en la frente. ¡Por Dios, que lo he enmendado lindamente! Las cejas son agora, ¿diré arcos? No, que su consonante es luego zarcos, Y si yo pinto zarca su hermosura, Dará Lizarda al diablo la pintura, Y me dirá que solo algun demonio Levantara tan falso testimonio. Pues yo lo he de decir, y en esto ahora Conozco que devéras soy pintora, Que mentir de un retrato en los primores Es el último exámen de pintores. En fin, ya con ser arcos se han salido; Pero ¿piensan que son los de Cupido? ¿O que son paz del dia? Pues no son sino de una cañería{218} Por donde encaña el agua á sus enojos, Por mas señas, que tiene allí dos ojos. Esto ¿quién lo ha pensado? ¿Me dirán que esto es viejo y es trillado? Mas ya que los nombré, fuerza es pintallos, Aunque no tope verso en qué colgallos. ¡Nunca yo los mentara! Que quizas al lector se le olvidara. Empiezo á pintar, pues: nadie se ria De ver que titubea mi Talia; Que no es hacer buñuelos, Pues tienen su pimienta los ojuelos, Y no hallo en mi conciencia Comparacion que tenga conveniencia Con tantos arreboles... ¡Jesus! no estuve un tris de decir soles! ¡Qué grande barbarismo! Apolo me defienda de sí mismo; Que á los que son de luces sus pecados, Los veo condenar de alucinados, Y temerosa yo, viendo su enojo, Trato de echar mis luces en remojo. Tentacion solariega en mí es estraña... Que se vaya á tentar á la montaña. En fin, yo no hallo símil competente Por mas que doy palmadas en mi frente, Y las uñas me como. ¿Dónde el viste estará y el así como, Que siempre tan activos Se andan á principiar comparativos? Mas ¡ay! que donde vistes hubo antaño, No hay así como ogaño; Pues váyanse sin ellos muy serenos, Que no por eso dejan de ser buenos,{219} Ni de ser manantial de perfecciones, Que no todo ha de ser comparaciones; Y ojos de una beldad tan peregrina Razon es ya que salgan de madrina, Pues á sus niñas fuera hacer ultrage Quererlas tener siempre en pupilage. En fin, nada les cuadra, que es locura Al círculo buscar la cuadratura. Síguese la nariz, y es tan seguida Que ya quedó con esto definida; Y nariz torticera tan tremenda No hay geómetra alguno que la entienda. Pásame á las mejillas; Y aunque es su consonante maravillas, No las quiero yo hacer predicadores Que digan: Aprended de mí, á las flores. Mas si he de confesarles mi pecado, Algo el carmin y grana me han tentado. Mas agora ponérselos no quiero: Si ella lo quiere, gaste su dinero; Que es grande bobería El quererla afeitar á costa mia. Ellas, en fin, aunque parecen rosa, Lo cierto es que son carne, y no otra cosa. ¡Válgame Dios! lo que se sigue ahora. Haciéndome está cocos el aurora Por ver si la comparo con su boca; Y el oriente con perlas me provoca; Pero no hay que admirarme, Que ni una sed de oriente ha de costarme. Es, en efecto, de color tan fina Que parece bocado de cecina; Y no he dicho muy mal, pues de salada Dicen que se le ha puesto colorada.{220} Miren cómo sé hacer comparaciones Muy propias en algunas ocasiones. Y es que donde no piensa el que es mas vivo, Falta el comparativo; Y si alguno dijere que es grosera Una comparacion de esta manera, Respóndame la Musa mas ufana, ¿Es mejor el gusano que la grana? ¿O el clavel, que si el gusto los apura Hará echar las entrañas su amargura? Con todo, númen mio, Aquesto de la boca va muy frio; Yo digo mi pecado, Ya está el pincel cansado; Pero, pues tengo ya frialdad tanta, Gastemos esta nieve en la garganta, Que la tiene tan blanca y tan helada Que le sale la voz garapiñada. Mas por sus pasos, yendo á paso llano, Se me vienen las manos á la mano. Aquí habrá menester grande cuidado, Pues ya toda la nieve se ha gastado, Y para la blancura que atesora No me ha quedado ni una cantimplora; Y fué la causa de esto Que, como iba sin sal, se gastó presto. Mas puesto que pintarla solicito, Por la Vírgen, que esperen un tantito, Miéntras la pluma tajo Y me alivio un poquito del trabajo, Y, por decir verdad, miéntras suspensa Mi imaginacion piensa Algun concepto que á sus manos venga. ¡Oh! si Lizarda se llamara Menga!{221} Qué equívoco tan lindo me ocurría, Que solo por el nombre se me enfría! Ello fuí desgraciada En estar ya Lizarda bautizada. Acabemos, que el tiempo nunca sobra: A las manos, y manos á la obra. Empiezo por la diestra, Que aunque no es ménos bella la siniestra, A la pintura es llano Que se le ha de asentar la primer mano. Es, pues, blanca y hermosa con exceso, Porque es de carne y hueso, No de marfil ni plata, que es quimera Y á una estatua servir solo pudiera; Y con esto, aunque es bella, Sabe su dueño bien servirse de ella, Y la estima bizarra, Mas que no porque luce, porque agarra. Pues no le queda en zaga la siniestra, Porque aunque no es tan diestra, Y es algo ménos en la lijereza, No tiene un dedo ménos de belleza. Aquí viene rodada Una comparacion acomodada: Porque, no hay duda, es llano Que es la una mano como la otra mano. Y si alguno dijere que es friolera El querer comparar de esta manera, Respondo á su censura, Que el tal no sabe lo que se murmura, Pues pudiera muy bien naturaleza Haber sacado manca esta belleza; Que yo he visto bellezas muy ramplonas Que, si mancas no son, son macarronas.{222} Ora falta á mi Musa la estrechura De pintar la cintura. En ella he de gastar poco capricho, Pues con decirla breve, se está dicho; Porque ella es tan delgada, Que en una línea queda ya pintada. El pié yo no lo he visto, y fuera engaño Retratar el tamaño, Ni mi Musa sus puntos considera, Porque no es zapatera; Pero segun airoso el cuerpo mueve, Debe el pié de ser breve, Porque es, nadie ha ignorado, El pié de arte mayor largo y pesado. Y si en cuenta ha de entrar la vestidura, Que ya es el traje parte en la hermosura, El hasta aquí del garbo y de la gala A la suya no iguala, De fiesta ò de revuelta, Porque está bien prendida, y mas bien suelta. Un adorno garboso y no afectado, Que parece descuido y es cuidado; Un aire con que arrastra la tal niña Con aseado desprecio la basquiña, En que se van pegando Las almas entre el polvo que va hollando; Un arrojar el pelo por un lado, Como que la acongoja por copado; Y al arrojar el pelo, Descubrir un... Por poco digo cielo, Quebrantando la ley; mas ¿qué importara Que yo la quebrantara? A nadie cause escándalo ni espanto, Pues no es la ley de Dios la que quebranto;{223} Y con todo, si á ustedes les parece, Será razon que ya el retrato cese, Que no quiero cansarme, Pues ni aun el coste de él han de pagarme. Veinte años de cumplir en mayo acaba. Juana Ines de la Cruz la retrataba.
EPIGRAMAS.
I.
Que te dan en la hermosura La palma, dices, Leonor; La de vírgen es mejor Que tu cara te asegura. No te precies con descoco Que á todos robas el alma, Pues si te han dado la palma Es, Leonor, porque eres coco.
II.
Porque tu sangre se sepa Cuentas á todos, Alfeo, Que eres de reyes; yo creo Que eres de muy buena zepa; Y que, pues á cuantos topas Con esos reyes enfadas, Que mas que reyes de espadas, Debieron de ser de copas. {224}
III.
El no ser de padre honrado Fuera defecto, á mi ver, Si como recibí el ser De él, se lo hubiera yo dado. Mas piadosa fué tu madre Que hizo que á muchos sucedas, Para que entre tantos puedas Tomar el que mas te cuadre.
IV.
Capitan es ya don Juan; Mas quisiera mi cuidado Hallarle lo reformado Antes de lo capitan; Porque cierto que me inquieta En accion tan atrevida, Ver que no sepa la brida Y se atreva á la gineta. {225}
LOS SILBOS.
DIALOGO.
(Tomado del final de un sainete.)
Muñoz.—Silbadito del alma, No te me ahorques, Que los silbos se hicieron Para los hombres.
Acebedo.—Silbadores del diablo, Morir dispongo, Que los silbos se hicieron Para los toros.
Comp. 1º.—Pues que ahorcar te quieres, Toma la soga, Que aqueste cordelejo No es otra cosa.
Acebedo.—No me silveis, demonios, Que mi cabeza No recibe los silvos, Aunque está hueca.
Arias.—Vaya de silbos, vaya! ¡Silbad, amigos! Que en lo hueco resuenan Muy bien los silbos.
Acebedo.—Gachupines parecen Recien venidos, Porque todo el teatro Se hunde á silbos.{226}
Muñoz.—Vaya de silbos, vaya!...
Comp. 2º.—Y los malos poetas Tengan sabido, Que si vítores quieren, Este es el vítor.
Todos cant.—Vaya de silbos, vaya!...
Acebedo.—Baste ya, por Dios, baste; No me den soga, Que ya les doy palabra De no hacer otra.
Muñoz.—No es aquesto bastante, Que es el delito Descomunal, y pide Mayor castigo.
Todos cant.—Vaya de silbos, vaya!...
Acebedo.—Pues si aquesto no basta, ¿Qué me disponen? Que como no sean silbos, Dénme garrote.
Arias.—Pues de pena te sirva, Que lo has pedido, El que otra vez traslades Lo que has escrito.
Acebedo.—Eso no, que es aquese Tan gran castigo, Que mas quiero atronado Morir á silbos.
Muñoz.—Pues lo has pedido, vaya! ¡Silbad, amigos,! Que en lo hueco resuenan Muy bien los silbos. {227}
LOS EMPEÑOS DE UNA CASA.
COMEDIA FAMOSA.
Interlocutores.
Don Cárlos. Don Juan. Don Pedro. Don Rodrigo. Doña Leonor. Doña Ana. Celia. Hernando. Castaño. Dos embozados. Dos coros de música. {228}
JORNADA PRIMERA.
Salen doña Ana y Celia.
Doña Ana.—Hasta que venga mi hermano, Celia, le hemos de esperar.
Celia.—Pues eso será velar, Porque él juzga que es temprano La una, las dos; y á mi ver, Aunque es grande ociosidad, Viene á decir la verdad, Pues viene al amanecer. Mas por ahora ¿qué te dió Esta gana de esperar, Si te entras siempre á acostar Tú, y le espero solo yo?
Doña Ana.—Has de saber, Celia mia, Que aquesta noche ha fiado De mí todo su cuidado; Tanto de mi afecto fia. Bien sabes tú que él salió De Madrid dos años há, Y á Toledo, donde está, A una cobranza llegó, Pensando luego volver; Y así en Madrid me dejó, Donde estando sola yo Y poder ser vista y ver,{229} Me vió don Juan y le ví, Y me solicitó amante, A cuyo pecho constante Atenta correspondí; Cuando, ó por no ser tan llano El pleito como juzgó, O, lo cierto, porque no Queria irse mi hermano; Porque vive aquí una dama De perfecciones tan sumas, Que dicen que faltan plumas Para alabarla á la fama, De la cual enamorado, Aunque no correspondido, Por conseguirla, perdido, En Toledo se ha quedado; Y porque yo no estuviese Sola en la corte sin él, O porque á su amor cruel De algun alivio le fuese, Dispuso el que venga aquí A vivir yo, y al instante Dí cuenta á don Juan, que amante Vino á Toledo tras mí; Fineza á que agradecida Toda el alma estar debiera, Si ya (¡ay de mí!) no estuviera Del empeño arrepentida; Porque el amor, que es villano En el trato y la bajeza, Se ofende de la fineza... Pero, volviendo á mi hermano, Sábete que él ha inquirido, Con obstinada porfía,{230} Qué motivo haber podia Para no ser admitido, Y ha hallado que es otro amor, (Aunque yo no sé de quien,) Sintiendo, mas que el desden, Que otro gozase el favor: Que como este fiero engaño Es envidioso veneno, Se siente el provecho ajeno Mucho mas que el propio daño. Sobornando (¡Oh vil costumbre Que así la razon estraga, Que es tan ciego amor, que paga Porque le den pesadumbre!) Una criada que era De quien ella se fiaba, En el estado que estaba Su amor, con el fin que espera Y con lo demas que pasa, Supo de la infiel criada Que estaba determinada A salirse de su casa Esta noche con su amante; De que mi hermano furioso, Como á quien está celoso No hay peligro que le espante, Con unos hombres trató Que fingiéndose justicia (¡Mira que astuta malicia!) Prendan al que la robó, Y que al pasar por aquí Al galan y dama bella, Como en depósito á ella Me la entregasen á mí;{231} Y que luego al apartarse, Como que acaso ellos van Descuidados del galan, Den lugar para escaparse; Con lo cual claro se arguye Que él se valdrá de los pies Huyendo, pues piensa que es La justicia de quien huye; Y mi hermano, con la traza Que su amor ha discurrido, Sin riesgo habrá conseguido Traer la dama á su casa; Y en ella es bien fácil cosa Galantearla abrasado, Sin que él parezca culpado, Ni ella pueda estar quejosa; Porque si tanto despecho Ella llegase á entender, Visto es que ha de aborrecer A quien tal daño le ha hecho, Aquesto que te he contado, Celia, tengo que esperar; Mira ¿cómo puedo entrar A acostarme sin cuidado?
Celia.—Señora, nada me admira, Que en amor no es novedad Que se vista la verdad Del color de la mentira; Ni ¿quién habrá que se espante, Si lo que es llega á entender Temeridad de mujer Ni resolucion de amante, Ni de traidoras criadas, Que eso en todo el mundo pasa,{232} Y quizá dentro de casa Hay algunas calderadas? Solo admirado me han, Por las acciones que han hecho, Los indicios que tu pecho Da de olvidar á don Juan. Y no sé porqué el cuidado Das en trocar en olvido, Cuando ni causa has tenido Tú, ni don Juan te la ha dado.
Doña Ana.—Que él no me la da, es verdad; Que no la tengo, es mentira.
Celia.—¿De qué modo?
Doña Ana.—¿Qué te admira? Es ciega la voluntad. Tras mí, como sabes, vino Amante y fino don Juan, Quitándose de galan Lo que se añade de fino, Sin dejar á qué aspirar A la ley del albedrio; Porque si él es ya tan mio, ¿Qué tengo que desear? Pero no es aquesta sola La causa de mi despego, Sino porque ya otro fuego En mi pecho se acrisola. Suelo en esta calle ver Pasar á un galan mancebo, Que si no es el mismo Febo, Yo no sé qué pueda ser. A este, ¡ay de mí! Celia mia, No sé si es gusto ó capricho, Y... pero ya te lo he dicho,{233} Sin saber lo que decia.
Celia.—¿Lloras?
Dª. Ana.—Pues ¿no he de llorar, ¡Ay de mí infelice! cuando Conozco que estoy errando Y no me puedo enmendar?
Celia.—[Ap.] ¡Qué buenas nuevas me dan Con esto que ahora he oido, Para tener yo escondido En su cuarto al tal don Juan! Que habiendo notado el modo Con que le trata enfadada, Quiere hacer la tarquinada Y dar al traste con todo. Y ¿quién, señora, ha logrado Tu amor?
Dª. Ana.—Solo decir puedo Que es un don Cárlos de Olmedo El galan... Mas han llamado; Mira quién es, que despues Te hablaré, Celia.
Celia.—¿Quién llama?
[Dent.]—La justicia.
Dª. Ana.—Esta es la dama; Abre, Celia.
Celia.—Entre quien es.
(Entran los embozados y doña Leonor.)
Emb.—Señora, aunque yo no ignoro El decoro de esta casa, Pienso que el entrar en ella Ha sido mas venerarla Que ofenderla, y así os ruego{234} Que me tengais esta dama Depositada, hasta tanto Que se averigue la causa Por qué le dió muerte á un hombre Otro que la acompañaba; Y perdonad, que á hacer vuelvo Diligencias no escusadas En tal caso [Vánse].
Dª. Ana.—¿Qué es aquesto? Celia, á aquesos hombres llama, Que lleven esta mujer, Que no estoy acostumbrada A oir tales liviandades.
Celia.—[Ap.] Bien la deshecha mi ama Hace de querer tenerla.
Dª. Leo.—Señora, en la boca el alma Tengo ¡ay de mí! Si piedad Mis tiernas lágrimas causan En tu pecho [hablar no acierto] Te suplico arrodillada, Que ya que no de mi vida, Tengas piedad de mi fama, Sin permitir, puesto que Ya una vez entré en tu casa, Que á otra me lleven, á donde Corra mayores borrascas Mi opinion; que á ser mujer, Como imaginas, liviana, Ni á tí te hiciera este ruego, Ni yo tuviera estas ansias.
Dª. Ana.—A lástima me ha movido Tu belleza y tu desgracia.
[Ap.]—Bien dice mi hermano, Celia.
Cel. [Ap.]—Es belleza sobrehumana,{235} Y si está así en la tormenta, ¿Cómo estará en la bonanza?
Dª. Ana.—Alzad del suelo, señora, Y perdonad si turbada Del repentino suceso, Poco atenta y cortesana Me he mostrado, que ignorar Quien sois pudo dar la causa A la estrañeza; mas ya Vuestra persona gallarda Informa en vuestro favor De suerte que toda el alma Ofrezco para serviros.
Dª. Leo.—Déjame besar tus plantas, Bella deidad, cuyo templo, Cuyo culto, cuyas aras De mi deshecha fortuna Son el asilo.
Dª. Ana.—Levanta, Y cuéntame qué sucesos A tal desdicha te arrastran; Aunque si eres tan hermosa, No es mucho ser desdichada.
Cel. [ap.]—De la envidia que le tiene No le arriendo la ganancia.
Dª. Leo.—Señora, aunque la vergüenza Me pudiera ser mordaza Para callar mis desdichas La que, como yo, se halla En tan infeliz estado, No tiene porqué callarlas; Antes pienso que me abona El hacer lo que me mandas, Pues son tales los indicios{236} Que tengo de estar culpada, Que por culpables que sean, Son mas decentes sus causas; Y así escúchame.
Dª. Ana.—El silencio Te responda.
Celia.—[Ap.] ¡Cosa brava! Relacion á media noche Y con vela? ¡que no valga!
Dª. Leo.—Si de mis sucesos quieres Escuchar los tristes casos, Con que ostentan mis desdichas Lo poderoso y lo vario, Escucha, por sí consigo Que divirtiendo tu agrado, Lo que fué trabajo propio Sirva de ajeno descanso, O porque en el desahogo Hallen mis tristes cuidados A la pena de sentirles El alivio de contarlos. Yo nací noble, este fué De mi mal el primer paso, Que no es pequeña desdicha Nacer noble un desdichado; Que aunque la nobleza sea Joya de precio tan alto, Es alhaja que en un triste Solo sirve de embarazo; Porque estando en un sujeto, Repugnan como contrarios Entre plebeyas desdichas Haber respetos honrados. Decirte que nací hermosa{237} Presumo que es escusado, Pues lo atestiguan tus ojos, Y lo prueban mis trabajos. Solo diré... Aquí quisiera No ser yo quien lo relato, Pues en callarlo ó decirlo Dos inconvenientes hallo: Porque si digo que fuí Celebrada por milagro De discrecion, me desmiente La necedad de contarlo; Y si lo callo, no informo De mí, y en un mismo caso Me desmiento si lo afirmo, Y lo ignoras si lo callo. Pero es preciso al informe Que de mis sucesos hago [Aunque pase la modestia La vergüenza de contarlo] Para que entiendas la historia, Presuponer asentado Que mi discrecion la causa Fué principal de mi daño. Inclinéme á los estudios Desde mis primeros años, Con tan ardientes desvelos, Con tan ansiosos cuidados, Que reduje á tiempo breve Fatigas de mucho espacio. Conmuté el tiempo industriosa A lo intenso del trabajo, De modo que en breve tiempo Era el admirable blanco De todas las atenciones,{238} De tal modo que llegaron A venerar como infuso Lo que fué adquirido lauro. Era de mi patria toda El objeto venerado De aquellas adoraciones Que forma el comun aplauso; Y como lo que decia [Fuese bueno ó fuese malo] Ni el rostro lo deslucia Ni lo desairaba el garbo, Llegó la supersticion Popular á empeño tanto, Que ya adoraban deidad El ídolo que formaron. Voló la fama parlera, Discurrió reinos estraños, Y en la distancia segura Acreditó informes fallos. La pasion se puso anteojos De tan engañosos grados, Que á mis moderadas prendas Agrandaban los tamaños. Víctima en mis aras eran, Devotamente postrados, Los corazones de todos Con tan comprehensivo lazo, Que habiendo sido el principio Aquel culto voluntario, Llegó despues la costumbre Favorecida de tantos A hacer como obligatorio El festejo cortesano, Y si alguno disentia{239} Paradojo ó avisado, No se atrevia á proferirlo, Temiendo que por estraño Su dictámen no incurriese, Siendo de todos contrario, En la nota de grosero, O en la censura de vano. Entre estos aplausos yo, Con la atencion zozobrando Entre tanta muchedumbre, Sin hallar seguro blanco, No acertaba á amar á alguno Viéndome amada de tantos. Sin temor en los concursos Defendia mi recato, Con peligros del peligro Y con el daño del daño. Con una afable modestia Igualando el agasajo, Quitaba lo general Lo sospechoso al agrado. Mis padres en mi mesura Vanamente asegurados, Se descuidaron conmigo; ¡Qué dictámen tan errado! Pues fué quitar por defuera Las guardas y los candados A una fuerza que en sí propia Encierra tantos contrarios. Y como tan neciamente Conmigo se descuidaron, Fué preciso hallarme el riesgo Donde me perdió el cuidado. Sucedió, pues, que entre muchos{240} Que de mi fama incitados Contestar con mi persona Intentaban mis aplausos, Llegó acaso á verme, (¡ay cielos! ¿Cómo permitis tiranos Que un afecto tan preciso Se forjase de un acaso?) Don Cárlos de Olmedo, un jóven Forastero, mas tan claro Por su orígen, que en cualquiera Lugar que llegue á hospedarlo Podrá no ser conocido, Pero no ser ignorado. Aquí que me des te pido Licencia para pintarlo, Por disculpar mis errores O divertir mis cuidados, O porque al ver de mi amor Los extremos temerarios, No te admire, que el que fué Tanto, mereciere tanto. Era su rostro un enigma Compuesto de dos contrarios, Que eran valor y hermosura, Tan felizmente hermanados, Que faltándole á lo hermoso La parte de afeminado, Hallaba lo mas perfecto En lo que estaba mas falto; Porque ajando las facciones Con un varonil desgano No consintió á la hermosura Tener imperio asentado; Tan remoto á la noticia,{241} Tan ageno del reparo, Que aun no le debió lo bello La atencion de despreciarlo: Que como en mi nombre está Lo hermoso como sobrado, Es bueno para tenerlo Y malo para ostentarlo. Era el talle como suyo, Que aquel talle y aquel garbo, Aunque la naturaleza A otro dispusiera darlo, Solo le asentara bien Al espíritu de Cárlos; Que fué de su providencia Esmero bien acertado Dar un cuerpo tan gentil A espíritu tan gallardo. Gozaba un entendimiento Tan sutíl, tan elevado, Que la edad de lo entendido Era un mentis de sus años. Alma de estas perfecciones Era el gentil desenfado De un despejo tan airoso, Un gusto tan cortesano, Un recato tan amable, Un tan atractivo agrado, Que en el mas bajo descuido Se hallaba el primor mas alto; Tan humilde en los afectos, Tan tierno en los agasajos, Tan fino en las persuaciones, Tan apacible en el trato, Y en todo, en fin, tan perfecto,{242} Que ostentaba cortesano Despojos de lo rendido Por galas de lo alentado. En los desdenes sufrido, En los favores callado, En los peligros resuelto Y prudente en los acasos. Mira si con estas prendas, Con otras mas que te callo, Quedaría en la mas cuerda Defensa para el recato. En fin, yo le amé; no quiero Cansar tu atencion, contando De mi temerario empeño La historia caso por caso; Pues tu discrecion no ignora De empeños enamorados, Que es su ordinario principio Desasosiego y cuidado, Su medio, lances y riesgos, Su fin, tragedias ó agravios. Creció el amor en los dos Recíproco, y deseando Que nuestra feliz union Lograda en tálamo casto Confirmase de himeneo El indisoluble lazo; Y por acaso mi padre, Que ya para darme estado Andaba entre mis amantes Los méritos regulando, Atento á otras conveniencias No nos fuese un embarazo, Dispusimos esta noche{243} La fuga, y atropellando El cariño de mi padre Y de mi honor el recato, Salí á la calle, y apénas Daba los primeros pasos, Entre cobardes recelos De mi desdicha, fiando La una mano á las basquiñas Y á mi manto la otra mano, Cuando á nosotros resueltos Llegaron dos embozados. “¿Qué gente?” dicen, y yo Con el aliento turbado, Sin reparar lo que hacia [Porque suele en tales casos Hacer publicar secretos El cuidado de guardarlos] ¡Ay Cárlos! perdidos somos, Dije, y apénas tocaron Mis voces á sus oidos, Cuando los dos arrancando Los aceros, dijo el uno: “¡Matadlo, don Juan, matadlo! Que esa tirana que lleva Es doña Leonor de Castro Mi prima.” Sacó mi amante El acero, y alentado, Apénas la aguda punta Llegó al pecho del contrario, Cuando diciendo: ¡Ay de mí! Dió en tierra; y viendo el fracaso Dió voces el compañero, A cuyo estruendo llegaron Algunos; y aunque pudiera{244} La fuga salvar á Cárlos, Por no dejarme en el riesgo Se detuvo temerario, De modo que la justicia, Que acaso andaba rondando, Llegó á nosotros; y aunque Segunda vez obstinado Intentaba defenderse, Persuadido de mi llanto Rindió la espada á mi ruego, Mucho mas que á sus contrarios. Prendiéronle, en fin, y á mí, Como á ocasion del estrago, Viendo que el que queda muerto Era don Diego de Castro, Mi primo, en tu noble casa, Señora, depositaron Mi persona y mis desdichas, Donde en un punto me hallo Sin crédito, sin honor, Sin consuelo, sin descanso, Sin aliento, sin alivio, Y finalmente esperando La ejecucion de mi muerte En la sentencia de Cárlos.
Dª. Ana.—[Ap.] ¡Cielos! que es esto que escucho! Al mismo que yo idolatro Es al que quiere Leonor. ¡Oh! que presto que ha vengado Amor á don Juan! ay triste! Señora, vuestros cuidados Siento, como es justo. Celia, Lleva esta dama á mi cuarto, Miéntras yo á mi hermano espero.{245}
Cel. á Leo.—Venid, señora.
Dª. Leo.—Tus pasos Sigo (¡ay de mí!) pues es fuerza Obedecer á los hados.
(Vánse Celia y doña Leonor.)
Dª. Ana.—Si de Cárlos la gala y bizarría Pudo por sí mover á mi cuidado, ¿Cómo parecerá, siendo envidiado, Lo que solo por sí bien parecia? Si sin triunfo rendirle pretendia, Sabiendo ya que vive enamorado, ¿Qué victoria será verle apartado De quien ántes por suyo le tenia? Pues perdone don Juan, que aunque yo quiera Pagar su amor, que á olvido ya condeno, ¿Cómo podré, si ya en mi pena fiera Introducen los celos su veneno? Que es Cárlos, mas galan, y aunque no fuera, Tiene de mas galan el ser ageno.
(Salen don Cárlos con la espada desnuda y Castaño.)
D. Cár.—Señora, si en vuestro amparo Hallan piedad las desdichas, Lograd el triunfo mayor Siendo amparo de las mias. Siguiendo viene mis pasos No ménos que la justicia, Y como huir de ella es Generosa cobardía, Al asilo de esos pies{246} Mi acosado aliento aspira, Aunque si ya perdí el alma Poco me importa la vida.
Cast.—A mí sí me importa mucho, Y así, señora, os suplica Mi miedo que me escondais Debajo de las basquiñas.
D. Cár.—Calla, necio!
Cast.—Pues ¿será La primer vez, si lo miras, Esta que los sacristanes A los delincuentes libran?
Dª. Ana.—(Ap.) Cárlos es, válgame el cielo! La ocasion á la medida Del deseo se me viene De obligar con bizarrías Su amor, sin hacer ultrage A mi presuncion altiva; Pues amparándole aquí Con generosas caricias, Cubriré lo enamorada Con visos de compasiva; Y sin dejar la altivez Que en mi decoro es precisa, Podré, sin rendirme yo, Obligarle á que se rinda; Que aunque sé que ama á Leonor, ¿Qué voluntad hay tan fina En los hombres, que si ven Que otra ocasion los convida, La dejen por la que quieren? Pues alto, amor, ¿qué vacilas, Si de que puede mudarse Tengo el ejemplo en mi misma?{247} Caballero, las desgracias Suelen del valor ser hijas Y cebo de las piedades, Y así, si las vuestras libran En mí su alivio, cobrad La respiracion perdida, Y en esta cuadra que cae A un jardin entrad á prisa, Antes que venga un hermano Que tengo, y con la malicia De veros conmigo solo, Otro riesgo os aperciba.
D. Cár.—No quisiera yo, señora, Que el amparo de mi vida A vos os costara un susto.
Cast.—¿Ahora en aquesto miras? ¡Cuerpo de quien me parió!
Dª. Ana.—Nada á mí me desanima; Venid, que aquí hay una pieza Que nunca mi hermano pisa, Por ser en la que se guardan Alhajas que en las visitas De cumplimiento me sirven, Como son alfombras, sillas Y otras cosas; y ademas De aquesto, tiene salida A un jardin, por sí algo hubiere; Y porque nada os aflija, Venid y os lo mostraré; Pero ántes será precisa Diligencia el que yo cierre La puerta, porque advertida Salga en llamando mi hermano.
Cast.—Señor qué cosa tan rica,{248} Y qué dama tan bizarra; ¿No hubieras (pese á mis tripas, Que claro es que ha de pesarlas, Pues se han de quedar vacias) Enamorado tú á aquesta, Y no á aquella pobrecita De Leonor, cuyo caudal Son cuatro bachillerías?
D. Cár.—Vive Dios, villano!...
Dª. Ana.—Vamos. (Ap.) Amor, pues que tú me brindas Con la dicha, no le niegues Despues el logro á la dicha.
(Vánse. Salen don Rodrigo y Hernando.)
D. Rod.—¿Qué me dices, Hernando?
Her.—Lo que pasa, Que mi señora se salió de casa.
D. Rod.—¿Y con quién no has sabido?
Her.—¿Cómo puedo Si, como sabes tú, todo Toledo, Y cuantos á él llegaban Su belleza é ingenio celebraban? Con lo cual conocerse no podia Cual festejo era amor, cual cortesía, En que no sé si tú culpado has sido, Pues festejarla tanto has permitido, Sin advertir que aunque era recatada, Es fuerte la ocasion y el verse amada, Y que es fácil que amante é importuno Entre los otros le agradase alguno.
D. Rod.—Hernando, no me apures la paciencia, Que aqueste ya no es tiempo de advertencia. ¡Oh fiera! ¿quién diria{249} De aquella mesurada hipocresía, De aquel punto y recato que mostraba Que liviandad tan grande se encerraba En su pecho alevoso? ¡Oh mujeres! ¡Oh monstruo venenoso! Quién en vosotras fia, Si con igual locura y osadía, Con la misma medida Se pierde la ignorante y la entendida! Pensaba yo, hija vil, que tu belleza, Por la incomodidad de mi pobreza, Con tu ingenio seria Lo que mas alto dote te daria, Y ahora en lo que has hecho Conozco que es mas daño que provecho; Pues el ser conocida y celebrada Y por nuevo milagro festejada, Me sirve, hecha la cuenta, Solo de que se sepa mas tu afrenta. Pero ¿cómo á la queja se abalanza Primero mi valor, que á la venganza? Pero ¿cómo (ay de mí!) si en lo que lloro La afrenta sé y el agresor ignoro? Y así ofendido, sin saber me quedo Ni cómo ni de quién vengarme puedo.
Her.—Señor, aunque no sé con evidencia Quien pudo de Leonor causar la ausencia, Por el rumor que habia De los muchos festejos que le hacia, Tengo por caso llano Que la llevó don Pedro de Arellano.
D. Rod.—Pues si don Pedro fuera, Dí ¿qué dificultad hallar pudiera En que yo por mujer se la entregara,{250} Sin que tan grande afrenta me causara?
Her.—Señor, como eran tantos los que amaban A Leonor y su mano deseaban, Y á tí te la han pedido, Temeria no ser el elegido; Que todo enamorado es temeroso Y nunca juzga que será el dichoso; Y aunque usando tal medio Le alabo yo el temor y no el remedio, Sin duda por quitar la contingencia Se quiso asegurar con el ausencia; Y así, señor, si tomas mi consejo, Tú estás cansado y viejo, Don Pedro es mozo, rico y alentado, Y, sobre todo, el mal ya está causado, Pórtate con él cuerdo, cual conviene, Y ofrécele lo mismo que él se tiene. Díle que vuelva á casa á Leonor bella, Y luego al punto cásale con ella; Él vendrá en ello, pues no habrá quien huya Lo que ha de resultar en honra suya; Y con lo que te ordeno Vendrás á hacer antídoto el veneno.
D. Rod.—Oh Hernando! qué tesoro es tan preciado Un fiel amigo ó un leal criado! Buscar á mi ofensor al punto elijo, Por convertirlo de enemigo en hijo.
Her.—Si, señor, el remedio es bien se aplique, Antes que el mal, que pasa, se publique. {251}
Vánse. Sale doña Leonor retirándose de don Juan.
D. Juan.—Espera, hermosa homicida; ¿De quién huyes? ¿quién te agravia? ¿Qué harás de quien te aborrece, Si así á quien te adora tratas? Mira que ultrajas huyendo Los mismos triunfos que alcanzas; Pues siendo el vencido yo, Tú me vuelves las espaldas, Y que haces que se ejerciten Dos acciones encontradas, Tú huyendo de quien te quiere, Yo siguiendo á quien me mata.
Dª. Leo.—Caballero, ó lo que sois, Si apénas en esta casa (Que aun su dueño ignoro) acabo De poner la infeliz planta, ¿Cómo quereis que yo pueda Escuchar vuestras palabras, Si de ellas entiendo solo El asombro que me causan? Y así si, como sospecho, Me juzgais otra, os engaña Vuestra pasion; deteneos, Y conoced, mas cobrada La atencion, que no soy yo La que vos buscais.
D. Juan.—¡Oh ingrata! Solo eso falta, que finjas, Para no escuchar mis ansias, Como que mi amor tuviera Condicion tan poco hidalga,{252} Que en escuchar mis lamentos Tu decoro peligrara; Pues bien para asegurarte Las esperiencias pasadas Bastaban de nuestro amor, En que viste veces tantas Que las olas de mi llanto, Cuando mas crespas llegaban A querer con los deseos. De amor anegar las playas, Era márgen tu respeto Al mar de mis esperanzas.
Dª. Leo.—Ya he dicho que no soy yo, Caballero, y esto basta. Idos ó yo llamaré A quien oyendo esas ansias, Las premie por verdaderas, O las castigue por falsas.
D. Juan.—Escucha.
Dª. Leo.—No tengo qué.
D. Juan.—Pues, vive el cielo, tirana, Que forzada me has de oir, Si no quieres voluntaria, Y ha de escucharme grosero Quien de lo atento se cansa.
(Cógela el brazo)
Dª. Leo.—¿Qué es esto? ¡Cielos, valedme!
D. Juan.—En vano á los cielos llamas, Que mal puede hallar piedad Quien siempre piedad le falta.
Dª. Leo.—¡Ay de mí! ¿no hay quién socorra Mi inocencia?....
(Salen Cárlos y doña Ana deteniéndole).
Dª. Ana.—Tente, aguarda; (á don Cárlos){253} Que yo veré lo que ha sido Sin que tú al peligro salgas, Si es que mi hermano ha venido.
D. Car.—Señora, esa voz el alma Me a atravesado, perdona....
Dª. Ana.—La puerta tengo cerrada, Y así de no ser mi hermano Segura estoy; mas me causa Inquietud el que no sea,
(Ap.)—Y Cárlos halle á su dama. Pero si ella está en mi cuarto Y Celia fué á acompañarla, ¿Qué ruido puede ser este? Y á oscuras toda la cuadra Está....¿Quien vá?
D. Cár.—Yo, señora; ¿Qué me preguntas?
D. Juan.—Doña Ana, Mi bien, señora, ¿por qué Con tanto rigor me tratas? ¿Estas eran las promesas? ¿Estas eran las palabras Que me distes en Madrid Para alentar mi esperanza? ¿Si obediente á tus preceptos, De tus rayos salamandra, Girasol de tu semblante, Clicie de tus luces claras, Dejé solo por servirte El regalo de mi casa, El respeto de mi padre, Y el cariño de mi patria? Si tú, sino de amorosa, De atenta y de cortesana,{254} Diste con tácito agrado A entender lo que bastaba Para que supiese yo Que era ofrenda mi esperanza Admitida en el sagrado Sacrificio de tus aras, ¿Cómo ahora tan esquiva Con tanto rigor me tratas?
Dª. Ana.—¿Qué es esto que escucho, cielos? ¿No es este don Juan de Várgas Que mi ingratitud condena Y sus finezas ensalza? Pues ¿quién aquí le ha traido?
D. Cár.—Señora, escucha....
Dª. Leo.—[Desconociéndole] Hombre, aparta, Yo te he dicho que me dejes.
D. Cár.—Escucha, hermosa doña Ana, Mira que don Cárlos soy A quien tu piedad ampara.
Dª. Leo.—Don Cárlos ha dicho, ¡cielos! Y hasta en el habla jurara Que es don Cárlos, y es que como Tengo á Cárlos en el alma, Todos Cárlos me parecen, Cuando él (¡ay prenda adorada!) En la prision estará.
D. Cár.—Señora....
Dª. Leo. Apartad, que basta Deciros que me dejeis.
D. Cár.—Si acaso estais enojada, Porque hasta aquí os he seguido, Perdonad, pues fué la causa Solamente el evitar Si algun daño os amenaza.{255}
Dª. Leo.—¡Válgame Dios! lo que á Cárlos Se parece!
D. Juan.—En fin, ingrata ¿Con tal rigor me desprecias?
(Sale Celia con luz.)
Celia.—A ver si está aquí mi Ama; Para sacar á don Juan Que oculto dejé en su cuadra Vengo; mas ¿qué es lo que veo?
Dª. Leo.—¿Qué es esto? ¡el cielo me valga! ¿Cárlos no es este que miro?
D. Cár.—Esta es Leonor, ó me engaña La aprension....
Dª. Ana.—¿Don Juan aquí? ¡Aliento y vida me faltan!
D. Juan—¿Aquí don Cárlos de Olmedo? Sin duda que de doña Ana Es amante, y que por él, Aleve, inconstante y falsa Me trata á mí con desden.
Dª. Leo.—¡Cielos! en aquesta casa Cárlos, cuando amante yo En la prision le lloraba! En una cuadra escondido, Y á mí, pensando que hablaba Con otra, decirme amores! Sin duda que de esta dama Es amante; pero ¿cómo (Si es ilusion lo que pasa Por mí) si á él llevaron preso, Y quedé depositada? Yo toda soy un abismo De penas.{256}
Don Juan á doña Ana.—¡Fácil, liviana! ¿Estos eran los desdenes, Tener dentro de tu casa Oculto un hombre? (¡Ay de mí!) ¿Por esto me desdeñabas? Pues ¡vive el cielo, traidora! Que pues no puede mi saña Vengar en tí mi desprecio, Porque aquella ley tirana Del respeto á las mujeres De mis rigores te salva, Me he de vengar en tu amante.
Dª. Ana.—Detente, don Juan, aguarda.
D. Cár.—Son tantas las confusiones En que mi pecho batalla, Que en su varia confusion El discurso se embaraza, Y por discurrirlo todo, No acierto á discurrir nada. ¿Aquí Leonor? ¡cielos! ¿cómo?
Dª. Ana.—¡Detente!
D. Juan.—¡Aparta, tirana! Que á tu amante he de dar muerte.
Celia.—Señora, mi señor llama.
Dª. Ana.—¿Qué dices, Celia? ¡Ay de mi! Caballeros si mi fama Os mueve, debaos aquí El ver que no soy culpada Aquí en la entrada de alguno A esconderos, que palabra Os doy de daros lugar De que averigüeis mañana La causa de vuestras dudas; Pues si aquí mi hermano os halla{257} Mi vida y mi honor peligran.
D. Cár.—En mí bien asegurada Está la obediencia, puesto Que debo estar á tus plantas, Como á amparo de mi vida.
D. Juan.—Y en mí que no quiero, ingrata, Aunque ofendido me tienes, Cuando eres tú quien lo mandas, Que á otro, porque te obedece, Le quedes mas obligada.
Dª. Ana.—Yo os estimo la atencion. Celia, tú en distintas cuadras Oculta á los dos, supuesto Que no es posible que salga Hasta la mañana alguno.
Celia.—Ya poco término falta. Don Juan, conmigo venid. Tú, señora, á esa fantasma Entrala donde quisieres.
(Vánse Celia y don Juan)
Dª. Ana.—Caballero, en esta cuadra Os entrad.
D. Cár.—Ya os obedezco. ¡Oh quiera el cielo que salga De tan grande confusión! (Váse)
Dª. Ana.—Leonor, tambien retirada Puedes estar.
Dª. Leo.—Yo, señora, Aunque no me lo mandaras, Me ocultara mi vergüenza. [Váse]
Dª. Ana.—¿Quién vío confusiones tantas Como en tan breve discurso De tan pocas horas pasan?{258} ¡Apénas estoy en mí!
(Sale Celia.)
Celia.—Señora, ya en mi posada Está, ¿qué quieres ahora?
Dª. Ana.—A abrir á mi hermano baja, Que es lo que ahora importa, Celia.
Celia.—Ella está tan asustada, Que se olvida de saber Cómo entró don Juan en casa; Mas ya pasado el aprieto No faltará una patraña Que decir, y echar la culpa A alguna de las criadas; Que es cierto que donde hay muchas Se peca de confianza; Pues unas á otras se culpan Y unas por otras se salvan. (Váse.)
Dª. Ana.—¡Cielos! en qué empeño estoy! De Cárlos enamorada, Perseguida de don Juan, Con mi enemiga en mi casa, Con criadas que me venden Y mi hermano que me aguarda. Pero él llega; disimulo.
(Sale don Pedro.)
D. Pedro.—Señora, querida hermana, Qué bien tu amor se conoce, Y qué bien mi afecto pagas, Pues te halló despierta el sol Y te ve vestida el alba. ¿Dónde tienes á Leonor?
Dª. Ana.—En mi cuadra retirada{259} Mande que estuviese, en tanto, Hermano, que tu llegabas. Mas ¿cómo tan tarde vienes?
D. Pedro.—Porque al salir de su casa La conoció un deudo suyo, A quien con una estocada Dejó Cárlos casi muerto, Y yo viendo alborotada La calle, aunque no sabian Quien era y quien la llevaba, Para que aquel alboroto No declarara la causa, Hice que de los criados Dos al herido cargaran, Como de piedad movidos, Hasta llevarle á su casa, Miéntras otros á Leonor Y á Cárlos presos llevaban, Para entregártela á tí, Y hasta dejar sosegada La calle venir no quise.
Dª. Ana.—Fue atencion muy bien lograda, Pues escusaste mil riesgos Solo con esta tardanza.
D. Pedro—Eres en todo discreta; Y pues Leonor sosegada Está, si á tí te parece, No será bien inquietarla, Que para que oiga mis penas Teniéndola yo en mi casa Sobrado tiempo me queda; Que no es amante el que trata Primero de sus alivios, Que no del bien de su dama;{260} Y tambien para que tú Te recojas, que ya basta Por aliviar mis desvelos La mala vida que pasas.
Dª. Ana.—Hermano, yo por servirte Muchos mas riesgos pasara, Pues somos los dos tan uno, Y como tan propias trata Tus penas el alma, que Imagino al contemplarlas Que tu desvelo y el mio Nacen de una misma causa.
D. Pedro.—De tu fineza lo creo.
Dª. Ana.—[Ap.] ¡Si entendieras mis palabras!
D. Pedro.—Vámonos á recoger, Si es que quien ama descansa.
Dª. Ana.—Voy á sosegarme un poco, Si es que sosiega quien ama.
D. Pedro.—[Ap.] Amor, si industrias alientas, Anima mis esperanzas.
Dª. Ana.—[Ap.] Amor, si tu eres cautelas. A mis cautelas ampara. (Vánse.) {261}
JORNADA SEGUNDA.
(Salen don Cárlos y Castaño.)
D. Cár.—Castaño, yo estoy sin mí.
Cast.—Y yo, que en todo te sigo, Tan solo he estado conmigo Aquel rato que dormí.
D. Cár.—¿Sabes lo que me ha pasado? Mas juzgo que sueño fué.
Cast.—Si es sueño, muy bien lo sé, Y yo tambien he soñado Y dormido como dama; Pues los vestidos, señor, Que me dió al salir Leonor Son quien me sirvió de cama.
D. Cár.—¿Galas suyas á llevarlas Anoche Leonor te dió?
Cast.—Sí, señor, y las lió; ¿No era preciso liarlas?
D. Cár.—¿Dónde las tienes?
Cast.—Allí, Y en cama quiero rompellas, Que pues las cargué á ellas, Ellas me carguen á mí.
D. Cár.—Yo he visto (pierdo el sentido) En esta casa á Leonor.
Cast.—Aqueso será señor,{262} Que quien bueyes ha perdido... Y así tù que en tus amores Te desvanece el furor, Como has perdido á Leonor, Se te aparecen Leonores. Mas dime ¿qué te pasò Con aquella dama bella? Que así Dios se duela de ella Como de mí se dolió; Porque viendo que contigo Empezaba á discurrir, Me traté yo de dormir Por escusar un testigo.
D. Cár.—Castaño, aquella es malicia; Pero lo que pasó fué Que, como sabes, entré Huyendo de la justicia; Que ella atenta y cortesana Ampararme prometió, Y en esta cuadra me entró, Y me dijo que era hermana De don Pedro de Arellano, Y que aquí oculto estaria; Porque si acaso venia, No me encontrara su hermano; Y con tanta bizarría Me hizo una y otra promesa, Que con ser tal su belleza, Es mayor su cortesía. Y discreta y lisonjera Alabándome, añadió Cosas que á ser vano yo A otro afecto atribuyera; Pero son quimeras vanas{263} De jóvenes, y altiveces, Que en viendo damas corteses Luego las juzgan livianas; Y sus malicias erradas En su mismo mal contentas, Si no las ven desatentas, No las tienen por honradas. Y a un pensar tan desigual, Y a un no indigno del desden, Nunca ellas obran mas bien Que cuando las tratan mal; Pues al que se desvanece Con cualquiera presuncion Le hace daño la atencion, Y es porque no la merece. Pero, volvieondo al suceso De lo que á mí me pasó, Ella me favoreció, Castaño, con grande exceso. Yo mi historia le conté, Y ella con discreto modo Quedó de ajustado todo, Con tal que yo aquí me esté, Diciendo que no me diese Cuidado, que ella lo hacia Por el riesgo que tenia, Si yo en público saliese. Condicion para mí que Imposible hubiera sido, A no haberme sucedido Lo que ahora te diré. Estando de esta manera Oímos, al parecer, Dar voces una mujer{264} En otra cuadra de afuera; Y aunque doña Ana impedir Que yo saliese quería, Venciéndola mi porfía Por fuerza hube de salir. Sacó una luz al rumor Una criada, y con ella Conocer á Leonor bella Pude.
Cast.—¿A quién?
D. Cár.—A mi Leonor.
Castaño. ¿A Leonor?—¿Háslo soñado? Hay tan grande bobería! Yo por loco te tenia, Pero no tan rematado. De oirlo solo me espanto; Señor, vete poco á poco; Mira, muy bueno es ser loco, Mas no es bueno serlo tanto. La locura es conveniente Por las entradas de mes, Con la luna, un si es no es, Cuando ayude á ser valiente; Mas no, señor, de manera Que oyendo esos desatinos Te me atizben los vecinos Porque saben la tontera.
D. Cár.—¡Pícaro! si no estuviera Donde estoy...
Cast.—Tente, señor, Que yo tambien vi á Leonor.
D. Cár.—¿A dónde?
Cast.—En tu faltriquera, Pintada con mil primores,{265} Y que era viva entendí, Porque luego que la ví Le salieron los colores; Y aunque de razon escasa No me resolvió la duda, Yo pensé, viéndola muda, Que estaba puesta la pasa.
D. Cár.—¡Qué friolera!
Cast.—¿Qué? ¿te enfadas? Si viva me pareció, Algunas he visto yo Que están vivas y pintadas.
D. Cár.—Si en belleza es sol Leonor, ¿Para qué afeites queria?
Cast.—Pues si es sol, ¿cómo podia Estar sin el resplandor? Mas si á Leonor viste, dí, ¿Qué determinas hacer?
D. Cár.—Quiero esperar hasta ver Qué causa la trajo aquí. Pues si piadosa mi estrella Aquí la dejó venir, ¿A dónde tengo de ir Si aquí me la dejo á ella? Y así es mejor esperar De todo resolucion, Para ver si hay ocasion De volvérmela á llevar.
Cast.—Bien dices; mas hácia acá, Señor, viene enderezada Una, al parecer, criada De esta casa.
Cel.—Caballero, mi señora Os ordena que al jardin Os retireis luego, á fin De que ha de salir ahora A esta cuadra mi señor, Y no será bien que os vea.
[Ap.]—Aquesto es porque no sea Que él de aquí vea á Leonor.
D. Cár.—Decidle que mi obediencia Le responde.
Cel.—Vuelvo á irme.
Cast.—Oye vuesté, y ¿querrá oirme?
Celia.—¿Qué he de oir?
Cast.—De penitencia.
Cel.—Por cierto, lindos cuidados Se tiene el muy socarron.
Cast.—Pues digo, ¿no es confesion El decirte mis pecados?
Cel.—No á mi afecto se abalance, Que son lances escusados.
Cast.—Si nos tienes encerrados, ¿No te he de querer de lance?
Cel.—Ya he dicho que no me quiera.
Cast.—Pues ¿que quiere tu rigor? Si de mi encierro y tu amor No me puedo hacer afuera. Mas ¿siendo criada te engreis?
Cel.—¿Criada á mí el muy estropajo?
Cast.—Calla, que aqueste agasajo Es porque no te descries.
Cel.—Yo me voy, que es fuerza, y luego Si no es juego, volveré.{267}
Cast.—Juego es; mas bien sabe usté Que tiene vueltas el juego.
(Salen doña Leonor y doña Ana.)
Dª. Ana.—¿Cómo la noche has pasado, Leonor?
Dª. Leo.—Decirte, señora, Que no me lo preguntaras Quisiera.
Dª. Ana.—¿Por qué? (Ap.) ¡Ah! penosa Atencion, que me precisas A agradar á quien me enoja!
Dª. Leo.—Porque si me lo preguntas Es fuerza que te responda Que la pasé bien ó mal, Y en cualquiera de estas cosas Encuentro un inconveniente; Pues mis penas y tus honras Están tan mal avenidas, Que si te respondo ahora Que mal, será grosería, Y que bien, será lisonja.
Dª. Ana.—Leonor, tu ingenio y tu cara El uno á otro se malogran, Que quien es tan entendida Es lástima que sea hermosa.
Dª. Leo.—Como tú estás tan segura De que aventajas á todas Las hermosuras, te muestras Fácilmente cariñosa En alabarlas; porque Quien no compite no estorba.
Dª. Ana.—Leonor, y de tus cuidados ¿Cómo estás?{268}
Dª. Leo.—Como quien toca, Náufrago entre la borrasca De las olas procelosas, Ya con la quilla el abismo, Y va el cielo con la popa.
[Ap.] ¿Cómo le preguntaré, Pues está el alma medrosa, A qué vino anoche Cárlos? Mas ¿qué temo, si me ahoga, Despues de tantos tormentos, De los celos la ponzoña?
Dª. Ana.—Leonor, ¿en qué te suspendes?
Dª. Leo.—Quisiera saber... perdona, Que, pues, ya mi amor te dije, Fuera cautela notoria Querer no mostrar cuidado De aquello que tu no ignoras Que es preciso que le tenga; Y así pregunto, señora, Pues sabes ya que yo quiero A Cárlos, y que su esposa Soy, ¿cómo entró anoche aquí?
Dª. Ana.—Deja que no te responda A esa pregunta tan presto.
Dª. Leo.—¿Por qué?
Dª. Ana.—Porque quiero ahora. Que te diviertas oyendo Cantar.
Dª. Leo.—Mejor mis congojas Se divirtieran sabiendo Esto que es lo que me importa Y así...
Dª. Ana.—Con decirte que Fué una contingencia sola{269} Te respondo. Mas mi hermano Viene.
Dª. Leo.—Pues que yo me esconda Será preciso.
Dª. Ana.—Antes no, Que ya yo de tu persona Le dí cuenta, porque pueda Aliviarte en tus congojas; Que al fin los hombres mejor Diligencian estas cosas, Que nosotras.
Dª. Leo.—Dices bien; Mas no sé qué me alborota.
(Sale don Pedro)
Mas ¡cielos! ¿qué es lo que miro? ¿Este es tu hermano, señora?
D. Ped.—Yo soy, hermosa Leonor; ¿Qué os admira?
Dª. Leo.—¡Ay de mí! toda Soy de mármol... ¡Ah fortuna! Que así mis males dispongas, Que á la casa de don Pedro Me traigas!
D. Ped.—Leonor hermosa, Segura estais en mi casa, Porque aunque sea á la costa De mil vidas, de mil almas, Sabré librar vuestra honra Del riesgo que la amenaza.
Dª. Leo.—Vuestra atencion generosa Estimo, señor don Pedro.
D. Ped.—Señora, ya que las olas De vuestra airada fortuna{270} En esta playa os arrojan, No habeis de decir que en ella Os falta quien os socorra. Yo, señora, he sido vuestro, Y aunque siempre desdeñosa Me habeis tratado, el desden Mas mi fineza acrisola, Que es muy garboso donaire El ser fino á toda costa. Ya en mi casa estais, y así Solo tratamos ahora De agradaros y serviros, Pues sois dueño de ella toda. Divierte á Leonor, hermana.
Dª. Ana.—Celia.
Celia.—¿Qué mandais, señora?
Dª. Ana.—Di á Clori y Laura que canten. [Ap. á Celia.]—Y tú, pues ya será hora De lo que tengo dispuesto, Porque mi industria engañosa Se logre, saca á don Cárlos A aquesa reja, de forma Que nos mire, y que no todo Lo que conferimos oiga. De este modo lograré El que la pasion celosa Empiece á entrar en su pecho; Que aunque los celos blasonan De que avivan el amor, Es su operacion muy otra En quien se ve como dama, O se mira como esposa; Pues en la esposa despecha Lo que en la dama enamora.{271} ¿No vas á decir que canten?
Cel.—Voy á decir ambas cosas.
D. Ped.—Mas con todo, Leonor bella, Dadme licencia que rompa Las leyes de mi silencio Con mis quejas amorosas: Que no siente los cordeles Quien el dolor no pregona. ¿Qué defecto en mi amor visteis Que siempre tan desdeñosa Me tratásteis? ¿Era ofensa Mi adoracion decorosa? Y si amaros fué delito, ¿Cómo otro la dicha goza, E igualándonos la culpa La pena no nos conforma? ¿Cómo, si es ley el denden En vuestra beldad, forzosa En mí la ley se ejecuta, Y en el otro se deroga? ¿Qué tuvo para con vos Su pasion de mas airosa, De mas bien vista su pena, Que siendo una misma cosa En mí os pareció culpable, Y en el otro meritoria? Si él os pareció mas digno, ¿No supliera en mi persona Lo que de galan me falta, Lo que de amante me sobra? Mas sin duda mi fineza Es quien el premio me estorba, Que es quien la merece ménos Quien siempre la dicha logra;{272} Mas yo os he de adorar Eternamente; ¿qué importa Que vos me negueis el premio? Pues es fuerza que conozca Que me concedeis por fino Lo que os negais de piadosa.
Dª. Leo.—Permitid, señor don Pedro, Ya que me haceis tantas honras, Que os suplique por quien sois Me hagais la mayor de todas, Y sea que ya que veis Que la fortuna me postra, No apureis mas mi dolor, Pues me basta á mí por soga El cordel de mi vergüenza Y el peso de mis congojas. Y puesto que en el estado Que veis que tienen mis cosas, Tratarme de vuestro amor Es una accion tan impropia, Que ni es bien decirlo vos, Ni justo que yo lo oiga, Os suplico que callais; Y si es venganza que toma Vuestro amor de mi desden, Elegidla de otra forma, Que para que estais vengado Hay en mis penas de sobra.
(Salen á una reja don Cárlos, Celia y Castaño, y hablan aparte.)
Celia.—Hasta aquí podeis salir, Que aunque mandó mi señora Que os retiraseis, yo quiero{273} Haceros esta lisonja, De que desde aquesta reja Oigais una primorosa Música, que á cierta dama, Aquien mi señor adora, Ha dispuesto. Aquí os quedad.
Cast.—Oiga usted.
Celia.—No puedo ahora.
(Váse y sale por el otro lado)
Cast.—Fuése y cerrónos la puerta, Y dejónos como monjas En reja, solo nos falta Una escucha que nos oiga.
(Llega y mira)
Pero, señor, vive Dios, Que es cosa muy pegajosa Tu locura, pues á mí Se me ha pegado.
D. Cár.—¿En qué forma?
Cast.—En que escucho los cencerros, Y aun los cuernos se me antoja De los bueyes que perdimos.
(Llega don Cárlos)
D. Cár.—¡Qué miro! ¡amor me socorra! Leonor, doña Ana y don Pedro Son; ¿ves como no era cosa De ilusion el que aquí estaba?
Cast.—Y de que esté ¿no te enojas?
D. Cár.—No, hasta saber cómo vino; Que si yo en la casa propia Estoy, sin estar culpado, ¿Cómo quieres que suponga{274} Culpa en Leonor? ántes juzgo Que la fortuna piadosa La condujo á donde estoy.
Cast.—Muy reposado enamoras, Pues no sueles ser tan cuerdo; Mas si hallando golpe en bola, La ocasion el tal don Pedro La cogiese por la cola, ¡Estariamos muy buenos!
D. Cár.—¡Calla, Castaño, la boca! Que es muy bajo quien sin causa De la dama á quien adora Se da á entender que la ofende, Pues en su aprension celosa, ¿Qué mucho que ella le agravie, Cuando él así se deshonra? Mas escucha que ya templan.
Dª. Ana.—Cantad, pues.
Celia.—Vaya de solfa.
Coro 1º.—¿Cuál es la pena mas grave Que en las penas de amor cabe?
Voz 1ª.—El carecer de favor Será la pena mayor, Puesto que es el mayor mal.
Coro 1º.—No es tal.
Voz 1ª.—Si es tal.
Coro 2º.—Pues ¿cuál es?
Voz 2ª.—Son los desvelos A que ocasionan los celos, Que es un dolor sin igual.
Coro 2º.—No es tal.
Voz 2ª.—Si es tal.
Coro 1º.—Pues ¿cuál es?
Voz 3ª.—Es la impaciencia{275} A que ocasiona la ausencia, Que es un letargo mortal.
Coro 1º.—No es tal.
Voz 3ª.—Si es tal.
Coro 2º.—Pues ¿cuál es?
Voz 4ª.—Es el cuidado Con que se goza lo amado, Que nunca es dicha cabal.
Coro 2º.—No es tal.
Voz 4ª.—Si es tal.
Coro 1º.—Pues ¿cuál es?
Voz 5ª.—Mayor se infiere No gozar á quien me quiere, Cuando es el amor igual.
Coro 1º.—No es tal.
Voz 1ª.—Si es tal.
Coro 2º.—Tú que ahora has respondido, Conozco que solo has sido Quien las penas de amor sabe.
Coro 1º.—¿Cuál es la pena mas grave Que en las penas de amor cabe?
D. Ped.—Leonor, la razon primera De las que han cantado aquí Es mas fuerte para mí; Pues si bien se considera Es la pena mas severa Que puede dar el amor La carencia del favor, Que es su término fatal.
Dª. Leo.—No es tal.
D. Ped.—Si es tal.
Dª. Ana.—Yo, hermano, de otra opinion Soy, que si se llega á ver, El mayor mal viene á ser{276} Una celosa pasion; Pues fuera de la razon De que del bien se carece, Con la envidia se padece Otra pena mas mortal.
Dª. Leo.—No es tal.
Dª. Ana.—Si es tal.
Dª. Leo.—Aunque se halla mi sentido Para nada, he imaginado Que el carecer de lo amado No es amor correspondido; Pues con juzgarse querido, Cuando del bien se carece, El ansia de gozar crece, Y con ella crece el mal.
Dª. Ana.—No es tal.
Dª. Leo.—Si es tal.
D. Cár.—¡Ay Castaño! yo dijera Que de amor en los desvelos Son el mayor mal los celos, Si á tanerlos me atreviera; Mas, pues quiere amor que muera, Muera de solo temerlos, Sin llegar á padecerlos, Pues este es sobrado mal.
Cast.—No es tal.
D. Cár.—Si es tal.
Cast.—Señor, el mayor pesar Conque el amor nos baldona, Es querer una fregona Y no tener qué la dar; Pues si llego á enamorar, Corrido y confuso quedo, Que conseguirlo no puedo{277} Por la falta de caudal.
Música.—No es tal.
Cel.—Si es tal. El dolor mas importuno Que da amor en sus ensayos, Es tener doce lacayos Sin regalarme ninguno, Y tener perpetuo ayuno Cuando estar harta debiera, Esperando costurera Los alivios del dedal.
Música.—No es tal.
Cel.—Si es tal.
Dª. Ana.—Leonor, si no te divierte La música, al jardin vamos, Quizá tu fatiga en él Se aliviará.
Dª. Leo.—¿Qué descanso Puede tener la que solo Tiene por alivio el llanto?
D. Ped.—Vamos, divino imposible.
Dª. Ana.—Haz, Celia, lo que he mandado, Que yo te mando un vestido, Si se nos logra el engaño.
(Vánse doña Ana, doña Leonor y don Pedro.)
Cel.—Eso sí es mandar con modo, Aunque esto de: Yo te mando, Cuando los amos lo dicen, No viene á hacer mucho al caso; Pues están siempre tan hechos, Que si acaso mandan algo, Para dar luego se escusan, Y dicen á los criados{278} Que lo que mandaron, no Fué manda, sino mandato. Pero vaya de tramoya: Yo llego á la puerta y abro, Supuesto que ya don Juan, Que era mi mayor cuidado, Con la llave que le dí Estuvo tan avisado Que, sin que yo lo calase, Se salió paso entre paso Por la puerta del jardin, Y mi señora ha tragado Que fué otra de las criadas Quien le dió entrada en su cuarto. Gracias á mi hipocresía Y á unos juramentos falsos Que sobre el caso me eché Con tanto desembarazo, Ella quedó tan segura, Que ahora me ha encomendado Lo que allá dirá el enredo; Yo llego... Señor don Cárlos.
D. Cár.—¿Qué quieres, Celia? ¡Ay de mí!...
Celia.—A ver si habeis escuchado La música vine.
D. Cár.—Sí, Y te estimo el agasajo. Mas, dime, Celia, ¿á qué vino Aquella dama que ha estado Con doña Ana y con don Pedro?
Cel. [Ap.]—Ya picó el pez: largo el trapo. Aquella dama, señor... Mas yo no puedo contarlo, Si primero no me dais{279} La palabra de callarlo.
D. Cár.—Yo te la doy... ¿A qué vino?
Celia.—Temo, señor, que es pecado Descubrir vidas ajenas. Mas supuesto que tú has dado En que lo quieres saber, Y yo en que no he de contarlo, Vaya; mas sin que lo sepas... Y sabe que aquel milagro De belleza es una dama A quien adora mi amo, Y anoche, yo no sé cómo Ni cómo no, entró en su cuarto. El la enamora y regala; Con qué fin, yo no lo alcanzo, Ni yo en conciencia pudiera Afirmarte, que ello es malo, Que puede ser que la quiera Para ser fraile descalzo. Y perdona, que no puedo Decir lo que has preguntado, Que estas cosas mejor es Que las sepas de otros labios.
(Váse Celia.)
D. Cár.—Castaño, ¿no has oido aquesto? Cierta es mi muerte y mi agravio.
Cast.—Pues si ella no nos lo ha dicho, ¿Cómo puedo yo afirmarlo?
D. Cár.—¡Cielos! ¿qué es esto que escucho? ¿Es ilusion, es encanto Lo que ha pasado por mí? ¿Quién soy? ¿en dónde me hallo? ¿No soy yo quien de Leonor{280} La beldad idolatrando La solicité tan fino, La serví tan recatado, Que en premio de mis finezas Conseguí favores tantos? Y por ùltimo, seguro De alcanzar su blanca mano, Y de ser solo el dichoso Entre tantos desdichados, ¿No salió anoche conmigo, Su casa y padre dejando, Reduciendo á mí la dicha Que solicitaban tantos? ¿No la llevó la justicia? Pues ¿cómo ¡ay de mí! la hallo Tan sosegada en la casa De don Pedro de Arellano, Que amante la solicita? Y yo... Mas ¿cómo no abraso Antes estos labios, que Pronunciar yo mis agravios? Mas ¡cielos! ¿Leonor no pudo Venir por algun acaso A esta casa, sin tener Culpa de lo que ha pasado, Pues prevenirlo no pudo? Y que don Pedro, llevado De la ocasion de tener En su poder el milagro De la perfeccion, pretenda, Como mozo y alentado, Lograr la ocasion felice Que la fortuna le ha dado, Sin que Leonor corresponda{281} A sus intentos osados? Bien puede ser que así sea; Mas ¿cumplo yo con lo honrado, Consintiendo que á mi dama La festeje mi contrario, Y que con tanto lugar Como tenerla á su lado La enamore y solicite, Y que haya de ser tan bajo Yo, que lo mire y lo sepa Y no intente remediarlo? Eso no, ¡viven los cielos! Sígueme, vamos, Castaño, Y saquemos á Leonor A pesar de todos cuantos La quisieren defender.
Cast.—Señor ¿estás dado al diablo? ¿No ves que hay en esta casa Una tropa de lacayos, Que sin que nadie lo sepa Nos darán un sepan cuantos, Y andarán descomedidos Por andar muy bien criados?
D. Cár.—Cobarde! ¿aqueso me dices? Aunque vibre el cielo rayos, Y aunque iras el cielo esgrima, Y el abismo aborte espantos, Me la tengo de llevar.
Cast.—Ahora ¡sus! si ha de ser, vamos; Y luego de aquí á la horca, Que será el segundo paso.
(Salen don Rodrigo y don Juan)
D. Rod.—Don Juan, pues vos sois su amigo,{282} Reducidle á la razon, Pues por aquesta ocasion Os quise traer conmigo; Que pues vos sois el testigo Del daño que me causó Cuando á Leonor me llevó, Podreis con desembarazo Hablar en aqueste caso Con mas llaneza que yo. Ya de todo os he informado, Y en un caso tan severo Siempre lo trata el tercero Mejor que no el agraviado; Que al que es noble y nació honrado, La afrenta, por mas que sienta, Le impide, aunque ese es el medio, La vergüenza del remedio, El remedio de la afrenta.
D. Juan.-Señor don Rodrigo, yo, Por la ley de caballero, Os prometo reducir A vuestro gusto á don Pedro, A que él juzgó que está llano, Porque tampoco no quiero Vender por fineza mia A lo que es mérito vuestro. Y pues, porque no se niegue No le avisamos, entremos A la sala. Mas ¿qué miro? ¿Aquí don Cárlos de Olmedo Con quien anoche reñí? ¡Ah ingrata doña Ana! ¡ah fiero Basilisco! {283}
(Sale Celia)
Celia.—¡Jesucristo! Don Juan de Várgas y un viejo, Señor, y te han visto ya.
D. Cár.—No importa, que nada temo.
D. Rod.—Aquí don Cárlos está, Y para lo que traemos Que tratar, grande embarazo Será.
Cast.—(A don Cár.) Señor, reza el credo Porque estos pienso que vienen Para darnos pan de perro; Pues sin duda que ya saben Que fuistes quien á don Diego Hirió, y se llevó á Leonor.
D. Cár.—No importa, ya estoy resuelto A cuanto me sucediere.
D. Rod.—Don Cárlos, don Juan y yo Cierto negocio traemos, Que precisamente ahora Se ha de tratar con don Pedro, Y así, si no es embarazo A lo que venis, os ruego Nos deis lugar, perdonando El estorbo, que los viejos Con los mozos, y mas cuando Son tan bizarros y atentos Como vos, esta licencia Nos tomamos.
D. Cár. (Ap.)—Vive el cielo, Que aun ignora don Rodrigo Que sor de su agravio el dueño.
D. Juan. (Ap.)—No sé, vive el cielo, como{284} Viendo á don Cárlos contengo La cólera que me incita.
Celia.—Don Cárlos, pues el empeño Mirais en que está mi ama Si llega su hermano á veros, Que os escondais os suplico.
D. Cár.—Tienes razón, vive el cielo, Que si aquí me ve su hermano, La honra de doña Ana arriesgo; Y habiéndome ella amparado, Es infamia; mas ¿qué puedo Hacer yo en aqueste caso? Ello no hay otro remedio; Ocúltome, que el honor De doña Ana es lo primero; Y despues saldré á vengar Mis agravios y mis celos.
Celia.—Señor, por Dios, que te escondas Antes que salga don Pedro.
D. Cár.—Señor don Rodrigo, yo Estoy (perdonad si os tengo Vergüenza, que vuestras canas Dignas son de este respeto) Sin que don Pedro lo sepa, En su casa, y así os ruego Que me dejéis ocultar Antes que él salga, que el riesgo Que un honor puede correr Me obliga...
D. Juan.—¡Qué esto consiento! ¿Qué mas claro ha de decir? Que aquel basilisco fiero Do doña Ana aquí le trae. ¡Oh, pese á mi sufrimiento,{285} Que no le quito la vida! Pero ajustar el empeño Es ántes de don Rodrigo, Pues le di palabra de ello; Que despues yo volveré, Puesto que la llave tengo Del jardin, y tomaré La venganza que deseo.
D. Rod.—Don Cárlos, nada me admira: Mozo he sido, aunque estoy viejo; Vos sois mozo, y es preciso Que deis sus frutos al tiempo; Y supuesto que decis Que os es preciso esconderos, Haced vos lo que convenga, Que yo la causa no inquiero De cosas que no me tocan.
D. Cár.—Pues á Dios.
D. Rod.—Guardeos el cielo.
Celia.—Vamos á prisa. A Dios gracias, Que se ha excusado este aprieto; Y vos, señor, esperad Miéntras aviso á mi dueño.
D. Cár.—Un Etna llevo en el alma.
D. Juan.—Un volcan queda en mi pecho.
(Vánse don Carlos, Celia y Castaño)
D. Rod.—Veis aquí cómo es el mundo: A mí me agravia don Pedro, Don Cárlos le agravia á él, Y no faltará un tercero Tambien que agravie á don Cárlos; Y es que lo permite el cielo En castigo de las culpas,{286} Y dispone que paguemos Con males que recibimos Los males que habemos hecho.
D. Juan.—Estoy tan fuera de mí De haber visto manifiesto Mi agravio, que no sé cómo He de sosegar el pecho Para hablar en el negocio De que he de ser medianero, Que quien ignora los suyos, Mal hablará en los ajenos.
(Sale don Cárlos á la reja.)
D. Cár.—Ya que fué fuerza ocultarme Por el debido respeto De doña Ana, como á quien El amparo y vida debo, Desde aquí quiero escuchar, Pues sin ser yo visto puedo, A qué vino don Rodrigo, Que entre mil dudas el pecho, Astrólogo de mis males, Me pronostica los riesgos.
(Sale don Pedro.)
D. Ped.—Señor don Rodrigo, ¿vos En mi casa? Mucho debo A la ocasion que aquí os trae, Pues que por ella merezco Que vos me hagais tantas honras.
D. Rod.—Yo las recibo, don Pedro, De vos, y ved si es verdad, Pues á vuestra casa vengo Por la honra que me falta.{287}
D. Ped.—Don Juan, amigo, no es nuevo El que vos honreis mi casa. Tomad entambos asiento, Y decid ¿cómo venis?
D. Juan.—Yo vengo al servicio vuestro; Y pues á lo que venimos Dilacion no admite, empiezo: Don Pedro, vos no ignorais, Como tan gran caballero, Las muchas obligaciones Que teneis de parecerlo. Esto supuesto, el señor Don Rodrigo tiene un duelo Con voz.
D. Pedro.—¿Conmigo, don Juan? Holgárame de saberlo.
[Ap.]—¡Válgame Dios, qué será!
D. Rod.—Don Pedro, ved que no es tiempo Este de haceros de nuevas; Y si acaso decis eso Por la cortes atencion Que debeis á mi respeto, Yo estimo la cortesía Y la atencion os dispenso. Vos amante de Leonor La solicitásteis ciego, Pudiendo haberos valido De mí, y con indignos medios La sacasteis de mi casa, Cosa que....Pero no quiero Reñir ahora el delito, Que ya no tiene remedio, Pues cuando os busco piadoso No es bien reñiros severo;{288} Y como lo mas se enmiende Yo os perdonaré lo menos. Supuesto esto, ja sabeis Vos que no hay sangre en Toledo Que pueda exceder la mia; Y siendo esto todo cierto, ¿Qué dificultad podeis Hallar para ser mi yerno? Y si es falta el estar pobre Y vos rico, fuera bueno Responder eso, si yo Os tratara el casamiento Con Leonor; mas pues vos fuísteis El que la eligió primero, Y os pusísteis en estado Que ha de ser preciso hacerlo, No he tenido yo la culpa De lo que fué arrojo vuestro. Yo sé que está en vuestra casa, Y sabiéndolo no puedo Sufrir que esté en ella sin que Le deis de esposo al momento La mano.
D. Ped. [Ap.]—¡Válgame Dios! ¿Qué puedo en tan grande empeño Responder á don Rodrigo? Pues si que la tengo niego, Es fácil que él lo averigüe, Y asi la verdad confieso De que la sacó don Cárlos, Se la dará á él, y yo pierdo, Si pierdo á Leonor, la vida; Y si el casarme concedo Puede ser que me desaire{289} Leonor; ¡quién hallara un medio Conque poder dilatarlo!
D. Juan.—¿De qué, amigo, estáis suspenso? ¿Cuando la proposicion Resulta en decoro vuestro? ¿Cuando el señor don Rodrigo, Tan reportado y tan cuerdo Os convida con la dicha De haceros felice dueño De la beldad de Leonor?
D. Ped.—Lo primero que protesto, Señor don Rodrigo, es que Tanto la beldad venero De Leonor, que puesto que Sabeis ya mis galanteos, Quiero que esteis persuadido Que nunca pudo mi pecho Mirarla con otros ojos Ni hablarla con otro intento, Que el de ser feliz con ser Su esposo. Y esto supuesto, Sabed que Leonor anoche Supo [aun fingir no acierto] Que estaba mala mi hermana A quien con cariño tierno Estima, y vino á mi casa A verla sola, creyendo Que vos tardariais mas Con la diversion del juego; Hízole algo tarde, y como Temió que hubieseis ya vuelto, Como sin licencia vino, Despachamos á saberlo Un criado de los mios,{290} Y aqueste volviò diciendo Que ya estabais vos en casa, Y que habiais echando ménos A Leonor, por cuya causa Haciendo justos estremos La buscabais ofendido; Ella temerosa, oyendo Aquesto, volver no quiso. Este es en suma el suceso, Que ni yo saqué á Leonor, Ni pudiera, pretendiendo Para esposa su beldad, Proceder tan desatento Que para mirarme en él Manchara ántes el espejo. Y para que no juzgueis Que esta es escusa que invento Por no venir á casarme, Mi fe ó palabra os empeño De ser su esposo al instante, Como Leonor venga en ello; Y en esto conocereis Que no tengo impedimento Para llegar á ser suyo, Mas de que no la merezco.
D. Cár.—¿No escuchas esto, Castaño? La vida y el juicio pierdo!
Cast.—La vida es la novedad, Que lo del juicio no es nuevo.
D. Rod.—Don Pedro, á lo que habeis dicho Hacer réplica no quiero, Sobre si pudo ó no ser Como decis el suceso; Pero siéndole ya á todos{291} Notorios vuestros festejos, Sabiendo que Leonor falta Y no la busco, y sabiendo La he hallado en vuestra casa, Nunca queda satisfecho Mi honor, si vos os no casais; Y en lo que me habeis propuesto De si Leonor querrá ó no, Eso no es impedimento, Pues ella tener no puede Mas gusto que mi precepto: Y así llamadla y vereis Cuan presto lo gusta.
D. Ped.—Temo, Señor, que Leonor se asuste, Y así os suplico deis tiempo De que ántes se lo proponga Mi hermana, porque supuesto Que yo estoy llano á casarme Y que por dicha lo tengo, ¿Qué importa que se difiera De aquí á mañana, que es tiempo En que les puedo avisar A mis amigos y deudos, A que asistan á mis bodas, Y tambien porque llevemos A Leonor á vuestra casa, Donde se haga el casamiento?
D. Rod.—Bien decis; pero sabed Que ya quedamos en eso, Y que es Leonor vuestra esposa.
D. Ped.—Dicha mia es el saberlo.
D. Rod.—Pues, hijo, á Dios, que tambien Hacer de mi parte quiero{292} Las prevenciones.
D. Ped.—Señor, Vamos os iré sirviendo.
D. Rod.—No ha de ser, y así quedaos, Que habeis menester el tiempo.
D. Ped.—Yo tengo de acompañaros.
D. Rod.—No hareis tal.
D. Ped.—Ya os obedezco.
D. Juan.—Don Pedro, quedad con Dios.
D. Ped.—Id con Dios, don Juan. Yo quedo Tan confuso que no sé Si es pesar ó si es contento, Si es fortuna ó es desaire Lo que me está sucediendo. Don Rodrigo con Leonor Me ruega, yo á Leonor tengo; El caso está en tal estado Que yo escusarme no puedo De casarme, solamente Es á Leonor á quien temo, No sea que lo resista; Mas puede ser que ella viendo El estado de las cosas Y de su padre el precepto, Venga en ser mia... Yo voy. Amor, ablanda su pecho. [Váse]
(Salen don Cárlos y Castaño)
D. Cár.—No debo de estar en mí, Castaño, pues estoy muerto. Don Rodrigo ¡ay de mí! juzga Que á Leonor sacó don Pedro Y se le viene á ofrecer, Y él muy falso y placentero{293} Viene en casarse con ella, Sin ver el impedimento De que se salió con otro.
Cast.—¿Qué quieres? El tal sugeto Es marido convenible Y no repara en pucheros. El vió volando esta garza Y quiso matarla al vuelo; Con que si él ya la cazó. Ya para tí volaverunt.
D. Cár.—Yo estoy tan sin mí, Castaño, Que aun á discurrir no acierto Lo que hará en aqueste caso.
Cast.—Yo te daré un buen remedio Para que quedes vengado: Doña Ana es rica, y yo pienso Que revienta por ser novia; Enamórala, y con eso Te vengas de cuatro y ocho, Y dejas aqueste necio Mucho peor que endiablado, Encuñadado in æternum.
D. Cár.—Por cierto ¡gentil venganza!
Cast.—¿Mal te parece el consejo? Tú no debes de saber Lo que es un cuñado, un suegro, Una madrastra, una tia, Un escribano, un ventero, Una mula de alquiler Ni un albacea, que pienso Que del infierno el mejor Y mas bien cobrado censo No llega ni á su zapato.
D. Cár.—¡Ay de mí infeliz! ¿qué puedo{294} Hacer en aqueste caso? ¡Ay Leonor! si yo te pierdo, Pierdo la vida tambien.
Cast.—No pierdas ni aun un cabello: Sino vamos á buscarla, Que en el tribunal supremo De su gusto quizá se Revocará este decreto.
D. Cár.—¿Y si la fuerza su padre?
Cast.—¿Qué es forzarla? pues el viejo ¿Está ya para Tarquino? Vamos á buscarla luego, Que como ella diga nones, No hará pares con don Pedro.
D. Cár.—Bien dices, Castaño; vamos.
Cast.—Vamos, y deja lamentos, Que se alarga la jornada, Si aquí mas nos detemos. {295}
JORNADA TERCERA.
(Salen Celia y Leonor.)
Dª. Leo.—Celia, yo me he de matar Si tú salir no me dejas De esta casa ò de este encanto.
Cel.—Repórtate, Leonor bella, Y mira por tu opinion.
Dª. Leo.—¿Qué opinion quieres que tenga, Celia, quien de oir acaba Unas tan infaustas nuevas, Como que quiere mi padre, Porque con engaño piensa Que don Pedro me sacó, Que yo ¡ay Dios! su esposa sea? Y esto cae sobre haber Antes díchome tú mesma Que Cárlos (¡ah falso amante!) A doña Ana galantea, Y que con ella pretende Casarse, que es quien pudiera, Como mi esposo, librarme Del rigor de esta violencia. Con que estando en este estado No les quedan á mis penas Ni asilo que las socorra, Ni amparo que las defienda.{296}
Cel. [Ap]—Verdad es que se lo dije, Y á don Cárlos con la mesma Tramoya tengo confuso; Porque mi ama me ordena Que yo despeche á Leonor, Para que á su hermano quiera, Y ella se quede con Cárlos; Y yo, viéndola resuelta, Por la manda del vestido Ando haciendo estas quimeras.
(A Leo).—Pues, señora, si conoces Que ingrato Cárlos te deja Y mi señor te idolatra, Y que tu padre desea Hacerte su esposa, y que Está el caso de manera Que si dejas de casarte, Pierdes honra y conveniencia; ¿No es mejor pensarlo bien Y resolverte discreta A lograr aquesta boda, Que es lástima que se pierda? Y hallarás, si lo ejecutas, Mas de tres mil congruencias; Pues sueldas con esto solo De tu crédito la quiebra, Obedeces á tu padre, Das gusto á tu parentela, Premias á quien te idolatra Y de Don Cárlos te vengas.
Dª. Leo.—¿Qué dices, Celia? Primero Que yo de don Pedro sea, Verás de su eterno alcázar Fugitivas las estrellas;{297} Primero romperá el mar La no violada obediencia Que á sus desvocadas olas Impone freno de arena; Primero aquese fogoso Corazon de las esferas, Turbará el órden con que El cuerpo del orbe alienta; Primero trocado el órden Que guarda naturaleza, Congelará el fuego copos, Brotará el yelo centellas; Primero que yo de Cárlos, Aunque ingrato me desprecia, Deje, de ser, de mi vida Seré verdugo yo mesma; Primero que yo de amarle Deje...
Cel.—Los primeros deja, Y vamos á lo segundo, Que pues estás tan resuelta, No te quiero aconsejar, Sino saber lo que intentas.
Dª. Leo.—Intento, amiga, que tú, Pues te he fiado mis penas, Me des lugar para irme. De aquí, porque cuando vuelva Mi padre aquí no me halle Y me haga casar por fuerza; Que yo me iré desde aquí A buscar en una celda Un rincon que me sepulte, Donde llorar mis tragedias Y donde sentir mis males.{298} Lo que de mi vida resta; Que quizás allí escondida No sabrá de mí mi estrella.
Cel.—Sí, pero sabrá de mí La mia, y por darte puertas, Vendrá á estrellarse conmigo Mi señor, cuando lo sepa, Y seré yo la estrellada, Por no ser tú la estrellera.
Dª. Leo.—Amiga, haz esto por mí, Y seré tu esclava eterna, Por ser la primera cosa Que te pido.
Cel.—Aunque lo sea, Que á la primera que haga Pagaré con las setenas.
Dª. Leo.—Pues, vive el cielo! enemiga, Que si salir no me dejas, He de matarme y matarte.
Cel. (Ap.)—Chispas! y qué rayos echa! Mas ¿qué fuera, Jesus mio, Si aquí conmigo envistiera? ¿Qué haré? Pues si no la dejo Ir, y á ser señora llega De casa, ¿quién duda que Le tengo de pagar esta? Y si la dejo salir, Con mi amo habrà la mesma Dificultad. Hora bien, Mejor es entretenerla Y avisar á mi señor De lo que su dama intenta, Que sabiéndolo, es preciso Que salga él á defenderla,{299} Y yo quedo bien con ambos; Pues con esta estratagema Ella no queda ofendida, Y él obligado me queda.
(A Leo.)—Señora, si has dado en eso Y en hacerlo tan resuelta Estás, ve á ponerte el manto, Que yo guardaré la puerta.
Dª. Leo.—La vida, Celia, me has dado.
Cel.—Soy de corazon muy tierna, Y no puedo ver llorar Sin hacerme una manteca.
Dª. Leo.—A ponerme el manto voy.
(Váse Leonor.)
Cel.—Anda, pues, y vuelve á priesa, Que te espero. No haré tal, Sino cerraré la puerta E iré á avisar á Marsilio Que se le va Melisendra. (Váse.)
(Sale don Juan.)
D. Juan.—Con la llave del jardin Que dejó en mi poder Celia, Para ir á lograr mis dichas Quiero averiguar mis penas. ¡Qué mal dije averiguar, Pues á lo que es evidencia No se puede llamar duda! Pluguiera á Dios estuvieran Mis celos y mis agravios En estado de sospecha! Mas ¿cómo me atrevo, cuando Es contra mi honor mi ofensa,{300} Sin ser cierta mi venganza, Hacer mi deshonra cierta? Si solo basta á ofenderme La presuncion, ¿cómo piensa Mi honor que puede en mi agravio La duda ser evidencia, Cuando la evidencia misma Del agravio en la nobleza, Siendo certidumbre falsa, Se hace duda verdadera? Que como al honor le agravia Solamente la suspecha, Hará cierta su deshonra Quien la verdad juzga incierta Pues si es así, ¿cómo yo Imagino que hay quien pueda Ofenderme, si aun en duda No consiento que me ofenda? Aquí oculto esperaré A que mi contrario venga, Que quien del estado en que Está su correspondencia Duda, que vendrá de noche Quien de dia sale y entra. Yo quiero entrar á esperarlo; Honor, mi venganza alienta. (Váse.)
[Salen don Cárlos y Castaño con un envoltorio.]
D. Cár.—Por mas que he andado la casa, No he podido dar con ella, Y vengo desesperado.
Cast.—Pues, señor, ¿de ver no echas Que están las puertas cerradas Que á esotro cuarto atraviesan,{301} Por el temor de doña Ana, De que su hermano te vea, O porque á Leonor no atisbes? Y para haceros por fuerza Casar, doña Ana y su hermano Nos han cerrado entre puertas?
D. Cár.—Castaño, yo estoy resuelto A que don Rodrigo sepa Que soy quien sacó á su hija, Y quien ser su esposo espera; Que pues por pensar que fué Don Pedro, dársela intenta, Tambien me la dará á mí Cuando la verdad entienda De que fuí quien la robó.
Cast.—Famosamente lo piensas; Pero ¿cómo has de salir, Si doña Ana es centinela Que no se duerme en las pajas?
D. Cár.—Fácil, Castaño, me fuera El salir contra su gusto, Que no estoy yo de manera Que tengan lugar de ser Tan comedidas mis penas. Solo lo que me embaraza Y mi valor desalienta Es el irme de su casa Dejando á Leonor en ella, Donde á cualquier novedad Puede importar mi presencia; Y así he pensado que tú Salgas, pues aunque te vean No hará ninguno el reparo En tí que en mí hacer pudiera;{302} Y este papel que ya escrito Traigo, con que le doy cuenta A don Rodrigo de todo, Le llevas.
Cast.—¡Ay santa Tecla! Pues ¿cómo quieres que vaya? Y ves aquí que me pesca En la calle la justicia Por cómplice en la tormenta De la herida de don Diego, Y aunque tú el agresor seas, Porque te ayudé en el ruido, Pague in solidum la ofensa.
D. Cár.—Este es mi gusto, Castaño.
Cast.—Sí, mas no es mi conveniencia.
D. Cár.—Vive el cielo, que has de ir.
Cast.—Señor, ¿y es muy buena cuenta, Por cumplir el juramento De que el viva, que yo muera?
D. Cár.—¿Ahora burlas, Castaño?
Cast.—Antes ahora son veras.
D. Cár.—¿Qué es esto, infame? ¿tú tratas De apurarme la paciencia? Vive Dios, que has de ir ó aquí Te he de matar!
Cast.—Señor, suelta, Que eso es muy ejecutivo, Y en esotro hay contingencia; Dame el papel que yo iré.
D. Cár.—Tómalo y mira que vuelvas A priesa, por el cuidado En que estoy.
Cast.—Dame licencia, Señor, de contarte un cuento,{303} Que viene aquí como piedra En el ojo de un vicario, Que debe de ser cantera. Salió un hombre á torear, Y á otro un caballo pidió, El cual, aunque lo sintió, No se lo pudo negar. Salió, y el dueño al mirallo, No pudiéndolo sufrir, Le enviò un recaudo á decir Que le cuidase el caballo, Porque valia un tesoro; Y el otro muy sosegado Respondió: Aquese recado No viene á mí, sino al toro. Tú eres así ahora que Me remites á un paseo, De donde, aunque lo deseo, No sé yo si volveré. Y lo que me causa risa, Aun estando tan penoso, Es que siendo tan dudoso, Me mandas que venga á prisa; Y asì ahora te digo Como el otro toreador, Que ese recado, señor, Le envies á don Rodrigo.
(Sale Celia.)
Cel.—Señor don Cárlos, mi ama Os suplica vais á verla Al jardin luego al instante, Que tiene cierta materia Que tratar con vos, que importa,{304} D. Cár.—Decid que ya á obedecerla Voy. (A Cast.)—Has tù lo que he mandado.
(Vánse don Cárlos y Celia)
Cast.—Yo bien no hacerlo quisiera, Si me valiera contigo El hacer yo la deshecha. ¡Válgame Dios! ¿Con qué traza Yo á don Rodrigo le diera Aqueste papel sin que él Ni alguno me conociera? Quien fuera aquí Garatusa, De quien en las Indias cuentan Que hacía muchos prodigios; Que yo, como nací en ellas Le he sido siempre devoto Como á santo de mi tierra. ¡Oh tú, cualquier que hayas sido! ¡Oh tú, cualquiera que seas! Bien esgrimas abanico O bien arrastres contera, Inspírame alguna traza Que de Calderon parezca, Con qué salir de este empeño. Pero ¡tate! en mi conciencia, Que ya he topado el enredo. Leonor me dió unas polleras Y unas joyas que trajese, Cuando quiso ser Elena De este Páris boquirubio, Y las tengo aquí bien cerca, Que me han servido de cama; Pues si yo me visto de ellas ¿Habrá en Toledo tapada{305} Que á mí en garbo se parezca? Pues hora bien, yo las saco; Vayan estos trapos fuera.
(Quítase capa, espada y sombrero.)
Lo primero aprisionar Me conviene la melena, Porque quitará mil vidas Si le doy tantica suelta. Con este paño pretendo Abrigarme la mollera; Si como quiero la pongo, Será gloria ver mi pena. Ahora entran las basquiñas. ¡Jesus! y qué rica tela! No hay duda que me está bien, Porque como soy morena Me está del cielo lo azul. Y esto ¿qué es? Joyas son estas; No me las quiero poner, Que ahora voy de revuelta. Un serenero he topado En aquesta faltriquera; Tambien me le he de plantar: Cúbrame esta pechuguera. El soliman me hace falta, Pluguiese á Dios y le hubiera, Que una manica de gato Sin duda me la pusiera; Pero no, que es un ingrato, Y luego en cara me diera. ¿La color? No me hace al caso, Que en este empeño de fuerza Me han de salir mil colores,{306} Por ser dama de vergüenza. ¿Qué les parece, señoras, Este encaje de Valencia? Ni puesta con sacristanes Pudiera estar mas bien puesta. Es cierto que estoy hermosa; ¡Dios me guarde, que estoy bella! Cualquier cosa me está bien, Porque el molde es rara pieza. Quiero acabar de aliñarme, Que aun no estoy dama perfecta: Los guantes, aquesto sí, Porque las manos no vean, Que han de ser las de Jacob, Con que á Esaú me parezca. El manto lo vale todo; Échomele en la cabeza. ¡Válgame Dios! cuánto encubre Esta telilla de seda, Que ni hay foso que así guarde, Ni muro que así defienda, Ni ladron que tanto encubra, Ni paje que tanto mienta, Ni gitano que así engañe, Ni logrero que así venda. Un trasunto el abanillo Es de mi garbo y belleza; Pero si me da tanto aire, ¿Qué mucho á mí se parezca? Dama habrá en el auditorio Que diga á su compañera: Mariquita, aqueste bobo Al tapado representa. Pues atencion, mis señoras,{307} Que es paso de la comedia, No piensen que son embustes Fraguados acá en mi idea, Que yo no quiero engañarlas, Ni ménos á Vue Excelencia. Ya estoy armado, y ¿quién duda Que en el punto que me vean Me sigan cuatro mil lindos, De aquesos que galantean A salga lo que saliere, Y que á bulto se amartelan, No de la belleza que es, Sino de la que ellos piensan? Vaya, pues, de damería, Menudo el paso, derecha La estatura, airoso de brio, Inclinada la cabeza Un si es no es al un lado, La mano en el manto envuelta, Con el un ojo recluso Y con el otro de fuera; Y vamos ya, que encerrada Se malogra mi belleza. Temor llevo de que alguno Me enamore.
(Va á salir y encuentra á don Pedro.)
D. Ped.—Leonor bella, ¿Vos con manto y á estas horas? Oh! qué bien me dijo Celia De que irse á un convento quiere! ¿A dónde vais con tal priesa?
Cast.—[Ap.] ¡Vive Dios! que por Leonor Me tiene; yo la he hecho buena{308} Si él me quiere descubrir.
D. Ped.—¿De qué estais, Leonor, suspensa? ¿A dónde vas Leonor mia?
Cast.—(Ap.) ¿Oigan lo que Leonores? Mas, pues por Leonor me traga, Yo quiero fingir ser ella, Que quizá atiplando el habla, No me entenderá la letra.
D. Ped.—¿Por qué no me hablais, señora? ¿Aun no os merece respuesta Mi amor? ¿Por qué de mi casa Os quereis ir? ¿Es ofensa El adoraros tan fino, El amaros tan devéras, Que sabiendo que á otro amais, Está mi atencion tan cierta De vuestras obligaciones, Vuestro honor y vuestras prendas, Que casarme determino, Sin que ningun riesgo tema? Que en vuestra capacidad Bien sé que tendrá mas fuerza, Para mirar por vos misma, La obligacion que la estrella. ¿Es posible que no os mueve Mi afecto ni mi nobleza, Mi hacienda ni mi persona A verme ménos severa? ¿Tan indigno soy, señora, Y doy caso que lo sea, No me darán algun garbo La gala de mis finezas? ¿No es mejor para marido, Si lo consideras cuerda,{309} Quien no galan os adora, Que quien galan os desprecia?
Cast.—(Ap.) ¡Gran cosa es el ser rogada! Ya no me admira que sean Tan soberbias las mujeres; Porque no hay que ensoberbezca Cosa como el ser rogadas. Ahora bien, de vuelta y media He de poner á este tonto.
(A d. Ped.)—Don Pedro, negar quisiera La causa por qué me voy, Pero ya decirla es fuerza: Yo me voy porque me mata De hambre aquí vuestra miseria; Porque vos sois un cuitado, Vuestra hermana es una suegra, Las criadas unas tías, Los criados unos bestias; Y yo de aquesto enfadada En casa una pastelera A merendar garapiñas Voy.
D. Pedro.—(Ap.) ¡Qué palabras son estas! Y qué estilo tan ageno Del ingenio y la belleza De doña Leonor. Señora, Mucho estraña mi fineza Oiros dar de mi familia Unas tan indignas quejas; Que si quereis deslucirme Bien podeis de otra manera, Y no con tales palabras, Que á vos misma mal os dejan.
Cast.—Digo que me matan de hambre;{310} ¿Es aquesto lengua griega?
D. Ped.—No es griega, señora, pero No entiendo en vos esa lengua.
Cast.—Pues si no entendeis así, Entended de esta manera.
(Quiere irse.)
D. Ped.—Tened, que no habeis de iros, Ni es bien que yo lo consienta, Porque á vuestro padre he dicho Que estais aquí, y así es fuerza En cualquiera tiempo darle De vuestra persona cuenta. Que cuando vos no querais Casaros, haciendo entrega De vos quedaré bien puesto, Viendo que la resistencia De casarse, de mi parte No está, sino de la vuestra.
Cast.—Don Pedro, vos sois un necio, Y esta es ya mucha licencia De querer vos impedir A una mujer de mis prendas Que salga á matar su hambre.
D. Ped.—[Ap.] ¡Posible es, cielos, que aquestas Son palabras de Leonor! Vive Dios, que pienso que ella Se finge necia, por ver Si con esto me despecha, Y me dejo de casar. ¡Cielos! que así me aborrezca! Y que conociendo aquesto ¿Esté mi pasion tan ciega Que no pueda reducirse?{311} Bella Leonor, ¿qué aprovecha El fingiros necia, cuando Sé yo que sois tan discreta? Pues ántes á enamorarme Sirve mas la diligencia, Viendo el primor y cordura De saber fingiros necia.
Cast.—(Ap.) ¡Notable aprieto, por Dios! Yo pienso que aquí mi fuerza.... Mejor es mudar de estilo Para ver si así me deja. Don Pedro, yo soy mujer Que sé bien dónde me aprieta El zapato, y pues he visto Que dura vuestra fineza A pesar de mis desaires, Yo quiero dar una vuelta Y mudarme al otro lado, Siendo aquesta noche mesma Vuestra esposa.
D. Ped.—¿Qué decis, Señora?
Cast.—Que seré vuestra Como dos y dos son cuatro.
D. Ped.—No lo digais tan á priesa, No me mate la alegría, Ya que no pudo la pena.
Cast.—Pues no, señor, no os murais Por amor de Dios, siquiera Hasta dejarme un muchacho Para que herede la hacienda.
D. Ped.—¿Pues eso mirais, señora? No sabeis que toda es vuestra?
Cast.—¡Válgame Dios! yo me entiendo:{312} Bueno será tener prendas.
D. Ped.—Esa será dicha mia. Mas, señora, ¿hablais de véras O me entreteneis la vida?
Cast.—Pues ¿soy yo farandulera? Palabra os doy de casarme, Si ya no es que por vos queda.
D. Ped.—¿Por mí? ¿tal decis, señora?
Cast.—¿Qué apostamos que si llega El caso queda por vos?
D. Ped.—No así agravieis mi fineza!
Cast.—Pues dadme palabra aquí De que si os haceis afuera No me habeis de hacer á mí Algun daño.
D. Ped.—Que os lo ofrezca ¿Qué importa, supuesto que Es imposible que pueda Desistirse mi cariño? Mas permitid que merezca De que quereis ser mi esposa Vuestra hermosa mano en prendas.
Cast.—(Ap.) Llegó el caso de Jacob.
(A d. Ped.)—Catad aquí toda entera.
D. Ped.—Pues ¿con guante me la dais?
Cast.—Sí, porque la tengo enferma.
D. Ped.—Pues ¿qué teneis en las manos?
Cast.—Hiciéronme mal en ellas En una visita un dia, Y ni han bastado recetas De hieles ni jaboncillos Para que á su albura vuelvan. {313}
(Dentro don Juan.)
D. Juan.—¡Muere á mis manos, traidor!
D. Ped.—Oye! ¿qué voz es aquella?
(Dentro don Cárlos.)
D. Cár.—Tú morirás á las mias, Pues buscas tu muerte en ellas!
D. Ped.—¡Vive Dios, que es en mi casa!
(Salen riñendo don Cárlos y don Juan, y doña Ana deteniéndolos.)
Dª. Ana—Caballeros, deteneos; Mas mi hermano... ¡yo estoy muerta!
Cast.—Mas ¿si por mí se acuchillan Los que mi beldad festejan?
D. Ped.—¿En mi casa y á estas horas Con tan grande desvergüenza Acuchillarse dos hombres? Mas yo vengaré esta ofensa Dándoles muerte, y mas cuando Es don Cárlos quien pelea.
Dª. Ana—¿Quién pensara (¡ay infelice!) Que aquí mi hermano estuviera?
D. Cár.—Don Pedro está aquí, y por él A mí nada se me diera; Pero se arriesga doña Ana, Que es solo por quien me pesa.
Cast.—[Ap.] Aquí ha sido la de Orán; Mas yo apagaré la vela, Quizá con esto tendré Lugar de tomar la puerta, Que es solo lo que me importa. {314}
(Apaga Castaño la vela y riñen todos.)
D. Ped.—Aunque hayais muerto la vela Por libraros de mis iras, Poco importa, que aunque sea A oscuras sabré mataros.
D. Cár.—Famosa ocasion es esta De que yo libre á doña Ana; Pues por ampararme atenta Está arriesgada su vida.
(Sale Leonor con manto.)
Dª. Leo.—¡Ay Dios! aquí dejé á Celia, Y ahora solo escucho espadas, Y voy pisando tinieblas. ¿Qué será? ¡Válgame Dios! Pero lo que fuere sea, Pues á mí solo me importa Ver si topo con la puerta.
(Topa á don Cárlos.)
D. Cár.—Esta es sin duda doña Ana. Señora, venid á priesa Y os sacaré de este riesgo.
Dª. Leo.—¿Qué esto? un hombre me lleva; Mas como de aquí me saque, Con cualquiera voy contenta, Que si él me tiene por otra, Cuando en la calle me vea Podrá dejarme ir á mí Y volver á socorrerla.
Dª. Ana.—No tengo cuidado yo De que sepa la pendencia Mi hermano, y mas cuando ha visto{315} Que es don Cárlos quien pelea, Y diré que es por Leonor; Solamente me atormenta El que se arriesgue don Cárlos. ¡Oh quién toparlo pudiera Para volverlo á esconder!
D. Ped.—¡Quien mi honor agravia, muera!
Cast.—¡Que haya yo perdido el tino Y no tope con la puerta! Mas aquí juzgo que está. ¡Jesus! ¿qué es esto? Alacena En que me he dado de hocicos Y quebrado dos docenas De vidrios y de redomas, Que envidiando mi belleza Me han pegado redomazo.
Dª. Ana.—Ruido he sentido en la puerta, Sin duda alguna se va Don Juan porque no lo vean Ni lo conozca mi hermano, Y ya dos solos pelean. ¿Cuál de ellos será don Cárlos?
(Llega doña Ana á don Juan)
D. Cár.—La puerta sin duda es esta, Vamos, señora, de aquí.
[Váse don Cárlos con Leonor]
D. Ped.—Morirás á mi violencia.
Dª. Ana.—Mi hermano es aquel, y aqueste Sin duda es Cárlos. Apriesa, Señor, yo os ocultaré.
D. Juan.—Esta es doña Ana, é intenta Ocultarme de su hermano; Preciso es obedecerla. {316}
[Váse doña Ana con don Juan.]
D. Ped.—¿Dónde os ocultais, traidores, Que mi espada no os encuentra? ¡Hola! traed una luz.
(Sale Celia con luz.)
Cel.—Señor ¿qué voces son estas?
D. Ped.—¿Qué ha de ser? Pero ¡qué miro! Hallando abierta la puerta Se fueron; mas si Leonor (Que sin duda entró por ella Aquí don Cárlos) está En casa, ¿qué me da pena? Mas bien será averiguar Cómo entró. Tú, Leonor, entra A recogerte, que voy A que aquí tu padre venga, Porque quiero que esta noche Queden nuestras bodas hechas.
Cast.—[Ap.] Tener hechas las narices Es lo que ahora quisiera.
[Váse Castaño y cierra don Pedro la puerta.]
D. Ped.—Encerrar quiero á Leonor Por si acaso fué cautela Haberme favorecido. Yo la encierro por de fuera, Porque si acaso lo finge Se haga la burla ella mesma. Yo me voy á averiguar Quien fuese el que por mis puertas Le dió entrada á mi enemigo, Y por qué era la pendencia{317} Con Cárlos y el embozado. Y pues ántes que los viera, Los vió mi hermana y salió Con ellos, saber es fuerza Cuándo á reñir empezaron Dónde ó cómo estaba ella.
(Váse don Pedro y sale don Rodrigo con Hernando)
D. Rod.—Esto, Hernando, he sabido, Que don Diego está herido, Y que lo hirió quien á Leonor llevaba, Cuando en la calle estaba; Por él la conoció y quitarla quiso, Con que le fué preciso Reñir, y la pendencia ya trabada, El que á Leonor llevaba, una estocada Le dió de que quedó casi difunto Y luego al mismo punto Cargado hasta su casa le llevaron, Donde luego que entraron, En sí volvió don Diego; Pero advirtiendo luego En los que le llevaron apiadados, Conoció de don Pedro ser criados; Porque sin duda, Hernando, fué el llevalle Por escusar el ruido de la calle. Mira qué bien viene esto que ha pasado, Con lo que esta mañana me ha afirmado, De que Leonor fué solo á ver su hermana, Y que yo me detenga hasta mañana Para ver si Leonor casarse quiere, De donde bien se infiere{318} Que de no hacerlo trata, Y que con estas largas lo dilata. Mas yo vengo resuelto, Que á esto á su casa he vuelto, A apretarle de suerte Que ha de casarse, ó le he de dar la muerte.
Her.—Harás muy bien, señor, que la dolencia De honor se ha de curar con diligencia; Porque el que lo dilata neciamente Viene á quedarse enfermo eternamente.
(Sale don Cárlos con Leonor tapada)
D. Cár.—No teneis ya que temer, Doña Ana hermosa, el peligro.
Dª. Leo. [Ap.]—¡Cielos! que me traiga Cárlos Pensando [ah fiero enemigo!] Que soy doña Ana? ¿Qué mas Claros busco los indicios De que la quiere?
D. Cár. (Ap.)—¿En qué empeño Me he puesto, cielos divinos! Que por librar á doña Ana Dejo á Leonor en peligro. ¿A dónde podré llevarla Para que pueda mi brio Volver luego por Leonor? Pero hácia aquí un hombre miro. ¿Quién va?
D. Rod.—¿Es don Cárlos?
D. Cár.—Yo soy. (Ap.) ¡Válgame Dios! don Rodrigo Es, ¿á quién podré mejor Encomendar el asilo{319} Y el amparo de doña Ana? Que con su edad y su juicio La compondrá con su hermano Con decencia, y yo me quito De aqueste embarazo, y vuelvo A ver si puedo atrevido Sacar mi dama. Señor Don Rodrigo, en un conflicto Estoy, y vos podeis solo Sacarme de él.
D. Rod.—¿En qué os sirvo, Don Cárlos?
D. Cár.—Aquesta dama Que traigo, señor, conmigo Es la hermana de don Pedro, Y en un lance fué preciso El salirse de su casa, Por correr su honor peligro. Yo ya veis que no es decente Tenerla, y así os suplico La tengais en vuestra casa, Miéntras yo á otro empeño asisto.
D. Rod.—Don Cárlos, yo la tendré; Claro está que no es bien visto Tenerla vos, y á su hermano Hablaré, si sois servido.
D. Cár.—Hareisme mucho favor, Y así yo me voy. (Váse)
D. Leo.—[Ap.] ¿Qué miro? ¡A mi padre me ha entregado!
D. Rod.—Hernando, yo he discurrido Y voy á ver á don Pedro, Pues Cárlos hizo lo mismo, Que él sacándole á su hermana,{320} Que ya por otros indicios Sabia yo que la amaba, Valerme de este motivo, Tratando de que la case, Porque ya como de hijo Debo mirar por su honor, Y él quizá mas reducido, Viendo en peligro su honor, Querrà remediar el mio.
Her.—Bien has dicho, y me parece Buen modo de constreñirlo El no entregarle á su hermana, Hasta que él haya cumplido Con lo que te premetió.
D. Rod.—Pues yo entro; venid conmigo, Señora, y nada temais De riesgo, que yo me obligo A sacaros bien de todo.
Dª. Leo.—[Ap.] A casa de mi enemigo Me vuelve á meter mi padre, Y ya es preciso seguirlo, Pues descubrirme no puedo.
D. Rod.—Pero allí á don Pedro miro. Vos, señora, con Hernando Os quedad en este sitio, Miéntras hablo á vuestro hermano.
Dª. Leo.—(Ap.) ¡Cielos! vuestro influjo impio Mudad, ó dadme la muerte; Pues me será mas benigno Un fin breve, aunque es atroz, Que un prolongado martirio.
D. Ped.—Que saber no haya podido Mi enojo quien en mi casa Le dió entrada á mi enemigo, Ni haya encontrado á mi hermana, Mas buscarla determino Hácia el jardin, que quizá Temerosa del ruïdo Se vino hácia aquesta cuadra. Yo voy; pero don Rodrigo Está aquí; á buen tiempo viene, Pues que ya Leonor me ha dicho Que gusta de ser mi esposa. Seais, señor, bien venido, Que á no haber venido vos, En aqueste instante mismo Habia yo de buscaros.
D. Rod.—La diligencia os estimo. Sentémonos, que tenemos Mucho que hablar.
D. Ped.—(Ap.) Ya colijo, Que á lo que podrá venir Resultará en gusto mio.
D. Rod.—Bien habreis congeturado Que lo que puede, don Pedro, A vuestra casa traerme Es el honor, pues le tengo Fiado á vuestra palabra; Que aunque sois tan caballero, Miéntras no os casais está A peligro siempre expuesto; Y bien veis que no es alhaja Que puede en un noble pecho{322} Permitir la contingencia, Porque es un cristal tan terso Que sino le quiebra el golpe, Le empeña solo el aliento. Esto habreis pensado vos, Y hareis bien en pensar esto; Pues tambien esto me trae... Mas no es esto á lo que vengo Principalmente, porque Quiero con vos tan atento Proceder, que conozcais Que teniendo de por medio El cuidado de mi hija Y de mi honor el empeño, Con tanta cortesania Procedo con vos, que puedo Hacer mi honor accesorio Por poner primero el vuestro, Ved si puedo hacer por vos Mas, aunque tambien concedo Que esta es conveniencia mia; Que habiendo de ser mi yerno, El quereros ver honrado Resultará en mi provecho. Ved vos cuán celoso soy De mi honor, y con qué estremo Sabré celar mi opinion, Cuando así la vuestro celo. Supuesto esto, ya sabeis Vos que don Cárlos de Olmedo, De mas del lustre heredado De su noble nacimiento...
D. Ped.—(Ap.) A don Cárlos me ha nombrado; ¿Dónde irá á parar aquesto?{323} Y el no hablar de que me case... Sin duda sabe el suceso De que la sacó don Cárlos. ¡Hoy la vida y honra pierdo!
D. Rod.—El color habeis perdido, Y no me admiro, que oyendo Cosas tocantes á honor, No fuerais noble ni cuerdo Ni honrado, sino mostráreis Ese noble sentimiento. Mas pues de lances de amor Teneis en vos el ejemplo, Y que vuestra propia culpa Honesta el delito ageno, No teneis de qué admiraros De lo mismo que habeis hecho.
(Sale doña Ana al paño.)
Dª. Ana.—Don Rodrigo con mi hermano Está; desde aquí pretendo Escuchar á lo que vino, Que como á don Cárlos tengo Oculto, y lo vió mi hermano, Todo lo dudo y lo temo.
D. Rod.—Digo, pues que aunque ya vos Enterado estareis de esto, Don Cárlos á vuestra hermana Hizo lícitos festejos, Correspondióle doña Ana; No fué mucho, pues lo mesmo Sucedió á Leonor con vos.
D. Ped.—(Ap.) ¿Qué es esto? [¡válgame el cielo!] ¿Don Cárlos quiere á mi hermana?{324}
Dª. Ana.—¿Cómo llegar á saberlo Ha podido don Rodrigo?
D. Rod.—Digo, por no deteneros Con lo mismo que sabeis, Que viéndose en el aprieto De haberlo ya visto vos Y de estar con él riñendo, La sacó de vuestra casa.
D. Ped.—¿Qué es lo que decis?
D. Rod.—Lo mesmo Que vos sabeis y lo propio Que hicísteis vos; pues es bueno Que me hicierais vos á mí La misma ofensa, yo cuerdo Venga á tratarlo, y que vos (Sin ver que permita el cielo Que veamos por nosotros La ofensa que á otros hacemos) Os mostrais tan alterado. Tomad, hijo, mi consejo, Que en las dolencias de honor No todas veces son buenos, Ni bastan solo süaves, Los medicamentos recios, Que ántes suelen hacer daño; Pues cuando está malo un miembro, El experto cirujano No luego le aplica el hierro Y corta lo dolorido, Sino que aplica primero Los remedios lenitivos; Que acudir á los cauterios Es cuando se reconoce{325} Que ya no hay otro remedio. Hagamos lo mismo acá: Don Cárlos me ha hablado de ello. Doña Ana se fué con él, Y yo en mi poder la tengo. Ellos lo han de hacer sin vos, Pues ¿no es mejor, si han de hacerlo, Que sea con vuestro gusto, Haciendo cuerdo y atento Voluntario lo preciso? Que es industria del ingenio Vestir la necesidad De los visos del afecto. Aqueste es mi parecer, Ahora consultad cuerdo A vuestro honor, y vereis Si os está bien el hacerlo. Y en cuanto á lo que á mí toca, Sabed que vengo resuelto A que os caseis esta noche; Pues no hay por qué deteneros. Cuando vengo de saber Que á mi sobrino don Diego Dejásteis herido anoche, Porque llegó à conoceros, Y á Leonor quiso quitaros. Ved vos cuan mal viene aquesto De que vos no la sacasteis. Y en suma, este es largo cuento, Pues solo con que os caseis Queda todo satisfecho.
Dª. Ana.-Temblando estoy qué responde Mi hermano; mas yo no encuentro{326} Qué razon pueda mover A fingir estos enredos A don Rodrigo.
D. Ped.—Señor, Digo, en cuanto á lo primero, Que el decir que no saqué A Leonor, fué fingimiento, Que me debió decoroso Mi honor y vuestro respeto, Y pues solo con casarme Dices que quedo bien puesto, A la beldad de Leonor Oculta aquel aposento, Y ahora en vuestra presencia Le daré de esposo y dueño La mano; pero sabed Que me habeis de dar primero A doña Ana, para que Siguiendo vuestro consejo La despose con don Cárlos Al instante. [Ap.] Pues con esto Seguro de este enemigo De todas maneras quedo.
D. Rod.—¡Oh, qué bien que se conoce Vuestra nobleza y talento! Voy á que entre vuestra hermana, Y os doy las gracias por ello.
(Sale doña Ana)
Dª. Ana.—No hay para que, don Rodrigo, Pues para dar las que os debo Estoy yo muy prevenida. Y á tí, hermano, aunque merezco{327} Tu indignacion, te suplico Que examines por tu pecho Las violencias del amor, Y perdonarás con esto Mis yerros, si es que lo son Siendo tan dorados yerros.
D. Ped.—Alza del suelo, doña Ana, Que hacerse tu casamiento Con mas decencia pudiera, Y no poniendo unos medios Tan indecentes.
D. Ped.—Dejad Aqueso, que ya no es tiempo De reprension, enviad Un criado de los vuestros Que á buscar vaya á don Cárlos.
Dª. Ana.—No hay que enviarlo, supuesto Que como á mi esposo, oculto Dentro mi cuarto le tengo.
D. Ped.—Pues sácale luego al punto.
Dª. Ana.—¡Con qué gusto te obedezco! Que al fin mi amante porfia Ha logrado sus deseos! [Váse]
D. Ped.—Celia.
[Sale esta.]
Cel.—¿Qué me mandas?
D. Ped.—Toma La llave de ese aposento Y avisa á Leonor que salga. ¡Oh amor! que al fin de mi anhelo Has dejado que se logren Mis amorosos intentos!{328}
Dª. Leo.—Pues me tienen por doña Ana, Entrarme quiero allá dentro Y librarme de mi padre, Que es el mas próximo riesgo; Que despues para librarme De la instancia de don Pedro, No faltarán otros modos. Mas subir á un hombre veo La escalera. ¿Quién será?
[Salen don Cárlos]
D. Cár.—A todo trance resuelto Vengo á sacar á Leonor De este indigno cautiverio; Que supuesto que doña Ana, Está ya libre de riesgo, No hay por qué esconder la cara Mi valor, y ¡vive el cielo! Que la tengo de llevar, O he de salir de aquí muerto.
[Pasa don Cárlos junto á Leonor]
Dª. Leo.—Cárlos es [válgame Dios!] Y de cólera tan ciego Va que no reparó en mí; Pues ¿á qué vendrá, supuesto Que me llevó á mí, pensando Que era yo doña Ana? ¡Ah cielos! ¡Que me hayais puesto en aquesto! ¡Que estos ultrages consiento! Mas si acaso conoció Que dejaba en el empeño A su dama y á librarla{329} Viene ahora.... Yo me acerco Para escuchar lo que dice.
D. Cár.—Don Pedro, cuando yo entro En casa de mi enemigo, Mal puedo usar de lo atento. Vos me teneis....Mas ¿qué miro? ¿Don Rodrigo aquí?
D. Rod.—Teneos, Don Cárlos, y sosegaos, Porque ya todo el empeño Está ajustado, ya viene En vuestro gusto don Pedro; Y pues á él se lo debeis, Desde el agradecimiento, Que yo el parabien os dé De veros felice dueño De la beldad que adorais, Que goceis siglos eternos.
D. Cár.—[Ap.] ¿qué es esto? Sin duda ya Se sabe todo el suceso, Porque Castaño el papel Debió de dar ya, y sabiendo Don Rodrigo que fui yo Quién la sacó, quiere cuerdo Portarse y darme á Leonor; Y sin duda ya don Pedro, Viendo tanto desengaño, Se desiste del empeño.
[A don Rod.]—Señor, palabras me faltan Para poder responderos; Mas válgame lo dichoso Para disculpar lo necio; Que en tan no esperada dicha,{330} Como la que yo merezco, Si no me volviera loco, Estuviera poco cuerdo.
D. Rod.—Mirad, si os lo dije yo... Quiérela con grande estremo.
D. Leo.—¡Qué es esto, cielos! ¡qué escucho! ¡Qué parabienes son estos, Ni qué dichas de don Cárlos!
D. Ped.—Aunque debierais atento Averos de mí valido, Supuesto que gusta de ello Don Rodrigo, cuyas canas Como de padre venero, Yo me tengo por dichoso En que tan gran caballero Se sirva de honrar mi casa.
Dª. Leo.—Ya no tengo sufrimiento; No ha de casarse el traidor.
(Sale doña Leonor con manto.)
D. Rod.—Señora, á muy lindo tiempo Venis; mas ¿por qué os habeis Otra vez el manto puesto? Aquí está ya vuestro esposo. Don Cárlos, los cumplimientos Basten ya: dadle la mano A doña Ana.
D. Cár.—¿A quién? ¿qué es esto?
D. Rod.—A doña Ana vuestra esposa. ¿De qué os turbais?
D. Cár.—¡Vive el cielo! Que este es engaño y traicion. ¿Yo á doña, Ana?{331}
Dª. Leo.—(Ap.) ¡Albricias, cielos! Que ya desprecia á doña Ana!
D. Ped.—Don Rodrigo ¿qué es aquesto? ¿Vos de parte de don Cárlos No venisteis al concierto De mi hermana?
D. Rod.—Claro está, Y fué porque Cárlos mesmo Me entregó á mí vuestra hermana Que la llevaba, diciendo Que la sacaba, porque Corria su vida riesgo. Señora, ¿no fué esto así?
Dª. Leo—Sí, señor, y yo confieso Que soy esposa de Cárlos, Como vos vengais en ello.
D. Cár.—Muy mal, señora doña Ana, Habeis hecho en exponeros A tan público desaire, Como por fuerza he de haceros; Pero pues vos me obligais A que os hable poco atento, Quien me busca exasperado, Me quiere sufrir grosero, Si mejor á vos que á alguno Os consta que yo no puedo Dejar de ser de Leonor.
D. Rod.—¿De Leonor? ¿qué? ¿cómo es esto? ¿Qué Leonor?
D. Cár.—De vuestra hija.
D. Rod.—¿De mi hija? Bien por cierto, Cuando es de don Pedro esposa.
D. Cár.—Antes que logre el intento{332} Le quitaré yo la vida.
D. Ped.—Ya es mucho mi sufrimiento, Pues en mi presencia os sufro Que atrevido y desatento A mi hermana desaireis, Y pretendais á quien quiero.
(Empuñan las espadas, y sale doña Ana con don Juan de la mano, y por la
otra puerta Celia y Castaño de dama.)
Dª. Ana.—A tus pies mi esposo y yo, Hermano... pero ¿qué veo? A don Juan es á quien traigo! Que, en el rostro el ferreruelo, No le habia conocido.
D. Ped.—Doña Ana, pues ¿cómo es esto?
Cel.—Señor, aquí está Leonor.
D. Ped.—¡Oh hermoso divino dueño!
Cast.—Allá vereis la belleza; Mas yo no puedo de miedo Moverme; pero mi amo Está aquí, ya nada temo, Porque él me defenderá.
D. Rod.—Yo dudo lo que estoy viendo. Don Cárlos, pues ¿no es doña Ana Esta dama que vos mesmo Me entregasteis, y con quien Os casais?
D. Cár.—Es manifiesto Engaño, que yo á Leonor Solamente es á quien quiero.
Dª. Ana.—Acabe este desengaño Con mi pertinaz intento;{333} Y pues el ser de don Juan Es ya preciso, yo esfuerzo Cuanto puedo que le estimo, Que en efecto es ya mi dueño. Don Rodrigo, ¿qué decis? ¿Qué Cárlos? Que no lo entiendo, Y solo sé que don Juan, Desde Madrid, en mi pecho Tuvo el dominio absoluto De todos mis pensamientos.
D. Juan.—Don Pedro, yo á vuestros pies Estoy.
D. Ped.—Yo soy el que debo Alegrarme, pues con vos Uno la amistad al deudo, Y así porque nuestras bodas Se hagan en un mismo tiempo, Dadle la mano á doña Ana, Que yo á Leonor se la ofrezco.
[Llégase á Castaño]
D. Cár.—Antes os daré mil muertes!
Cast.—Miren aquí si soy bello, Pues por mí quieren matarse!
D. Ped.—Dame, soberano objeto De mi rendido albedrío, La mano.
Cast.—Sí, que os la tengo, Para dárosla mas blanca, Un año en guantes de perro.
(Descúbrese Leonor)
Dª. Leo.—Tente, Cárlos, que yo quedo{334} Demas, y seré tu esposa; Que aunque me hiciste desprecios, Soy yo de tal condicion, Que mas te estimo por ellos.
D. Cár.—¡Mi bien, Leonor! ¡que tú eras!
D. Ped.—¿Qué es esto? ¿por dicha sueño? Leonor está aquí y allí.
Cast.—No sino, que viene á cuento Lo de: Nos sois vos Leonor.
D. Ped.—Pues ¿quién eres tú, portento, Que por Leonor te he tenido?
(Descúbrese Castaño)
Cast.—No soy sino el perro muerto De quien se hicieron los guantes.
Cel.—La risa tener no puedo Del embuste de Castaño.
D. Ped.—Mataréte: ¡vive el cielo!
Cast.—¿Por qué? si cuando te dí Palabra de casamiento, Que ahora estoy llano á cumplirte, Quedamos en un concierto, De que si por tí quedaba, No me harias mal; y puesto Que ahora queda por tí, Y que yo estoy llano á hacerlo, No faltes tú, pues que yo No falto á lo que prometo.
D. Cár.—¿Cómo estas así, Castaño, Y en tal traje?
Cast.—Este es el cuento, Que por llevar el papel, Que aun aquí guardado tengo,{335} En que á don Rodrigo dabas Cuenta de todo el enredo, Y de que á Leonor llevaste, Para llevarlo sin riesgo De encontrar á la justicia, Me puse estos faldamentos; Y don Pedro enamorado De mi talle y de mi aseo, De mi gracia y de mi garbo, Me encerró en este aposento.
D. Cár.—Mirad, señor don Rodrigo, Si es verdad que soy el dueño De la beldad de Leonor, Y si ser su esposa debo.
D. Rod.—Como se case Leonor Y quede mi honor sin riesgo, Lo demas no importa nada; Y así, don Cárlos, me alegro De haber ganado tal hijo.
D. Ped.—Tan corrido, vive el cielo, De lo que me ha sucedido Estoy, que ni hablar acierto; Mas disimular importa, Que ya no tiene remedio El caso. Yo doy por bien La burla que se me ha hecho, Porque se case mi hermana Con don Juan.
Dª. Ana.—La mano ofrezco Y tambien con ella el alma.
D. Juan.—Y yo, señora, la acepto, Porque vivo muy seguro De pagaros con lo mesmo{336} D. Cár.—Tú, Leonor mia, la mano Me da.
Dª. Leo.—En mí, Cárlos, no es nuevo, Porque siempre ha sido tuya.
Cast.—Dime, Celia, algun requiebro, Y mira si á mano tienes Una mano.
Cel.—No la tengo, Que la dejé en la cocina; Pero ¿bastaráte un dedo?
Cast.—Daca, que es el dedo malo, Pues es él con quien encuentro. Y aquí, altísimos señores, Aquí, senado discreto “Los empeños de una casa” Dan fin. Perdonad sus yerros.
Carta de la muy ilustre señora Sor Filotea de la Cruz, que se imprimió
con licencia del Ilmo. y Exmo. señor don Manuel Fernández de Santa Cruz,
dignísimo obispo de los Angeles en la Puebla, año de 1690, en que
aplaude á la poetisa la honesta é hidalga habilidad de hacer versos,
mandándole dar á la estampa la Crísis sobre un sermon, con el título de
“Carta atenagórica.”
Señora mia:
He visto la carta de V. md. en que impugna las Finezas que de Cristo
discurrió el R. P. Antonio de Vieira en el sermon del Mandato, con tanta
sutileza que á los mas eruditos ha parecido que como otra águila de
Ezequiel habia remontado á este singular talento sobre sí mismo,
siguiendo la planta que formó ántes el Ilmo. César Menéses, ingenio de
los primeros de Portugal; pero á mi juicio, quien leyere su Apología de
V. md. no podrá negar que cortó la pluma mas delgada que ambos, y que
pudieran gloriarse de verse impugnados por una mujer, que es honra de su
sexo. Yo á lo ménos he admirado la viveza de los conceptos, la
discrecion de sus pruebas y la enérgica claridad con que convence el
asunto, compañera inseparable de la sabiduría: que por eso la primera
voz que pronunció la Divina fué luz, porque sin claridad no hay voz de
sabiduría. Aun la de Cristo, cuando hablaba altísimos misterios entre
los velos de las pa{338}rábolas, no se tuvo por admirable en el mundo; solo
cuando habló claro mereció la aclamacion de saberlo todo. Este es uno de
los muchos beneficios que debe V. md. á Dios, porque la claridad no se
adquiere con el trabajo é industria; es don que se infunde con el alma.
Para que V. md. se vea en este papel de mejor letra, le he impreso, y
para que reconozca los tesoros que Dios depositó en su alma y le sea,
como mas entendida, mas agradecida; que la gratitud y el entendimiento
nacieron siempre de un mismo parto. Y si, como V. md. dice en su carta,
quien mas ha recibido de Dios está mas obligado á la correspondencia,
temo se halle V. md. alcanzada en la cuenta; pues pocas criaturas deben
á su Magestad mayores talentos en lo natural con que ejecuta el
agradecimiento, para que si hasta aquí los ha empleado bien [que así lo
debe creer de quien profesa tal religion] en adelante sea mejor.
No es mi juicio tan austero censor que esté mal con los versos, en que
V. md. se ha visto tan celebrada, despues que Santa Teresa, el
Nacianceno y otros santos canonizaron con los suyos esta habilidad; pero
deseara que los imitara así como en el metro tambien en la eleccion de
los asuntos. No apruebo la vulgaridad de los que reprueban en las
mujeres el uso de las letras, pues tantas se aplicaron á este estudio,
no sin alabanza de San Gerónimo. Es verdad que dice San Pablo que las
mujeres no enseñen; pero no man{339}da que las mujeres no estudien para
saber; porque solo quiso prevenir el riesgo de la elacion en nuestro
sexo, propenso siempre á la vanidad.
A Sarai le quitó una letra la Sabiduria divina, y puso una mas al nombre
de Abrahan, no porque el varon ha de tener mas letras que la mujer, como
sienten muchos, sino porque la i añadida al nombre de Sara, esplicaba
temor y dominacion. Señora mia se interpreta Sarai, y no convenia
que fuese en la casa de Abrahan señora, la que tenia empleo de
súbdita. Letras que engendran elacion, no las quiere Dios en la mujer;
pero no las reprueba el Apóstol, cuando no sacan á la mujer del estado
de obediente. Notorio es á todos que el estudio y saber han contenido á
V. md. en el estado de súbdita, y la han servido de perfeccionar
primores de obediente, pues si las demas religiosas por la obediencia
sacrifican la voluntad, V. md. cautiva el entendimiento, que es el mas
arduo y agradable holocausto que puede ofrecerse en las aras de la
religion.
No pretendo segun este dictámen, que V. md. mude el genio, renunciando
los libros, sino que le mejore leyendo alguna vez el de Jesucristo.
Ninguno de los Evangelistas llamó libro á la genealogía de Cristo, sino
es San Mateo, porque en su conversion no quiso este Señor mudarle de
inclinacion sino mejorarla, para que si ántes, cuando publicano, se
ocupaba en libros de sus tratos é intereses, cuan{340}do apóstol mejorase el
genio, mudando los libros de su ruina en el libro de Jesucristo. Mucho
tiempo ha gastado V. md. en el estudio de filósofos y poetas; ya será
razon que se perfeccionen los empleos y se mejoren los libros. ¿Qué
pueblo hubo mas erudito que el egipcio? En él empezaron las primeras
letras del mundo, y se admiraron los geroglíficos. Por grande
ponderacion de la sabiduría de Josef le llama la Santa Escritura
consumado en la erudicion de los egipcios; y con todo esto, el Espíritu
Santo dice abiertamente que el pueblo de los egipcios es bárbaro, porque
toda su sabiduría, cuando mas, penetraba los movimientos de las
estrellas y cielos; pero no servia para enfrenar los desórdenes de las
pasiones. Toda su ciencia tenia por empleo perfeccionar al hombre en la
vida política, mas no ilustraba para conseguir la eterna; y ciencia que
no alumbra para salvarse, Dios que todo lo sabe la califica por necedad.
Así lo sintió Justo Lipsio, pasmo de la erudicion, [estando vecino á la
muerte, y á la cuenta, cuando el entendimiento está ilustrado] que
consolándole sus amigos con los muchos libros que habia escrito de
erudicion, dijo, señalando un Santo Cristo: Ciencia que no es del
Crucificado, es necedad y solo vanidad.
No repruebo por esto la leccion de estos autores; pero digo á V. md. lo
que aconsejaba Gerson: préstese V. md. no se venda ni se deje robar de
estos estudios; esclavas son las letras humanas, y suelen aprovechar á
las divinas; pero deben reprobarse cuando roban la{341} posesion del
entendimiento humano á la Sabiduría divina, haciéndose señoras las que
se destinaron á la servidumbre. Comendables son cuando el motivo de la
curiosidad, que es vicio, se pasa á la estudiosidad, que es verdad. A
San Jerónimo le azotaron los ángeles, porque leia en Ciceron, arrastrado
y casi no libre, prefiriendo el deleite de su elocuencia á la solidez de
la Sagrada Escritura; pero loablemente se aprovechó este santo doctor de
sus noticias y de la erudicion profana que adquirió en semejantes
autores.
No es poco el tiempo que ha empleado V. md. en estas ciencias curiosas;
pase ya como el gran Boecio á las provechosas, juntando á las sutilezas
de la natural la utilidad de una filosofía moral. Lástima es que un tan
grande entendimiento de tal manera se abata á las rateras noticias de la
tierra, que no desee penetrar lo que pasa en el cielo; y ya que se
humilla al suelo, que no baje mas abajo considerando lo que pasa en el
infierno; y si gustare algunas veces de inteligencias dulces y tiernas,
aplíquese su entendimiento al monte Calvario, donde viendo finezas del
Redentor é ingratitudes del redimido, hallará gran campo para ponderar
excesos de un amor infinito, y para formar apologías, no sin lágrimas,
contra la ingratitud que llegó á lo sumo. ¡Oh qué útilmente otras veces
se engolfará este rico galeon de su ingenio en la alta mar de las
perfecciones divinas! No dudo que le sucedería á V. md. lo que á Apéles,
que copian{342}do el retrato de Campaspe, cuantas líneas corría con el
pincel en el lienzo, tantas heridas hacía en su corazon la saeta del
amor, quedando al mismo tiempo perfeccionado el retrato y herido
mortalmente de amor del original el corazon del pintor.
Estoy muy cierta y segura que si Vmd. con los discursos vivos de su
entendimiento formase y pintase una idea de las perfecciones divinas
[cual se permite entre las tinieblas de la fe] al mismo tiempo se veria
ilustrada de luces su alma, y abrasada su voluntad, y dulcemente herida
del amor de su Dios, para que este Señor, que ha llovido tan
abundantemente beneficios positivos en lo natural sobre Vmd. no se vea
obligado á concederla beneficios solamente negativos en lo sobrenatural,
que por mas que la discrecion de Vmd. los llame finezas, yo los tengo
por castigos; porque solo es beneficio el que Dios hace al corazon
humano, previniéndole con su gracia, para que le corresponda agradecido,
disponiéndole con su beneficio reconocido, para que no represada la
liberalidad divina, se los haga mayores. Esto desea á Vmd. quien desde
que la besó, muchos dias ha, la mano, vive enamorada de su alma, sin que
se haya entibiado este amor por la distancia ni el tiempo, porque el
amor espiritual no padece achaques de mudanzas, ni le reconoce el que es
puro sino es hácia el crecimiento. Su Majestad oiga mis sùplicas y haga
á Vmd. muy santa, y me la{343} guarde en toda prosperidad. Deste convento de
la Santísima Trinidad de la Puebla de los Angeles, y noviembre 25 de
1690.
B. L. M. de Vmd. su afecta servidora. Filotea de la Cruz.
Respuesta de la poetisa
á la muy ilustre
Sor Filotea de la Cruz.
Muy ilustre señora, mi señora:
No mi voluntad, mi poca salud y mi justo temor han suspendido tantos
dias mi respuesta. ¿Qué mucho si al primer paso encontraba para tropezar
mi torpe pluma dos imposibles? El primero [y para mí el mas rigoroso] es
saber responder á vuestra doctísima, discretísima, santísima y amoresíma
carta. Y si veo que si preguntado el Angel de las escuelas Santo Tomas
de su silencio con Alberto Magno, su maestro, respondió: Que callaba,
porque nada sabia decir digno de Alberto; ¿Con cuanta mayor razon
callaría yo, no como el Santo, de humildad, sino que en realidad es no
saber algo digno de vos? El segundo imposible es saber agradeceros tan
excesivo como no esperado favor de dar á las prensas mis borrones;
merced tan sin medida, que aun se le pasara por alto á la esperanza más
ambiciosa y al{344} deseo más fantástico, y que ni aun, como ente de razon,
pudiera caber en mis pensamientos, y en fin, de tal magnitud que no solo
no se puede estrechar á lo limitado de las voces, pero excede á la
capacidad del agradecimiento, tanto por grande como por no esperado, que
es lo que dijo Quintiliano: Minorem spei, majorem benefacti gloriam per
eunt. Y tal que enmudecen al beneficio.
Cuando la felizmente estéril para ser milagrosamente fecunda madre del
Bautista, vió en su casa tan desproporcionada visita, como la Madre de
el Verbo, se le entorpeció el entendimiento y se le suspendió el
discurso, y así, en vez de los agradecimientos, prorrumpió en dudas y
preguntas: Et unde hoc mihi? ¿De dónde á mí viene tal cosa? Lo mismo
sucedió á Saul cuando se viò electo y ungido rey de Israel: Numquid non
filius ego sum de minima Tribu Israel &. cognatio mea inter omnes de
Tribu Benjamin? Quare igitur locutus es mihi sermonem istum? Así yo
diré: ¿De dónde, venerable señora, de dónde á mí tanto favor? ¿Por
ventura soy más que una pobre monja, la más mínima criatura del mundo y
la más indigna de ocupar vuestra atencion? Pues Quare locutus es mihi
sermonem istum? Et unde hoc mihi? Ni al primer imposible tengo más que
responder, que no ser nada digno de vuestros ojos, ni al segundo más que
admiraciones en vez de gracias, diciendo que no soy capaz de agradeceros
la más mínima parte de lo que os debo. No es afec{345}tada modestia, señora,
sino ingenua verdad de toda mi alma, que al llegar á mis manos impresa
la carta, que vuestra propiedad llamó Atenagórica, prorumpí [con no
ser esto en mí muy fácil] en lágrimas de confusion, porque me pareció
que vuestro favor no era más que una reconvencion que Dios hace á lo mal
que le correspondo, y que como á otros corrige con castigos, á mí me
quiere reducir á fuerza de beneficios, especial favor de que conozco ser
su deudora, como de otros infinitos de su inmensa bondad; pero tambien
especial modo de avergonzarme y confundirme, que es más primoroso medio
de castigar, hacer que yo mesma, con mi conocimiento, sea el juez que me
sentencie y condene mi ingratitud. Y así, cuando esto considero, acá á
mis salos suelo decir: Bendito seais vos, Señor, que no solo no
quisisteis en manos de otra criatura el juzgarme, y que ni aun en la mia
lo pusisteis, sino que le reservasteis á la vuestra, y me librásteis á
mí de mí y de la sentencia que yo misma me daria; que forzada de mi
propio conocimiento, no pudiera ser ménos que de condenacion, y vos la
reservásteis á vuestra misericordia porgue me amais más de lo que yo me
puedo amar.
Perdonad, señora mia, la digresion, que me arrebató la fuerza de la
verdad; y si la he de confesar toda, tambien es buscar efugios para huir
la dificultad de responder, y cuasi me he determinado á dejarlo al
silencio; pero como este es cosa negativa, aunque es{346}plica mucho con el
énfasis de no esplicar, es necesario ponerle algun breve rótulo para que
se entienda lo que se pretende que el silencio diga; y si no, dirá nada
el silencio, porque este es su propio oficio, decir nada. Fué
arrebatado el Sagrado Vaso de Eleccion al tercer cielo, y habiendo visto
los arcanos secretos de Dios, dice: Audivi arcana Dei, quæ non licet
homini loqui. No dice lo que vió; pero dice que no lo puede decir; de
manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir
siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no
es no haber que decir, sino es no caber en las voces lo mucho que hay
que decir. Dice San Juan (Cap. 21 v. 25) que si hubiera de escribir
todas las maravillas que obró nuestro Señor Jesucristo, no cupieran en
todo el mundo los libros; y dice Vieira sobre este lugar que en solo
esta cláusula dijo mas el Evangelista, que en todo cuanto escribiò; y
dice muy bien el Fénix lucitano (pero cuándo no dice bien, aun cuando no
dice bien?), porque aquí dice San Juan todo lo que dejó de decir, y
expresó lo que dejó de expresar. Así yo, señora mia, solo responderé que
no sé responder, solo agradeceré diciendo que no sé agradeceros, y diré
[por breve rótulo de lo que dejo al silencio] que solo con la confianza
de favorecida y con los valimientos de honrada me puedo atrever á hablar
con vuestra grandeza. Si fuere necedad, perdonadla; pues es alhaja de la
dicha, y en ella ministraré yo mas ma{347}teria á vuestra benignidad, y vos
dareis mayor forma á mi reconocimiento.
No se hallaba digno Moises, por balbuciente, para hablar con Faraon, y
despues el verse tan favorecido de Dios le infunde tales alientos, que
no solo habla con el mismo Dios, sino que se atreve á pedirle
imposibles: Ostende mihi faciem tuam (Exod. Cap. 33. v. 13.) Pues
así yo, señora mia, ya no me parecen imposibles los que puse al
principio, á vista de lo que me favoreceis; porque quien hizo imprimir
la carta tan sin noticia mia, quien la intituló, quien la costeó, quien
la honró tanto, siendo del todo indigna por sí y por su autora, ¿qué no
hará? ¿qué no perdonará? ¿qué dejará de hacer, y qué dejará de perdonar?
Y así debajo del supuesto de que hablo con el salvoconducto de vuestros
favores, y debajo del seguro de vuestra benignidad, y de que me habeis,
como otro Asuero, dado á besar la punta del cetro de oro de vuestro
cariño, en señal de concederme benévola licencia para hablar y proponer
en vuestra venerable presencia; digo que recibo en mi alma vuestra
santísima amonestacion de aplicar el estudio á libros sagrados, que
aunque viene en trage de consejo, tendrá para mí sustancia de precepto,
con no pequeño consuelo de que aun ántes parece que prevenia mi
obediencia vuestra pastoral insinuacion, como á vuestra direccion,
inferido en el asunto y pruebas de la misma carta. Bien conozco que no
cae sobre ella vuestra cuerdísima advertencia, sino sobre{348} lo mucho que
habreis visto, de asuntos humanos que he escrito; y así lo que he dicho
no es mas que satisfaceros con ella á la falta de aplicacion que habreis
inferido [con mucha razon] de otros escritos mios; y hablando con mas
especialidad, os confieso con la ingenuidad que ante vos es debida, y
con la verdad y claridad que en mí siempre es natural y costumbre, que
el no haber escrito mucho de asuntos sagrados no ha sido desaficion, ni
de aplicacion la falta, sino sobra de temor, y reverencia debida á
aquellas Sagradas Letras, para cuya inteligencia yo me conozco tan
incapaz, y para cuyo manejo soy tan indigna; resonándome siempre en los
oidos, con no pequeño horror, aquella amenaza y prohibicion del Señor á
los pecadores como yo: Quare tu enarras justitias meas, &. assumis
testamentum meum per os tuum? [Ps. 49. v. 16.]
Esta pregunta y el ver que aun á los varones doctos se prohibia el leer
los Cantares hasta que pasaban de treinta años, y aun el Génesis, este
por la obscuridad, y aquellos porque de la dulzura de aquellos
epitalamios no tomase ocasion la imprudente juventud de mudar el sentido
en carnales afectos, compruébalo mi gran padre San Gerónimo mandando que
sea esto lo último que se estudie, por la misma razon: Ad ultimun fine
periculo discat Canticum Canticorum, ne si in exordio legerit sub
carnabilus verbis spiritualium nuptiarum Epithalamium, non intelligens,
vulneretur. (S. Hic. Ep. ad Let. ante finem.) Y Sé{349}neca dice:
Feneris in annis haut clara est fides. (Sen. de Benefic.) Pues ¿cómo
me atrevería yo á tomarlo en mis indignas manos, repugnándolo el sexo,
la edad y sobre todo las costumbres? Y así confieso que muchas veces
este temor me ha quitado la pluma de la mano, y ha hecho retroceder los
asuntos hácia el mesmo entendimiento de quien querian brotar; el cual
inconveniente no topaba en los asuntos profanos, pues una heregía contra
el arte no la castiga el Santo Oficio, sino los discretos con risa y los
críticos con censura; y esta, justa, vel injusta, timenda nos est,
pues deja comulgar y oir misa, por lo cual me da poco ó ningun cuidado,
porque segun la mesma decision de los que lo calumnian, ni tengo
obligacion de saber, ni aptitud para acertar: luego si lo yerro, ni es
culpa ni es descrédito, pues no tengo posibilidad de acertar y ad
impossibilia nemo tenetur. Y á la verdad, yo nunca he escrito sino
violentada y forzada, y solo por dar gusto á otros, no solo sin
complacencia, sino con positiva repugnancia, porque nunca he juzgado de
mi que tenga el caudal de letras é ingenio que pide la obligacion de
quien escribe, y así es la ordinaria respuesta á los que me instan (y
mas si es asunto sagrado): ¿Qué entendimiento tengo yo? ¿qué estudio?
¿qué materiales? ¿ni qué noticias para eso, sino cuatro bachillerías
superficiales? Dejen eso para quien lo entienda, que yo no quiero ruido
con el Santo Oficio, que soy ignorante y tiemblo de decir alguna
pro{350}posicion mal sonante, ó torcer la genuina inteligencia de algun
lugar. Yo no estudio para escribir ni ménos para enseñar, que fuera en
mí desmedida soberbia, sino solo por ver si con estudiar ignoro ménos.
Así lo respondo, y así lo siento.
El escribir nunca ha sido dictámen propio, sino fuerza agena, que les
pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad, que
no negaré (lo uno porque es notorio á todos, y lo otro aunque sea contra
mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor á la verdad) que
desde que me rayó la luz de la razon, fué tan vehemente y poderosa la
inclinacion á las letras, que ni agenas reprehensiones (que he tenido
muchas) ni propias reflexas (que he tenido no pocas) han bastado á que
deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí; su Majestad
sabe porqué y para qué, y sabe que le he pedido que apague la luz de mi
entendimiento, dejando solo la que baste para guardar su ley, pues lo
demas sobra (segun algunos) en una mujer; y aun hay quien diga que daña.
Sabe tambien su Majestad que no consiguiendo esto, he intentado sepultar
con mi nombre mi entendimiento, y sacrificarle solo á quien me le dió, y
que no otro motivo me entró en religion, no obstante que al desembarazo
y quietud que pedia mi estudiosa intencion, eran repugnantes los
ejercicios y compañía de una comunidad; y despues en ella, sabe el
Señor, y lo sabe en el mundo quien solo lo debió sa{351}ber, lo que intenté
en órden de esconder mi nombre, y que no me lo permitió, diciendo que
era tentacion; y así seria. Si yo pudiera pagaros algo de lo que os
debo, señora mia, creo que solo os pagara en contaros esto, pues no ha
salido de mi boca jamás, excepto para quien debió salir. Pero quiero que
con haberos franqueado de par en par las puertas de mi corazon,
haciéndoos patentes sus mas sellados secretos, conozcais que no desdice
mi confianza lo que debo á vuestra venerable persona y excesivos
favores.
Prosiguiendo en la narracion de mi inclinacion (de que os quiero dar
entera noticia) digo que no habia cumplido los tres años de mi edad,
cuando enviando mi madre á una hermana mia, mayor que yo, á que se le
enseñase á leer en una de las que llaman Amigas, me llevó á mí tras
ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban leccion, me encendí
yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, á mi parecer, á
la maestra le dije: Que mi madre ordenaba me diese leccion. Ella no lo
creyó, porque no era creible; pero por complacer al donaire me la dió.
Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque
la desengañò la esperiencia, y supe leer en tan breve tiempo, que ya
sabia, cuando lo supo mi madre, á quien la maestra lo ocultó por darle
el gusto por entero y recibir el galardon por junta; y yo lo callé
creyendo que me azotarian por haberlo hecho sin órden. Aun vive la que
me enseñó,{352} Dios la guarde, y puede testificarlo. Acuérdome que en estos
tiempos, siendo mi golocina la que es ordinaria en aquella edad, me
abstenia de comer queso, porque oi decir que hacia rudos, y podia
conmigo mas el deseo de saber que el de comer, siendo este tan poderoso
en los niños. Teniendo yo despues como seis años ó siete, y sabiendo ya
leer y escribir, con todas las otras habilidades de labores y costuras
que deprenden las mujeres, oi decir que habia Universidad y escuelas en
que se estudiaban las ciencias, en Méjico; y apénas lo oi cuando empecé
á matar á mi madre con instantes é importunos ruegos sobre que,
mudándome el trage, me enviase á Méjico, en casa de unos deudos que
tenia para estudiar y cursar la Universidad. Ella no lo quiso hacer (é
hizo muy bien); pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios
que tenia mi abuelo, sin que bastasen castigos ni reprensiones á
estorbarlo; de manera que cuando vine á Méjico se admiraban, no tanto
del ingenio, cuanto de la memoria y noticias que tenia, en edad que
parecia que apénas habia tenido tiempo para aprender á hablar. Empecé á
deprender gramática, en que creo no llegaron á veinte las lecciones que
tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres (y
más en tan florida juventud) es tan apreciable el adorno natural del
cabello, yo me cortaba de él cuatro y seis dedos, midiendo hasta dónde
llegaba ántes, é imponiéndome ley de que si cuando volviese á crecer
hasta allí no sabia tal ó tal{353} cosa, que me habia propuesto deprender en
tanto que crecia, me lo habia de volver á cortar, en pena de rudeza.
Sucedia así que él crecia y yo no sabia lo propuesto, porque el pelo
crecia á priesa y yo aprendia de espacio, y con efecto le cortaba en
pena de la rudeza; que no me parecia razon que estuviese vestida de
cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era mas
apetecible adorno. Entréme religiosa, porque aunque conocia que tenia el
estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales) muchas de las
repugnantes á mi genio, con todo, para la total negacion que tenia al
matrimonio, era lo ménos desproporcionado y lo más decente que podia
elegir, en materia de la seguridad que deseaba de mi salvacion; á cuyo
primer respecto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la
cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir
sola, de no querer tener ocupacion obligatoria que embarazase la
libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado
silencio de mis libros. Esto me hizo vacilar algo en la determinacion,
hasta que alumbrándome personas doctas de que era tentacion, la vencí
con el favor Divino, y tomé el estado que tan indignamente tengo. Pensé
yo que huia de mi misma; pero ¡miserable de mí! trájeme á mí conmigo, y
traje mi mayor enemigo en esta inclinacion que no sé determinar si por
prenda ó castigo me dió el Cielo, pues de apagarse ó embarazarse con
tanto ejercicio que{354} la religion tiene, reventaba como pólvora, y se
verificaba en mí el privatio es causa appetitus.
Volví (mal dije, pues nunca cesé), proseguí, digo, en la estudiosa tarea
(que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban á mi
obligacion) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin mas
maestro que los mismos libros. Ya se ve cuan duro es estudiar en
aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva y esplicacion
del maestro; pues todo este trabajo sufria yo muy gustosa por amor á las
letras; si hubiese sido por amor de Dios, que era lo acertado, cuánto
hubiera merecido! Bien que yo procuraba elevarlo, cuanto podia, y
dirigirlo á su servicio, porque el fin á que aspiraba era á estudiar
Teología, pareciéndome menguada inhabilidad, siendo catòlica, no saber
todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los
divinos misterios, y que siendo monja y no seglar debia, por el estado
eclesiástico, profesar letras; y mas siendo hija de un San Jerónimo y de
una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres ser idiota la
hija. Esto me proponia yo de mi misma, y me parecia razon; si no es que
era (y esto es lo más cierto) lisonjear y aplaudir mi propia
inclinacion, proponiéndola como obligatorio su propio gusto; con esto
proseguí dirigiendo siempre, como he dicho, los pasos de mi estudio á la
cumbre de la sagrada teología; pareciéndome preciso, para llegar á ella,
subir por los escalones de las ciencias y artes humanas, porque ¿cómo
entenderá el estilo de la reina{355} de las ciencias, quien aun no sabe el
de las ancillas?
¿Cómo sin lógica sabria yo los métodos generales y particulares con que
está escrita la Sagrada Escritura? ¿Cómo sin retórica entenderia sus
figuras, tropos y locuciones? ¿Cómo sin física tantas cuestiones
naturales de las naturalezas de los animales, de los sacrificios, donde
se simbolizan tantas cosas ya declaradas, y otras muchas que hay? ¿Cómo
si el sanar Saul al sonido del arpa de David fué virtud y fuerza natural
de la música, ó sobrenatural que Dios quiso poner en David? ¿Cómo sin
aritmética se podrán entender tantos cómputos de años, de dias, de
meses, de horas, de hebdómadas tan misteriosas como las de Daniel, y
otras para cuya inteligencia es necesario saber las naturalezas,
concordancias y propiedades de los números? ¿Cómo sin geometría se podrá
medir el Arca Santa del Testamento y la ciudad de Jerusalen, cuyas
misteriosas mensuras hacen un cubo con todas sus dimensiones, y aquel
repartimiento proporcional de todas sus partes, tan maravilloso? ¿Cómo
sin arquitectura el gran templo de Salomon, donde fué el mismo Dios el
artífice que dió la disposicion y la traza, y el sabio rey solo fué
sobrestante que la ejecutó, donde no habia basa sin misterio, columna
sin símbolo, cornisa sin alusion, arquitrave sin significado; y así de
otras sus partes, sin que el mas mínimo filete estuviese solo por el
servicio y complemento el arte, sino simbolizando cosas mayores? ¿Có{356}mo
sin grande conocimiento de reglas y partes de que consta la historia se
entenderán los libros historiales? ¿Aquellas recapitulaciones en que
muchas veces se pospone en la narracion lo que en el hecho sucedió
primero? ¿Cómo sin grande noticia de ambos derechos podrán entenderse
los libros legales? ¿Cómo sin grande erudicion tantas cosas de historias
profanas de que hace mencion la Sagrada historia? ¿Tantas costumbres de
gentiles? tantos ritos? tantas maneras de hablar? ¿Cómo sin muchas
reglas y lecciones de Santos Padres se podrá entender la oscura locucion
de los profetas? Pues sin ser perito en la música ¿cómo se entenderán
aquellas proporciones musicales y sus primores que hay en tantos
lugares, especialmente en aquellas peticiones que hizo á Dios Abrahan
por las ciudades, de que si perdonaria habiendo cincuenta justos? y de
este número bajó á cuarenta y cinco que es sesquinona, y es de mi á
re; de aquí á cuarenta, es sesquioctava, y es como de re á mi;
de aquí á treinta, que es sesquitercia, que es la del diatessaron;
de aquí á veinte, que es la proporcion sesquialtera, que es la del
diapente; de aquí á diez que es la dupla, que es el diapason; y como
no hay mas proporciones armónicas, no pasó de ahí. Pues ¿cómo se podia
entender esto sin la música? Allá en el libro de Job le dice Dios:
Nunquid conjungere valebis micantes stellas pleyades, aut gyrum Areturi
poteris dissipare? Nunquid producis Luciferum in tempore suo, &.
Vesperum su{357}per filios Terce consurgere facis? Cuyos términos, sin
noticia de astrología, será imposible entender. Y no solo estas nobles
ciencias, pero no hay arte mecánica que no se mencione. Y en fin, como
el libro que comprende tonos los libros, y la ciencia en que se incluyen
todas las ciencias, para cuya inteligencia todas sirven; y despues de
saberlas todas (que ya se ve que no es fácil, ni aun posible) pide otra
circunstancia mas que todo lo dicho, que es una continua oracion y
pureza de vida, para impetrar de Dios aquella purgacion de ánimo é
ilustracion de mente que es menester para la inteligencia de cosas tan
altas; y si esto falta, de nada sirve lo demas.
Del Angélico Doctor Santo Tomas dice la Iglesia estas palabras: In
difficultatibus locorum Sacrae Scripturœ ad orationem jejunium
adhibebat. Quin etiam sodali suo Fratri Reginaldo dicere solebat,
quidquid sciret, non tam studio, aut labore suo peperisse, quam
divinitus traditum accepisse. Pues yo tan distante de la virtud y las
letras ¿cómo habia de tener ánimo para escribir? Y así por tener algunos
principios grangeados, estudiaba continuamente diversas cosas, sin tener
para alguna particular inclinacion, sino para todas en general; por lo
cual el haber estudiado en unas mas que en otras, no ha sido en mi
eleccion, sino que el acaso de haber topado mas á mano libros de
aquellas facultades, les ha dado (sin arbitrio mio) la preferencia; y
como no tenia interes que me moviese, ni límite de{358} tiempo que me
estrechase el continuado estudio de una cosa, por la necesidad de los
grados, casi á un tiempo estudiaba diversas cosas, ó dejaba unas por
otras; bien que en eso observaba órden, porque á unas llamaba estudio y
á otras diversion; y en estas descansaba de las otras; de donde se sigue
que he estudiado muchas cosas y nada sé, porque las unas han embarazado
á las otras. Es verdad que esto digo de la parte práctica en las que la
tienen, porque claro está que miéntras se mueve la pluma, descansa el
compas, y miéntras se toca el arpa sosiega el órgano, &. sic de
cœteris: porque como es menester mucho uso corporal para adquirir
hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios
ejercicios; pero en lo formal y especulativo sucede lo contrario, y
quisiera yo persuadir á todos con mi esperiencia, á que no solo no
estorban, pero se ayudan, dando luz y abriendo camino las unas para las
otras, por variados y ocultos engaces que para esta cadena universal les
puso la sabiduría de su Autor; de manera que parece se corresponden y
están unidas con admirable trabazon y concierto. Es la cadena que
siguieron los antiguos, que salia de la boca de Júpiter, de donde
pendian todas las cosas eslabonadas unas con otras. Así lo demuestra el
R. P. Atanasio Quirquerio en su curioso libro de Magnete. Todas las
cosas salen de Dios, que es el centro á un tiempo y la circunferencia de
donde salen y donde paran todas las líneas criadas.{359}
Yo de mí puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor de una
facultad, lo suelo entender en otro de otra que parece muy distante; y
esos propios, al esplicarse, abren ejemplos metafóricos de otras artes;
como cuando dicen los lógicos que el medio se ha con los términos, como
se ha una medida con dos cuerpos distantes, para conferir si son iguales
ó no; y que la oracion del lógico anda como la línea recta por el camino
mas breve, y la del retórico se mueve como la curva por el mas largo,
pero van á un mismo punto los dos. Y cuando dicen que los expositores
son como la mano abierta y los escolásticos como el puño cerrado; y así
no es disculpa, ni por tal la doy, el haber estudiado diversas cosas,
pues estas ántes se ayudan; sino que el no haber aprovechado ha sido
ineptitud mia y debilidad de mi entendimiento, no culpa de la variedad;
lo que si pudiera ser descargo mio, es el sumo trabajo, no en carecer de
maestros, sino de condiscípulos con quienes conferir y ejercitar lo
estudiado, teniendo solo por maestro un libro mudo, por condiscípulo un
tintero insensible; y en vez de explicacion y ejercicio, muchos
estorbos, no solo los de mis religiosas obligaciones (que estas ya se
sabe cuan útil y provechosamente gastan el tiempo) sino de aquellas
cosas accesorias de una comunidad, como estar yo leyendo, y antojárseles
en la celda vecina tocar y cantar; estar yo estudiando, y pelear dos
criadas y venirme á constituir juez de su pendencia; estar yo
escribiendo,{360} y venir una amiga á visitarme, haciéndome muy mala obra
con muy buena voluntad; de donde es preciso no solo admitir el embarazo,
pero quedar agradecida del perjuicio; y esto es continuamente, porque
como los ratos que destino á mi estudio son los que sobran de lo regular
de la comunidad, esos mismos les sobran á las otras para venirme á
estorbar; y solo saben cuanta verdad es esta los que tienen esperiencia
de la vida comun, donde solo la fuerza de la vocacion puede hacer que mi
natural esté gustoso, y el mucho amor que hay entre mí y mis amadas
hermanas, que como el amor es union, no hay para él estremos distantes.
En esto sí confieso que ha sido inesplicable mi trabajo, y así no puedo
decir lo que con envidia oigo á otros, que no les ha costado afan el
saber: ¡dichosos ellos! A mí no el saber (que aun no sé) solo el desear
saber, me le ha costado tan grande que pudiera decir con mi padre San
Gerónimo (aunque no con su aprovechamiento:) Quid ibi laboris
insumserim: quid sustinuerim difficultatis: quoties desperaverim:
quotiesque cessaverim, &. contentione dicendi rursus incœperim; testis
est conscientia tan mea, qui passus sum, quam corum, qui mecum duxerunt
vitam. Ménos los compañeros y testigos (que aun de ese alivio he
carecido), lo demas bien puedo asegurar con verdad. Y ¡qué haya sido tal
esta mi negra inclinacion, que todo lo haya vencido!
Solia sucederme que como, entre otros be{361}neficios, debo á Dios un
natural tan blando y tan afable, y las religiosas me aman mucho por él
(sin reparar, como buenas, en mis faltas) y con esto gustan mucho de mi
compañía; conociendo esto y movida del grande amor que las tengo, con
mayor motivo que ellas á mi, gusto mas de la suya; así me solia ir, los
ratos que á unas y á otras nos sobraban á consolarlas y recrearme con su
conversacion. Reparé que este tiempo hacia falta á mi estudio, y hacia
voto de no entrar en celda alguna, si no me obligase á ello la
obediencia ó la caridad; porque sin este freno tan duro, al de solo
propósito le rompiera el amor; y este voto (conociendo mi fragilidad) le
hacia por un mes ó por quince dias; y dando, cuando se cumplia, un dia ó
dos de treguas, lo volvia á renovar, sirviendo este dia no tanto á mi
descanso (pues nunca lo ha sido para mí el no estudiar) cuanto á que no
me tuviesen por áspera, retirada é ingrata al no merecido cariño de mis
carísimas hermanas.
Bien se deja en esto conocer cual es la fuerza de mi inclinacion.
Bendito sea Dios, que quiso fuese hácia las letras, y no hácia otro
vicio, que fuera en mí casi insuperable; y bien se infiere tambien cuan
contra la corriente han navegado (ó por mejor decir, han naufragado) mis
pobres estudios. Pues aun falta por referir lo mas arduo de las
dificultades, que las de hasta aquí solo han sido estorbos obligatorios
y casuales, que indirectamente lo son; y faltan los positivos que
directamente{362} han tirado á estorbar y prohibir el ejercicio. ¿Quién no
creerá, viendo tan generales aplausos, que he navegado viento en popa y
mar en leche, sobre las palmas de las aclamaciones comunes? Pues Dios
sabe que no ha sido muy así; porque entre las flores de esas mismas
aclamaciones se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones
y persecuciones, cuantas no podré contar; y los que mas nocivos y
sensibles me han sido, no son aquellos que con declarado odio y
malevolencia me han perseguido, sino los que amándome y deseando mi bien
(y por ventura mereciendo mucho con Dios por la buena intencion) me han
mortificado y atormentado más que los otros con aquel: No conviene á la
santa ignorancia, que deben, este estudio; se ha de perder, se ha de
desvanecer en tanta altura con su mesma perspicacia y agudeza. ¿Qué me
habrá costado resistir esto? ¡Rara especie de martirio, donde yo era el
mártir y me era el verdugo! Pues por la (en mi dos veces infeliz)
habilidad de hacer versos, aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no
me han dado? O ¿cuáles no me han dejado de dar? Cierto, señora mia, que
algunas veces me pongo á considerar, que el que se señala, ó le señala
Dios, que es quien solo lo puede hacer, es recibido como enemigo comun,
porque parece á algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen ó que
hace estanque de las admiraciones á que aspiraban, y así le persiguen.
Aquella ley políticamente bárbara de{363} Aténas, por la cual salia
desterrado de su república el que se señalaba en prendas y virtudes,
porque no tiranizase con ellas la libertad pública, todavía dura,
todavía se observa en nuestros tiempos, aunque no hay ya aquel motivo de
los atenienses; pero hay otro no ménos eficaz, aunque no tan bien
fundado, pues parece máxima del impío Maquiavelo, que es, aborrecer al
que se señala, porque desluce á otros. Así sucede, y así sucedió
siempre.
Y si no ¿cuál fué la causa de aquel rabioso odio de los Fariseos contra
Cristo, habiendo tantas razones para lo contrario? Porque si miramos su
presencia, ¿cuál prenda mas amable que aquella divina hermosura? ¿cuál
mas poderosa para arrebatar los corazones? Si cualquiera belleza humana
tiene jurisdiccion sobre los albedríos, y con blanda y apetecida
violencia los sabe sugetar, ¿qué haria aquella con tantas prerogativas y
dotes soberanos? ¿Qué haria? ¿qué moveria? Y ¿qué no moveria aquello
incomprensible beldad, por cuyo hermoso rostro, como por un terso
cristal, se estaban trasparentando los rayos de la Divinidad? ¿Qué no
moveria aquel semblante, que sobre incomparables perfecciones en lo
humano, señalaba iluminaciones de divino? Si el de Moises, de solo la
conversacion con Dios, era intolerable á la flaqueza de la vista humana,
¿qué seria el del mismo Dios humanado? Pues si vamos á las demas
prendas, ¿cuál mas amable que aquella celestial modestia, que aquella
suavidad y blandura derramando miseri{364}cordias en todos sus movimientos?
¿Aquella profunda humildad y mansedumbre? ¿Aquellas palabras de vida
eterna y eterna sabiduría? Pues ¿cómo es posible que esto no les
arrebatara las almas, que no fuesen enamorados y elevados tras él? Dice
la Santa Madre, y madre mia Teresa, que despues que vió la hermosura de
Cristo, quedó libre de poderse inclinar á criatura alguna, porque
ninguna cosa veia que no fuese fealdad, comparada con aquella hermosura.
Pues ¿Cómo en los hombres hizo tan contrario efecto? Y ya que como
toscos y viles no tuvieran conocimiento ni estimacion de sus
perfecciones, siquiera como interesables ¿no les moviera sus propias
conveniencias y utilidades en tantos beneficios como les hacia, sanando
los enfermos, resucitando los muertos, curando los endemoniados? Pues
¿cómo no le amaban? ¡Ay Dios, que por eso mismo le aborrecian! Así lo
testificaron ellos mismos.
Júntanse en su concilio y dicen: Quid facimus, quia hic homo multa
signa facit? (Juan. cap. 11. v. 47.) ¿Hay tal causa? Si dijeran: Este
es un malhechor, un transgresor de la ley, un alborotador, que con
engaños alborota al pueblo, mintieran, como mintieron cuando lo decian;
pero eran causales mas congruentes á lo que solicitaban, que era
quitarle la vida; mas dar por causal que hace cosas señaladas, no parece
de hombres doctos, cuales eran los Fariseos. Pues así es que cuando se
apasionan los hombres doctos prorumpen en semejantes inconsecuencias. En
verdad, que{365} solo por eso salió determinado que Cristo muriese. Hombres
si es que así se os puede llamar, siendo tan brutos, ¿porqué es esa tan
cruel determinacion? No responden más, sino que multa signa facit.
¡Válgame Dios! que el hacer cosas señaladas ¿es causa para que uno
muera? Haciendo reclamo, á este: multa signa facit; á aquel: O radix
lesse, qui stas in signum populorum; y al otro: In signum cui
contradicetur. (Isai. Cap. 11. v. 10.Luc. Cap. 2. v. 43.) ¿Por
signo? Pues muera. ¿Señalado? Pues padezca, que ese es el premio de
quien se señala. Suelen en la eminencia de los templos colocarse por
adorno unas figuras de los vientos y de la fama, y por defenderlas de
las aves, las llenan todas de puas; defensa parece, y no es sino
propiedad forzada: no puede estar sin puas que la puncen quien está en
alto: allí está la ojeriza del ave, allí el rigor de los elementos, allí
despican la cólera los rayos, allí es el blanco de las piedras y
flechas: ¡Oh infeliz altura, espuesta á tantos riesgos! ¡Oh signo que te
ponen por blanco de la envidia y por objeto de la contradicion!
Cualquiera eminencia, ya sea de dignidad, ya de nobleza, ya de riqueza,
ya de hermosura, ya de ciencia, padece esta pension; pero la que con mas
rigor experimenta es la del entendimiento, lo primero porque es el mas
indefenso, pues la riqúeza y el poder castigan á quien se les atreve, y
el entendimiento no, pues miéntras mayor es, es mas modesto y sufrido, y
se defiende menos. Lo segundo es porque, como lo{366} dijo doctamente
Gracian, las ventajas del entendimiento, lo son en el ser. No por otra
razon es el ángel mas que el hombre, que porque entiende mas; no es otro
el exceso que el hombre hace al bruto, sino solo entender; y así como
ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro
entiende mas, porque es consecuencia del ser mas. Sufrirá uno y
confesará que otro es mas noble que él, que es mas rico, que es mas
hermoso, y aun que es mas docto; pero que es mas entendido, apénas habrá
quien lo confiese: Rarus est, qui velit cedere ingenio. Por eso es tan
eficaz la batería contra esta prenda.
Cuando los soldados hicieron burla, entretenimiento y diversion de
nuestro Señor Jecristo, trajeron una púrpura vieja y una caña hueca y
una corona de espinas para coronarle por rey de burlas. Pues ahora, la
caña y la pùrpura eran afrentosas, pero no dolorosas; pues ¿por qué solo
la corona es dolorosa? ¿No basta que, como las demas insignias, fuese de
escarnio é ignomia, pues ese era el fin? No, porque la sagrada cabeza de
Cristo, y aquel divino cerebro, eran depósito de sabiduría; y cerebro
sabio en el mundo, no basta que esté escarnecido, ha de estar tambien
lastimado y maltratado; cabeza que es erario de sabiduría, no espere
otra corona que de espinas. ¿Cuál guirnalda espera la sabiduría humana,
si ve la que obtuvo la divina? Coronaba la soberbia Roma las diversas
hazañas de sus capitanes tambien con diversas coronas: ya con la cívica{367}
al que defendia al ciudadano, ya con la castrense al que entraba en los
reales enemigos, ya con la mural al que escalaba el muro, ya con la
obsidional al que libraba la ciudad cercada ó el ejército sitiado, ó el
campo en los reales, ya con la naval, ya con la oval, ya con la triunfal
otras hazañas, segun refieren Plinio y Aulo Gelio; mas viendo yo tantas
diferencias de coronas, dudaba de cual especie seria la de Cristo; y me
parece que fué la obsidional, que (como sabeis, señora), era la más
honrosa, y se llamaba obsidional, de obsidio, que quiere decir cerco;
la cual no se hacia de oro ni plata sino de la misma grama ó yerba que
cria el campo en que se hacia la empresa; y como la hazaña de Cristo fué
hacer levantar el cerco al príncipe de las tinieblas, el cual tenia
sitiada toda la tierra, como lo dice en el libro de Job: Circuivi
terram, & ambulavi per eam (Job. cap. 1. v. 7.) Y de él dice San
Pedro: Circuit quœrens, quem devoret; (Ep. Petri, Cap. 5. v. 8), y
vino nuestro caudillo y le hizo levantar el cerco: Nunc Princeps huius
mundi ejicietur foras: así los soldados le coronaron, no con oro ni
plata, sino con el fruto natural que producia el mundo, que fué el campo
de la lid; el cual despues de la maldicion, spinas, & tribulos
germinavit tibi, (Joan Cap. 12, v. 30.Gen. Cap. 3, v. 18.) no
producia otra cosa que espinas; y así fué propísima corona de ellas, en
el valeroso y sabio vencedor, con que le coronó su madre la Sinagoga.
Saliendo á ver el doloroso triunfo,{368} como al del otro Salomon festivas,
á este llorosas las hijas de Sion, porque es triunfo de sabio obtenido
con dolor y celebrado con llanto, que es el modo de triunfar la
sabiduría; siendo Cristo, como rey de ella, quien estrenó la corona,
porque santificada en sus sienes se quite el horror á los otros sabios y
entiendan que no han de aspirar á otro honor.
Quiso la misma vida ir á dar la vida á Lázaro difunto; ignoraban los
discípulos el intento y le replicaron: Rabbi, nune quærebant te Judæi
lapidare: & iterum vadis illuc? (Joan, Cap. 1, v. 8.) Satisfizo el
Redentor el temor: Nonne duodecim sunt horæ diei? Hasta aquí parece
que temian, porque tenian el antecedente de quererle apedrear, porque
les habia reprendido, llamándoles ladrones y no pastores de las ovejas.
Y así temian que si iba á lo mesmo [como las reprensiones, aunque sean
justas, suelen ser mal reconocidas] corriese peligro su vida; pero ya
desengañados, y enterados de que va á dar vida á Lázaro, ¿cuál es la
razon que pudo mover á Tomas para que tomando aquí los alientos, que en
el Huerto Pedro: (Eamus & nos ut moriamur cum eo?) ¿Qué dices, Apóstol
santo? á morir no va el Señor ¿de qué es el recelo? Porque á lo que
Cristo va, no es á reprender, sino á hacer una obra de piedad, y por
esto no le pueden hacer mal. Los mismos judios os podian haber
asegurado, pues cuando los reconvino, queriéndole apedrear: Multa bona
opera ostendi robis ese Patre meo, propter quod{369} eorum opus me
lapidastis? le respondieron: De bono opere non lapidamus te, sed de
blasphemia (Joan c. 10, v. 32. 33.) Pues si ellos dicen que no le
quieren apedrear por las buenas obras, y ahora va á hacer una tan buena,
como dar vida á Lázaro, ¿de qué es el recelo? ó por qué? ¿No fuera mejor
decir: Vamos á gozar el fruto del agradecimiento de la buena obra que va
á hacer nuestro Maestro? ¿á verle aplaudir y rendir gracias al
beneficio? ¿á ver las admiraciones que hacen del milagro? Y no decir, al
parecer, una cosa tan fuera del caso, como es: Eamus cum eo. Mas ¡ay!
que el Santo temió como discreto y habló como apóstol. ¿No va Cristo á
hacer un milagro? Pues ¿qué mayor peligro? Ménos intolerable es para la
soberbia oir las reprensiones, que para la envidia ver los milagros. En
todo lo dicho, venerable señora, no quiero (ni tal desatino cupiera en
mí) decir que me han perseguido por saber, sino solo porque he tenido
amor á la sabiduría y á las letras, no porque haya conseguido ni uno ni
otro.
Hallábase el Príncipe de los apóstoles en un tiempo tan distante de la
sabiduría, como pondera aquel enfático Petrus vero sequebatur eum á
longe. Tan léjos de los aplausos de docto, quien tenia el título de
indiscreto: Nesciens quid diceret. Y aun examinado del conocimiento de
la sabiduría, dijo él mesmo que no habia alcanzado la menor noticia:
Mulier nescio quid dicis: mulier, non novi illum. Y ¿qué les sucede?
Que teniendo estos créditos de{370} ignorante, no tuvo la fortuna, si las
aflicciones de sabio. ¿Por qué? No se dió otra causal sino: Et hic cum
illo erat. Era afecto á la sabiduría, llevábale el corazon, andábase
tras ella, preciábase de seguidor y amoroso de la sabiduría; y aunque
era tan longé que no le comprendia ni alcanzaba, bastó para incurrir
en sus tormentos. Ni faltó soldado de fuera que no le afligiese, ni
mujer doméstica que no le aquejase. Yo confieso que me hallo muy
distante de los términos de la sabiduría y que la he dejado seguir,
aunque á longé; pero todo ha sido acercarme mas al fuego de la
perfeccion, al crisol del tormento; y ha sido con tal estremo, que han
llegado á solicitar que se me prohiba el estudio.
Una vez lo consiguieron con una prelada muy santa y muy cándida, que
creyó que el estudio era cosa de inquisicion, y me mandó que no
estudiase. Yo la obedecí [unos tres meses que duró el poder ella mandar]
en cuanto á no tomar libro, que en cuanto á no estudiar absolutamente,
como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque aunque no
estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió,
sirviéndome ellas de letras, y de libro toda la máquina universal. Nada
veia sin reflexa, nada oia sin consideracion, aun en las cosas mas
menudas y materiales; porque como no hay criatura, por baja que sea, en
que no se conozca el me fecit Deus, no hay alguna que no pasme el
entendimiento, si se considera como se debe. Así yo [vuelvo{371} á decir]
las miraba y admiraba todas; de tal manera que de las mismas personas
con quienes hablaba, y de lo que me decian, me estaban resultando mil
consideraciones: ¿de dónde emanaria aquella variedad de genios é
ingenios, siendo todos de una especie? ¿Cuáles serian los temperamentos
y ocultas cualidades que lo ocasionaban? Si veia una figura, estaba
combinando la proporcion de sus líneas, y midiéndola con el
entendimiento, y reduciéndola á otras diferentes. Paseábame algunas
veces en el testero de un dormitorio nuestro [que es una pieza muy
capaz] y estaba observando que siendo las líneas de sus dos lados
paralelas y su techo á nivel, la vista fingia que sus líneas se
inclinaban una á otra, y que su techo estaba mas bajo en lo distante que
en lo próximo; de donde inferia que las líneas visuales corren rectas,
pero no paralelas, sino que van á formar una figura piramidal. Y
discurria ¿si seria esta la razon que obligò á los antiguos á dudar si
el mundo era esférico ó no? Porque aunque lo parece, podia ser engaño de
la vista, demostrando concavidades donde pudiera no haberlas.
Este modo de reparos en todo me sucedia y sucede siempre, sin tener yo
arbitrio en ello, que ántes me suelo enfadar, porque me cansa la cabeza;
y yo creia que á todos les sucedia esto mismo, y el hacer versos, hasta
que la esperiencia me ha mostrado lo contrario; y es de tal manera esta
naturaleza ó costumbre, que nada veo sin segunda considera{372}cion. Estaban
en mi presencia dos niñas jugando con un trompo, y apénas yo ví el
movimiento y la figura, cuando empecé con esta mi locura á considerar el
fácil motu de la forma esférica; y como duraba el impulso, ya impreso é
independiente de su causa, pues distante la mano de la niña, que era la
causa motiva, bailaba el trompillo; y no contenta con esto hice traer
harina y cernerla, para que en bailando el trompo encima se conociese si
eran círculos perfectos ó no los que describia con su movimiento; y
hallé que no eran sino unas líneas espirales que iban perdiendo lo
circular cuando se iba remitiendo el impulso. Jugaban otras los
alfileres [que es el mas frívolo juego que usa la puerilidad] y yo me
llegaba á contemplar las figuras que formaban; y viendo que acaso se
ponian tres en triángulo, me ponia á enlazar uno en otro, acordándome de
que aquella era la figura que dicen tenia el misterioso anillo de
Salomon, en que habia unas lejanas luces y representaciones de la
Santísima Trinidad, en virtud de lo cual obraba tantos prodigios y
maravillas; y la misma que dicen tuvo el arpa de David, y que por eso
sanaba Saul á su sonido; y casi la misma conservan las arpas en nuestros
tiempos.
Pues ¿qué os pudiera contar, señora, de los secretos naturales que he
descubierto estando guisando? Ver que un huevo se une y frie en la
manteca ó aceite; y por contrario se despedaza en el almíbar; ver que
para que el azúcar se conserve fluido, basta echarle un{373} muy mínima
parte de agua, en que haya estado membrillo ú otra fruta agria; ver que
la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos
que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí, y juntas no. Por no
cansaros con tales frialdades, que solo refiero por daros entera noticia
de mi natural, y creo que os causarán risa... Pero, señora, ¿qué podemos
saber las mujeres, sino filosofías de cocina? Bien dijo Supercio
Leonardo: Que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo
decir, viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho mas
hubiera escrito. Y prosiguiendo en mi modo de cogitaciones, digo, que
esto es tan continuo en mí, que no necesito de libros; y en una ocasion
que por un grave accidente de estómago me prohibieron los médicos el
estudio, pasé así algunos dias; y luego les propuse que era ménos dañoso
el concedérmelos, porque eran tan fuertes y vehementes mis cogitaciones,
que consumian mas espíritus en un cuarto de hora, que el estudio de los
libros en cuatro dias; y así se redujeron á concederme que leyese; y
mas, señora mia, que ni aun el sueño se libró de este continuo
movimiento de mi imaginativa, ántes suele obrar en él mas libre y
desembarazada, confiriendo con mayor claridad y sosiego las especies que
ha conservado del dia; arguyendo, haciendo versos, de que os pudiera
hacer un catálogo muy grande, y de algunas razones y delgadezas que he
alcanzado dormida mejor que despierta; y las dejo por{374} no cansaros, pues
basta lo dicho para que vuestra discrecion y trascendencia penetre y se
entere perfectamente en toda mi natural, y del principio, medios y
estado de mis estudios.
Si estos, señora, fueran méritos (como los veo por tales celebrar en los
hombres) no lo hubieran sido en mí, porque obra necesariamente; si son
culpa, por la misma razon creo que no la he tenido; mas con todo, vivo
siempre tan desconfiada de mí, que ni en esto ni en otra cosa me fio de
mi juicio; y así remito la decision á ese soberano talento, somefiéndome
luego á lo que sentenciare, sin contradiccion ni repugnancia, pues este
no ha sido mas de una simple narracion de mi inclinacion á las letras.
Confieso tambien que con ser esto verdad tal, que (como he dicho) no
necesitaba de ejemplares, con todo, no me han dejado de ayudar los
muchos que he leido, así en divinas como en humanas letras. Porque veo á
una Débora dando leyes, así en lo militar como en lo político, y
gobernando el pueblo donde habia tantos varones doctos. Veo una
sapientísima reina de Sabá, tan docta que se atreve á tentar con enigmas
la sabiduría del mayor de los sabios, sin ser por ello reprendida; ántes
por ello será juez de los incrédulos. Veo tantas y tan insignes mujeres;
unas adornadas del don de profecía, como una Abigail; otras de
persuacion, como Ester; otras de piedad, como Raab; otras de
perseverancia, como Ana, madre de Samuel, y otras infinitas en otras
especies de prendas y virtudes.{375}
Si revuelvo á los gentiles, lo primero que encuentro es con las Sibilas,
elegidas de Dios para profetizar los principales misterios de nuestra
fe, y en tan doctos y elegantes versos, que suspenden la admiracion. Veo
adorar por diosa de las ciencias á una mujer como Minerva, hija del
primer Júpiter y maestra de toda la sabiduría de Aténas. Veo una Bola
Argentaria que ayudó á Lucano, su marido, á escribir la gran batalla de
Farsalia. Veo á la hija del divino Tiresias mas docta que su padre. Veo
á una Cenobia, reina de los palmirenos, tan sabia como valerosa; á un
Agete, hija de Arístipo, doctísima; á Nicóstrata, inventora de las
letras latinas y eruditísima en las griegas; á una Aspasia Milesia que
enseñó filosofía y retórica, y fué maestra del filósofo Perícles; á una
Hipasía que enseñó astrología, y leyó mucho tiempo en Alejandría; á una
Leoncia, griega, que escribió contra el filósofo Teofrasto y le
convenció; á una Jucia, á una Corina, á una Cornelia; y en fin, á toda
la gran turba de las que merecieron nombre ya de griegos, ya de musas,
ya de pitonisas; pues todas no fueron mas que mujeres doctas, tenidas y
celebradas, y tambien veneradas de la antigüedad por tales. Sin otras
infinitas de que están los libros llenos, pues veo aquella egipciaca
Catarina, leyendo y convenciendo todas las sabidurías de los sabios de
Egipto; veo una Gertrúdis leer, escribir y enseñar; y para no buscar
ejemplos fuera de casa, veo una santísima madre mia Paula, docta en las{376}
lenguas hebrea, griega y latina, y aptísima para interpretar las
Escrituras. Y ¿qué mas? que siendo su coronista un máximo Gerónimo,
apénas se hallaba el Santo digno de serlo, pues con aquella viva
ponderacion y enérgica eficacia con que sabe esplicarse dice: Si todos
los miembros de mi cuerpo fuesen lenguas, no bastarian á publicar la
sabiduría y virtud de Paula. Las mesmas alabanzas le mereció Blesilla,
viuda, y las mismas la esclarecida vírgen Eustoquia, hijas ambas de la
misma Santa; y la segunda tal, que por su ciencia era llamada Prodigio
del mundo. Faviola, romana, fué tambien doctísima en la Sagrada
Escritura. Proba Falconia, mujer romana, escribiò un elegante libro con
centones de Virgilio, de los misterios de nuestra Santa fe. Nuestra
reina doña Isabel, mujer del décimo Alfonso, es corriente que escribió
de astrología. Sin otras que omito por no trasladar lo que otros han
dicho (que es vicio que siempre he abominado), pues en nuestros tiempos
está floreciendo la gran Cristina Alejandra, reina de Suecia, tan docta
como valerosa y magnánima, y las Exmas. señoras duquesa de Abeiro y
condesa de Villa-umbrosa.
El venerable doctor Arce (digno profesor de Escritura por su virtud y
letras) en su estudio Bibliorum excita esta cuestion: An liceat
fœminis sacrorum Bibliorum studio incumbere? eaque interpretari? Y trae
por la parte contraria muchas sentencias de Santos en especial aquello
del Apóstol: Mulieres in Eclesijs ta{377}ceant, non enim permittitur eis
loqui, &. (1. ad Cor, cap. 14. v. 344, cap. 2. v. 3. ad Titum.) Trae
despues otras sentencias, y del mismo Apóstol aquel lugar ad Titum:
Anus similiter in habitu sancto bené docentes, con interpretaciones de
los Santos Padres; y al fin resuelve con su prudencia, y el leer
publicamente en las cátedras y predicar en los púlpitos, no es lícito en
las mujeres; pero que el estudiar, escribir y enseñar privadamente, no
solo les es lícito, pero muy provechoso y útil: claro está que esto no
se debe entender con todas, sino con aquellas á quienes hubiere Dios
dotado de especial virtud y prudencia, y que fueren muy provectas y
eruditas, y tuvieren el talento y requisitos necesarios para tan sagrado
empleo; y esto es tan justo, que no solo á las mujeres (que por tan
ineptas están tenidas) sino á los hombres (que con solo serlo piensan
que son sabios) se habia de prohibir la interpretacion de las Sagradas
Letras, en no siendo muy doctas y virtuosas, y de ingenios dóciles y
bien inclinados; porque de lo contrario, creo yo, que han salido tantos
sectarios, y que ha sido la raiz de tantas heregías; porque hay muchos
que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos
arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la ley (que es
quien las rehusa); y así, hasta que por decir lo que nadie ha dicho
dicen una heregía, no están contentos. De estos dice el Espíritu Santo;
In malevolam animan non introibit sapientia. A estos{378} mas daño les
hace el saber, que les hiciera el ignorar. Dijo un discreto: Que no es
necio entero el que no sabe, latin; pero el que lo sabe, está
calificado. Y añado yo, que le perfecciona (si es perfeccion la
necedad) el haber estudiado su poco de filosofía y teología, y el tener
alguna noticia de lenguas, que con eso es necio en muchas ciencias y
lenguas; porque un necio grande no cabe en solo la lengua materna.
A estos vuelvo á decir, hace daño el estudiar, porque es poner espada en
manos del furioso; que siendo instrumento nobilísimo para la defensa, en
sus manos es muerte suya y de muchos. Tales fueron las divinas letras en
poder del malvado Pelagio y del protervo Arrio, del malvado Lutero y de
los demas heresiarcas, como lo fué nuestro doctor (nunca fué nuestro ni
doctor) Cazalla; á los cuales hizo daño la sabiduría, porque aunque es
el mejor alimento y vida del alma, á la manera que en el estómago mal
acomplexionado y de viciado calor, miéntras mejores son los alimentos
que recibe, más áridos, fermentados y perversos son los humores que
cria; así estos malévolos, miéntras mas estudian peores opiniones
engendran; obstrúyeseles el entendimiento con lo mismo que habia de
alimentarle, y es que estudian mucho y digieren poco, sin proporcionarse
al vaso limitado de sus entendimientos. A esto dice el Apóstol: Dico
enim per gratiam, quæ data est mihi, omnibus, qui sunt inter vos: Non
plus sapere, quam oportet sapere, sed{379} sapere ad sobrietatem, unicuique
sicut Deus divisit mensuram fidei. (Ad Rom. Cap. 12, v. 3). Y en
verdad, no lo dijo el Apóstol á las mujeres sino á los hombres; y que no
es solo para ellos el taceant, sino es para todos los que no fueren
muy aptos. Querer yo saber tanto ó mas que Aristóteles ó que San
Agustin, si no tengo la aptitud de San Agustin ó de Aristóteles (aunque
estudie mas que los dos), no solo no lo conseguiré sino que debilitaré y
entorpeceré la operacion de mi flaco entendimiento, con la desproporcion
del objeto.
¡Oh, si todos (y yo la primera, que soy una ignorante) nos tomásemos la
medida del talento ántes de estudiar [y lo peor es, de escribir] con
ambiciosa codicia de igualar, y aun de exceder á otros, qué poco ánimo
nos quedara y de cuántos errores nos escusáramos, y cuántas torcidas
inteligencias que andan por ahí no anduvieran! Y pongo las mias en
primer lugar, pues si conociera, como debo, esto mismo no escribiera; y
protesto que solo lo hago por obedeceros, con tanto recelo, que me
debeis mas en tomar la pluma con este temor, que me debiérades si os
remitiera mas perfectas obras. Pero bien que va á vuestra correccion:
borradlo, rompedlo y reprendedme, que eso apreciaré yo mas que todo
cuanto vano aplauso me pueden otros dar: Corripiet me justus in
misericordia, & increpabit: oleum autem peccatoris non impinguet caput
meum. (Ps. 140, v. 5.)
Y volviendo á nuestro Arce, digo que trae,{380} en confirmacion de su
sentir, aquellas palabras de mi padre San Gerónimo, ad Lætam de
institutione filiæ, donde dice: Adhut tenera lingua Psalmis dulcibus
imbuatur. Ipsa nomina per quæ consuescit paulatim verba contexere, non
sint fortuita, sed certa, & conservata de industria, Prophetarum
videlicet, atque Apostulorum, & omnis ab Adam Patriarcharum series, de
Mathæo, Lucaque descendat, ut dum aliud agit, futuræ memoriæ præparetur.
Reddat tibi pensum quotidie de Scripturorum floribus carptum. (Ep.
7.) Pues si así queria el Santo que se educase una niña que apénas
empezaba á hablar, ¿Qué querrá en sus monjas y en sus hijas
espirituales? Bien se conoce en las referidas Eustoquia y Fabiola y en
Marcela, su hermana, Pacátula y otras, á quienes el Santo honra en sus
Epístolas exhortándolas á este sagrado ejercicio; como se conoce en la
citada epístola donde noté yo aquel Reddat tibi pensum, que es reclamo
y concordante del Bené docentes de San Pablo; pues el Reddat tibi de
mi gran padre da á entender, que la maestra de la niña ha de ser la
misma Leta su madre.
¡Oh cuántòs daños se escusaran en nuestra república, si las ancianas
fueran doctas como Leta, y que supieran enseñar como manda San Pablo y
mi padre San Gerónimo! Y no que por defecto de esto y la suma flojedad
en que han dado en dejar á las pobres mujeres, si algunos padres desean
doctrinar mas de lo ordinario á sus hijas, les fuerza la ne{381}cesidad y
falta de ancianas sabias á llevar maestros hombres á enseñar á leer,
escribir y contar, á tocar y otras habilidades, de que no pocos daños
resultan, como se experimentan cada dia en lastimosos ejemplos de
desiguales consorcios; porque con la inmediacion del trato y la
comunicacion del tiempo, suele hacerse fácil lo que no se pensó ser
posible. Por lo cual muchos quieren mas dejar bárbaras é incultas á sus
hijas, que no exponerlas á tan notorio peligro, como la familiaridad con
los hombres, lo cual se escusara si hubiera ancianas doctas, como quiere
San Pablo, y de unas en otras fuese subcediendo el magisterio, como
sucede en el de hacer labores, y lo demas que es costumbre. Porque ¿qué
inconveniente tiene que una mujer anciana, docta en letras y de santa
conversacion y costumbres tuviese á su cargo la educacion de las
doncellas? Y no que estas, ó se pierden por falta de doctrina, ó por
querérsela aplicar por tan peligrosos medios, cuales son los maestros
hombres, que cuando no hubiera mas riesgo que la indecencia de sentarse
al lado de una mujer verecunda (que aun se sonrosea de que la mire á la
cara su propio padre) un hombre tan estraño, á tratarla con casera
familiaridad, y á tratarla con magistral llaneza; el pudor del trato con
los hombres y de su conversacion, basta para que no se permitiese. Y no
hallo yo que este modo de enseñar de hombres á mujeres pueda ser sin
peligro, si no es en el severo tribunal de un confesonario, ó en{382} la
distante decencia de los púlpitos, ó en el remoto conocimiento de los
libros; pero no en el manoseo de la inmediacion. Y todos conocen que
esto es verdad, y con todo, se permite solo por el defecto de no haber
ancianas sabias; luego es grande daño el no haberlas. Esto debian
considerar las que atados al Mulieres in Ecclesia taceant, blasfeman
de que las mujeres sepan y enseñen, como que no fuera el mismo Apóstol
el que dijo: Bené docentes. Demas de que aquella prohibicion cayó
sobre lo historial que refiere Eusebio, y es que en la Iglesia primitiva
se ponian las mujeres á enseñar las doctrinas unas á otras en los
templos, y este rumor confundia cuando predicaban los apóstoles; y por
eso no se les mandó callar, como ahora sucede, que miéntras predica el
predicador no se reza en alta voz.
No hay duda de que para la inteligencia de muchos lugares, es menester
mucha historia, costumbres, ceremonias, proverbios y aun maneras de
hablar de aquellos tiempos en que se escribieron, para saber qué caen y
á qué aluden algunas locuciones de las divinas Letras: Seindite corda
vestra, & non vestimenta vestra. (Joel, Cap. 2, v. 13.) ¿No es
alusion á la ceremonia que tenian los hebreos de rasgar los vestidos en
señal de dolor, como lo hizo el mal pontífice cuando dijo que Cristo
habia blasfemado? Muchos lugares del Apóstol sobre el socorro da las
viudas, ¿no miraban tambien á las costumbres de aquellos tiempos? Aquel
lugar de la mujer fuerte: Nobilis im{383}partis vir eius. (Prov. Cap. 31,
v. 23) ¿no alude á la costumbre de estar los tribunales de los jueces
en las puertas de las ciudades? El Dare terram Deo, ¿no significaba
hacer algun voto? ¿Hyemantes, no se llamaban los pecadores públicos,
porque hacian penitencia á cielo abierto, á diferencia de los otros que
la hacian en un portal? Aquella queja de Cristo al fariseo, de la falta
del ósculo y lavatorio de pies, ¿no se fundó en la costumbre que de
hacer estas cosas tenian los judíos? Y otros infinitos lugares, no solo
de las Letras Divinas, sino tambien de las humanas, que se topan á cada
paso, como el adoratem purpuram, que significa obedecer al rey, el
Manumittee eum, que significa dar libertad, aludiendo á la costumbre y
ceremonia de dar una bofetada al esclavo para darle libertad? Aquel
Intonui Cœlum de Virgilio, que alude al agüero de tronar hácia
Occidente, que se tenia por bueno? Aquel Tu nunquam leporem edisti de
Marcial, que no solo tiene el donaire del equívoco en el Leporem, sino
la alusion á la propiedad que decian, tener la libertad? Aquel
proverbio, Maleam legens, quæ sunt domi obliviscere, que alude al gran
promontorio de Laconia? Aquella respuesta de la casta matrona al
pretensor molesto, de por mi no se untarán los quicios ni arderán las
teas, para decir que no queria casarse, aludiendo á la ceremonia de
untar las puertas con manteca y encender las teas nupciales en los
matrimonios, como si ahora dijéramos: Por mí no se gas{384}tarán las arras
ni echará bendiciones el cura. Y así hay tanto comento de Virgilio y
Homero, y de todos los poetas y oradores. Pues fuera de esto, ¿qué
dificultades no se hallan en los lugares sagrados, aun en lo gramatical
de ponerse el plural por singular, de pasar de segunda á tercera
persona, como aquello de los Cantares: Osculetur me osculo oris sui:
quia meliora sunt ubera tua vino? (Cant. 1, Cap. 7, v. 1.) Aquel
poner los adjetivos en genitivo, en vez de acusativo, como, Calicem
salutaris accipiam? Aquel poner el femenino por masculino; y al
contrario, ¿llamar adulterio á cualquier pecado?
Todo esto pide mas leccion de lo que piensan algunos, que de meros
gramáticos; ó cuando mucho con cuatro términos de súmulas quieren
interpretar las Escrituras, y se aferran del Mulieres in Ecclesia
taceant, sin saber cómo se ha de entender. Y de otro lugar, Mulieres
in silentio discat. Siendo este lugar mas en favor que en contra de las
mujeres, pues manda que aprendan; y miéntras aprenden, claro está que es
necesario que callen. Y tambien está escrito: Audi Israel, & tace.
Donde se habla con toda la coleccion de los hombres y mujeres, y á todos
se manda callar; porque quien oye y aprende es mucha razon que atienda y
calle. Y si no yo quisiera que estos intérpretes y expositores de San
Pablo me explicaran cómo entienden aquel lugar, Mulieres in Ecclesia
taceant; porque ó lo han de entender de lo material de los púlpitos y
cátedras,{385} ó de lo formal de la universalidad de los fieles, que es la
Iglesia: si lo entienden de lo primero, que es (en mi sentir) su
verdadero sentido, pues vemos que, con efecto, no se permite en la
Iglesia que las mujeres lean pùblicamente ni prediquen, ¿por qué
reprenden á las que privadamente estudian? Y si lo entienden de lo
segundo y quieren que la prohibicion del Apóstol sea trascendentalmente,
que ni en lo secreto se permita escribir ni estudiar á las mujeres,
¿cómo vemos que la Iglesia ha permitido que escriba una Gertrúdis, una
Teresa, una Brígida, la monja Agreda y otras muchas? Y si me dicen que
estas eran santas, es verdad; pero no obsta á mi argumento: lo
primero, porque la proposicion de San Pablo es absoluta y comprende á
todas las mujeres sin excepcion de santas; pues tambien en su tiempo lo
eran Marta y María, Marcela, María madre de Jacob, y Salomé y otras
muchas que habia en el fervor de la primitiva Iglesia, y no las
exceptúa; y ahora vemos que la Iglesia permite escribir á las mujeres
santas y no santas, pues la Agreda y María de la Antigua no están
canonizadas, y corren sus escritos; y ni cuando Santa Teresa y las demas
escribieron, lo estaban. Luego la prohibicion de San Pablo solo miró á
la publicidad de los púlpitos, pues si el Apóstol prohibiera el
escribir, no lo permitiera la Iglesia. Pues ahora yo no me atrevo á
enseñar, que fuera en mí muy desmedida presuncion, y el escribir mayor
talento que el mio requiere, y muy gran{386}de consideracion. Así lo dice
San Cipriano: Gravi consideratione indigent, quæ scribimus. Lo que
solo he deseado es estudiar para ignorar ménos que (segun San Agustin)
unas cosas se aprenden para hacer y otras para solo saber: Discimus
quædam, ut sciamus; quædam, ut faciamus. Pues ¿en qué ha estado el
delito, si aun lo que es lícito á las mujeres, que es enseñar
escribiendo, no hago yo, porque conozco que no tengo caudal para ello?
Siguiendo el consejo de Quintiliano: Noseat quisque, & non tantum ex
alienis præceptis, sed ex natura sua capiat consilium. Si el crímen
está en la Carta Atenagórica, ¿fué aquella mas que referir sencillamente
mi sentir, con todas las venias que debo á nuestra Santa Madre Iglesia?
Pues si ella con su santísima autoridad no me lo prohibe, ¿por qué me lo
han de prohibir los otros? Llevar una opinion contraria á la de Vieyra
¿fué en mí atrevimiento, y no lo que fué en su paternidad llevarla
contra los tres Santos Padres de la Iglesia? Mi entendimiento tal cual,
¿no es tan libre como el suyo, pues viene de un solaz? ¿Es alguno de los
principios de la Santa Fe revelados su opinion, para que la hayamos de
creer á ojos cerrados? Demas que yo ni falté al decoro que á tanto varon
se debe, como acá ha faltado su defensor, olvidando la sentencia de Tito
Lucio: Artes committatur decor. Ni toqué á la sagrada compañía el pelo
de la ropa, ni escribí mas que para el juicio de quien me insinuó; y
segun Plinio. Non similis est conditio publican{387}tis, & nominatim
dicentis. Que si creyera se habia de publicar, no fuera con tanto
desaliño como fué. Si es (como dice el censor) heretica, ¿por qué no la
delata? y con eso él quedará vengado y yo contenta, que aprecio (como
debo) mas el nombre de católica y obediente hija de mi Santa Madre
Iglesia, que todos los aplausos de docta. Si está bárbara (que en eso
dice bien) ríase, aunque sea con la risa que dicen del conejo; que yo no
le digo que me aplauda, pues como yo fuí libre para disentir de Vieyra,
lo será cualquiera para disentir de mi dictámen.
Pero ¿dónde voy, señora mia? que esto no es de aquí ni para vuestros
oidos, sino que como voy tratando de mis impugnadores, me acordé de las
cláusulas de uno que ha salido ahora, é insensiblemente se deslizó la
pluma á quererle responder en particular, siendo mi intento hablar en
general. Y así volviendo á nuestro Arce, dice que conoció en esta ciudad
dos monjas, la una en el convento de Regina, que tenia el breviario de
tal manera en la memoria, que aplicaba con grandísima prontitud y
propiedad sus versos, salmos y sentencias de homilías de santos en las
conversaciones. La otra en el convento de la Concepcion, tan
acostumbrada a leer las Epístolas de mi padre San Gerónimo y locuciones
del Santo de tal manera, que dice Arce: Hieronymum ipsum Hispané
loquentem audire me existimarem. Y de esta dice que supo, despues de su
muerte, habia traducido dichas Epístolas en{388} romance; y se duele de que
tales talentos no se hubieran empleado en mayores estudios, con
principios científicos, sin decir los nombres de la una ni de la otra,
aunque las trae para confirmacion de su sentencia; que es que no solo es
lícito, pero utilísimo y necesario á las mujeres el estudio de las
sagradas letras; y mucho mas á las monjas, que es lo mismo á que vuestra
discrecion me exhorta, y á que concurren tantas razones.
Pues si vuelvo los ojos á la tan perseguida habilidad de hacer versos,
que en mí es tan natural que aun me violento para que esta carta no lo
sea, y pudiera decir aquello de Quidquid conabar dicere versus erat;
viéndola condenar á tantos tanto y acriminar, he buscado muy de
propósito cuál sea el daño que puedan tener, y no le he hallado; ántes
sí los veo aplaudidos en las bocas de las Sibilas, santificados en las
plumas de los profetas, especialmente de David, de quien dice el gran
espositor y amado padre mio (dando razon de las mensuras de sus metros):
In more Hac, & Pindarum, nunc iambo currit, nunc calico personat, nunc
saphicorum, & nunc semipede ingreditur. Los mas de los Libros Sagrados
están en metro, como el Cántico de Moises; y los de Job (dice San
Isidoro en sus etimologías) que están en verso heróico. En los
Epitalamios los escribió Salomon, en los Threnos Jeremías. Y así dice
Casiodoro: Omnis Poetica locutio á Divinis Scripturis sumpsit
exordium. Pues nuestra Iglesia católica, no so{389}lo no los desdeña, mas
los usa en sus himnos, y recita los de San Ambrosio, Santo Tomas San
Isidoro y otros. San Buenaventura les tuvo tal afecto, que apénas hay
plana suya sin versos. San Pablo bien se ve que los habia estudiado,
pues los cita, y traduce el de Arato: In ipso enim vivimus, & sumus. Y
alega el otro de Parménides Cretenses semper mendaces, malæ bestiæ,
pigri. San Gregorio Nacianceno disputa en alegantes versos las
cuestiones del matrimonio y la de la virginidad. Y ¿qué me causó? La
Reina de la sabiduría y Señora nuestra, con sagrados labios entonó el
Cántico del Magnificat; y habiéndola traido por ejemplar, agravio fuera
traer ejemplos profanos, aunque sean de varones gravísimos y doctísimos,
pues esto sobra para prueba y el ver que aunque como la elegancia hebrea
no se pudo estrechar á la mensura latina, á cuya causa el traductor
sagrado, mas atento á lo importante del sentido, omitió el verso; con
todo, retienen los Psalmos el nombre y divisiones de versos; pues ¿cuál
es el daño que pueden tener ellos en sí? Porque el mal uso, no es culpa
del arte, sino del mal profesor que los vicia, haciendo bellos lazos del
demonio; y esto en todas las facultades y ciencias sucede. Pues si está
el mal en que los use una mujer, ya se ve cuantas los han usado
loablemente; pues ¿en qué está el hacerlo yo? Confieso desde luego mi
ruindad y vileza; pero no juzgo que se habrá visto una copla mia
indecente. Demas que yo nunca he escrito co{390}sa alguna por mi voluntad,
sino por ruegos y preceptos ajenos; de tal manera que no me acuerdo
haber escrito por mi gusto sino un papelillo que llaman Sueño. Esa
carta que vos, señora mia, honrasteis tanto, la escribí con mas
repugnancia que otra cosa; y así porque era de cosas sagradas, á quienes
(como he dicho) tengo reverente temor, como porque parecia querer
impugnar, cosa á que tengo aversion natural; y creo que si pudiera haber
prevenido el dichoso destino á que nacia, pues como á otro Moises la
arrojé expósito á las aguas del Nilo del silencio, donde la halló y
acarició una princesa como vos; creo (vuelvo á decir) que si yo tal
pensara, la ahogara ántes entre las mismas manos en que nacia, de miedo
de que pareciesen á la luz de vuestro saber los torpes borrones de mi
ignorancia; de donde se conoce la grandeza de vuestra bondad, pues está
aplaudiendo vuestra voluntad lo que precisamente ha de estar repugnando
vuestro clarísimo entendimiento. Pero ya que su ventura la arrojó á
vuestras puertas, tan expósita y huérfana que hasta el nombre le
pusisteis vos, pésame que entre mis deformidades llevase tambien los
defectos de la prisa; porque así por la poca salud que continuamente
tengo, como por la sobra de ocupaciones en que me pone la obediencia, y
carecer de quien me ayude á escribir, y estar necesitada á que todo sea
de mi mano; y porque como iba contra mi genio y no queria mas que
cumplir con la palabra á quien no podia desobedecer, no{391} veia la hora de
acabar; y así dejé de poner discursos enteros y muchas pruebas que se me
ofrecian, y las dejé por no escribir mas; que á saber que se habia de
imprimir, no las hubiera dejado, siquiera por dejar satisfechas algunas
objeciones que se han excitado y pudiera remitir. Pero no seré tan
desatenta que ponga tan indecentes objetos á la pureza de vuestros ojos;
pues basta que los ofenda con mis ignorancias sin que los ofenda ajenos
atrevimientos. Si ellos por sí volaren por allá (que son tan livianas
que si harán) me ordenareis lo que debo hacer, que si no es
interviniendo vuestros preceptos, lo que es por mi defensa nunca tomaré
la pluma, porque me parece que no necesita de que otro le responda,
quien en lo mismo que se oculta conoce su error; pues (como dice mi
padre San Gerónimo) Bonus sermo secreta non quaerit. Y San Ambrosio:
Latere criminosae est conscientiae.
Ni yo me tengo por impugnada, pues dice una regla del derecho:
Accusatio non tenetur, si non curat de persona, quae produxerit illam.
Lo que si es de ponderar es, el trabajo que le ha costado el andar
haciendo traslados; ¡rara demencia! cansarse mas en quitarse el crédito,
que pudiera en grangearlo.
Yo (señora mia) no he querido responder, aunque otros lo han hecho (sin
saberlo yo) hasta que he visto algunos papeles, y entre ellos uno que
por docto os remito, y porque el leer os desquite parte del tiempo que
os he malgastado en lo que yo escribo. Si señora, vos,{392} gustáredes de
que yo haga lo contrario de lo que tenia propuesto á vuestro juicio y
sentir, al menor movimiento de vuestro gusto cederá (como es razon) mi
dictámen, que, como os he dicho, era de callar, porque aunque dice San
Juan Crisóstomo, Calumniatores convincere oportet, interrogatores
docere; veo que tambien dice San Gregorio: Victoria non minor est,
hostes tolerare, quám hostes vincere; y que la paciencia vence
tolerando y triunfa sufriendo. Y si entre los gentiles romanos era
costumbre en la mas alta cumbre de la gloria de sus capitanes, cuando
entraban triunfando en las naciones, vestidos de púrpura y coronados de
laurel, tirando el carro en vez de brutos coronadas frentes de vencidos
reyes, acompañados de los despojos de las riquezas de todo el mundo, y
adornada la milicia vencedora de las insignias de sus hazañas, oyendo
los aplausos populares en tan honrosos títulos y renombres, como
llamarlos padres de la patria, columnas del imperio, muros de Roma,
amparos de la república, y otros nombren gloriosos; que en este supremo
auge de la gloria y felicidad humana fuese un soldado en voz alta
diciendo al vencedor (como consentimiento suyo y órden del Senado):
“Mira que eres mortal; mira que tienes tal y tal defecto;” sin perdonar
los mas vergonzosos, como sucedió en el triunfo de César, que voceaban
los mas viles soldados á sus oidos: Cavete Romani, adducimus vobis
adulterum, calvum; lo cual se hacia porque en medio de tanta honra, no
se{393} desvaneciese el vencedor, y porque el lastre de estas afrentas
hiciese contrapeso á las velas de tantos aplausos, para que no peligrase
la nave del juicio entre los vientos de las aclamaciones: si esto, digo,
hacian unos gentiles con sola la luz de la ley natural, nosotros
católicos, con un precepto de amor á los enemigos, ¿qué mucho haremos en
tolerarlos?
Yo de mi puedo asegurar que las calumnias algunas veces me han
mortificado; pero nunca me han hecho daño, porque yo tengo por muy necio
al que, teniendo ocasion de merecer, pasa el trabajo y pierde el mérito;
que es como los que no quieren confesarse al morir, y al fin mueren, sin
servir su resistencia de escusar la muerte, sino de quitarles el mérito
de la conformidad, y de hacer mala muerte, la muerte que podia ser bien.
Y así (señora mia) estas cosas creo que aprovechan mas que dañan; y
tengo por mayor el riesgo de los aplausos en la flaqueza humana, que
suelen apropiarse lo que no es suyo; y es menester estar con mucho
cuidado, y tener escritas en el corazon aquellas palabras del Apóstol:
Quid autem habes, quod non accepisti? Si autem accepisti, quid
gloriaris quasi non accepisti? para que sirvan de escudo que resista
las puntas de las alabanzas, que son lanzas; que en no atribuyéndose á
Dios, cuyas son, nos quitan la vida y nos hacen ser ladrones de la honra
de Dios y usurpadores de los talentos que nos entregó y de los dones que
nos prestó, y de que hemos de dar estrechísima cuenta.{394} Y así (señora)
yo temo mas esto que aquello; porque aquello, con solo un acto sencillo
de paciencia, está convertido en provecho; y esto, son menester muchos
actos reflexos de humildad y propio conocimiento, para que no sea daño.
Y así de mí lo conozco y reconozco, que es especial favor de Dios el
conocerlo para saberme portar en uno y en otro con aquella sentencia de
San Agustin: Amico laudanti credendum non est sicut nec inimico
detrahenti. Aunque yo soy tal que las mas veces lo debo de echar á
perder, ò mezclarlo con tales defectos é inperfecciones, que vicio lo
que de suyo fuera bueno; y así en lo poco que se ha impreso mio, no solo
mi nombre, pero ni el consentimiento para la impresion ha sido dictámen
propio, sino libertad ajena, que no cae debajo de mi dominio, como lo
fué la impresion de la Carta atenagórica; de suerte que solamente unos
Ejercicios de la Encarnacion, y unos ofrecimientos de los Dolores se
imprimieron con gusto mio, por la pública devocion, pero sin mí nombre;
de los cuales remito algunas copias, porque (si os parece) las repartais
entre nuestras hermanas las religiosas de esa santa comunidad, y demas
de esa ciudad. De los Dolores va solo uno, porque se han consumido ya y
no pude hallar mas. Hícelos solo por la devocion de mis hermanas, años
ha, y despues se divulgaron; cuyos asuntos son tan improporcionados á mi
tibieza como á mi ignorancia, y solo me ayudò en ellos ser cosas de
nuestra gran Reina; que no{395} sé qué se tiene, el que en tratando de María
Santísima, se enciende el corazon mas helado. Yo quisiera (venerable
señora mia) remitiros obras dignas de vuestra virtud y sabiduría, pero
como dijo el Poeta:
Ut desint vires, tamen est laudanda voluntas: Hac ego contentus, auguror esse Deos.
Si algunas otras cosillas escribiere, siempre irán á buscar el sagrado
de vuestras plantas y el seguro de vuestra correccion, pues no tengo
otra alhaja con que pagaros; y en sentir de Séneca el que empezó á hacer
beneficios, se obligó á continuarlos; y así os pagará á vos vuestra
propia liberalidad, que solo así puedo yo quedar dignamente desempeñada,
sin que caiga en mí aquello del mismo Séneca: Turpe est beneficijs
vinci; que es bizarría del acreedor generoso dar al deudor pobre con
qué pueda satisfacer la deuda. Así lo hizo Dios con el mundo
imposibilitado de pagar: dióle á su hijo propio para que se le ofreciese
por digna satisfaccion. Si el estilo de esta carta (venerable señora
mia) no hubiere sido como á vos es debido, os pido perdon de la casera
familiaridad, ó ménos autoridad de que tratándoos como á una religiosa
de velo hermana mia se me ha olvidado la distancia de vuestra
ilustrísima persona, que á veros yo sin velo, no sucediera así; pero vos
con vuestra cordura y benignidad suplireis ó enmendareis los términos; y
si os pareciere incongruo el vos de que yo he usado, por parecerme que
para la reverencia que os debo es muy poca{396} reverencia la Reverencia,
mudadlo en el que os pareciere decente á lo que vos mereceis, que yo no
me he atrevido á exceder de los límites de vuestro estilo ni romper el
márgen de vuestra modestia. Y mantenedme en vuestra gracia para
impetrarme la Divina, de que os conceda el Señor muchos aumentos, y os
guarde, como le suplico y he menester. De este convento de N. Padre San
Gerónimo de Méjico, á primero dia del mes de Marzo de mil seiscientos y
noventa y un años.
Carta de la muy ilustre Señora Sor
Filotea de la Cruz en que aplaude
á la poetisa la honesta é hidalga
habilidad de hacer versos; mandándole
dar á la estampa la Crísis
sobre un sermon, con el título de
“Carta atenagórica”
[A] Esta es sin duda equivocacion con el padre de la poetisa
que fué guipuzcoano, pues ella nació cerca de Méjico, como se verá
despues. En cuanto á las fechas del nacimiento y muerte, son exactas, en
tanto que en algunos apuntes biográficos que hemos visto, está errada la
primera.
[B] De los tres tomos que tenemos á la vista, el 1.º es de una
tercera edicion hecha en Valencia en 1709; el 2.º, reimpresion tambien,
se ha hecho en Madrid en 1715, y el 3.º en la misma corte en 1714.
[C] Vivuntque commissi calores Æoliæ fidibus puellæ [Horatii.
IV 9.]
[D] Nuestro malogrado amigo el estimable escritor colombiano
don José María Vergara y Vergara, en su “Historia de la literatura en
Nueva Granada,” página 176, asegura que fué don Francisco Álvarez de
Velasco y Zorrilla quien dirigió á Sor Juana Ines los dos romances que
corren entre las obras de esta como producciones de un caballero
peruano; porque segun añade el señor Vergara, “En aquellos tiempos era
Perú todo lo que no era Méjico y Antillas.” Juzgamos que el literato
colombiano padeció equivocacion, pues no cabe suponer que la sabia monja
hubiese cometido el error de confundir á la Nueva Granada con el Perú;
error creible solo en gente no instruida. Ademas, en la contestacion de
Sor Juana al primero de los citados romances se ve claramente que su
autor tenia por apellido Navarrete; y en la respuesta al segundo se
descubre que quien le escribió fué el Conde de la Granja.
Las endechas que ha copiado el señor Vergara en su obra, no corren en
ninguno de los tres tomos de las de Sor Juana, sin que por esto digamos
que no son auténticas; lo único que talvez pudiera suponerse es que esos
versos no llegaron á manos de la religiosa, á causa de lo tardio y
difícil que entónces era la correspondencia tanto entre Europa y
América, como entre las mismas colonias americanas.
El señor Vergara cita igualmente una carta de Álvarez de Velasco á la
monja; pero está datada en 1698, esto es, tres años despues de la muerte
de esta, que acaeció en 1695. O tamaña equivocacion viene de algun error
de pluma, ó bien debemos creer que las mismas dificultades opuestas á
las relaciones de pueblo á pueblo hicieron que el autor de la carta
ignorase por tan largo tiempo el fallecimiento de la ilustre poetisa.
[E] No nos ha parecido fuera de propósito el incluirla en esta
coleccion, antes de la carta de nuestra autora.
[F] Este romance está entresacado de otras piezas escritas con
igual motivo.
[G] Murió ántes de llegar á Méjico y de muerte súbita.